Por Olmedo Beluche
(Extracto del libro La verdadera historia de la separación de 1903)
Amador Guerrero llega a Panamá el 27 de octubre. Esa misma noche se organiza una cena en casa de Federico Boyd. Como bien hace notar el análisis de Díaz Espino, “El había ido a Nueva York para obtener dinero y apoyo militar norteamericano, pero volvía sin nada”[1]. Así que la reunión fue un poco tensa. Al parecer, tuvo que alegar que Bunau Varilla era un agente secreto y que sus promesas se respaldaban en reuniones con Hay y Roosevelt.
Según la versión de Díaz Espino, Arango tuvo que imponerse para que se continuara el plan previsto. Allí se rechazó la bandera propuesta por Bunau Varilla, y se resolvió que María Ossa hiciera otra. J. G. Duque puso a disposición del movimiento los 287 voluntarios del cuerpo de bomberos, y se tomaron otras providencias. Otra parte del debate giró en torno a la fecha del alzamiento, pues aquí se había sugerido el 28 de Noviembre, para que coincidiera con la fecha de la Independencia de España. Amador tuvo que insistir para forzar su adelanto al 3 ó 4 de Noviembre, según lo acordado con el francés.
El siguiente paso fue asegurar el soborno de la tropa y su máximo oficial, el general Esteban Huertas, el cual fue muy esquivo hasta el final, pero fue el que decidió la suerte de la conspiración, cuando se detuvo a los oficiales colombianos encabezado por Tobar la tarde del 3 de Noviembre. En sus Memorias, Huertas fecha su encuentro con Amador Guerrero el 1 de Noviembre, y lo describe en los siguientes términos:
“Como a las nueve de la mañana del 1 de Noviembre (nos dice hablando siempre en tercera persona) encontrándose el general Huertas en su Cuartel, se presentó allí el señor Pastor Jiménez, manifestándole que iba de parte del Dr. Manuel Amador Guerrero para decirle que deseaba tener una conferencia con él en el Gran Hotel Central, donde en efecto lo esperaba. Huertas acudió y al entrar, encontró al Dr. Amador sentado en el zaguán del hotel, y éste, al verlo, púsose de pie, tembloroso, y poniéndole la mano sobre el hombro, le insinuó que subiera las escaleras. Llegados al primer piso, penetraron a una pieza, e instalados en ella, el Dr. Amador le dijo que tenía que comunicarle una cosa interesante; pero parecía indeciso, pues temblaba y palidecía, produciendo varios sonidos guturales incomprensibles, por cuanto la voz se ahogaba. Por fin, haciendo un esfuerzo, pudo expresarse con claridad y le dijo: “Dígame General, sin vacilación de ninguna especie, si se tratara de proponerle un crimen, me guardaría usted el secreto?” Huertas hizo un ademán de asentimiento y Amador continuó: “se trata de la Independencia del Istmo, todos están de acuerdo, los Arosemena, los Boyd, los Arias, y hasta los extranjeros están dispuestos a ayudarme. Sólo, pues, esperamos su decisión, sin la cual la independencia es imposible”. A la vez, el Dr. Amador se deshizo en ofertas que se traducían en tesoros…”[2].
Puede especularse que las palabras de Huertas estén cargadas de resentimiento, ya que un año después el gobierno de Amador lo destituiría de su cargo al frente del ejército panameño y disolvería esta institución, obedeciendo a criterios norteamericanos. Pero la lógica indica que el diálogo tuvo que tener ribetes semejantes, lo cual está corroborado por otros testimonios.
Según Huertas, él respondió indignado, pero pidió tiempo para pensarlo. Como bien razona Lemaitre, si Huertas no estuviera ya picado por “las ofertas que se traducían en tesoros”, y fuera tan honesto como quiere aparentar en sus Memorias, debió arrestar inmediatamente a quien le propuso cometer “un crimen”. En lugar de ello, pidió tiempo para pensarlo. Respuesta que repitió el 2 de Noviembre, cuando Carlos Zachrison volvió a hacerle la oferta de parte de Amador.
