Por Hercilia Cáceres

Ser mujer en un país hondamente conservador como Guatemala significa convivir con una cultura colmada de machismo y misógina dentro cualquier ambiente en que una persona se puede desarrollar. Es común escuchar o leer cotidianamente acerca de la violencia a la que se deben enfrentar las millones de mujeres que habitan el país, siendo hoy según el último censo oficial, más de la mitad de la población, un país mayoritariamente mujer, que sistemáticamente aplasta la dignidad, los derechos y la voluntad de millones de sus hijas, en la casa, en la escuela, la universidad, el trabajo, en ningún lugar se salva de ser habitado por un cultura que tiende a desdibujarnos.

Es posible mencionar que, hasta septiembre de este año se suscitaron al menos 474 femicidios, indicando que mueren aproximadamente 52.6 mujeres por mes, una cifra más que alarmante, aterradora; recalcando así que la mayoría de estos casos queda en la impunidad, gracias al deficiente sistema de justicia penal de un Estado incapaz de sostener la letra muerta de las leyes. Mientras que, en el caso de violencia sexual, se reciben 29 denuncias diarias, siendo en su mayoría agresiones contra niñas, según informes oficiales que indican a su vez que la mayoría de denuncias son en el departamento de Guatemala, el más populoso, pero también el más violento del territorio nacional. Si estas cifras son espantosas para la población femenina del país, con cifras de embarazos en niñas menores de 14 años, el nivel de paroxismo que aqueja a las mujeres de todas las edades queda de manifiesto en casos de violencia sexual contra niñas, solo en el primer semestre del año se reportaron 5692 casos de este tipo, reportados por el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social.

Mientras tanto, el pasado 25 de noviembre en conmemoración del día de la eliminación de la violencia contra la mujer, la magistrada Delia Dávila de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) dio un discurso hablando acerca de los “supuestos avances institucionales”, mostrando que la impunidad prevalece sobre la justicia, dejando de manifiesto la incapacidad del Estado y de sus agentes para poder garantizar los derechos del sector mayoritario de la población. Según los datos que presentó, al año se reciben más de 18,000 denuncias por violencia contra la mujer, pudiendo llevar a juicio únicamente cerca de 3,500 de todos estos casos, siendo menos del 20% de las denuncias las que son llevadas a proceso.

Por si fuera poco, las cifras anteriores solo responden a cierto porcentaje de la población femenina, ya que no todas las víctimas denuncian, debido a que la violencia es estructural, respondiendo a las condiciones prestablecidas de convivencia, denotando actitudes naturalizadas de dominio sobre las mujeres, la falta de credibilidad o confianza en la institucionalidad, que tras el discurso de la magistrada Dávila tratan de ocultar hasta la violencia que los agentes del Estado ejercen contra las mujeres que denuncian, desvalorizando sus tragedias, invitándolas a no denunciar, incluso culpándolas por la cultura conservadora y patriarcal que las somete, llevando algunas hasta la muerte, con el beneplácito silencioso del Estado burgués guatemalteco, incapaz de garantizar siquiera sus propias leyes.

Otra de las formas de violencia común para las guatemaltecas, es el constante acoso sexual, que inicia desde edades muy tempranas y prevalece durante gran parte de su vida. Desde que inicia el día es común escuchar agresiones sexuales en cualquier sitio: la escuela, el trabajo, la calle, transporte público, comerciales, etc. Esto se encuentra tan arraigado que en múltiples ocasiones es acompañado de tocamientos, exposición de genitales, miradas lascivas, insultos, entre otros, provocando una cultura de temor constante por los atracos sexuales. Los mítines publicitarios que hace la prensa tarifada sobre el arresto de algunos pervertidos en el trasporte público, es solo la falsa propaganda de seguridad, cuando en realidad las mujeres de todas las edades no pueden caminar libremente por las calles de su país, deben pensar a priori en que puede sucederles, antes de salir sola a la calle diariamente.

“Mientras tengamos capitalismo este planeta no se va a salvar, porque el capitalismo es contrario a la vida, a la ecología, al ser humano, a la mujer” -Berta Cáceres

Está escrito que en buena parte de la historia las mujeres han sido un botín de guerra, un instrumento para la dominación y colonización de sociedades, como mero sometimiento del poder. Además de la violencia estructural que se vive todos los días, en sociedades patriarcales pre estatales, relaciones que el capitalismo ha mantenido –como el racismo–, herramienta necesaria para justificar su dominación sobre la vida de las mujeres; las mujeres también se enfrentan a la violencia propiciada por el Estado, que en primera instancia ven a la mujer como reproductoras de la mano de obra, simples maquinas gestoras de fuerza de trabajo, objetos destinados a parir a los trabajadores que garanticen los beneficios de los poderosos. De la misma manera, respecto a la división del trabajo en Guatemala, las mujeres se ven obligadas a rebuscar formas de supervivencia en el comercio informal, labores domésticas o agricultura, principalmente. Las mujeres que logran integrarse al mercado laboral formal ganan porcentualmente menos que sus pares hombres, siendo además de trabajadoras –por las normas y roles sociales– madres, hijas en las que recae el cuidado de los niños, los desvalidos y los ancianos. El tiempo de trabajo de las mujeres es mayor a las 8 horas del trabajo asalariado, pues muchas deben volver a casa y cumplir con roles encadenados a nuestro sexo.

