Por Paco Ignacio Tahibo II
(Fragmentos del libro “Pancho Villa”, una biografía narrativa)
El general Francisco Villa y el general Emiliano Zapata fueron los principales lideres campesinos de la revolución en México (1910-1917). Ambos fueron asesinados a tracción por los círculos de poder que se formaron al terminar la guerra civil: Zapata en 1919 y Villa en 1923
El complot
(…) Hacia marzo o abril de 1923, unos meses antes de lo que aquí se ha contado, un grupo de ciudadanos destacados de Parral buscó a un oscuro personaje llamado Melitón Lozoya para que reuniera una escuadra de pistoleros y les diera la tarea de asesinar a Pancho Villa. (…)
Hay muchas versiones sobre las motivaciones de Melitón Lozoya para aceptar el encargo; se dirá que tenía agravios pendientes con Villa, quien durante la revolución había detenido a su hermano y amenazado con fusilarlo si no entregaba cuatro mil pesos. (…)
Quizá la respuesta real está en una historia que narra Elías Torres: Melitón había sido el ejecutor de los bienes de la hacienda de Canutillo por encargo de la familia Jurado, cuando éstos la abandonaron porque el norte de Durango se despoblaba en medio de la guerra de guerrillas, y vendió y malvendió “caballada, ganado lanar, vacuno, porcino, existencia de trigo, maíz y todos los cereales que había, muebles, maquinaria de labranza”. Hacia fines de abril de 1923 alguien le dijo a Villa que el que había dejado como una cascara vacía la hacienda de Canutillo era Melitón y Villa lo mandó llamar para preguntárselo. Lozoya le dijo que lo había hecho antes de que la hacienda fuera entregada a Villa por el gobierno y Villa le dijo: “Pues tienes un mes de plazo para devolver todo lo que había, si no, te quiebro”.
Fueran algunas de estas versiones ciertas todas ellas, o ninguna, pues en esta historia la certeza no suele abundar, el caso es que Melitón Lozoya odiaba a Villa y estaba dispuesto a organizar su ejecución.
El reclutamiento del grupo que había de cometer el atentado fue azaroso. Lozoya dirá años más tarde: “Busqué familiares a quienes les doliera el dedo” (el del gatillo). Todo suena absurdo. ¿Se va por ahí reclutando gente para matar a Villa así como así? Pues así fue. (…)
Lozoya y su troupe comenzarán a visitar Parral buscando la oportunidad de matar a Villa. El 10 de mayo Chávez les entregó rifles. Años después, uno de los asesinos dirá: “Los comerciantes de Parral y principalmente Chávez nos mandaban muy seguido latas y víveres así como suficiente pastura para las bestias”. (…)
Es en esos momentos que Jesús Salas Barraza entra en el complot. Era entonces diputado local por El Oro, Durango, cargo en el que se había enfrentado a Villa cuando éste chocó con el gobernador de Durango, y había sido coronel en la brigada Herrera. (….)
Se dice que a fines de mayo de 1923 a Salas Barraza le llegó una carta de Jesús Herrera en la que le decía que “Melitón tiene tres meses de querer matar a Villa y no lo mata, por lo que me he convencido de que le tiene miedo. Están a su disposición 10 mil pesos. Dígame si acepta o no”. Salas más tarde dirá que la oferta subió poco después a 50 mil pesos. (…)
Salas, el 2 de junio, le escribe una carta sin firma al general Joaquín Amaro (entregada de mano por su hermano), que en esos momentos era jefe de la 3a zona militar, hombre fiel a Obregón y Calles, perseguidor de Villa entre 1917 y 1919 con Murguía, saboteador de la pacificación de 1920. La carta dice que “un grupo de amigos [...] con una posición social nada despreciable me han confiado la dirección [...] para ponerle fin al latrofaccioso Francisco Villa”.
Parece ser claro que mediante Salas Barraza se había creado una conexión superior, con lo que podría ser el tercer piso del complot, una conexión que llegaba a Amaro y a través de él a Gonzalo Escobar por un lado y al gobernador de Durango, Jesús Agustín Castro, por el otro. Salas tenía relaciones con ellos, les había servido de comprador de armas y habían tenido negocios de poco fuste. Entre los pistoleros, se decía que Melitón ya le había pedido permiso a Obregón.
