Por Nassar Echeverría

El resultado de las elecciones en Estados Unidos causó estupor mundial. No es para menos, lo que ocurra a lo interno de la principal potencia imperialista tienen repercusiones en el resto del mundo.

Clinton era la favorita en los medios de comunicación norteamericanos, y las encuestas le deban algún margen por encima de Donald Trump. En cierta medida, las encuestas no estaban erradas totalmente, porque al final Clinton ganó 64,2 millones de votos (64.223.958 votos), mientras Donald Trump ganó 62,2 millones de votos (62.206.395 votos). Hilary Clinton, igual que Al Gore en las elecciones presidenciales del año 2000, ganaron más votos populares, pero perdieron la elección presidencial.

El arcaico sistema de elección presidencial indirecta

El enredado sistema de elección presidencial indirecta, es una reminiscencia de la esclavitud. Los padres fundadores de Estados Unidos se pusieron de acuerdo en este complicado y antidemocrático sistema electoral. Los delegados del sur que asistieron a la conferencia de fundación de los Estados Unidos en 1787, entre ellos James Madison, estaban preocupados que los Estados del Norte, más ricos y poblados, impusieran siempre al presidente. Y de esta manera surgió el compromiso de los “tres quintos” que permitía a los Estados del Sur contar a cada esclavo como las tres quintas partes de una persona, asegurando de esta manera la preeminencia o empate de los estados sureños.

De esta manera, en Estados Unidos prevalece un sistema electoral antidemocrático, que niega la posibilidad de que cada persona sea un voto real, que decida. Todavía prevale el criterio que el candidato ganador, aun sea por un solo voto, se lleva todos los votos de los colegios electorales. Este sistema electoral favorece siempre a las fuerzas más conservadoras o reaccionarios. Es un mecanismo diseñado para evitar cambios revolucionarios dentro de la democracia burguesa norteamericana.

El debate sobre la necesidad de superar el arcaico sistema de elección presidencial indirecta, no es nuevo, pero siempre ha quedado relegado. Pese a ello, existen dos Estados, Maine y Nebraska, donde las elecciones de los delegados de los Colegios Electorales reflejan de manera proporcional la votación popular.

En las pasadas elecciones del 8 de noviembre, el republicano Trump ganó 306 votos de los Colegios Electorales, contra 232 delegados de Clinton. Los pronósticos fallaron, porque la mayoría de los “swing states” o “'estados bisagra” (que supuestamente no tienen una votación definida por ninguno de los partidos) se inclinaron por Trump: Georgia (16 electores), Michigan (16), Arizona (11), Florida (29), Ohio (18), Carolina del Norte (15), Pensilvania (20), Iowa (6). Clinton ganó solamente en Virginia (13), Colorado (9), Nevada (6) y Nuevo Hampshire (4)

Centros urbanos versus poblados rurales

Las recientes elecciones presidenciales de Estados Unidos reflejaron un enorme descontento social y una enorme polarización, que se podía apreciar gráficamente. Clinton ganó en los grandes centros urbanos, en la costa Este y Oeste y la región de los grandes lagos, mientras que Trump se impuso en los pueblos cuya población no superaba el millón de habitantes, esas pequeñas ciudades del interior de Estados Unidos, donde prevalece la población blanca de origen europeo, la que constituye el 69% del padrón electoral.

Igual que el antiguo imperio romano, el moderno Estados Unidos está compuesto por un importante sector inmigrante, que proviene del resto del mundo, pero que no tiene derechos políticos. Eta población es heterogénea y crece constantemente, en la medida que la economía norteamericana atrae a mano de obra inmigrante. De continuar esta tendencia, en pocos años, la población blanca será minoritaria, y esto puede alterar el sistema político bipartidista, basado en el Partido Demócrata y Partido Republicano.

El discurso racista, nacionalista y xenófobo de Trump persigue el objetivo central de evitar que esta población blanca pierda su hegemonía. Por eso los ataques brutales contra la población inmigrante, especialmente mexicana. Trump y la burguesía que representa, no quieren perder ese monopolio político.

Descontento y polarización social

El discurso demagógico de Trump tuvo la habilidad de llegar al corazón de los obreros blancos, que resienten los tratados de libre comercio que han permitido que las grandes corporaciones se trasladen al tercer mundo, especialmente a China, llevándose la mayoría de los puestos de trabajo. A pesar que el Partido Demócrata tiene una notable influencia en la central sindical AFL-CIO, la mayoría de los trabajadores norteamericanos votaron por Donald Trump. Pero su discurso no solo caló entre los obreros, sino también en un sector de la clase media.

