Por Joseph Manuel Herrera 

Si bien es cierto que la pandemia del Covid-19 es un suceso trascendental para la historia moderna, también lo es que no es el primero de estos fenómenos en la historia humana desde que ésta toma nota y se recobra del pasado.

Ya en el pasado las sociedades humanas organizadas en todo tipo de regímenes políticos, correspondidos a sus estadios civilizatorios y modelos productivos (primitivismo, esclavismo, despotismo asiático, germanismo, feudalismo y capitalismo) han sufrido diferentes tipos de epidemias. Ahora el capitalismo ha vuelto a ser eficiente en otro desastre humanitario, pues ha logrado globalizar la enfermedad desde el centro China a 181 países (Johns Hopkins University & Medicine: Coronavirus Resource Center) en menos de cuatro meses desde que ésta fuera reportada por un valiente médico en la ciudad de Whuhan a mediados de diciembre de 2019, especialista que fue reprimido y arrestado por la burocracia capitalista china.

El Covid-19 no es ni la primera pandemia, ni la última que sufrirá la humanidad, pero sí será la última que se vivirá bajo el dominio de la democracia burguesa, como régimen predominante de organización política de las diferentes sociedades en la época del capitalismo global. El dominio de la clase burguesa sobre todos los aspectos de la vida, respetando las formalidades heredadas de las revoluciones burguesas en Francia (1789) y de los Estados Unidos (1783), toca ya su ultimo réquiem en su permanente evolución de los métodos y las formas por los que la burguesía ha ejercido el poder hasta nuestros días, sobre los trabajadores y demás clases sociales.

El Covid-19 no será el fin del capitalismo como predicen facilonamente algunos “izquierdistas” (Véase a Lenin en El Izquierdismo enfermedad infantil del comunismo). El nuevo virus será la enfermedad que mate lo que quedaba hasta hoy del pensamiento liberal clásico en la cabeza de la clase dirigente del mundo entero –burguesía–; por lo tanto, será el fin de la ideología que fundamentaba al menos en el discurso y la retórica, las prácticas políticas predominantes hasta ahora en los diferentes Estados-nación bajo el influjo del capitalismo financiero y especulativo más salvaje.

En todo el mundo la democracia burguesa experimentaba hasta antes del brote de la pandemia de Covid-19, un retroceso en las propias libertades individuales que se pregonaban y garantizaban por los operadores intelectuales liberales burgueses desde comienzos del siglo XIX. Los métodos y las formas se han ido trastocando en sus signos a la deriva de la influencia de las permanentes guerras imperialistas, las crisis económicas cíclicas que cada vez duran más con respecto a los periodos de bonanza capitalista (Véase: Nikolái Kondrátiev, León Trotsky y Ernest  Mandel en el debate acerca de los ciclos económicos del capitalismo); aunado todo esto por la irracional presión que la anarquía de la producción capitalista causa sobre el medio ambiente (origen comprobado del actual virus) y la compatibilidad constante que el régimen debe tener con el estadio actual del modo de producción capitalista, es decir en su etapa  de neoliberalismo tardío.

El virus solo ha acelerado la descomposición de lo que quedaba concretamente de la democracia liberal, conciencia que sostenía hasta ahora los métodos por los cuales la burguesía ejercía su poder efectivo, su predominio desde los diferentes Estados-nacionales y organizaciones supranacionales (FMI, BM, OMC, OTAN, ONU, UE, OCDE y el G20) sobre la clase trabajadora y las demás clases que integran a las sociedades modernas; todo esto buscando perpetuar con los menores trastornos posibles el modelo capitalista de reproducción de mercancías, sin importar la degradación de las libertades propugnadas por los ideólogos de las burguesías clásicas. Hoy la burguesía en todo el mundo le apuesta nuevamente a la dictadura efectiva en diferentes grados (caudillista, bonapartista, militar o autocrática) como régimen político para mantener vigente por medio de medidas draconianas de control y represión, el modelo capitalista de producción.

Desde Rusia hasta Estados Unidos, desde la India hasta la Argentina y desde el Magreb hasta Tailandia, pasando por las monarquías del Golfo, las burguesías nativas de los diferentes países han estado coqueteando en las últimas décadas con el endurecimiento de los regímenes democrático-burgueses en un momento  en que las crisis, las guerras y la anarquía de la producción destruyen no solo cualquier indicio de desarrollo en pro del mejoramiento de la humanidad, sino hacen insostenible la aparentemente libre concurrencia de las masas por medio de los mecanismos democráticos clásicos. Esto quiere decir que cada nueva crisis va haciendo que la democracia burguesa sea más incompatible con el salvajismo y el barbarismo a los que ha descendido la producción capitalista y el orden burgués.