Mediante Salas Barraza les llegan escuadras 45 flamantes, abundante parque y balas expansivas para rifles 30-30 y 30-40 (que en esos momentos sólo utilizaba el ejército). ¿Quién se las dio? En las bodegas de Dionisio Arias, practicaron el tiro con las nuevas armas Gabriel Chávez, Lozoya, Salas Barraza y otros futuros asesinos. (…)
El 7 de julio el grupo se instala definitivamente en Parral. Han recibido el soplo de que Villa vendrá a la ciudad. (…)
El asesinato
(…) Pancho Villa salió el 14 de julio de Canutillo en un viaje que culminará en Parral. Supuestamente había quedado con Soledad Seáñez en que iban a bautizar en Parral, el 20 de julio, a Miguelito, el hijo de María Arreola, que tenía menos de un año y ella cuidaba, pero en el último minuto le pidió que se quedara y sugirió que era posible un atentado. (…)
El 18, en Parral, Villa se dedicó a hacer trámites que nunca culminó para dejar hecho un testamento, recogió en el banco la bolsa del dinero para pagar la raya de Canutillo y le envió a Piñón el telegrama: “Sírvame mandarme sin falta tres quesos de los más secos y bien hechos”. Villa suponía que el atentado, si los rumores eran reales, podría producirse en el camino de Parral a Canutillo.
El 19 de julio el grupo de pistoleros llegó a Parral a eso de las siete de la mañana, advertido de que Villa estaría en la ciudad; se acuartelaron en la casa de la calle Gabino Barreda.
(…) Según Salas, desde su escondite, como a la una de la tarde vieron pasar a Villa con Trillo y dos de los hombres de la escolta. Venían del hotel Hidalgo e iban a la casa de la amante (de Villa), pero un montón de niños que salían de la escuela se cruzaron, entre ellos un pariente de Melitón, y no se atrevieron a disparar. (…)
A las cinco de la madrugada del día 20 de julio la guarnición militar de Parral había salido misteriosamente hacia la población de Maturana, con el pretexto de entrenar para el desfile del 16 de septiembre. (…)
La mañana del día 20 los emboscados recibieron información contradictoria. Por un lado, tres Dorados (escoltas de Villa) a los que su vigilante Juan López encontró en la puerta de una tienda, le habían comentado que Villa estaba en Parral y sólo esperaba que llegara Trillo con el coche a recogerlo. (…)
Villa había dormido con Manuela Casas, madre de su hijo Trinidad, que vivía en la calle Zaragoza, a dos calles de donde los emboscados lo estaban esperando. Despertó muy temprano para tomar un baño de tina y afeitarse. Desayunó huevos estrellados, un chile verde con queso, frijoles, tortillas de maíz y café de olla. Luego, tomando dos cueros de vaca que colocó en el suelo, se puso a jugar con su hijo, enseñándolo a gatear tirado en el suelo con él. Manuela recordará horas más tarde su buen humor.
Al salir de la casa Villa vestía pantalón recto color gris, camisa a rayas verdes y guayabera color beige, unas mitazas del color del cuero natural (señal de que en algún momento pensaba cabalgar); llevaba el revólver calibre 45 con cachas de concha y una daga. Cuando estaba a punto de partir dicen que un cochero se le acercó y le dijo: “No se vaya, jefe, que lo van a matar”. Villa le contestó: “Eso son habladas”.
Villa tomó el volante. Colocaron el maletín con el dinero de los salarios de Canutillo en el piso, en el sitio del copiloto, y lo cubrieron con un abrigo de mujer y un sombrerito de niño. (…)
Los francotiradores habían colocado a Juan López Sáenz Pardo en la banqueta de la plaza Juárez, a unos 40 metros de la casa. Tenía que darles el aviso: si se quitaba el sombrero era señal de que Villa viajaba en el coche, y dependiendo de la mano con que lo hiciera, indicaría si iba manejando o como copiloto. Años después los asesinos darían información contradictoria de cómo debería darse la señal, si sólo alzando el sombrero, si sacando un pañuelo, si tirando la botella que traía en la mano; si alzaba el sombrero, quería decir que Villa venía en el asiento trasero. Las instrucciones deberían ser complicadas, pues poco antes de que el coche de Villa llegara, Román Guerra salió de la casa y habló con Juan para que las señales quedaran claras.
Los tiradores estaban apoyados en pacas de alfalfa. En el cuarto de la derecha Melitón, Librado, Salas Barraza y José Guerra; en el de la izquierda José Sáenz, Román, José Barraza y Ruperto.
Hacia las 7:50 de la mañana el Dodge Brothers pasó por la calle Juárez y un poco delante de la esquina del callejón de Meza, López, a quien el reflejo del cristal de la sección superior del parabrisas impedía ver claramente, se tuvo que inclinar; vio a Villa al volante y se quitó el sombrero para indicar que Pancho Villa manejaba. Algunos dirán que gritó: “¡Viva Villa!”.
