Por Tyscho
Líneas interminables se han escrito sobre el héroe de la Batalla de Trinidad o el vencedor de Gualcho. El paladín centroamericano ha encontrado receptores de sus rudimentarias ideas de republicanismo, liberalismo y patriotismo centroamericano, a lo largo de los ya casi doscientos años de que naciera muerta a la vida la república que uniera bajo su efímera bandera las provincias que conformaran en el pasado el Reino de Guatemala en el centro del continente americano.
Estamos en las vísperas del bicentenario de la independencia 1821, conjura pactada por la oligarquía criolla y los burócratas españoles bajo la escarlata letra de la reacción, que reza en su primer artículo la declaración centroamericana: “Que siendo la independencia del Gobierno Español la voluntad general del pueblo de Guatemala, y sin perjuicio de lo que determine sobre ella el Congreso que debe formarse, el Sr. Jefe Político lo mande publicar para prevenir las consecuencias, que serían temibles en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo.” Esta es la primera divisa que los criollos centroamericanos le dieron al pueblo, con su cada vez más creciente temor a las masas; se unirán muy a pesar de su patriotismo de palabra, tempranamente al grito del Plan de Iguala y al emperador con pies de barro Agustín de Iturbide, para resguardar y conservar sus privilegios ante el pueblo llano, al que acaban de libertar en el papel, esperando condenarlo en los hechos.
El carácter de la independencia centroamericana
En las antiguas posesiones españolas en la pretoriana Capitanía General de Guatemala se logró hacer la transacción pacífica en apariencias del poder y la autoridad de la corona hacia la autoridad dual de los que hasta ese entonces eran sus representantes militares y administrativos –burócratas y agentes del rey–, junto con el aumento y afianzamiento del poder de las familias criollas que mantenían el monopolio del comercio con la metrópoli hacia la segunda década del siglo XIX. Esto a diferencia de otras latitudes, donde las conjuras, proclamas y revueltas de independencia desataron una cruenta guerra civil, entre realistas partidarios del orden colonial y los patriotas que luchaban por el establecimiento de repúblicas modernas, influenciados por la llegada tardía a las costas hispanoamericanas de las ideas ilustradas, emanadas de las revoluciones burguesas de finales del siglo XVIII, como lo fueron la de las 13 colonias inglesas y la gran revolución francesa.
En Centroamérica lo que debió haber sido una lucha a muerte entre el viejo y el nuevo régimen, terminó por ser un acuerdo reaccionario entre la élite de autoridades coloniales y sus pares las pudientes familias criollas de la época. Toda esta transición promovida por el miedo a una independencia violenta, con un fuerte sentido popular y un carácter protagónico de los sectores populares y desarraigados en el régimen colonial. El terror que en la oligarquía criolla producía la movilización popular encabezada por el cura Hidalgo en la Nueva España, fue suficiente para preparar una transición ordenada, donde el único perjudicado fuera el monarca a miles de kilómetros y no sus presentantes o los que hasta entonces hacían jugosos negocios con la metrópoli imperial, como lo eran los ricos criollos con sede en la Ciudad de Guatemala, capital del reino.
Se podría apuntar a manera de hipótesis, que es quizá en esta época donde empieza asentarse el carácter reaccionario y contra revolucionario de la casta criolla, como patricia y predecesora de la apátrida burguesía centroamericana. Antes que repetir la fórmula progresiva que encabezara el matuano Bolívar y el aristócrata San Martín, de aliarse con los sectores pobres y las masas populares coloniales, prefirieron en última pactar con los agentes del monarca y sacar a este último de la ecuación, tratando de echar adelante el proyecto de una república aristocrática alejada de la efervescencia y la movilización masiva del pueblo.
Divergencias criollas: El partido Gaz y el partido Caco
No se puede hablar para la época de partidos formales como se conocen hoy; éstos en todo caso son más parecidos a clubes económicos y sociales, donde se mezclan los intereses de casta, con los cada vez más fuertes intereses de clase y de capa social. Para 1821 ya hay dos grandes grupos de partidarios a los adentros de la casta criolla en Centroamérica, posterior a la anexión y separación del efímero Imperio Mexicano; estas dos posiciones económicas y posteriormente políticas se endurecen y se afianzan.
