Por Amilcar Valle

De un inconfundible cariz libertario y de una ferviente oposición a la realidad se dice, con mucha insistencia, que está dotado el arte. Atacar con denuedo, sutileza y hasta contenido grotesco una circunstancia específica, un episodio arrastrado por la historia y el desenfreno de sistemas políticos despiadados, he ahí la tarea del campo artístico en una sociedad provista de contradicciones y disputas. Con esto quiero decir que en cualquier espacio en donde se encuentre incorporado el arte, dará cuenta –a su manera– de la injusticia que atrapa a la humanidad; mostrará las sombras que atemorizan a los sujetos; sacará de las más profundas concavidades del individuo: los lamentos, las aflicciones, el asombro y la desesperanza, pero sobre todo llenará de sentido crítico las acciones equívocas que cometan las personas, los grupos de poder y las administraciones ahogadas en el anquilosamiento.

La UNAH comparece con efectividad –así pareciera– en la constitución de las artes dentro de su espacio legítimamente autónomo; la Facultad de Humanidades y Arte alberga el departamento de arte que se conforma al parecer de distintas inclinaciones artísticas que hasta hoy día promueve esporádicamente –sino un día a la semana– el encuentro estético con una forma artística variada. Pero el cuestionamiento del arte en general dentro de la UNAH, nos parece honesto decirlo, aparece cuando se distorsiona el verdadero objetivo de este campo hacia la comunidad estudiantil: ¿acaso no es propiamente justa la creación de una Orquesta de Cámara que destine toda su intensa sonoridad a la colectividad de estudiantes?, de igual manera ¿es correcto que dicha Orquesta tenga como preferencia en sus conciertos la cercanía a los desaforados administrativos de la universidad, y no al oído de todos los estudiantes interesados?, y qué decir del compromiso de algunos artistas músicos que se deslindan de las causas inaplazables para un estudiante, como las luchas actuales por la representación estudiantil dentro de los espacios de decisión, y el cese de una Cuarta Reforma Universitaria que no contempla a su actor principal; el arte absorbe los reclamos de un tiempo en crisis, y se alimenta de la constancia que imponen los individuos en sus sociedades.

Del acercamiento a las circunstancias que ameritan luchar por el bien común y el fin de las desigualdades en todas sus dimensiones, surge un arte lleno de compromiso; y la música no toma distancia en estos posicionamientos; quizá estos espacios de lucha dentro –y fuera– de la UNAH promuevan nuevas tendencias musicales en Honduras, y se procure un desapego con las formas de música tradicional que adolecen de reclamos políticos actuales, y aparecen como formas culturalmente inofensivas –el folclore–. Es preciso que haya una rebelión musical, un intento de buscar matices propiamente hondureños, México lo encontró en su Revolución con el genio de un Carlos Chávez, Silvestre Revueltas y otros prodigios; quizá el genio musical hondureño se atreva a contrarrestar los intentos que sofocan y censuran el arte en la universidad, para que en calidad de atrevimiento surja un arte musical preñado de furor contestatario, armónicamente disonante, que abandone motivos que en nada se asemejan a esta insatisfactoria realidad.

Hemeroteca

Archivo