Por Diógenes Castillo
El acto de celebración del 19 de julio reflejó el aislamiento internacional de la dictadura orteguista. Solo hubo dos invitados de cierta importancia: Bruno Rodríguez y Jorge Arreaza, cancilleres de Cuba y Venezuela. Pero sus discursos fueron deplorables. Ambos denunciaron que la lucha contra el gobierno Ortega-Murillo era una conspiración del imperialismo norteamericano, repitiendo el mismo argumento falso que la lucha en los tranques y las barricas era parte del “golpe de Estado”. En pocas palabras, los que luchan por la democratización de Nicaragua son contrarrevolucionarios. Arreaza comparo la “paciencia estratégica” de Nicolás Maduro, con la paciencia demostrada por Daniel Ortega para contener la rebelión popular.
Pero quien se llevó el campeonato de la desfachatez fue el propio Daniel Ortega, quien pronunció el discurso más cínico que se conoce, llamando “terroristas” a quienes luchan con el pecho descubierto y se defienden a pedradas del accionar criminal de la policía y los paramilitares. Sin embargo, nos interesa destacar algunas partes de su discurso, por las enormes lecciones que encierra.
En su discurso Ortega mencionó que “(…) reunidos en la Casa de Los Pueblos (…) sacaron la estrategia y ahí decían, hay que cambiar ya, a partir del día 11, nos daban un plazo de dos días, al poder judicial, al Poder Electoral, a la Contraloría, a todos los poderes del estado, a la Asamblea Nacional, y hay que quitar al Presidente y adelantar las elecciones (…) ellos no esperaban consenso, simplemente aparecieron con un ultimátum, yo no quise hablarles con toda claridad, simplemente agarré la nota, la ojeé, me asombré (…)”
Ortega confesó que no quiso “hablar con claridad”, lo que en lenguaje político significaba, como lo dijimos en su momento, que estaba ganando tiempo. Recordemos que, durante el primer mes y medio de la lucha, desde la masacre del 19 de abril hasta la marcha nacional y posterior masacre del 30 de Mayo, las masas tenían herida de muerte y arrinconada a la dictadura. Fue una enorme oportunidad que se desperdició: ese era el momento de asestar el golpe final convocando al paro nacional indefinido que profundizara la acción de las masas a través de la insurrección general.
Ortega reconoce cínicamente que ocultó sus reales intenciones. La convocatoria a Dialogo Nacional con la mediación de la Iglesia Católica, creó la falsa ilusión en que se obtendría la renuncia o rendición de la pareja presidencial, lo que le dio un compás de espera necesario permitió al gobierno Ortega-Murillo para superar la crisis, reorganizar sus fuerzas para iniciar posteriormente una ofensiva militar con los paramilitares.
Ortega se sintió feliz al reconocer publicamente las maniobras que hizo, engañando a los ingenuos negociadores de la Alianza Cívica: “(…) Ellos pensaban que ya estábamos derrotados, simplemente porque teníamos paciencia, paciencia, paciencia. (…) Y nuestra paciencia, nuestra flexibilidad llegó al extremo que aceptamos acuartelar a la Policía, pero llegó un momento en que dijimos, somos pacientes, pero también somos responsables de la seguridad de este pueblo. (…) Y nos lo dijo incluso la embajadora de los Estados Unidos, que la Policía debía actuar (…) “Entonces, no porque lo dijera la embajadora de los Estados Unidos, sino porque sabemos que es una obligación del Estado nicaragüense velar por los ciudadanos, dijimos: Esto se acabó y tenemos que restablecer el orden en nuestro país (…)”
Las fechas del inicio de la ofensiva paramilitar para destruir los tranques y barricadas, matando a los luchadores, coincide con el fracaso de la reunión a mediados de junio, mencionada en el discurso por el propio Ortega. El hecho que Ortega haya mencionado las afirmaciones de Laura Dogu, en el sentido que solicitó el restablecimiento del orden, (las que no han sido desmentidas) como la visita del embajador Carlos Trujillo, nos hace sospechar que Ortega obtuvo al menos la neutralidad omisiva de Estados Unidos para iniciar su ofensiva militar con las masas en lucha.
La enseñanza es muy clara: Ortega siempre tenía una estrategia clara y coherente para detener la rebelión popular, engañando a la Alianza Cívica. La estrategia de la Alianza Cívica estaba basada en las ilusiones, no en las realidades, en vez de acelerar la dinámica de la insurrección popular, muchas veces la frenó, y eso ha tenido consecuencias fatales, que necesitamos revertir o superar. De esta manera, Ortega ha logrado superar el momento de debilidad.
El gobierno Ortega-Murillo no ha logrado recuperar las fuerzas sociales que tenía bajo su control antes del 19 de abril, pero los golpes asestados a la insurrección desarmada le permiten, por el momento, tener una posición más cómoda en relación a las inevitables negociaciones que se avecinan.
Debemos sacar las lecciones sobre las maniobras y engaños de la dictadura orteguista, para mejor combatirla y derrotarla.