 En el caso del trabajo doméstico aún se carece de leyes que obliguen a los empleadores a pagar no menos del salario mínimo, brindar prestaciones de ley, reducir horarios de trabajo, evitando la sobreexplotación laboral. En cuanto a la agricultura, es realizada principalmente por indígenas en áreas rurales, con un salario mucho menor al de los hombres o en otro caso es trabajo no remunerado, ya que son las figuras masculinas quiénes tienen el pleno goce del salario de las mujeres en las unidades productivas campesinas, así es, ahí donde nuestros decoloniales teóricos del idílico sueño rural ven el regreso del paraíso fuera del sistema capitalista, también se reproducen las relaciones patriarcales, donde la mujer es base y sostén de la familia, pero esto importa poco ante los abusos sistemáticos de maridos, hermanos, compañeros que violentan a la mujer, relegándola al mero accesorio, criadora de hijos y hacedora de comida, a un papel secundario en la vida de la sociedad. Esto sucede en la pobre casa campesina de la Guatemala profunda, pero también sucede en las colonias cerradas de las ricas familias, porque el patriarcado de instaura hasta ahí donde una mujer toma las riendas de una empresa multinacional, ya que superficialmente parece liberada, y asume actitudes machistas, para poder escalar posiciones destinadas a los hombres.

Por si fuera poco, las mujeres dedican vidas enteras a las tareas domésticas que la sociedad disfraza en los roles familiares como una obligación, siendo este trabajo no remunerado. Roles que no son inmanentes a la historia, como nos ha querido hacer creer la escolástica pedante de los capitalistas más conservadores, sus escuelas, sus iglesias y su construcción ideológica de un mundo que no existía antes del siglo XVII. Sociedades pre-capitalistas, ya se regían por un régimen de relaciones entre los sexos basadas en la organización matriarcal, organización destruida por el ímpetu de acaparar los beneficios, el excedente que las mujeres por ser las cuidadoras no podían aprovechar, pues los enseres de la cocina eran propiedad de toda la familia.

Es necesaria la organización

Pese a que las mujeres están en un pleno despertar contra la violencia patriarcal estructural mantenida y reforzada por el capitalismo y sus Estados, existe carencia de organización en Guatemala. Ya sean por cuestiones muy arraigas en la cultura del país, la desarticulación post guerra civil, el miedo, la burocracia de las organizaciones no gubernamentales (ONG’s) dependientes del dinero y de las agendas del feminismo light irradiado de Europa o de los Estados Unidos, con sus categorías en anglicismos, en el país aún no se logra articular un movimiento fuerte de mujeres, un movimiento independiente y netamente con visión de clase, que vincule la lucha por sobrevivir de las mujeres, con las consignas materiales y laborales de las millones de mujeres que no pueden participar en estas conmemoraciones por estar doble y hasta triplemente explotadas por el sistema, en sus diversos roles. Esto se evidencia en las coordinadoras de movilizaciones, ya que no existe una central, sino que estas son distintas en cada fecha, dejando ver las peleas por hacerse del control de fechas como las del 8 de marzo y 25 de noviembre, para poder pasar el memorial de sus actividades y así poder seguir viviendo del dinero de la cooperación extranjera.

Se muestra aún miedo a accionar, pues a diferencias de otros países quiénes salen a las calles en Guatemala, gritan injusticias fuera de las fechas tradicionales, son un grupo reducido, siendo este un reto que debe tomar auge con una dirección política lejos de las ONG’s y del feminismo burgués, con la capacidad de luchar contra toda forma de violencia, rechazando el sistema que mantiene la opresión y la utilización de las mujeres, no solo en una banal reivindicación, sino también en luchas concretas que integren a la mujer trabajadora, a la estudiante que no es agente ciega de los interés trasnacionales de la cooperación europea o del propio imperialismo norteamericano, un feminismo combativo, vinculado a la lucha silenciada por los caporales de las maquilas, donde millones de mujeres obreras languidecen bajo la más férrea explotación, lejos de las presentaciones anquilosadas de revistas hechas para mujeres que se siente sobre todo alejadas de la masa real. Esa mayoría sin rostro que forma el mayor sector de la población, la mujer que diariamente carga sobre su espalda, que lleva en su vientre, que guarda silencio en los buses, en la calle mientras la acosan, que yace muerta al lado de un camino, que es enterrada sin nombre después de hallarse mutilado su cuerpo en bolsas de basura. Un feminismo combativo, clasista que haga de la lucha contra las aberraciones machistas, una lucha contra el capitalismo que es el sostenedor y oxigenador del patriarcado que mata diariamente.

Hemeroteca

Archivo