Por Juan P. Castel

Al imperialismo norteamericano, en su visión global para aplastar la revolución centroamericana en curso desde la insurrección popular en Nicaragua en 1979 que derrocaría al Somocismo y destruiría en los hechos el aparato estatal de dominación burguesa, le parecían débiles las políticas de seguridad nacional que las dictaduras de El Salvador y Guatemala implementaban para contener el avance de las guerrillas del Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) y los diferentes frentes guerrilleros de las Fuerzas Armadas Rebeldes de Guatemala (FAR), Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), Organización del Pueblo en Armas (ORPA) y las fuerzas armadas del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), que más tarde se agruparían –solo en el papel– en la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG).

Es así como el caporal de turno de los intereses imperialistas en su histórico patio trasero en llamas –los ejércitos nacionales–, que se ve amenazado por la propagación del fuego de la rebelión popular desde la Nicaragua alzada hacia los centros más longevos del poder semicolonial, como siempre lo han sido El Salvador y Guatemala; las masas y la nación Centroamericana entera acudiendo a la psiquis colectiva imborrables por la avasallamiento o el aplastamiento histórico de la voluntad popular, era un hervidero a punto de estallar y los planes para diluir, disgregar y aniquilar a las fuerzas revolucionarias, así como a los dirigentes de la naciente socialdemocracia, se combinaban con pequeñas concesiones materiales a las hambrientas masas indígenas, así como una apertura democrática cautiva a las clases medias urbanas y a la pequeña burguesía pauperizada por décadas de guerra civil; plan organizado para poder después dirigir el descontento de las continuas dictaduras militares hacia la reaccionaria democracia promovida por el sector del ejército menos adicto a la guerra irrestricta contra la subversión y más cercana a las posteriores negociaciones de paz (Contadora, Esquipulas I y II).

El orbe en llamas

Como sostuvo el genial mariscal prusiano Carl von Clausewitz: «La guerra es la continuación de la política por otros medios», también sucede que la política es la continuación de la guerra por otros medios. Este era básicamente el plan de los aparatos imperialistas de control, a finales de la década de 1970, un periodo marcado por una crisis petrolera seguida por una crisis financiera mundial que no se saldaría hasta mediados de los 80s; un Estado Unidos que se ha entregado desde finales de la segunda guerra mundial, con sus recursos a erigirse como el policía del mundo, propagando guerras por aquí y por allá, financiado movimientos derechistas o abiertamente facciosos, y en donde no ha podido colocar la balanza a su favor desde la lejanía, ha debido gastar recursos en la intervención directa de sus fuerzas, que se mantienen en constante crecimiento ante una pesadilla sobredimensionada, como lo era un virtual ataque de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Continuar la guerra contra la subversión bajo nuevas modalidades de lucha, no solo le aseguraría a EU mantener la vigilancia global sobre todo movimiento anticolonial, independentista, nacionalista, democrático, socialistas, comunista o abiertamente antisitémicos, sino cargar sobre los débiles ejércitos nacionales la mayoría de las tareas. Esta es la política caracterizada por la administración republicana de la revolución conservadora de Ronald Reagan, que al salir del desastre militar que conllevó la gloriosa victoria del pueblo del Vietnam y la crisis petrolera que tuvo como réquiem la revolución teocrática iraní. Que la guerra la luchen otros, que los muertos los pongan otros, será la dinámica que marcara este periodo.

Aniquilar a la izquierda para ir a elecciones con el centro

"Los conflictos se resuelven por consenso o por violencia”. Carl von Clausewitz

Bajo las condiciones de la geopolítica mundial del momento fue como los oficiales de media del ejército de Guatemala, dirigidos por el advenedizo y aprendiz de pastor José Efraín Ríos Montt, propinaron el golpe el 23 de marzo de 1983, que depondría al perro rabioso caído en desgracia Fernando Romeo Lucas-García. Después se sabría gracias a los cables diplomáticos desclasificados o filtrados por wikileaks que Ríos Montt no pensaba por si solo y que sería azuzado por los agregados militares de EU para deponer por la fuerza al que hasta ese momento servía a los intereses norteamericanos, pero que no había contado con la fiereza que necesitaba el contrainsurgente Plan Nacional de Seguridad y Desarrollo (PNSD) dibujado en los pasillos del pentágono para poder destruir a la dirigencia guerrillera, sindical, campesina y popular, acribillar a la base social del movimiento popular en el campo y la ciudad; posteriormente implementar zonas bajo control directo del ejército o de su brazo armado irregular, las patrullas de autodefensa civil, con las que compartirían durante el efímero gobierno del pastor Ríos Montt la autoría y ejecución de las decenas de masacres en el campo. En la ciudad también se destruiría a toda persona que mostrara propensión a los movimientos democráticos, socialdemócratas, guerrilleritas, socialistas o comunistas, todo esto enmarcado en los planes operacionales: Victoria 82 u Operación Ceniza, Sofía 82 y Firmeza 83.

