Por Amílcar Valle
El intento por hacer formidables las verdaderas instancias de representación política de los estudiantes dentro de los órganos de decisión en la universidad: las asociaciones de carrera; en este planteamiento recae la finalidad precisa que tiene el movimiento estudiantil universitario dentro del contexto de la Cuarta Reforma Universitaria.
Las bases reglamentarias de esta reforma, como ser las normas académicas vigentes y un plan de arbitrios del 2008 –fenecido según el discurso administrativo pero gradualmente aplicado– son los puntos que generan controversia y descontento en la mayoría de los estudiantes universitarios. Simplemente todas estas bases reglamentarias fueron consensuadas sin la participación, a plenitud, de todas las asociaciones de carreras legítimamente articuladas y provistas de reconocimiento de las demás asociaciones.
Las normas académicas vistas de fondo, anuncian la pérdida de un derecho constitucional a la educación pública y gratuita, su realización no consensuada con los sectores estudiantiles demuestra la ruptura de la participación de éstos, en la aparente democracia que irradia la administración de la universidad a través de sus medios instrumentalizados –como presencia universitaria– y otros medios oficiales del actual gobierno.
La exclusividad educativa, efectuada con pruebas de aptitud académica; selección de estudiantes llamados «excelencias» como los únicos representantes ante los órganos de poder y decisión como los comités técnicos de carrera y el Consejo Universitario; una aparente «destreza» y «genio» en la «vinculación» universidad-sociedad, que demuestra amargamente el rechazo hacia las propuestas éticas, de una alta concepción de la naturaleza y de lucha constante que sostienen organizaciones indígenas y campesinas contra un sistema capitalista asfixiante y demoledor de la condición humana; un vociferante reclamo por la acreditación mundial, sin antes comenzar por un reconocimiento local; elevar a la categoría de majestuosos los monumentos arquitectónicos que carecen de sobriedad artística y además, llegan más a la opulencia que a cualquier esplendor de lo simple y útil; una evidente intención en cercenar el arte, entendiéndolo como la suma de piezas altamente elogiosas que rinden culto a la autoridad; una falsa confianza en el diálogo, que vaticina una batalla entre senilidad incuestionable, llena de confianza en verdades uniformes y absolutas, contra el derecho a acudir al pensamiento crítico y reflexivo, fuero interno de la joven y actual generación.
En esto se condensa lo que hasta ahora ha sido la agenda de una administración vil y aletargada, llena de profundas contradicciones con los demás sectores que aglomeran la Universidad, y que no toma con suficiente presteza los reclamos justos de los estudiantes y docentes de la UNAH.