Por Ernesto Fuertes

Una nueva oleada de proyectos progresivos o de izquierda en los llamados países ‘centrales’ del mundo, han creado grandes esperanzas y expectativas: el ascenso de Jeremy Corbyn en el Partido Laborista de Inglaterra, Pablo Iglesias con la agrupación Podemos en España, el ascenso al poder de Tsipras en Grecia, el discurso izquierdista de Bernie Sanders en Estados Unidos, etc. Se suele enmarcar estos movimientos o tendencias como un complemento de lo que tal vez haya sido el polo más fuerte de avance de proyectos reformistas en el mundo: los movimientos suramericanos o ‘bolivarianos’. La intención de ésta breve reseña es plantear que hay una gran diferencia entre el proceso bolivariano, y ésta actual nueva oleada europea y estadounidense, que se manifiesta todavía a través de la institucionalidad de la democracia.

Las economías de los países bolivarianos en momentos de bonanza

Las economías bolivarianas tienen como características generales el aumento de liquidez en el sector financiero (por lo menos en términos históricos muy generales, y con sus variaciones por país), una caída de los intereses generalizada y una reducción en el valor porcentual de las tarifas al comercio exterior (contrario a todo proteccionismo). Divergen en cuanto a la evolución histórica de los tipos de cambio (se reducen en Uruguay, Bolivia, Ecuador y Brasil, pero con aumentos hacia el final de sus procesos –especialmente posterior a la crisis del 2008-, mientras que países como Venezuela o Argentina mantienen una devaluación mucho más sostenida), las tasas de variación de la inflación (donde hay que tener cuidado de no confundir la tasa de variación con el aumento absoluto y en términos reales de los índices de precios al consumidor –los cuales nunca dejaron de aumentar en ninguno de los países-), y por último, sus posiciones divergentes con respecto a la nacionalización parcial de sectores productivos (en Argentina y Venezuela serán más fuertes, con una posición igualmente progresiva en Bolivia y Ecuador, y con una posición más bien contrareformista en Brasil, con la privatización de empresas de agua, telecomunicaciones y transporte al inicio mismo del gobierno de Lula da Silva, etc). En cuanto a los sistemas tributarios, tal y como lo publica en su último informe la CEPAL, son todos altamente reaccionarios: los pesos de los impuestos son indirectos (al consumo), mientras una minoría se basa en las ganancias y utilidades empresariales.

El segundo ciclo, marcado por la crisis capitalista

Una vez que termina ese primer ciclo de los movimientos bolivarianos, el hecho de que la inflación en términos absolutos no retroceda, la ausencia de reformas agrarias, y el que se reviertan los tipos de cambio o los superávits fiscales, obliga entonces a estos gobiernos a aplicar políticas de austeridad (recortes de gastos) o privatización como las que se viven en el segundo ciclo: la privatización que impulsa Evo Morales en la minería de Bolivia, la privatización de las gasolineras, las telecomunicaciones y el transporte en el Ecuador de Rafael Correa, de los sistemas ferroviarios en la Argentina de Cristina Fernández, o del petróleo en el Brasil de Dilma Rousseff, etc. Por supuesto que está la crisis y la caída de los precios del sector primario, pero ésta es una explicación ricardiana: el dependentismo habló siempre de los ‘términos de intercambio’ en términos de precio, y no de valor. Por eso el argumento de que el alza de precios produjo respectivamente la fortaleza de los países emergentes y su caída produjo su crisis, aunque es verdadera, es también altamente insuficiente: cualquier trabajo de historia económica latinoamericana demuestra que hubo muchos períodos de alzas y caídas en los precios mundiales del sector primario, que no produjeron períodos de auge como el que vivieron recientemente países como Brasil y otros países emergentes del mundo.

En todo caso, incluso en términos capitalistas, todas estas políticas que aumentan la demanda agregada de la sociedad y tienen como fin la creación de un mercado interno, tienen la triste paradoja de aumentar la inflación, que es la razón por la que tienen que crear políticas de contención de la liquidez en el sistema financiero para frenar la inversión y la productividad misma, y solo así evitar ciclos hiperinflacionarios (especialmente en Bolivia y Ecuador, y no en países como Venezuela o Argentina). Las reformas parciales al capitalismo, por más importantes que sean para la población (aunque pueden implicar una mejoría de sus condiciones de vida) caen en paradojas que solo pueden ser resueltas a través de la revolución. En ese sentido, ni siquiera las reformas progresivas del bolivarianismo o las que planteaba antes desde Syriza el Partido Socialista Portugués, o desde el Laborista inglés hasta Podemos en España, están condenadas al fracaso, y a la necesidad de ser superadas junto con sus liberales líderes.