El fenómeno político de Donald Trump no puede explicarse sin la enorme crisis que vive Estados Unidos y la decepción causada por las dos administraciones de Barack Obama. Este llego al poder en medio de la crisis financiera del año 2008, cuando las masas norteamericanas estaban agitadas y existían un repudio generalizados hacia los bancos y Wall Street, los causantes de la especulación financiera que había dejado a millones sin trabajo y sin sus casas.

Obama apareció con un discurso encendido, critico, y por eso logró cautivar a las masas, pero una vez en la presidencia, Obama cambió su discurso y salió a socorrer a los bancos, a costa de un elevado endeudamiento del Estado. Las condiciones materiales de las masas trabajadores y la clase media continuaron empeorando. Los programas como ObamaCare son frágiles e insuficientes. Las grandes corporaciones continúan ganando millones con el sistema de salud y de seguros en manos privadas.

La primera expresión del fenómeno en contra de Obama fue el Tea Party, un ala radical, fascistoide, del Partido Republicano. El segundo fenómeno contra Obama, el gran salvador del sistema capitalista e imperialista, fue la irrupción del propio Donald Trump, quien refleja un fenómeno de derechización de la conciencia de las masas, que quieren recuperar las conquistas perdidas, pero no se arriesgan todavía a tomar medidas revolucionarias. Confían en el sistema, y quieren resolver la crisis encontrando a un supremo salvador.

Debemos distinguir, por un lado, el demagógico discurso de Trump contra la inmigración ilegal, contra los tratados de libre comercio, contra las empresas que se trasladas a China, y por el otro, las sinceras aspiraciones de mejoría por parte de las masas que terminan creyendo ciegamente en Trump.

La anulación del “socialista” Bernie Sanders

Durante las elecciones primarias dentro del Partido Demócrata, a muchos sorprendió el surgimiento del fenómeno político personificado en el senador Bernie Sanders. No era socialista, como afirmaban los medios de comunicación, era un luchador democrático radical, representaba el ala izquierda del Partido Demócrata, como en su momento lo fue el reverendo Jessie Jackson. Este reflejaba el mismo descontento contra el sistema, pero desde el lado del Partido Demócrata. Decenas de miles de jóvenes apoyaron la campaña de Sanders, como en su momento lo hicieron con Obama. Incluso, Sanders en determinado momento estuvo a punto de derrotar a Clinton en las internas, pero claudicó a las presiones y terminó cediendo y apoyando la candidatura de Clinton.

El discurso de Sanders era similar al de Trump, pero desde trincheras diferentes y con argumentos ideológicos distintos. Las posibilidades que Sanders derrotara a Trump eran mínimas, si tomamos en cuenta que la desesperación ante la crisis del sistema capitalista, en esta primera fase, conduce a las masas a apoyar salidas derechistas y reaccionarias. Este es un fenómeno mundial. Durante la crisis de los años 30 en el siglo XX, vivimos un fenómeno parecido.

Todo fenómeno político crea un contra fenómeno. Sanders era la antípoda de Trump, pero fue derrotado rápidamente.

Un objetivo estratégico: bloquear el desarrollo de China

A pesar que hay voces que reclaman un recuento manual de los votos en los Estados claves, es poco probable que Clinton le arrebate a última hora la presidencia a Trump.

El discurso de Trump contiene un programa económico: el proteccionismo de la industria norteamericana, ante el auge de su gran competidor, China. Trump no surgió de la nada, representa un sector de la burguesía norteamericana que quiere dar un golpe de timón. Pero el proteccionismo puede acarrear mayores complicaciones a la economía mundial.

Después de tres décadas de neoliberalismo podemos constatar que las bases económicas de Estados Unidos han sido erosionadas. Las corporaciones norteamericanas ganan miles de millones de dólares trasladando sus empresas a China y el tercer mundo, no pagan impuestos, y con ello han debilitado al Estado norteamericano. Trump tratará de imponer algún control a las terribles fuerzas del mercado, pero esto es como poner al gato a cuidar la leche.

Es poco probable que un millonario neoliberal imponga restricciones al modelo neoliberal, que es el ambiente natural de crecimiento y desarrollo de las corporaciones transnacionales.

Pero hay un eje central en el programa de Trump, bloquear el desarrollo de China como principal potencia económica a nivel mundial. Este objetivo es estratégico, clave para Estados Unidos, y en ese sentido es bastante probable que haya un consenso entre los sectores del imperialismo, para cumplir esta meta que es vital para mantener la hegemonía de Estados Unidos en el mundo.

Debido a la enorme importancia que tiene Estados Unidos en el mundo, debemos estar atentos a los acontecimientos que ocurrirán y que tendrán repercusiones inmediatas en los países de Centroamerica. Trump llegará hasta donde le permitamos llegar.

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