Por un lado, están los partidarios del Gaz, apodados despectivamente por sus oponentes como un club de borrachos, conspiradores que forman las filas más olorosas de la oligarquía comercial criolla cuyo centro es la pujante Ciudad de Guatemala, capital de Centroamérica. En sus filas se encuentran los Aycinena, los Córdova, los Batres, los Pavón, los Arzú y los Montúfar y Coronado. Todos integrantes de familias de mediana y larga data en Centroamérica, muchos hijos de mercaderes y negociantes españoles que después de una aburrida acumulación de riqueza, se trasplantan a la política local, por medio del Cabildo, máximo órgano criollo durante la colonia. Unos incluso son tan acaudalados que compran títulos nobiliarios, como es el caso del Marqués de Aycinena, único noble en Centroamérica desde la desaparición física del adelantado Pedro de Alvarado.
Por el otro se encuentra el partido Caco, apodado despectivamente por los círculos oligarcas chapines del Gaz, y que hasta nuestros días no quiere decir otra cosa que: Ladrón. A este crisol de personalidades pertenecen dos tendencias que se irán marcando en el trascurso de la guerra civil que está por estallar en Centroamérica, que en su tendencia moderada está formado por el primer presidente del Centroamérica, el prócer Manuel José Arce, el posterior Jefe del Estado de Guatemala Mariano Gálvez, el fundador del Editor Constitucional, uno de los primeros periódicos, el agitador Pedro Molina, el abogado e hijo de prócer Alejandro Marure, todos cercanos a las ideas del federalismo y la división de poderes en la república del pensamiento inglés de Thomas Paine y los padres fundadores de los Estados Unidos.
En la otra ala del partido Caco se encontrarán los llamados exaltados, fiebres o fiebres rojos, por su cercanía al pensamiento de los ilustrados europeos y de los jacobinos de la revolución francesa. Para ellos el liberalismo no podía vivir en contemplaciones con respecto al viejo régimen, era esencial acabar con las viejas trabas que éste ejercía sobre las vidas de los individuos, sus libertades políticas y comerciales. En esta última facción de los que después se conocerían como liberales está el padrino político de Morazán, el Jefe del Estado de Comayagua, Dionisio Herrera; en su biblioteca Morazán forjará sus saberes sobre la ilustración y la revolución francesa.
La lucha por la supremacía del poder
Todo lo anterior es una necesaria radiografía para entender, que no fueron diferencias personales de bando las que dieron por resultado la primera guerra civil centroamericana, sino intereses económicos, materiales y privilegios particulares los que llevaron a las facciones criollas a encender la llama que ellos mismos habían buscado apagar con la independencia pactada con las autoridades coloniales.
Se puede entonces, a la altura de estas líneas, entender algunos pormenores materiales de la lucha. Al pactar la convivencia entre viejo y nuevo régimen, la oligarquía comercial criolla con su centro en Guatemala, solo buscaba conservar sus privilegios ante el pueblo y por qué no, ante los productores, finqueros y hacendados de Centroamérica. Por ello el mote de conservadores, serviles e imperialistas que les dieron después del hundimiento del Plan de Iguala. Estos últimos eran los que más sufrían el monopolio comercial de las familias criollas chapinas, los que vieron en el abrazo a las ideas del liberalismo radical, de carácter más plebeyo, la forma de combatir los privilegios hereditarios y de nobleza que algunos serviles perpetuaban para ellos.
Se puede incluso empezar a describir cuáles serán los ejes del llamado bando centralista que terminará por ganar para su causa al liberal caco Manuel José Arce, que no es otra cosa que promover la supremacía de la Ciudad de Guatemala como centro de las decisiones políticas y económicas de toda la Unión Centroamericana. Aquí yace otra de las contradicciones con el que se llamará partido exaltado o fiebre, pues muchos de ellos no solo son productores de materias primas en las provincias periféricas de Centroamérica, como El Salvador –centro del liberalismo–, sino Honduras, Nicaragua y la distante Costa Rica, también son los medianos dueños de talleres textiles y comerciantes que deben sufrir el monopolio que las familias conservadoras ejercen sobre los puertos y los aranceles, incluso promoviendo la bancarrota del productor nacional favoreciendo al productor inglés.
Son todos ellos los promotores y la base social con la que cuenta el proyecto federal de Centroamérica, que triunfa en la primera Asamblea Constituyente, pues apoyados por el descrédito que ganaron los serviles al ser el partido que apoyó la anexión al imperialismo mexicano, son los liberales en sus dos alas, los que logran imponer la primera constitución centroamericana, con un marcado carácter de descentralización, liberalización de la economía y de la política, alejando a las familias de los cargos hereditarios y las trabas arancelarias que les favorecían.