Ni la crisis ni especialmente la caída de los precios del sector primario explican el giro (neo)liberal de los movimientos bolivarianos, ya que estas sociedades presentan todas estas tendencias económicas mucho antes de la caída mundial de los precios del sector primario, y se dan durante los segundos mandatos (Morales o Correa) o los recambios políticos (los Kirchner, Rousseff, Maduro, Mujica, etc) en los Estados latinoamericanos donde gobierna el supuesto “Socialismo del Siglo XXI”. Lo que nos interesa, que quede claro, es que hay en efecto una serie de conquistas progresivas, especialmente en temas monetarios que, al no tener políticas directamente reflejadas en la producción (reformas agrarias, industrialización productiva, la creación de un mercado interno propiamente dicho, etc), van (o iban) en esa dirección, y ahora empiezan a palidecer a través de contrareformas (neo)liberales.

El retorno del reformismo en Europa y Estados Unidos

Y es que la gran diferencia con lo que vemos actualmente con los movimientos reformistas de Europa o Estados Unidos, desde Syriza hasta el Partido Laborista, y desde Podemos hasta el Partido Demócrata, es que los movimientos bolivarianos, con todas las limitaciones de una orientación monetarista y mucho más modesta que la ‘sustitución de importaciones’ del siglo XX (en términos productivos), al menos consiguió hacer avanzar algunas de sus reformas. La ‘traición’ de Syriza en Grecia es tal vez el caso más emblemático de esta gran diferencia. Los movimientos bolivarianos lograron hacer avanzar unas cuantas reformas parciales, el gobierno de Tsipras retrocedió completamente, a pesar del aplastante triunfo electoral, y no logró hacer avanzar ni una sola reforma progresiva sustancial en términos macroeconómicos. Pero no es solo Syriza. En España, el partido Podemos de Iglesias ha dado un giro de 180° en cuanto a su manifiesto de 2014, dejando de lado la auditoría de la deuda, la salida de la OTAN, la reducción de la edad de pensión o el aumento de las pensiones, además de que ha realizado nombramientos sin discusión democrática de sus bases (haciendo que estas renuncien), y se ha acercado todavía más al viejo y decadente reformismo del Partido Obrero Socialista Español (PSOE). Asimismo, en Portugal el gobierno de Costa acaba de aprobar recortes presupuestarios y aumentos de impuestos indirectos (al consumo) de la población, además de la eliminación de la exención de impuestos a asalariados que tenía planeada, todo para complacer a la Troika europea. Por último, el propio Corbyn en Inglaterra ha empezado a aprobar los recortes presupuestarios por parte de representantes del Partido Laborista en distintas regiones inglesas.

Por lo tanto, mientras que el movimiento suramericano logró un primer ciclo para hacer avanzar reformas, y ahora está retrocediendo, los movimientos que han sido equiparados con el reformismo mundial y como acompañantes de ésta supuesta nueva oleada de anti-neoliberalismo y anti-austeridad, en realidad no han llegado tan siquiera al poder (salvo Syriza) y ya están retrocediendo sin hacer avanzar absolutamente nada (de nuevo: en términos macro, cuando menos). Otros como Sanders y Corbin mantienen un discurso radical para atraer al electorado, que quiere realizar cambios al sistema capitalista, y que todavía no se deciden por la revolución social.

Liberalismo y reformismo

La divergencia aquí no es entre reforma y revolución, como lo puede ser en Suramérica, sino entre liberalismo y reformismo en Europa y Estados Unidos. Y las diferencias son notables: mientras el movimiento bolivariano arrancó sus reformas en movilizaciones callejeras y a través de la deposición de facto de presidentes de gobierno, creando las condiciones de situaciones cercanas a una situación pre-revolucionaria (el Argentinazo, la Guerra del Agua en Bolivia, las incontables renuncias de presidentes en Ecuador, etc), los movimientos europeos y estadounidense en cambio se encargan de contener cualquier tipo de táctica anti-capitalista, alejarla de una situación que podría convertirse en pre-revolucionaria, y trabajan en completa calma y a través de la institucionalidad.

Creemos que precisamente esto es lo que los diferencia, no por términos tácticos (movilizaciones vs elecciones, por ejemplo), sino por razones políticas: los movimientos suramericanos tomaron la dirección del movimiento popular en confrontación frontal con la burguesía o fracciones de la burguesía de sus países, y en cierta medida se enfrentaron al imperialismo norteamericano. Esto los puso, como a todo reformismo, detrás de la burguesía, claro, pero solo de una manera indirecta. En cambio, los pseudo-reformismos europeos y estadounidense ya no simplemente culminan con la estabilización del capitalismo y la democracia, sino que son agentes propiamente de ella: representan a capas políticamente pequeño-burguesas y democráticas que en lugar de dirigir un plan de reformas transitorias movilizando al pueblo en oposición al Estado, se encargan simplemente de ganar la dirección del movimiento de masas como representantes de la democracia y la burguesía capitalista.

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