Amador repitiría su oferta por tercera vez diciendo: “No vacile general… mire que habrá disfraces y muchas diversiones, y podremos llevar a efecto nuestros deseos…”. Respondiendo Huertas: “Tenemos mucho tiempo para pensar todavía…”. Según el testimonio de un soldado de Huertas, en la mañana del 3 de Noviembre se produjo la última conversación entre Amador y Huertas sobre el tema, en el siguiente tenor: “Si usted quiere ayudarnos, alcanzaremos la inmortalidad en la historia de la nueva república. Un barco norteamericano ha llegado y otros se encuentran en camino, -añadió Amador-. Usted y su batallón no pueden hacer nada contra la fuerza superior de los cruceros, que tienen sus órdenes. Elija aquí, gloria y riqueza; en Bogotá, miseria e ingratitud”. Se dice que Huertas permaneció “impasible” por un momento, luego extendió su mano –Acepto”[3].
En sus Memorias, Huertas intenta cubrir su decisión, aseverando que no aceptó el soborno, aduciendo que se decidió cuando interpretó los actos del general Tobar, la tarde del 3 de Noviembre, como un intento de arresto y asesinato:
“No sólo se trata de mi defensa personal, sino también de las de ustedes. Hoy los generales en la segunda visita que me hicieron me manifestaron sus deseos de mudarse para la pieza que yo ocupo en el cuartel y creo que se trata de asesinarme. ¿Están ustedes dispuestos a seguirme y a cumplir mis órdenes, a pesar de todos los sacrificios que haya que hacer? Me contestaron: “que sí”. Sin embargo, para estar seguro les ordené: El que de ustedes no quiera acompañarme o no esté de acuerdo, que se ponga de pies. Todos permanecieron sentados dentro del más profundo silencio. Váyanse entonces a almorzar –les dije- porque ya es tarde, pero eso sí, regresen pronto porque pueden presentarse serios acontecimientos. Les pido la mayor reserva y no conversen nada de esto, ni con sus familias”[4].
Para tener una idea precisa de los sucesos en Panamá, es recomendable leer La jornada del día 3 de Noviembre de 1903 y sus antecedentes[5], del panameño Ismael Ortega. La obra es una apología del acontecimiento, pero la narración minuciosa permite ver algunos detalles que suelen pasarse por alto. No vamos a reproducir en detalle los acontecimientos, muchos de ellos bien conocidos, sino que nos centraremos en algunos aspectos interesantes que retratan la falta de “unanimidad” panameña en la secesión, y el papel decisivo de las tropas norteamericanas, sin el cual la acción de los conspiradores panameños no se habría llevado a cabo.
Amador escribe a Bunau Varilla, el 29 de octubre, al enterarse de que se aproximaba a Colón un barco con tropas colombianas de refuerzo: “Fate news bad powerfull tiger urge vapor Colón”. Este le responde en clave que en dos días llegaría el buque de guerra (“Pizaldo Panamá: Allright will reach ton and half obscure”). A Colón llegaron el Nashville primero, y el Dixie después, para asegurar la separación.
Pese a las seguridades que les enviaba Bunau Varilla, la mañana del 3 de Noviembre, al saberse el arribo del buque Cartagena, al mando de los generales Juan B. Tobar (Ortega escribe “Tovar”) y Ramón Amaya, los conspiradores cayeron en pánico y estaban virtualmente paralizados. Dicen que Tomás Arias lanzó a la cara de Amador esta histórica expresión: “Tú eres un viejo, Arango es un viejo, y a ustedes no les importa si los ahorcan. Yo no quiero ser ahorcado”[6].
Diversas versiones aseguran que Amador, después de deambular abatido por las calles de Panamá, y habiendo constatado que los conspiradores se amedrentaban, volvió a su casa, donde fue su esposa, María Ossa, la que le infundió valor para seguir adelante. Pero lo más probable es que contribuyera a infundirle ánimo no sólo las palabras de su aguerrida y joven esposa, sino la confirmación del arribo de un crucero norteamericano a Colón, y la maniobra de los gerentes de la Compañía del Ferrocarril, dirigidos por el coronel J. R. Shaler, de hacer pasar a la ciudad de Panamá, a los generales colombianos pero sin sus tropas, alegando que no disponían en el momento de vagones para su transporte.
