Por Joseph Manuel Herrera
Hispanoamérica está sacudida, los saltos de cualidad que están dando las masas en Ecuador, Bolivia –aunque algunos quieran desdibujarlo–, Chile y Colombia se alternan con una evolución desigual y combinada de la conciencia de esas mismas masas; mientras unas avanzan colocándose incluso más a la izquierda que el amplio espectro de los partidos de centro izquierda y de izquierda, otros retroceden y en las urnas sacan a los llamados –autonombrados– gobiernos progresistas, para colocar en su lugar, a falta de una izquierda consecuente con la exigencias de la población, a derechas recicladas como las últimas cartas de las burguesías nativas para detener la sacudida insurreccional, que se ha mostrado contagiosa en el continente.
En lugares como en la aristocrática Santiago de Chile, las masas llevan casi dos meses poniendo en jaque el orden burgués reaccionario que estableciera los 13 años de la sanguinaria dictadura de Pinochet, con la ayuda experimental de los Chicago Boys, incluso importándoles poco los llamados que hacen los tradicionales partidos de izquierda a sentarse a dialogar con los agentes del capital y su representante Piñera. Cosa similar a Ecuador, donde el heredero de la “revolución ciudadana”, liderada por el progresista Rafael Correa, su ex vicepresidente entre 2007-2013 y ahora presidente Lenin Moreno, tuvo que recular ante la movilización social que causó su intento –presionado por el FMI– de encarecer los bienes de primera necesidad, bombazo de realidad para los que no aprenden de sus pares en otro país. Es lo que le sucede esta última quincena al discípulo del reaccionario uribismo, el presidente Iván Duque, que pasó como su antecesor Juan Manuel Santos, de desconocer el Paro Nacional y la masiva participación en toda Colombia, a las sucesivas y no menos jocosas ruedas de prensa, donde dando pequeñas concesiones a los huelguistas, buscara detener la vorágine popular que tiene abrumado a su gobierno.
Uruguay los errores del Frente Amplio (FA) le abren el camino a las derechas
La llamada “Era Progresista” fue inaugurada por el primer gobierno del Frente Amplio (FA), un vario pinto de partidos de centro-izquierda y de izquierda en Uruguay liderado por Tabaré Vázquez Rosas, líder del Partido Socialista de Uruguay (PS), presidente electo para la administración 2005-2010, que rompiera con la hegemonía de los dos grandes partidos tradicionales del país, El Colorado (PC) y el Partido Nacional (PN) –que se alternaran en el poder casi sin exclusiones desde 1830– y en el cargo nuevamente. Después de sucederle a su sucesor en la presidencia José Mujica (2010-2015) del Movimiento de Participación Popular (MPP) sector a los adentros también del FA, desde marzo de 2015 hasta el próximo marzo de 2020, esta era terminó el pasado domingo 24 de noviembre cuando el partido de gobierno (FA) y su candidato Daniel Martínez (PS) perdiera contra la alianza de filas cerradas de la derecha y la ultra derecha, liderada en el balotaje por Luis Lacalle Pou (PN), hijo del expresidente Luis Alberto Lacalle (1990-1995) del PN.
Los progresistas uruguayos se marchan, como en el Chile de Bachelet (PS) o el Ecuador de Correa (Alianza País), dándole aires desde adentro o desde afuera, a sus pares de la derecha y la ultra derecha, Piñera y Moreno (Alianza País), con la cola entre las patas sin la capacidad de hacer balance de los errores que han hecho virar a las masas hacia la derecha en las urnas.
Poco ha cambiado desde que hace 15 años el FA desautorizara por medio de las urnas el bipartidismo centro-conservador del PC y del ahora restaurado PN, que algunos daban por enterrado. De estos pocos cambios se benefició el ala más reaccionaria de la derecha uruguaya, que hace su aparición con Ciudadanos, sector político al interior del Partido Colorado (PC) liderado por la fórmula presidencial de Ernesto Talvi - Robert Silva que con 300,177 votos (12.34 %), colocó a los colorados como tercera fuerza política del país, con 14 diputados en la Cámara de Representantes y 4 senadores en la Cámara Alta, el domingo 27 de octubre de 2019, al finalizar la primera vuelta.
