Por Orestes Molina

De la asamblea de estudiantes de la escuela de Filosofía, en la Universidad Nacional de Autónoma de Honduras (UNAH) llevada a cabo el 8 de septiembre, devinieron algunas consideraciones necesarias e impostergables, acompañadas de los hechos que instigaron falsas críticas en ella. Dos compañeros iniciaron la tragedia; el primero procedió a hacer sus observaciones del Estatuto actual de la asociación. Dijo tanto que las verdaderas ideas fueron erosionándose poco a poco, luego acudió a la ironía y al tono sarcástico. Esa manera de jugar con las palabras tiende a confundir a algunos y convencer a otros; al parecer son co-sustanciales a la crítica, pero las condiciones en las que se dijeron no fueron las mejores: ¿acaso las observaciones –la mayoría de ellas atinadas– no pudieron ser dichas en el momento de la construcción de este Estatuto, un año antes?, ¿por qué su notoriedad hasta ahora?

Abdicamos a nuestro compromiso inmediato; tardíamente hacemos llegar nuestros reclamos. Los compromisos se asumen con la premura del momento, no con el ánimo retardado a la vista de una coyuntura, que deja expuesta nuestra flojedad y reticencia al trabajo prolongado y constante. Las críticas son elementales, pero poco provechosas si no se expresan con la valentía que conlleva encarar el momento iniciático de un proceso.

De la siguiente participación surgió una burda y extraña letanía; estuvo lejos de ser un reclamo genuino. Sentenciar como fallidas las funciones de un órgano representativo es como acudir a la liviana e inoperante frase: «el Estado es fallido». Quizá porque no hay señalamientos consistentes en tal exclamación. ¡Qué se repare en la disfuncionalidad singular de cada parte que compone un órgano representativo, como lo es una junta directiva! ¡La simple objeción generalísima no da cuenta de nada! Nuestro papel de ser grandes cuestionadores, al llegar a una asamblea desprovisto de todo reparo singular y directo a las inconsistencias, se derrumba dejándonos en calidad de simples especuladores.

El tercer participante dejó claro no mediar en el asunto, aunque así se le delegara en la asamblea. No se puede ser un mediador cuando se pierde el comedimiento y propensión al resguardo equitativo de las opiniones; aplacar con actos soberbios una participación, demuestra el interés desesperado por lograr un cometido; y si se barre con las condiciones democráticas de un proceso, se anuncian las injusticias que han prevalecido en el pasado: creer que con celeridad y reconocimiento único se dan resoluciones enteras y definitivas. La asociación de estudiantes de filosofía y ninguna otra germinará bajo estas viles y menudas determinaciones.

Dos compañeros cerraron filas bajo un mismo objetivo, tal vez manifestar una acorazada y tosca sentencia, ser portadores de la filosofía. Hay quienes defienden una especie de puritanismo en la carrera: «algunos no son compatibles con nosotros» dicen. Todavía en este tiempo las universidades no son exclusividad de algunos grupos, mucho menos las carreras; en su seno se han albergado tantos pensamientos con afanes emancipatorios de las sociedades. Incurrir hoy por hoy en la selección de individuos perfectísimos para esta carrera es regresar a los comienzos del siglo XIX, y enternecerse con la universidad napoleónica de 1808.

Irrumpió otra participación digna de cuestionar, esta vez buscando como refugio e instrumento sus clases de derecho. Qué decir de aquellos y aquellas que con su verborragia legalista y frases preñadas de códigos y leyes, intentan persuadir a los que desconocemos el campo. Nos son suficientes apenas unos cuantos rudimentos del derecho, pues son los sujetos reunidos bajo la esperanza del consenso, los que encarnan el espíritu de la ley. Nos resistimos, pues, a la pedantería de aquéllos, y mostramos nuestra entera confianza a los últimos.

La asamblea se tradujo, al final, en una masiva deserción, ¿fue fallida? –nueva experiencia ganada, conocimiento de causa para el que pregona la «disfuncionalidad». En fin, creemos ahora ante estos hechos recientes, que las verdaderas generaciones que insisten en modelar su discurso bajo el potente accionar de la crítica, no emergen con la liviana creencia de barrer con todo el trabajo que les antecede.

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