El error decisivo de los generales colombianos estuvo en aceptar la propuesta de Shaler. “No hubo nada que no demostrara la mayor cordialidad y no me diera la seguridad más completa de que la paz reinaba en todo el departamento”[7]. Aunque, al parecer el general Amaya intuía algo anormal, y pidió a Tobar permanecer en Colón con sus tropas, a lo cual éste se negó: “No, ud. no debe dejarme completamente solo”.[8] A regañadientes éste ocupó su lugar en el tren.
Otro elemento interesante es la actitud ambivalente de José de Obaldía, nombrado gobernador de Panamá en agosto. Lemaitre dice que era separatista desde el inicio, pero en la narración de Ortega aparece en la mañana del 3 de Noviembre diciéndole a los conspiradores que cometían una locura, y luego es apresado a la brava, aunque se le envió a casa de su amigo Amador Guerrero.
“Inmediatamente se regresó el General de Obarrio dirigiéndose, entonces, a la Gobernación del Departemento, y al ver al Gobernador, señor de Obaldía, le dijo, estando presente don Nicolás Victoria J.: “Lo he venido acompañando como Prefecto mientras no se trataba de la independencia de Panamá, pero desde este momento no lo soy más porque el golpe se dará esta tarde”; a lo que el señor Obaldía contestó: “Déjate de esas cosas Obarrito. Esas son tontería de Uds., qué independencia hijo, ni qué independencia! Lo que va a pasar es que van a meterse en una aventura sin solución posible”. [9]
No tenemos por qué dudar de la existencia de este diálogo, pues proviene de un historiador apologista de la separación como Ismael Ortega. Con lo que queda demostrado que, lejos de un movimiento “nacional”, “unánimente” respaldado por los panameños, se trataba de una conspiración de la que gente conspicua como Obarrio y Obaldía no participa de lleno, incluso no están de acuerdo, como se desprende de las palabras del gobernador.
Sigue la narración de Ortega: “Al bajar del palacio de la Gobernación el General de Obarrio, encontró al General Leonidas Pretelt a quien comunicó lo que iba a suceder. Al recibir el General Pretelt la noticia quedó sorprendido, y hasta calificó de locura lo que se le decía, pues, cualquiera que no hubiera estado en el secreto de la revolución no podía aceptar la posibilidad de la independencia”[10].
Resaltemos la última frase, la cual confirma que estamos ante una conspiración de una élite minoritaria y no ante un movimiento genuinamente nacional, como falsamente pinta la historia oficial panameña. El general Pretelt sería arrestado más tarde por orden de Ricardo Arias. Agreguemos que Panamá estaba plagada de “generales” y de muy pocas tropas. El arresto del gobernador Obaldía ocurrió cuando se dirigía al cuartel a conferenciar con el recién llegado general Tobar.
“Al verlo el Croronel Antonio Alberto Valdés, revólver en mano detuvo el carruaje; y le preguntó: “A dónde va Ud., señor Obaldía?”, contestando el Gobernador del departamento: “Al cuartel”. Entonces el Coronel Valdés, sin guardar el arma, intimó arresto al último representante del Gobierno colombiano en el Istmo de Panamá, y ordenó al áuriga que regresara.
“En viaje hacia el Cuartel Central de Policía un oficial colombiano (?) iba corriendo en dirección contraria, y al reconocer al señor Obaldía, le dijo a gritos: “Revolución, señor Gobernador”, a lo que replicó el Coronel Valdés, siempre revólver en mano: “también Ud. viene preso”, y lo apresó en efecto.
“Al llegar a la callejuela que conduce de la Avenida Central a la Plazuela de Arango una gran muchedumbre detuvo el carruaje rodeando al ilustre prisionero, por lo que el ex Gobernador de Obaldía se vio obligado a bajar en ese sitio. Se discutía en el grupo si se le llevaría prisionero al Cuartel de Policía, o se le daría por cárcel una casa particular, triunfando los que querían lo último; y así, bajo la responsabilidad de don José Agustín Arango, fue conducido a la casa del doctor Manuel Amador Guerrero, jefe supremo de la revolución y gran amigo suyo…” [11]
A nuestro juicio, esta narración confirma que Obaldía no participaba en ese momento de la conspiración y no la avalaba. Pero algunos historiadores aseveran que por la intimidad entre Obaldía y Amador, lo que en realidad había sucedido era una trama para que, en caso de fracasar el movimiento Obaldía pudiése actuar como máxima autoridad y ser magnánimo con su amigo.