La pandemia profundiza el carácter reaccionario de la burguesía

En menos de tres meses las más avanzadas y proclamadas democracias del mundo han encarcelado a 2 de cada 3 habitantes del planeta en diferentes tipos de encierro domiciliar y han restringido en diferentes grados, no solo la libre locomoción y las libertades individuales, sino han trastocado hasta los cimientos los circuitos de producción y de comercio mundial, demostrando una vez más lo anacrónico que se va volviendo el capitalismo en relación al desarrollo de las propias sociedades humanas y el mejoramiento de la vida de las masas.

Con mucho dolor la clase dirigente en el mundo ha tenido que detener las máquinas sacando de las fábricas a los trabajadores –verdaderos generadores de sus riquezas– enviándolos a las casas, subvirtiendo en los hechos la lógica capitalista. Pero también se han trasformado ante nuestros ojos y desde el encierro, las formas y los métodos en que la burguesía ejerce la dictadura del capital sobre el trabajo. La burguesía en todo el mundo, al presionar profundamente el débil ciclo natural, ha producido el virus, catástrofe escondida en el primer mes por la dictadura capitalista China –la más perfecta dictadura del capital sobre el trabajo.

En las metrópolis del capitalismo mundial (Estados Unidos, Europa, China, Rusia y Reino Unidos) es donde el golpe de la pandemia se ha sentido más fuertemente, ante la incapacidad creciente de la burguesía a elegir entre el bienestar de la economía o el de las masas. Este titubeo es el que ha causado las primeras miles de muertes, pues en todos lados las medidas fueron tomadas tardíamente para evitar lo que al final se volvió un hecho en todo el mundo, la recesión económica y los síntomas que ratifican una nueva crisis económica mundial más potente que la crisis hipotecaria del 2008 de la que recientemente salía el mercado internacional.

La burguesía y sus organizadores políticos en los diferentes regímenes, desde España (monarquía parlamentaria) hasta los Estados Unidos (bipartidismo imperialista), han optado por el encierro masivo ante su incapacidad de contener de manera unificada el desastre. Esto ha acelerado la descomposición de los regímenes democrático burgueses,  y las burguesías que operan desde las diferentes burocracias estatales del mundo han visto con buenos ojos la gestión draconiana de los capitalistas Chinos, mientras exacerban el ataque contra los organismos liberales multinacionales por excelencia, como la Unión Europea, incapaz de asumir la respuesta coordinada de la crisis haciendo de su futuro algo incierto.

Algunos amigos fariseos de la izquierda tonta de la consigna vacía se han vuelto a prestar de vagón ideológico del tren reaccionario de la clase dominante, al bendecir la dictadura capitalista de los grandes talleres chinos –no se enteran quién le fabrica las mercancías a los capitalistas de todo el mundo ejerciendo una dictadura atroz contra más de 1,300 millones de trabajadores– haciéndola pasar por comunista, donde el trabajador ha sido recudido al estado de siervo neo-feudal, muriendo de Covid-19 al pie de las maquinas que gestionan los capitalistas del partido chino.

Cuando finalice la pandemia, que debe finalizar porque la producción capitalista necesita sobre producir para poder especular en base a esa producción, no pueden tener permanentemente a los trabajadores en sus casas, aunque el virus siga en el aire; cuando esto suceda ya se habrá consumado la muerte de la democracia burguesa. Los regímenes en los hechos ya se han endurecido; en países de nuestra América el caudillismo, el autoritarismo de los lideres burgueses está a la orden del día tratando de encubrir con proclamas vaciadas de contenido el desmantelamiento neoliberal orquestado en las últimas dos décadas de los sistemas de salud pública tan esenciales hoy. En los rincones de nuestra patria centroamericana se le ha hecho más fácil a los aprendices bonapartistas Giammattei, Bukele, JOH, Ortega –si sigue vivo–, Alvarado y Cortizo restringir y aplicar diferentes medidas de encierro heredadas de las pasadas dictaduras militares de mediados del siglo XX.

Lo que se volverá un hecho después que pase el miedo al contagio que contuvo la ola de movilizaciones pre-revolucionarias que había en todas las latitudes del mundo al finalizar el 2019 (Chile, Colombia, Francia, Irán, Iraq, Palestina, China, Japón, Corea del Sur y la India), es que al salir los trabajadores y todas las demás clases sociales del encierro impuesto por la burguesía como único método para combatir el virus, las masas salgan del encierro a la lucha. La burguesía lo sabe, sabe ya que el encierro le ha dado la capacidad de endurecer más rápidamente el régimen político; también sabe que la crisis causada por el detenimiento parcial de la producción causará cataclismos sociales más potentes que los que se vivían al inicio del 2020. La crisis social sobrepasará en pocos días a la crisis sanitaria y la revolución estará esperando que la lucha que se inaugure cuando el encierro pase, produzca en las batallas de clases a la dirigencia que pueda conducir la revolución que luchará abiertamente contra la reacción más brutal de la burguesía internacional.

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