Por José Corea
El 19 de julio del año 1979 triunfa la revolución nicaragüense. El dictador, Anastasio Somoza, huye para Miami el 17 de julio de ese mismo año. El ejército sanguinario conocido como guardia nacional fue destruido, así como el Estado burgués. Ahora, 39 años después de la victoriosa y grandiosa insurrección del año 1979, en el mes de abril del año 2018 se inició un proceso revolucionario que poco a poco se transformó en una insurrección desarmada. Igual que en el año 1979 en el 2018 el proceso es masivo, incluso me atrevo a decir mucho más grandiosamente masivo. Las gigantescas movilizaciones y marchas que se han realizado en el año 2018 nunca se produjeron en el año 1979.
Sin embargo, las diferencias históricas son bien marcadas. La revolución e insurrección del 79 fueron violentas, violentísimas, bombardeos con bombas de 500 libras por aire y por tierra con tanques y tanquetas por parte de la guardia nacional, pero las fuerzas revolucionarias, acaudilladas por el FSLN, tenían armamento para enfrentar la ofensiva militar del régimen somocistas, armamento donado por Venezuela, Panamá, México, por Pepe Figueres de Costa Rica, países europeos, Cuba y armamento comprado por ellos mismos. Al final, la insurrección triunfa y derrota al ejército y régimen somocista. Ahora el proceso revolucionario e insurreccional ha sido pacífico y desarmado.
Otra diferencia determinante entre ambas revoluciones e insurrecciones ha sido la conducción política. En el 79, el FSLN dirigió ambos procesos y tuvo siempre como consigna y objetivo el derrocamiento militar de la dictadura somocista, hasta lograrlo con apoyo masivo. Hoy, no existe una dirección revolucionaria al frente de esa revolución e insurrección pacíficas, más bien sucede lo contrario. En el terreno del combate físico, detrás de las barricadas, llamadas tranques, cientos de jóvenes combaten con piedras, ondas y armas artesanales, construidas por ellos mismos, a las fuerzas policiales y paramilitares que portan armas de guerra, lo cual constituyen un combate totalmente desigual. En las tomas de universidades participan los estudiantes universitarios y así sucesivamente. Empero, a nivel superestructural han terminado capitalizando ese proceso fuerzas vacilantes en representación de los estudiantes, así como los empresarios, la iglesia católica y otras fuerzas de derecha que, en la realidad, no representan ni responden ni controlan a las fuerzas en combate callejero y físico. Esto está conduciendo a este proceso actual a un eventual impasse, repliegue e incluso a una eventual derrota temporal por parte de la dictadura de Ortega.
La otra novedad de este proceso revolucionario pacífico es que la conducción política y militar de la revolución del año 79, el FSLN, es la organización que juega el papel de contrarrevolucionario. El FSLN y el gobierno de este partido, encabezado por Ortega, juega ahora el rol del dictador Somoza de aquella época, es decir, masacrando y asesinando a los luchadores. Es como una ironía de la historia. A los que antes asesinaba la dictadura de Somoza se han convertidos en los asesinos que masacran a los nuevos luchadores.
A pesar de que temporalmente, de cara al 19 de julio, la nueva dictadura de Ortega ha logrado destruir con 1500 policías y paramilitares, armados hasta los dientes, el último bastión y tranque de resistencia que quedaba en el glorioso, valiente y heroico pueblo de Monimbó, el régimen de Ortega está herido de muerte: odiado masivamente por la mayoría aplastante de la población nicaragüense, reconocido como un genocida, con crisis económica que tiende a profundizarse, aislado internacionalmente e incluso, debilitado internamente en su partido.
Se hace necesario y urgente la construcción de una organización revolucionaria que oriente y acaudille la nueva oleada revolucionaria que se avecina para los próximos días o meses. Asimismo, es necesario enfrentar la maniobra de distintas fuerzas de derecha, empresarios, iglesia, el imperialismo yanqui y personalidades políticas de otros países, tales como Oscar Arias, de Costa Rica que plantean el “adelanto de las elecciones” en Nicaragua, porque a Ortega no se le puede decir “… ´váyase ya´, porque, sí, ´váyase ya´, pero ahí queda el caos”. (La Nación, 18 de julio de 2018). Hay que plantear la salida inmediata de Ortega y su reemplazo por un gobierno provisional de los luchadores, de los que combaten en el terreno, no de las cúpulas que quieren usufructuar la lucha y la muerte de cientos de combatientes revolucionarios populares.