Barbarie capitalista genera permanentes oleadas migratorias
En 1938, hace 85 años, cuando León Trotsky en su exilio en Coyoacán, México, redactó el Programa de Transición, alertó sobre la descomposición del sistema capitalista: “(…) Las condiciones objetivas de la revolución proletaria no sólo están maduras, sino que han empezado a descomponerse. Sin revolución social en un próximo período histórico, la civilización humana está bajo amenaza de ser arrasada por una catástrofe”.
El boom económico posterior a la segunda guerra mundial ocultó y maquilló por algún tiempo la bancarrota capitalista. Pero el estallido de crisis cíclicas a partir de 1974, ha vuelto a destapar la encrucijada en que se encuentra la humanidad y la existencia misma del planeta.
Tenemos, pues, no solo crisis económica e inflación, desempleo y deterioro del nivel de vida, sino también el calentamiento global y pandemias. De la misma manera que en su ascenso el capitalismo reflejó “un desarrollo desigual y combinado”, con países que lograron un desarrollo industrial y mejores niveles de vida a expensas de los demás, en su periodo de decadencia, ocurre lo mismo, pero al revés: los países “desarrollados” comienzan a estancarse y los países tradicionalmente atrasados, van quedando reducidos a áreas geográficas cuya población vive en condiciones de barbarie o semi barbarie.
Evidentemente, la barbarie no es total ni generalizada, sino que esta combinada con áreas urbanas, ciudades o barrios que conservan algún nivel de vida decente, pero siempre rodeada de la miseria de barrios marginales. Una de las consecuencias de este proceso de barbarización social son los interminables flujos migratorios de gente desesperada que busca la sobrevivencia en las metrópolis imperialistas, también sacudidas por la crisis capitalista.
África es el mejor ejemplo de cómo la crisis capitalista y el saqueo imperialista reduce a muchos países a la barbarie. Decenas de miles atraviesan a pie el desierto del Sahara y se lanzan en frágiles barcos a cruzar el mar mediterráneo para llegar a Europa, en busca de trabajo y un mejor nivel de vida.
Un fenómeno parecido ocurre con América Latina, el patio trasero del imperialismo norteamericano. Las oleadas migratorias hacia Estados Unidos son cada vez más masivas y permanentes. En los últimos años la frontera entre México y Estados Unidos parece un gran asentamiento de migrantes marginalizados.
La administración Trump intentó detener la migración con la construcción de un muro, pero no pudo. Ahora la administración Biden, después de aplicar las mismas recetas de Trump, imponiendo restricciones legales al derecho de asilo, quiso administrar la crisis migratoria con el “parole” para algunas nacionalidades (Haití, Cuba, Venezuela y Nicaragua), y concediendo el Status de Protección Temporal (TPS) a medio millón de venezolanos.
Estas medidas son gotas de agua en el ardiente desierto. A pesar de las concesiones, la política migratoria de Biden terminó siendo rebasada por las interminables filas de migrantes que atraviesan el peligrosísimo tapón del Darién, en la frontera entre Colombia y Panamá, que sortean miles de obstáculos en los países de Centroamérica y que, llegando a la frontera sur de México, deben enfrentar la represión de las autoridades mexicanas y el acoso de los carteles del narcotráfico y crimen organizado.
Es un drama humano sin precedentes que crece con los días. Estados Unidos y México han anunciado más deportaciones de migrantes a sus países de origen. Las autoridades panameñas pretenden cerrar la frontera con Colombia, en Costa Rica el presidente Chaves ha solicitado apoyo económico para administrar el enorme flujo de migrantes y últimamente ha anunciado una política de deportaciones masivas.
Todas estas decisiones y las deportaciones no detendrán la migración, aunque la harán más difícil y costosa. La migración actual es un reflejo directo de la barbarie imperante en muchos países de América Latina, obedece a un fenómeno de decadencia económica real.
Todos los planes de Estados Unidos de abrir fuentes de empleo para contener la migración han sido disueltos por la dura realidad. Y colateralmente, los migrantes son quienes evitan el colapso del Estado en los países de Centroamérica.
Así como el imperio romano fue incapaz de contener las oleadas de barbaros que peleaban militarmente contra Roma, en el periodo actual comenzamos a presenciar gigantescas oleadas de migrantes, los modernos barbaros, quienes desarmados y en busca de empleo, están acelerando la crisis del imperialismo norteamericano.
Mientras no haya fuentes de empleo y salarios dignos en nuestros países, la migración hacia Estados Unidos será un fenómeno permanente, indetenible.