Combatientes populares en Matagalpa, 1978

Por Maximiliano Cavalera

Pocas dictaduras fueron tan exitosas como la ejercida por la dinastía de la familia Somoza. Ésta gobernó por más de 40 años Nicaragua, alzándose sus miembros como amos y señores del país. Pero todo proceso tiene su fin, y la dinastía estaba condenada a caer. En la década de los setentas se comenzarían a gestar fuerzas que se aunarían para que fuese derrocado el régimen; pero fue hasta en 1978 que se comenzaron a materializar los principales hechos que precipitarían la caída del último de los Somoza. En septiembre de ese año se produjeron varias insurrecciones en las ciudades de Masaya, León, Estelí y Chinandega.

Éstas fueron planificadas por el FSLN como una ofensiva de lucha guerrillera, pero con la característica fundamental que a las tropas guerrilleras se sumó un buen sector de las masas, creando focos insurreccionales en varias ciudades. Por esta razón fracasó, porque Somoza logró concentrar tropas en un solo punto y recuperó ciudad por ciudad. La matanza y mortandad que llevaría la dictadura a las ciudades insurreccionadas fue terrible, profundizando el descontento de las masas con la dictadura, y preparando las condiciones para que rompiesen con ella y derrocasen la dinastía.

El inicio del fin de la dictadura

Desde antes del terremoto que devastó Managua en 1972, se fueron creando condiciones importantes que llevarían a la caída de Anastasio Somoza, pero fue a partir del sismo, que este proceso tendió a agudizarse. Por una parte, la reconstrucción de Managua significó un enorme negocio que la burguesía nacional intentaba apropiarse, pero la voracidad de la burguesía Somocista no permitiría competencia y se montó en dicha empresa; este hecho significó el rompimiento definitivo de la burguesía con la dictadura, pues no le daba espacios políticos para controlar el poder y les negaba el acceso a los grandes negocios. En 1967 se produjo la masacre de la avenida Roosevelt, donde fueron asesinados entre 1000 y 1500 manifestantes que se movilizaban en apoyo al candidato presidencial de la UNO (Unión Nacional Opositora) Fernando Agüero Rocha. Hay que recordar que unos años después, el Partido Conservador firmó el Pacto “Kupia Kumi” con el somocismo, lo que dejó al conservatismo un creciente desprestigio, allanándole al FSLN como nueva dirección del movimiento de masas.

En enero de 1978 se produjo el asesinato de Pedro Joaquín Chamorro, la principal figura de la oposición política al régimen, quien desde el periódico La Prensa dirigía saetas mordaces contra la dinastía. El asesinato de Chamorro catapultó un proceso de marchas e insurrecciones espontáneas, como la de los pueblos indígenas de Monimbó y Subtiava. Lejos de ser acciones dirigidas por el FSLN, fueron procesos espontáneos. Ernesto Cardenal explica lo que pasó en Monimbó: “Todo comenzó con una misa por Pedro Joaquín Chamorro en Monimbó, y el bautizo de una plaza con su nombre, lo que se volvió una agitación de masas y provocó un ataque de la Guardia Nacional con bombas lacrimógenas (…) Entonces se organizaron los Comités de Lucha, precedidos por un Consejo de Ancianos, como lo habían tenido en sus estructuras sociales aborígenes de antaño” (La Revolución Perdida, Ernesto Cardenal). Aquí es donde los guerrilleros del FSLN muestran la sagacidad que les llevaría a dirigir a las masas un año más tarde, y es que a pesar de que estas insurrecciones no eran un movimiento orientado por la dirección sandinista, ellos intervinieron para intentar influir en el proceso. En este proceso murió Camilo Ortega: “Camilo cayó en una casita en las afueras de Monimbó. Él y otros dos sandinistas habían llegado a darles armas y ayudarles a organizarse” (Ídem).

En el país había una tendencia marcada a la insurrección popular en las ciudades, contraria a la concepción de los focos de lucha de la guerrilla. A pesar de sus heroicos operativos militares, los guerrilleros sandinistas no estaban triunfando. Sus operativos habían sido repelidos militarmente por la Guardia Nacional de Somoza. La guerrilla estaba fracasando militarmente y la dinámica de la lucha se trasladaba a las ciudades y la insurrección en las mismas: “Hasta el año 1977, el eje de acción militar del FSLN se trasladó del campo a la ciudad, lo que permitió a la guerrilla dirigida por el Tercerismo, coincidir en el tiempo con un colosal ascenso revolucionario de las masas urbanas.” (Orson Mojica, La revolución Abortada)

Días antes de la insurrección

Para agitar el clima político la tendencia insurreccional del FSLN planificó la célebre toma del Palacio Nacional el 22 de agosto de 1978, con un comando guerrillero encabezado por Edén Pastora. Este operativo, igual que el asalto de la casa de Chema Castillo en 1974, obtuvo resultados claves, como la liberación de prisioneros políticos, pero más que eso, dio la impresión de que las fuerzas del somocismo podían ser derrotadas: “Jóvenes estudiantes se insurreccionaron espontáneamente en Matagalpa; la ciudad permaneció tomada durante dos días.” (Rafael Casanova Fuentes, El Nuevo Diario 15/09/2008)

Unos días después, el 28 de agosto, las cámaras patronales, es decir la burguesía por medio de la FAO (Frente Amplio Opositor), hicieron un llamado a una segunda huelga general en contra de la dictadura. Este llamado fue acuerpado por el MPU (Movimiento Pueblo Unido), constituido en julio y que aglutinaba a 23 organizaciones políticas y sociales del FSLN y el resto de la izquierda en el país. Para el 31 de agosto la huelga general convocada por la patronal era una realidad por toda Nicaragua, aunque la clase trabajadora no estaba al frente de la misma. Era una segunda intentona de la burguesía opositora, teniendo como contexto el auge guerrillero del FSLN, para obligar a Somoza a renunciar e irse del país.