De paso hacemos notar que en la versión de Ortega, cada vez que una persona o grupo de ellas, aparece oponiéndose al movimiento separatista la llama “colombiano”. La intención maniquea de este adjetivo es presentar al movimiento como acuerpado por todos los panameños, y opuesto por todos los colombianos. Sin embargo, eran prominentes colombianos los que estaban al frente del movimiento, como el propio cartagenero Manuel A. Guerrero y, como ya se ha visto, ni estaban informados, ni participaban todos los istmeños.
Pese a los sobornos, y estar detenidos ya los generales colombianos, a las seis de la tarde del 3 de Noviembre, aún había dudas en parte de las tropas, pues el vapor Bogotá se había sublevado, amenazando con bombardear la ciudad, “si no se restablece el Gobierno Departamental”. Mientras que el general Rubén Varón, uno de los primeros sobornados, no se decidía a atacarlo con el vapor Padilla bajo su mando.
Ortega consigna que Huertas, a través de Juan Brin “una vez terminadas sus labores en las oficinas de la Pacific Steam Navigation Company”, empresa norteamericana obviamente, envió a Varón un ultimátum para que cumpliera su parte[12]. El Bogotá sólo hizo un tiro de cañón, haciendo blanco en las inmediaciones del mercado, donde mató a un emigrante chino, única víctima mortal de la separación. Finalmente, su capitán lo retiró de la bahía sin mayor resistencia.
Ortega también refiere que, para pagar a las tropas y sumarlas al movimiento Amador ordenó al señor Andreve que pidiera a Enrique Lewis, administrador de hacienda del Departamento, los fondos que estaban a su disposición. Entregándose primero 2,000 pesos, y posteriormente otros 1,000, que fueron repartidos a razón de 5 pesos por soldado, 10 pesos las clases y 20 pesos los oficiales[13]
Miles P. Duval asegura que el general Rubén Varón recibió 35,000 pesos en plata, Huertas otros 30,000 pesos, y los oficiales menores de 6,000 a 10,000 cada uno. El 4 de Noviembre:“La multitud honró al General Huertas llevándolo en una gran silla; mientras a su lado caminaba el Cónsul Erhman, con la bandera de Estados Unidos, y en el otro lado estaba Amador, con la bandera de la nueva República”[14].
En ese acto, se atribuyen a Amador las siguientes palabras, seguidas de las exclamaciones de Huertas: “El mundo está asombrado de nuestro heroísmo. Ayer éramos los esclavos de Colombia, hoy somos libres… el Presidente Roosevelt ha cumplido su promesa… ¡Viva el Presidente Roosevelt! ¡Viva el Gobierno norteamericano!” “Tenemos el dinero. Somos libres”, exclamó Huertas[15].
Pero la “batalla” decisiva se libró en Colón, donde las tropas colombianas recién llegadas quedaron al mando del coronel Eliseo Torres. En un principio, este oficial y sus tropas ocuparon la ciudad exigiendo a la Compañía del Ferrocarril transporte para la ciudad de Panamá para liberar a sus generales presos y sofocar la sublevación. A lo cual la Compañía se negó. Torres movió sus fuerzas para tomar la terminal y los trenes, pero intervinieron las tropas norteamericanas que se atrincheraon en la estación del ferrocarril.
Todo el día 4 y parte del 5 de Noviembre se sucedieron escaramuzas, sin pegar un sólo tiro, entre las topas al mando de Eliseo Torres y las norteamericanas del Nashville, a cargo del comandante Hubbard. Este había recibido las siguientes órdenes impartidas por el Departamento de Estado el 2 de Noviembre:
“Mantenga el tránsito libre e ininterrumpido. Si la fuerza armada amenaza, ocupe la línea del ferrocarril. Evite el desembarco de cualquier fuerza armada con intentos hostiles, sea del gobierno o insurgente, sea en Colón, Porto Bello, u otro punto. Envíe copia de instrucciones al oficial mayor presente en Panamá al arribo del Boston. He enviado copia de instrucciones y telegrafiado al Dixie seguir adelante con todos los despachos posibles desde Kingston a Colón. Se anuncian fuerzas del Gobierno que se acercan al Istmo por mar. Eviten su desembarco si a su juicio esto pueda precipitar un conflicto”[16]
Este telegrama, que Duval toma de documentos oficiales del gobierno norteamericano (Foreign Relations, 1903) es la prueba palpable de la intervención norteamericana en Noviembre de 1903, y un mentís a quienes pretenden presentar esta intervención como “aséptica”, neutral y casual.