Por el otro lado tenemos a Cabildo Abierto (CA) un partido nuevo, pero mucho más extremo que sus padres políticos bipartidistas del PC y del PN, liderado por el general retirado Guido Manini Ríos, cuya fórmula presidencial Guido Manini Ríos - Guillermo Domenech, se cuela como cuarta fuerza política con 268.736 votos (11.04 %), impresionante para un partido nuevo, que se manifestó en 11 diputados y 3 senadores al cierre de la primera vuelta. Guido Manini Ríos fue Comandante en Jefe del Ejército Nacional, nombrado en febrero 2015 por el propio José Mujica, hasta que fuera cesado por el mismo Tabaré Vázquez por sus opiniones contrarias a la reforma del sistema de previsión social de los militares, así como por sus apologéticas declaraciones a favor de los excesos que cometiera el ejército durante las dictaduras cívico militares que oscurecieron a la nación uruguaya desde el golpe de 1973 hasta la reapertura en 1985.
Deslizamiento del FA y bancarrota del progresismo oriental
A pesar de la polarización social que se percibe de los datos duros de la primera vuelta, donde el FA con la formula Daniel Martínez - Graciela Villar recaudó 949,376 (39.2%) colocándose como primera fuerza política en un país con 3.486,479 habitantes, de los cuales 2.699,980 estaban habilitados para votar y de los cuales votaron 2.433,364, la audacia de su enemigo político –mas no de clase– le ha impedido mantenerse en el gobierno.
Estos datos, así como la comparación del Balotaje (Segunda Vuelta Presidencial) demostraran el statu quo de paz social que impera en la pequeña y oriental Uruguay, donde la gran mayoría se ha tragado y asimilado el orden nacido del régimen democrático burgués heredados por el PC y el PN, de sus sucesivas dictaduras cívico-militares desde 1973, que ahora vuelve a gobernar, sin alteraciones previstas por 15 años de gobiernos progresistas del FA.
El FA no solo no redujo su deslizamiento electoral, sino lo profundizó perdiendo 184,811 votos en la primera vuelta en relación a los 1.134,187 (47.81%) de la primera vuelta de las elecciones de 2014. Pasa de tener 15 senadores (2014) a 13 (2019), de los 30 que contempla la Camara Alta. Igual descalabro ha experimentado el desgaste del proyecto conciliador de clases, del cual el progresismo uruguayo era su estandarte continental. El FA pasa de 50 diputados (2014) a 42 (2019) de los 99 escaños de la Cámara de Representantes –Baja–. Las urnas le han pasado factura, no solo el pasado domingo 24 de noviembre, el descalabro es un deslizamiento continuado incluso durante el cierre del gobierno de José Mujica –el vendedor de humo– al que los medios “progresistas” del mundo liberal le hacen cada cierto tiempo mitin por este o aquel documental de su vida austera.
Ninguno de esos medios está hablando hoy de la debacle del efímero sueño del progresismo americano, que hoy toca a su fin en Uruguay, después de ser el hijo bonito en contradicción de otros progresismos más dilatados, como el chavismo, hoy también descalabrado en Venezuela, Ecuador, Bolivia y restaurado en su faceta peronista de derecha liderada por Alberto Fernández en Argentina, ante la caída de las materias primas que se inauguró en la última centuria.
Deslizamiento del PN, recomposición de la derecha y de la ultra derecha
Es contradictorio no solo el desgaste de los llamados gobiernos progresistas de inicio de siglo, empujados por el alza de los precios de las materias primas, cuyo mayor comprador, la China de los grandes talleres capitalistas, donde la explotación es controlada férreamente por el Partido Comunista, sino el desgaste de los proyectos conservadores de las burguesías nativas del continente, que en la práctica se ha vuelto una atomización de los partidos decimonónicos –colorados y nacionales–, en opciones mas rejuvenecidas del liberalismo o más duras del conservadurismo.
El Partido Nacional (PN) del Uruguay representa no solo ese desgaste de un siglo de regímenes burgueses colapsados, sin haber nunca logrado la llamada estabilidad social que el liberalismo promulga para la libre concurrencia del mercado. El PN dado por muerto por muchos de esos “intelectuales orgánicos” de la izquierda que no incomoda, aquella que se cambia a la camiseta laxa del “progresismo” para no traer a la opinión publica el viejo fantasma que aterrorice a los dueños; el PN no solo estaba ya enterrado por centenares de “progresistas”, ninguno de estos pudo ver la capacidad que tiene la burguesía en todo el mundo para recomponerse, no solo para dar la enfermedad, sino para vender la cura. En Uruguay esa recomposición ha sido expedita a los ojos de los dirigentes del FA, que atónitos han visto cómo la derecha atomizada por el desgaste se ha juntado y les ha expulsado del gobierno.