Cuando el coche inició el giro hacia la derecha para tomar Gabino Barreda, iba muy despacio, porque el camino estaba totalmente enlodado. El agua impedía ver la zanja y las ruedas delanteras se atascaron. Villa ordenó a sus escoltas que bajaran a empujar el automóvil y tras unos instantes de esfuerzo lograron sacarlo. Villa permaneció al volante hasta que la escolta se acomodó nuevamente en los asientos traseros y el estribo. Estaban a menos de 10 metros de la primera puerta.
Villa pisó el clutch, metió cambio y viró hacia la derecha para continuar el recorrido, al mismo tiempo Librado Martínez, Ruperto Vera y José Sáenz Pardo abrieron las puertas de los cuartos y apuntaron los fusiles. Las primeras ráfagas destrozaron el parabrisas y acribillaron a Villa, que quedó con partes de pulmón y del corazón expuestos; el lado derecho del rostro apoyado en el respaldo, no le había dado tiempo de sacar la pistola. Recibió 12 impactos. Trillo intentó incorporarse para sacar el revólver y en eso lo hirieron en el pulmón, hizo un extraño arco y quedó con el cuerpo colgado de la ventanilla del coche, con una pierna atrapada bajo el muslo de Villa y la columna vertebral destrozada por las balas. (…)
El coche se detuvo al chocar contra un poste de telégrafos, rebotó y quedó a mitad de la calle. Desde la casa seguía la balacera. Salas disparó la carga de su rifle dos veces (12 disparos) y tres veces las siete balas de la pistola.
Daniel Tamayo, en el asiento trasero, recibió 13 balazos, muchos de ellos antes habían perforado a Villa; quedó con el rifle entre las piernas y el cigarrillo encendido en la mano. Los tres supervivientes salieron del automóvil.
Claro Hurtado, herido en el estómago por una bala expansiva, logró alejarse, llegó al puente y se sentó frente a una casa. Ramón Contreras, herido en un brazo, pudo sacar la pistola y respondió disparando dos veces y matando a Román Guerra (que será identificado en la primera información como un vecino que iba pasando). Los asesinos lo metieron a uno de los cuartos tirando de sus piernas. Melitón Lozoya le disparó a Contreras sin acertar, y Ramón se ocultó herido bajo los árboles del puente. Un adolescente lo verá en el Puente de Guanajuato con el brazo casi cortado por los tiros y cubierto de sangre; poco después topará con Claro Hurtado, que le pidió sacara unos papeles de su bolsa y los destruyera. Luego le dijo que fuera a ver “cómo estaba el general”. Los dos escoltas de Villa heridos pudieron ir hacia el puente porque el coche se interponía entre ellos y los tiradores.
Juan López Sáenz avanzó disparando con la pistola por la parte de atrás del coche. Martínez había disparado seis cargas del rifle dos veces, 12 disparos, y luego tres cargas de pistola, 21 disparos más.
A Rafael Antonio Medrano lo alcanzaron los disparos en la calle y gravemente herido se metió bajo el coche y simuló estar muerto.
A Salas Barraza se le encasquilló el rifle, tomó la pistola, avanzó hacia el auto y disparó contra Villa, dándole un tiro de sedal en la cabeza. Dirá más tarde que remató a Villa de cuatro tiros en la cabeza: “Me acerqué al automóvil con el objeto de apoderarme de la pistola de Villa para llevármela de recuerdo, pero me dio asco su cuerpo”. La autopsia no mostrará los supuestos tiros de gracia. No será el único en atribuirse el tiro de gracia, se contará que José Sáenz Pardo caminó hacia el carro y le disparó un balazo sobre la ceja izquierda que le destrozó el occipucio y echó fuera parte del cerebro.
La sangre goteaba del piso del automóvil. La balacera había durado mucho. Se habían disparado contra el automóvil 150 tiros, los cartuchos quedaron tirados en el suelo de los dos cuartos. La gente no se atrevía a salir a la placita. (…)
Un par de fotos recorrerá el mundo. Fueron tomadas hacia las ocho y media de la mañana por un fotógrafo que conservará el anonimato bajo las siglas “L.V.” Resalta la dramática posición del cuerpo de Trillo, el parabrisas prácticamente inexistente, Pancho Villa muerto lanzado hacia atrás del asiento. El mismo fotógrafo tomará una foto de la moneda de un peso que Villa traía en el chaleco, mordida por una bala.