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El drama de los niños migrantes y la abyección de los presidentes centroamericanos

La derrota de la revolución en Centroamérica trajo como consecuencia la degradación de los países que conforman la nacionalidad centroamericana. En el plano económico ésta se manifiesta en el saqueo de los recursos naturales y la sobre explotación de la mano de obra esclava en las maquila, retroceso constante de los Índices de Desarrollo Humano (IDH), endeudamiento de los Estados y crisis fiscal crónica, entre otros aspectos.

En el plano social, esta desintegración económica se manifiesta directamente en la descomposición social y en el fenómeno poco comprendido de las maras o pandillas, en esa sangría que representa la migración de millones de personas hacia Estados Unidos, en búsqueda de mejores opciones para sostener a las familias.

En este contexto de decadencia económica y social de los países de Centroamérica, ha saltado a la palestra el escándalo de los niños migrantes que son capturados por la policía de migración en la frontera de Estados Unidos, que reflejan el drama social de Centroamérica. La mayoría de estos niños y adolescentes viajan solos para reunirse con sus padres, que viven y trabajan como indocumentados en Estados Unidos, o simplemente huyen la miseria y la interminable violencia en Guatemala, Honduras y El Salvador, el llamado “triángulo norte”, de donde proceden la mayoría de estos niños o adolescentes.

Una parte de la clase obrera centroamericana vive y trabaja bajo las duras condiciones de la ilegalidad migratoria en esa metrópoli. Mientras los economistas se refieren constantemente al incremento anual del envío de remesas, que ya forma parte sustancial del Producto Interno Bruto (PIB) en nuestros países, se matiza el drama social que representa la migración.

El drama humanitario ha despertado el debate sobre la estancada reforma migratoria en Estados Unidos. El presidente Barack Obama ha solicitado 3,700 millones de dólares al Congreso para detener el flujo migratorio en la frontera con México. La tragedia de los niños y jóvenes migrantes está siendo utilizada por los congresistas republicanos y demócratas para reforzar sus respectivas campañas electorales. Como era de esperarse, los republicanos han acusado a la administración de Barack Obama, -la que ha realizado más deportaciones en los últimos tiempos – de sostener una política laxa ante el problema migratorio, y a la Acción Diferida (DACA, por sus siglas en inglés), que ha beneficiado a 600,000 jóvenes indocumentados, de ser la principal causa del crecimiento de la migración.

En Centroamérica, también hay oportunistas sin escrúpulos que han utilizado el drama de los niños y jóvenes migrantes: los presidentes de Guatemala, El Salvador y Honduras han derramado lágrimas por el boom migratorio hacia Estados Unidos pero para pedir dinero al gobierno de Estados Unidos.

En la reciente mini cumbre realizada en Washington, los presidentes Otto Pérez Molina, Salvador Sánchez Cerén y Juan Orlando Hernández, intentaron sacar provecho del mal ajeno: propusieron a Barack Obama la creación de un “Plan Centroamérica”, una réplica del Plan Colombia y del Plan Mérida, con un fondo de dos mil millones de dólares, que daría respiro a la crisis fiscal de esos países.

Sim embargo, como era de esperarse, la repuesta de Obama fue categórica: “(…) los niños que no hagan una solicitud justificada (de asilo) serán objeto de repatriación a sus países". Vienen más deportaciones. A duras penas, Obama prometió desembolsar 300 millones de dólares para que sean los propios gobiernos centroamericanos quienes frenen la migración en sus propios países.

Mientras no existan condiciones de trabajo y salarios dignos en los países de Centroamérica, el Partido Socialista Centroamericano (PSOCA) defiende el derecho de los trabajadores centroamericanos y sus familias a migrar legalmente a Estados Unidos. El drama de los niños y jóvenes migrantes pone sobre el tapete la necesidad de movilizarnos y luchar allá en Estados Unidos para que los trabajadores inmigrantes gocen de los elementales derechos de trabajo y residencia legal, así como luchar aquí en Centroamérica por el derecho al trabajo y un salario digno.

Debemos rechazar la actitud abyecta de los presidentes de Guatemala, El Salvador y Honduras que, lejos de defender los derechos de los trabajadores centroamericanos y sus familias, procuraron pescar en rio revuelto, convirtiéndose al final en delegados de la migra norteamericana en nuestros propios países.

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