Duval narra cómo, en la mañana del 4 de Noviembre, cuando Eliseo Torres se entera de los acontecimientos en Panamá la noche anterior, y del arresto de sus jefes, envía un mensaje al cónsul norteamericano en Colón, Oscar Malmros, amenazándole con pasar por las armas a todos los ciudadanos norteamericanos presentes en esa ciudad si no se liberaba a sus generales. El cónsul notificó a Hubbard, bajando sus tropas a la estación del ferrocarril, atrincherando a todos los varones en uno de sus edificios, y poniendo las mujeres y niños norteamericanos en dos barcos fondeados en el puerto de Cristóbal.
“El Comandante Hubbard partió con el Nashville y patrulló frente al área crítica, listo para usar los cañones del barco. El cañonero colombiano Cartagena se había ido antes de la amenaza de Torres, y por esta razón no resultó ningún obstáculo… los colombianos trataron de provocar un ataque…, pero, por suerte éstas permanecieron tranquilas; ninguno de los dos lados disparó…”[17].
El 5 de Noviembre en la mañana hubo conversaciones entre el alcalde de Colón, Porfirio Meléndez y Eliseo Torres. A Torres se le hizo una advertencia y una propuesta. La advertencia fue que se dirigían hacia Colón miles de soldados estadounidenses, elemento que sintió corroborado cuando se reportó la llegada del Dixie en el horizonte. La propuesta consistió en un ofrecimiento de 8,000 (dólares según Ortega[18], pesos según Duval[19]) para racionar sus tropas y retirarse pacíficamente de Colón. Soborno que fue aceptado por Torres y fue “sacada de la caja de la Panama Rail Road Company”, y entregada por José E. Lefevre, asistente de cajero de esa empresa. En ausencia del Cartagena, que había zarpado el día anterior, Torres aceptó embarcar sus tropas en el buque civil Orinoco, propiedad de la empresa Royal Mail, que salía esa noche para Cartagena.
Pueden haber influido en esta actitud de Eliseo Torres una combinación de factores: precedente de los incidentes de 1885, cuando Pedro Prestán tuvo el valor de enfrentar a los norteamericanos y terminó ahorcado; la ausencia de sus generales y la falta de claridad en sus órdenes por parte del gobierno colombiano, que fue completamente sorprendido; la venalidad de militares y funcionarios, tanto panameños como colombianos, mal que todavía heredamos.
Lo más interesante del retiro de las tropas colombianas es un incidente narrado casi por casualidad por Ismael Ortega: “En esos momentos llegaron algunos colombianos vecinos de la ciudad (?!) y trataron al Coronel Torres, y a su gente, de traidores y vendidos, insulto éste que indignó al Coronel Torres de tal manera que –junto a algunos soldados- salió del muelle, pero entonces intervino el general Orondaste L. Martínez, y en presencia de varias personas –entre ellas el General Pompilio Gutiérrez- explicó, en alta voz, que el dinero recibido por Torres había servido para racionar al batallón, y no para comprar su complicidad; y todo quedó arreglado”[20] .
Aquí el hecho significativo es la indignación de los “vecinos de Colón” que, Ortega llama “colombianos”, que imprecan a Torres por retirarse sin enfrentar a los norteamericanos y encima recibir un soborno. La única interpretación racional que admite el hecho es un sentimiento de repudio a la intervención norteamericana y lo que estaba pasando con la supuesta “independencia”. Repudio por parte de panameños, pues eran residentes de la ciudad. Cae, otra vez, el mito de la unanimidad en torno al movimiento de los istmeños.