Pero la dirección del FSDLN tenía otros planes. El FSLN programó la acción guerrillera para el 7 de septiembre, para disciplinar los levantamientos espontáneos. El dato curioso es que según Humberto Ortega, dirigente del tercerismo: “Nosotros llamamos a la insurrección (...) El movimiento de las masas fue por delante de la capacidad de la vanguardia de ponerse al frente. Nosotros no podíamos ponernos en contra de ese movimiento de las masas (...) teníamos que ponernos al frente de ese río para más o menos conducirlo o enrumbarlo” (Ídem).

Los efectivos militares con que contaba el sandinismo solo eran 150 guerrilleros armados. Al final la acción fue realizada el día 9 de septiembre a las 6 de la tarde en León, Masaya, Estelí y Chinandega. Los ataques a los cuarteles de la Guardia nacional se iniciaron y se planteó la defensa de los accesos a las ciudades. Al mismo tiempo, se atacó 5 cuarteles en Managua. Al final, las masas desbordaron los planes de la misma dirección sandinista; en todas las cinco ciudades, miles de jóvenes se sumaron a la lucha armada haciendo labores logísticas y combatiendo directamente contra la Guardia Nacional. El 17 y 13, el Frente Sur lanzó una ofensiva contra los cuarteles ubicados en Sapóa y Peñas Blancas, retirándose de nuevo a Costa Rica.

La “ofensiva final”

En esta etapa de la lucha armada contra la dictadura hubo un proceso de confusión de la lucha guerrillera tradicional y la insurrección popular. Esto permitió que la Guardia Nacional y el régimen se recuperasen, concentrando sus fuerzas en la ciudad de Managua, preparando al mismo tiempo la reconquista de las ciudades sublevadas. Las tropas de la Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería (EEBI) fueron las encargadas de realizar la represión bombardeando y destruyendo las ciudades donde había enfrentamientos militares: “como había otras ciudades, Somoza no volcó su ejército contra todas ellas, sino que de una en una las fue bombardeado y arrasando y retomándolas.” (Ídem).

A pesar de la lucha heroica que gestó el pueblo, las masacres que se produjeron obligaron a la retirada. Pero la represión ejercida por el régimen creo un fenómeno muy particular, y es que la juventud, que estaba siendo aniquilada, se vio en la necesidad de retirarse y reforzar las columnas guerrilleras o quedarse en las ciudades y enfrentar el fusil somocista: “una vez que yo visitaba la ciudad de Estelí después del triunfo, un trabajador, hablándome del Comandante Francisco Rivera, alias ‘Rubén’ y apodado también ‘El Zorro’ me dijo: ‘entró a tomar la ciudad con 21 hombres y salió de ella con 900, mejor dicho 921’” (Ídem). Si bien el dato es exagerado, y parece que se retiró con 300 combatientes, esta fue una tendencia que fortaleció militarmente al FSLN en todas las ciudades donde se produjo la insurrección de las masas; eso sin contar con el sinnúmero de colaboradores que serían un pilar en la lucha contra el Somocismo. También quedó demostrado que la conquista del poder no era realizable sin el apoyo sostenido del pueblo.

Victoria pírrica del somocismo

Las primeras ciudades retomadas por la Guardia Nacional fueron Chinandega y Masaya, el 17 León, la última fue Estelí. La represión tuvo un coste altísimo para la población, más de diez mil personas murieron y ciudades como León fueron llevadas casi a las cenizas por los constantes bombardeos de la Guardia Nacional. El costo político para el Somocismo fue sepulcral, ya que la población comprendió que la única forma de derrocar a la dinastía era por medio de la lucha armada, nunca antes el régimen había reprimido de una manera tan cruel y pública.

Aunque Somoza Debayle insistió en su victoria militar, la realidad lo golpearía un año más tarde; es más, rechazó la mediación propuesta por el presidente de los Estados Unidos Jimmy Carter y la FAO, que pretendían un cambio pacífico del poder en Nicaragua preservando las instituciones del Estado. A pesar del triunfalismo, el mito de la invencibilidad de la Guardia Nacional quedó roto, el camino estaba preparado.

En el FSLN se terminaría imponiendo la fracción tercerista que aprendió mucho de las gestas de septiembre del 78: “El triunfo militar sobre Somoza fue posible por la incontenible insurrección de las masas. Las columnas guerrilleras del FSLN se fortalecieron con ese proceso espontáneo, ya que el conjunto del movimiento de masas miraba al sandinismo como su dirección política y militar. Pero entre el ejército guerrillero, por un lado, y las masas de milicianos populares, por otro, había una diferencia: el primero ya tenía sus estructuras de mando de arriba hacia abajo y el segundo las formaba a la inversa, de abajo hacia arriba. El FSLN se montó sobre el proceso insurreccional espontáneo, disciplinándolo e imponiéndole una política ajena que previamente habían acordado con la oposición burguesa”. (Ídem)

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