El pastor ejecutó tan bien la directiva imperialista de destruir a los elementos subversivos, radicales y democráticos dentro de la dirigencia popular, tanto en las montañas como en la ciudad, que el movimiento seriamente diezmado en su dirigencia político-militar siguió profundizándose siendo finales de 1982 e inicios de 1983 el periodo con mas movilización popular en Guatemala desde la asonada cívica de marzo abril de 1962. Los agregados militares de la Embajada de los Estados Unidos estaban inquietos ante el virtual derrocamiento del dictador a manos de la rabia popular, es entonces cuando se empieza a promover a los sectores medios del ejército que son más cercanos a una salida negociada de la guerra civil.

Es cuando hace su aparición el que hasta entonces era el Ministro de Defensa del dictador Ríos Montt, el general Óscar Humberto Mejía Víctores que le derrocara un 8 de agosto de 1983 e iniciará la carrera por arrebatar a las masas de victoria de la apertura democrática, reaccionando así al descontento popular generado por la continuación de la violencia autoritaria como método de control gubernamental en Guatemala desde la contrarrevolución de 1954.

Reacción democrática Burguesa

El diccionario dice sobre el Reaccionario: “Que es partidario de mantener los valores políticos, sociales y morales tradicionales y se opone a reformas o cambios que representan progreso en la sociedad”. Es así como asistimos a la mal llamada apertura democrática, que no es otra cosa que la oxigenación por medio de las libertades dadas por una democracia cautiva por la bota militar que había aplastado al pueblo durante la continuada guerra civil en Guatemala. Reaccionan con las ilusiones democráticas de las masas cansadas de ser sojuzgadas, oprimidas y asesinadas por los militares, siendo prácticamente usadas como cómplices en el plan global de pacificación que el imperialismo promueve para dejar sin apoyo a la revolución sandinista triunfante en Nicaragua. 

Vemos aquí el juego clásico de cambiar todo de forma, para que en el fondo no cambie nada. El pacto oligárquico-militar que le entregó a los generales la tarea de la seguridad interna y el asesinato sistemático de los elementos más activos de la revolución guatemalteca, pequeño episodio de la revolución nacional centroamericana, mientras los grandes consorcios de la burguesía nativa, así como las trasnacionales se apuntaban jugosos negocios que se abrirían con la pacificación de las zonas que eran bastiones de las guerrillas.

Asistimos pues a la confabulación de los sectores militares agotados por una guerra en punto muerto, en que la guerrilla no puede ya tomarse el poder, pero tampoco puede ser destruida. Y las masas en general se nutren de una efervescencia que atemoriza a la oligarquía, pero que no puede cuestionar el aparato estatal de dominación burguesa, porque carece ya de líderes consecuentes con la revolución, cosa similar pasa en El Salvador, donde el ejército se dedica ya, solamente ha acabar con los elementos revolucionarios del FMLN, dejando a sus contrapartes oportunistas propensas a la pacificación y a la posterior integración del aparato contrainsurgente claramente delineado en las constituciones de 1983 (El Salvador) 1984 (Guatemala).

Réquiem para la revolución que nunca fue

El domingo 1 de julio de 1984 fueron electos los 88 miembros de la Asamblea Nacional Constituyente de Guatemala, llamada a conformación por el golpismo en el poder, junto a las elecciones general de 1985 que se regirían por la Decreto Ley No. 24-82 Estatuto Fundamental del Gobierno del depuesto dictador Ríos Montt. Es así como nace una democracia muerta con su carta magna de carácter contrainsurgente, donde el pluralismo político ha sido mancillado y aniquilado hasta la raíz, dejando en la contienda a los partidos de la extrema derecha (Movimiento de Liberación Nacional) y de la centro derecha (Unidad del Cambio Nacional y Democracia Cristiana de Guatemala); la socialdemocracia no asiste a las elecciones porque ha sido disgregada a fuerza de persecución y asesinato, representada en partidos como la Unidad Revolucionaria Democrática (URD) y el Frente Unido Revolucionario Democrático (FURD).

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