Por Giovanni Beluche V.
Era el año de 1709, el Rey de Las Lapas, nuestro soberano de Suinse, ha llamado a todos los pueblos de Tierra Adentro a resistir la invasión de los extranjeros, que vienen vestidos de soldados, frailes y civiles. Pretenden dividir a las familias y desarraigarlas hacia territorios lejanos, lo supo Presbere al interceptar una carta de manos del enemigo. Han deshonrado nuestra sagrada tierra, han derramado nuestra sangre, en nombre de una corona y un dios que no son nuestros.
Desde el cerro Chirripó hasta las tierras más al sur de nuestras costas, vienen llegando combatientes, dispuestos a defender nuestra herencia cultural, la memoria de los abuelos y las abuelas, el cauce de los ríos. De la mano con los Cabécares y Teribes nos unimos en el más grande ejército que estas tierras hayan visto. ¡No nacimos para ser esclavos, nacimos libres y pelearemos hasta la última gota de sangre! Solo unos pocos traidores se unieron al enemigo, el resto avanzamos ordenadamente contra el invasor, recuperamos cada palmo, incendiamos sus endebles construcciones, ellos mataban con crueldad, nosotros respondimos ferozmente a sus ataques.
Cada hermano que caía parecía multiplicarse, el Kapá nos protegía por esos caminos y selvas, los corrimos del Telire, los hicimos retroceder. Nuestro Presbere no había nacido para guerrero, era un Usékar, un gran líder religioso con poderes que los hombres no poseen, pero las circunstancias lo convirtieron en el guía que unió a los pueblos indígenas por encima de toda diferencia. Llovía a cántaros, los españoles se atoraban en el barro, pero los que somos del color de la tierra sabemos unirnos a ella, en vez de hacerle resistencia. Arribamos a cada asentamiento español y chocamos nuestras lanzas de madera contra el metal del invasor. Nos protegíamos con escudos de cuero de danta, que eran atravesados por las espadas de los malvados, les respondíamos con lluvias de flechas. La moral de los nuestros era superior, ellos defendían a un rey ausente y cobarde, el nuestro se batía en duelo como uno más de sus soldados.
Pabru y el cacique Comesala de los Cabécares eran valientes, ponían sus pechos al frente y nunca pedían tregua. Los hicimos retroceder, huían como cobardes, muy diferentes a la prepotencia que exhibían cuando estaban en superioridad. Habíamos liberado nuestras tierras y llegamos a pocas leguas de Cartago, la misión estaba cumplida y decidimos regresar, no somos gente que nos guste derramar sangre en vano. Volvimos a las comunidades a atender los cultivos y a cuidar de las familias, soñábamos que la paz llegaría por fin al mundo de Sibû.
Pero nuestra generosidad en la victoria no fue respetada por los invasores, pudieron más sus deseos de riqueza y el año siguiente arremetieron nuevamente. Parecían monstruos cargados de cuchillos, traían lanzas que escupían fuego, los niños y las niñas caían abatidos sin piedad, su dios les pedía sangre y su capitán general Lorenzo de Granda y Balbín les exigía tomar posesiones.
Aunque no estábamos preparados, heroicamente resistimos hasta que la fuerza de sus armas, lo numeroso de su ejército y el factor sorpresa nos pasaron una dura factura. Apresaron cerca de 700 indígenas, entre ellos al Rey de Las Lapas, a los jefes Bettuqui, Iruscara, Siruro, Bocri y Dapari. Sólo el Rey Comesala pudo huir. Nos ataron de manos y nos arrastraron hacia Cartago, vi morir a decenas de hermanos tragados por los ríos. Otros eran cruelmente torturados, violaban a las mujeres ante la complicidad de sus frailes.
Algunos lograban escapar y se refugiaban en las montañas para no ser sometidos como esclavos en los cultivos de cacao. A Cartago sólo llegamos quinientos indígenas, allí otros doscientos perecieron víctimas de extrañas enfermedades que les llenaban la piel de úlceras y llagas. Pabru fue colgado de sus brazos, escupido y pateado por los españoles y los criollos de abolengo que se apretujaban en las calles para ofender al más grande Rey que ha visto esta tierra. Lo llevaron a un tribunal sin derecho a la defensa, grande nuestro Presbere pidió que todo martirio se aplicara contra él y no delató a ninguno de sus hermanos. Lo condenaron a muerte bajo la absurda acusación de rebeldía contra el rey de los españoles. El 4 de julio de 1710 lo ejecutaron, mataron su cuerpo físico, pero su espíritu permanecerá en cada uno de nosotros. Yo pude contar esta historia porque fui entregado como esclavo a una familia criolla, juro que apenas encuentre a mi familia que me arrebataron, nos escaparemos de vuelta a las tierras del Telire.