Chiriquí fue una de las últimas regiones en adherirse. El coronel Alvarado fue enviado para sumar la provincia, pero allá encontró la oposición del capitán Guardado, jefe de la tropa, y del gobernador Ramón de la Lastra, el cual fue finalmente destituido. Alvarado, intentando influir en el gobernador habla con su hermano, José María, pero éste creía que se trataba de una maniobra de los liberales. Alvarado le respondió: “Don Pepe, Ud. está equivocado. No es esta obra de los liberales, pues, precisamente, son los conservadores los que están a la cabeza de este movimiento. Ahí están don José A. Arango, Amador, Nini Obarrio, Espinoza, Tomás Arias”. A lo que el viejo le replicó: “El equivocado es Ud. que es muy joven, y lo han engañado”[21].
Hubo dudas sobre cómo responderían las tropas en Penonomé, al mando de Tascón, que habían sido sacadas de la ciudad por una falsa invasión liberal, para facilitar la ocupación norteamericana. Pero Tascón era amigo de Huertas. En Chitré, el general Correa procedente de Pesé con 75 policías, arrestó al Sr. Burgos, enviado por los separatistas, hasta que el pueblo se “convenció” y lo dejó libre.
Los historiadores Celestino Araúz y Patricia Pizzurno constatan que hubo también resistencia a aceptar la separación entre la población kuna, cuyo territorio quedaría partido: “… el Saila principal de San Blas se trasladó especialmente a Bogotá al enterarse de la separación y le manifestó al vicepresidente Marroquín que el archipiélago se mantenía unido a Colombia…”[22].
Estos mismos historiadores citan a Oscar Terán que, basado en datos demográficos afirmaba que “sólo tres décimos de la población de 381.000 habitantes se habían sumado al movimiento separatista hasta el 6 de noviembre y únicamente seis décimos hasta el último día de dicho mes”[23]
Ortega menciona un foco de resistencia en Darién, “habían por allí colombianos con intenciones agresivas”, y la detención del comandante Domitilo Cabeza y otros que fueron conducidos a Panamá. En Bocas del Toro nadie, salvo el Dr. Rafael Neira, sabía de la trama, “lo que produjo una verdadera sorpresa en todos los bocatoreños, y residentes en esa provincia”[24].
En Colón, luego de retiradas las tropas de Torres, en la mañana del 6 de Noviembre, los separatistas, suponemos que henchidos de “patriotismo”, nombraron abanderado al Coronel norteamericano Shaler, quien cedió el honor de izar la bandera panameña al mayor William Murray Black, gringo también, entre gritos de “Viva la República de Panamá!” “Vivan los Estados Unidos de América!”[25].
Un siglo después no se puede dejar de sentir verguenza al leer esto. Pero quien vivió la invasión del 20 de diciembre de 1989, puede recordar el descaro con que muchos se echaban a los pies del ejército de ocupación.
Notas:
[1] Ibdidem, pág. 83.
[2] Lemaitre, E. Op. Cit. Págs. 522 – 523.
[3] McCullough, David. Op. Cit. Pág. 401.
[4] Huertas, E.. “Vencer o Morir”. Revista Lotería No. 363. Panamá, noviembre – Diciembre 1986. Págs. 27 y 28.
[5] Ortega, Ismael. La jornada del 3 de Noviembre de 1903 y sus antecedentes. Imprenta Nacional. Panamá, 1931.
[6] Duval. Op. Cit. Pág. 380.
[7] McCullough, David. Op. cit. Pág. 402.
[8] Ortega. Op. Cit.. Pág. 74.
[9] Ibidem, pág. 109.
[10] Loc. Cit.
[11] Ibid., págs. 137 – 138.
[12] Ibid., págs. 151 –152.
[13] Ibid., pág. 187.
[14] Duval, M.P. Op. Cit. Pág. 397.
[15] McCullough, David. Op. cit. Pág. 407.
[16] Duval. Op. Cit. pág. 393.
[17] Ibid., pág. 400.
[18] Ortega. Op. Cit. Pág. 226.
[19] Duval, Op. Cit. Pág. 401.
[20] Ortega. Op. Cit. Pág. 229.
[21] Ibidem. Págs. 248 – 249.
[22] Pizzurno, P. y Araúz, C. Estudios sobre el Panamá republicano (1903 – 1989). Manfer, S.A. 1996. Pág. 13.
[23] Ibidem. Pág. 14.
[24] Ortega. Op. Cit., pág. 232.
[25] Ibidem. Págs. 238 – 239.