Por Horacio Villegas
El movimiento antorchero, que surgió hace ya cuatro años, y que agrupó a un considerable número de jóvenes, respondió a una agenda anticorrupción que denunciaba el saqueo de instituciones como el Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS) y la creación de un organismo encargado de hacer las investigaciones y denuncias pertinentes sobre los casos emblemáticos de corrupción. Este organismo estaría precedido por la ayuda internacional, especialmente la OEA, y llevaría las siglas de CICIH (Comisión Internacional Contra la Impunidad en Honduras); pero los hechos llevaron este proyecto por otro cauce: el gobierno maniobró y trastocó la propuesta inicial, creando de esta forma la MACCIH (Misión de Apoyo Contra la Corrupción y la Impunidad en Honduras).
La denominada MACCIH, al mando del peruano Juan Jiménez Mayor, intentó sacar a la luz pública todas las implicaciones en actos de corrupción de varios funcionarios ―entre ellos una mayoría de diputados―, dejando claro un matiz inflexible que le costó su pronta destitución de dicho organismo. La última acusación que dio el golpe de gracia a la MACCIH fue la que revelaba el vínculo directo del presidente del Congreso Nacional Mauricio Oliva, en el drenaje de fondos públicos a través de ONGS.
Mientras tanto, en todo el recorrido de esta misión de apoyo, los nacionalistas fingían tener un falso patriotismo, que denunciaba la injerencia extranjera en las investigaciones sobre corrupción ―Fernando Anduray y Toño Rivera, encabezaron a estos risibles patrioteros―, y que no era otra cosa que un acto bestial de mostrar sus dentaduras feroces, para defenderse ante las acusaciones un tanto imparciales de la MACCIH. Las conspiraciones contra Jiménez Mayor ya estaban puestas en la mesa, y antes de evidenciar al corrupto Oliva, el peruano desistió ―por presiones y amenazas― de su labor en Honduras.
El movimiento indignado tuvo un considerable acompañamiento de jóvenes de la clase media urbana y también de otros sectores independientes. Fue un fenómeno que iluminaba las calles nocturnas de Tegucigalpa todos los viernes sin falta. Y daba una clara señal de molestia por la presencia de corruptos enquistados en el gobierno, el congreso y demás instituciones, libres y en total impunidad. La dirigencia de los antorcheros terminó claudicándole a Libertad y Refundación, y con sus nombramientos a cargos de elección popular finalizó la mejor etapa de estas manifestaciones multitudinarias. Los últimos dos años han demostrado el estado febril en que se encuentra el movimiento indignado, y las convocatorias viralizadas en las redes sociales desaparecieron del espectro público pese a la recurrencia que existe en los casos de corrupción y el vínculo con el narcotráfico ―por ejemplo, el caso Pandora y la captura de Tony Hernández, el hermano de JOH.
Una convocatoria en defensa del prolongamiento del mandato de la Maccih
El pasado viernes 15 de febrero, el representante del FOSDEH, Ismael Zepeda, convocó a una reunión que tenía como objetivo agrupar a todas aquellas personas que antes personificaran el movimiento de indignados o “antorcheros”. La convocatoria, un tanto inusual, puso como espacio de encuentro la Universidad Nacional Autónoma (UNAH) y acaparó la atención de varios jóvenes universitarios y las personas afines a las posiciones del FOSDEH.
En un ambiente de desmovilización y desgaste, en que hoy se encuentran los sectores que levantaron la lucha desde noviembre del 2017 ―por la represión y las negociaciones partidarias en el Congreso Nacional―, surge esta convocatoria; la dictadura nacionalista se impuso a punta de bala y persecución, y ha quedado abierto un nuevo orden que se sustenta en la ilegalidad, en el fraude y en la impunidad. Y ante los atropellos que se siguen cometiendo, el FOSDEH y otros actores civiles, promovieron este espacio; la convocatoria decía lo siguiente:
“Es más allá de Las Antorchas… es la transformación de los pronunciamientos y demandas de la sociedad de manera efectiva y eficaz ante los que nos (des) gobiernan, y la necesidad de fundar la autogestión del movimiento. Los ciudadanos no deben esperar a un dizque líder, cacique, mesías, príncipe, iluminado, intelectual, etc., [quien] se tome la molestia de salir de su comodidad y de sus negociaciones ocultas. Muchos de ellos viven parasitariamente bien de lo mal que pasamos la mayoría.” (Comunicado “Reencender Las Antorchas”, 15 de febrero de 2019).
Como veremos, se trata en el fondo de una petición para ampliar la estadía de la Maccih en Honduras; pues este organismo ―en coincidencia con el CNA y la UFECIC―, ha evidenciado casos como el “Pacto de impunidad”, el “Caso Pandora”, entre otros, lo que ha creado una especie de “esperanza” sobre el papel de las misiones internacionales. El FOSDEH, junto a otros organismos no gubernamentales como el CESPAD, sostienen que es necesario solicitar el seguimiento de la Maccih en el trabajo en contra de la corrupción.
“¿Hacia dónde vamos? Debemos proteger los cambios hasta ahora, debatibles desde luego, como la creación de la Misión de Apoyo Contra la Corrupción y la Impunidad en Honduras (MACCIH). Acuerpar las acciones de la Unidad Fiscal Especial contra la Impunidad de la Corrupción (UFECIC) porque si se va la MACCIH quedan huérfanos, es de esta manera; imponernos ante el Poder Ejecutivo y Legislativo la discusión con diversos sectores para debatir la renovación, pero con la modificación de blindar su funcionamiento y ampliar sus obligaciones. Como acción primera.” (Comunicado “Reencender Las Antorchas”, 15 de febrero de 2019).