El PN también sufrió un deslizamiento gradual que terminó con la entrada del FA al gobierno en 2005. En las elecciones de 2014, en las cuales sacó 732,601 votos (30.88%) que en relación a los 696,452 (28.62) logrados en la primera vuelta de este año, lo deja con 36, 149 menos de cara al balotaje, que en 2014 perdió con 955,741 votos (41.17%) frente al FA con 1.241,568 votos (53.48%), resultado que le dio su segundo mandato al socialdemócrata Tabaré Vázquez Rosas; aun con ese irrefrenable deslizamiento en la popularidad de las urnas, la capacidad de alianza entre el PN y sectores más extremos a su derecha, le dio a la fórmula Luis Alberto Lacalle Pou - Beatriz Argimón del PN la capacidad de salirle adelante al FA como ganador de la primera vuelta.
El PN corona todos los desaciertos que en marzo de 2020 cerrarán 15 años del FA, con 1.189,313 votos (50.79 %) al cierre del escrutinio, esto le daba al PN una pequeña ventaja en relación al 1.152,271 votos (49.21%) de los que se hiciera en el balotaje el FA. Esto quiere decir que tan solo 37,042 votos (1.58%) son los que separan hoy día la restauración de la derecha en la “progresista Uruguay”. Donde muchos liberales con felicidad se ufanaban que la izquierda hacia política y los militares se encargaban del cuartel, la llamada hegemonía progresista de poco ha servido al FA para detener esta restauración.
Se restaura el PN en el gobierno, el régimen burgués y su paz social se fortalecen con la pasada a la oposición responsable del FA.
Los progresistas en todos lados del continente, con sus dilaciones le han abierto el camino a la derecha y a la ultra derecha que hoy denuncian y lloriquean. En Uruguay estas dilaciones le han dejado fuertes andamios al gobierno de coalición de la derecha y la ultra derecha que lidera el PN. El régimen democrático burgués cocinado durante los años de coalición entre el Partido Colorado y el Partido Nacional, la conocida por los orientales más viejos como la “década perdida” de 1990. Y en entre los cuales se encuentra la Ley Forestal; Ley de Inversiones; Ley de Puertos, Ley de Zonas Francas; Sistema de Administradoras de Fondos de Ahorro Previsional (Afap).Leyes que el FA nunca buscó derogar para cambiar de raíz la libre concurrencia burguesa establecida por los dos grandes partidos de la burguesía nativa.
La publicitada “hegemonía progresista del FA” solo fue un discurso para que los dirigentes progresistas hicieran suyas las infames políticas de la apátrida burguesía uruguaya. La Desregulación financiera que fortaleciera a los capitales leoninos foráneos; concentración-extranjerización de la tierra para debilitar al propietario uruguayo a favor de las trasnacionales; exoneraciones tributarias a las multinacionales de celulosa y mineras; privatizaciones y subcontrataciones en el ámbito público. Y las leyes de Participación Público-Privada (PPP) que es otra manera de llamar a las asociaciones público-privadas conocidas en estos rumbos, todo esto bajo el mandato de Mujica (2010-2015) como presidente, mientras éste vendía humo a diestra y siniestra, enamorando a nuestros poco despiertos amigos “progresistas”.
El interregno progresista que abre el auge de los precios de las materias primas, que le dieron base fundamental a los llamados gobiernos progresistas, no es nada más que la concurrencia de las burguesías nativas enamoradas del neoliberalismo y las elites “progresistas” que asumieron públicamente a lo largo y ancho del continente un discurso post-neoliberal. Pero a la luz de la historia esto ha demostrado solo ser un paréntesis, un necesario respeto de las derechas neoliberales para retomar el control del mando del Estado, como administrador de la explotación de los trabajadores, la depredación del medio ambiente y de los recursos de todos, para el crecimiento de las riquezas privadas.
Los muchos partidos de izquierda que han hecho vida al interior del FA en estos 15 años, han abandonado la preparación lenta de las bases de la revolución, para transformarse en trenes de cola de un proyecto fundado en espejismo de una naciente burguesía progresista, incapaz de batir a un enemigo que es político, pero no de clase. Esto ha quedado claro, cuando al nomás conocerse los resultados finales de la segunda vuelta presidencial, el candidato del FA se apersonó a la sede del PN a felicitar a su contrincante, anunciando que serán una oposición responsable, en cuidar la sanidad del régimen democrático burgués que asegura el crecimiento de las cuentas corrientes de los millonarios, mientras proveerá a la pequeña Uruguay de los contagios insurreccionales de sus vecinos.