Han sido dos las convocatorias efectuadas por Ismael Zepeda, quien espera conseguir mayor número de gente para reiniciar las antorchas. Hasta el momento las acciones de la bancada de Libertad y Refundación, que rayan en acciones conjuntas con el partido de gobierno, no dan una pauta de verdadera resistencia popular, por lo que la ausencia de este partido en las convocatorias para el reinicio de las antorchas, es notoria.
Algunas reflexiones sobre el actual momento
Las peleas frontales en contra de la corrupción las enarbolan en la actualidad los organismos observadores en materia de democracia y transparencia como el FOSDEH, el CESPAD, el CNA, entre otras. Los partidos tradicionales no juegan un papel protagónico en la lucha contra la corrupción, pues en sus filas se encuentran los mayores perpetradores de saqueos al erario público. Los actores sociales más crédulos de las funciones que llevan a cabo las misiones de apoyo en contra de este flagelo, suponen que aquellos diplomáticos internacionales resolverán nuestros asuntos y sanearán las instituciones estatales de corruptos sin escrúpulos.
Lo cierto es que mientras nos aferremos a la idea más acomodaticia y sencilla, que supone hacer convenios con la OEA y el gobierno de turno, y luego crear una oficina auditora de instituciones, seguiremos, de esta manera, aguantando a los gobiernos que astutamente se adaptan ―ellos y sus prácticas de saqueo y robo―, al mismo juego que no los saca de la escena completamente, sino que los legitima y los vuelve los dadores de garantías como el “combate a la corrupción”.
Las masivas movilizaciones de los antorcheros lograron conseguir ―aceptando indirectamente las maniobras del gobierno― auditores de la talla del peruano Juan Jiménez Mayor, quien encabezó abiertamente la lucha contra la corrupción en el país y supo acercarse a las fibras sensibles de los negocios oscuros de diputados y otros funcionarios públicos; pero el gobierno nacionalista, a sabiendas de las exigencias antorcheras enfocadas sólo en la corrupción, quedó intacto, y desde sus vínculos e influencias más prostituidas y degeneradas, promovió la salida inmediata del peruano a través de amenazas y otros asuntos que no sabemos.
Convengamos en algo a todas luces provechoso: la MACCIH, con su presencia en el país, conseguirá un alivio momentáneo en los hondureños, a saber, la denuncia pública de varios actores involucrados en malversaciones de fondos públicos y otras figuras que apuntan al robo; pero no depurará a gran escala el flagelo de la corrupción: habrá impunidad cobijada de aparente justicia. “La salida inmediata del gobierno” tiene que ser una consigna permanente en los carteles, una consigna irrenunciable que atraviese todos los discursos.
En el atolladero ideológico del siglo XXI, en el cual nos encontramos una mayoría de jóvenes con ánimo de cambios radicales, se han pervertido o suplantado unos términos por otros, y se ven realidades en donde no hay ningún asomo de existencia de tales o cuales realidades: en donde muchos ven planteamientos revolucionarios, existen, ciertamente, raquíticas propuestas reformistas; en donde unos celebran y ven como única alternativa la democracia electorera, otros menos incautos, ven el quiebre de la democracia burguesa electorera, en donde el ausentismo, es el que gana; unos ven en los partidos opositores ―de una clara herencia liberal radical, no revolucionaria a plenitud― una alternativa para llegar a la revolución socialista, pero otros, ya desengañados y porque no cansados, ven maniobras que permiten el formalismo democrático, representativo de grupos económicos, no de clases sociales excluidas y marginalizadas de la toma de decisiones.
Y la noticia reciente, que contrasta con este ir y venir de términos e interpretaciones que patinan en el oscurantismo, nos llena de asombro y nos crispa a la vez, pues el título o frase principal que colocarán los nacionalistas ―según pregona el esbirro Reinaldo Sánchez― en la celebración de sus nefastos 117 años, será el de “Juventud Nacionalista, Revolución y Esperanza” (El Libertador, 22 de febrero de 2019); título que pareciera hacer mofa de las agrupaciones de izquierda, y del mismo término “Revolución”, considerándolo un asunto de jóvenes activistas involucrados en rutinas lúdicas de ayudas asistenciales, toda una prostitución del término desde luego.
Los partidos que componen la Oposición en Honduras, con una extensa tradición liberal en su espalda ―el Partido Libre es el caso―, no abandonarán su forma histórica de proceder siempre bajo la política de apaciguar las olas revolucionarias, porque si fuera al contrario, también ellos se ahogarían. Las aparentes “luchas parlamentarias” demostradas por los diputados de la Oposición, se caen por su propio peso, al demostrar conciliaciones tan mortales para la ya quebradiza democracia hondureña, como ser las cosméticas reformas electorales. Ante este escenario el corolario es el siguiente: no necesitamos diputados que gozan de salarios estratosféricos, con dietas resumidas en bonos de miles de lempiras, y demás beneficios que hacen honor a lujos que sólo los ricos de los países centros del capitalismo tienen. La revolución que invocan los parlamentarios Opositores desde sus curules, es quizá la misma que manifiestan los celebradores de los 117 viles años del Partido de gobierno.
El papel de la juventud crítica, que no reproduce las grietas teóricas y prácticas del “revolucionarismo” de Libertad y Refundación, tiene que lograr vencer el atavismo de la falta de formación revolucionaria, la nociva evocación del fanatismo a figuras caudillistas, la manipulación de discusiones que terminan en celebrar el liderazgo de grupúsculos, y la abundante enfermedad infantil de crear entornos difamatorios que no cuajan en las discusiones.