Por Oliverio Mejia

Haití fue el primer país de América Latina en liberarse del colonialismo europeo, en 1804 de Francia y el segundo país en el continente después de Estados Unidos en hacerlo, conformando una nación de ex esclavos negros y mulatos.

El neocolonialismo

La exigencia de reparación de la exmetrópoli a modo de venganza, producto de la confiscación revolucionaria de las plantaciones de los colonos esclavistas tras la independencia de Francia, obligó a Haití a endeudarse con diversas potencias imperialistas. A eso sumó un modelo productivo basado en el latifundio y el trabajo semi forzado, creando una nueva clase de terratenientes negra y mulata.

A finales del siglo XIX se consolida Estados Unidos como potencia imperialista, garantizando un área de influencia en la región del Caribe y Centroamérica. A su vez, Haití y las demás naciones insulares del Mar Caribe se volvieron cotos para las inversiones de trasnacionales gringas en las ramas de plantaciones de frutas, extracción de minerales como bauxita y posteriormente turismo.

Estados Unidos garantizó su presencia en las Antillas, fortaleciendo a los ejércitos en el control del Estado y la sociedad, bajo la égida de hombres fuertes, como fue la dinastía de los Duvalier en Haití, que gobernó buena parte del siglo XX. De hecho, EU invadió en 1915 tras una serie de protestas contra un gobierno dictatorial, que, si bien generó enfrentamientos contra las tropas de intervención gringas, éstas posteriormente a 1920 inician una serie de obras públicas que generan algún consenso en el país. La intervención estadounidense se mantendría hasta 1934, controlando de facto al país, hasta que el presidente Franklin Delano Roosevelt la consideró perjudicial para los intereses gringos.

En 1957 es impuesto Francois Duvalier, conocido como Papa Doc, nuevamente al amparo de los intereses gringos en el marco de la guerra fría y la histeria anticomunista. Éste junto a su hijo Jean-Claude se caracterizó por liderar una de las dictaduras más sanguinarias de la región latinoamericana a partir del terror que causaba la policía secreta, los Tomtom Macuts, que mantuvo al pueblo haitiano bajo el control militar.  Hasta que la situación fue tan intolerable que las masas populares se alzaron a mediados de los ochenta del siglo pasado contra el gobierno de Baby Doc en 1986.

Reacción democrática

El descontento de las masas haitianas y el derrocamiento de Baby Doc, como parte de una oleada en la subregión de Centroamérica y el Caribe, donde la lucha de clases estaba en ascenso, alertó a Washington.

Aplicando, a la par de promover, conflictos de baja intensidad, lo que Nahuel Moreno denominó reacción democrática, un intento de democratizar la sociedad, eliminar el control militar en sus elementos más visibles y reformar por arriba el régimen político por medio de democracias liberales. Esta estrategia tuvo el respaldo de la ya malograda Unión Soviética, del estalinismo, la socialdemocracia y la colaboración del Partido Comunista Cubano y las direcciones guerrilleras en Centroamérica.

En ese sentido, Estados Unidos, como una forma de asegurar su control en la subregión, lanzó la Iniciativa de la Cuenca del Caribe, un antecesor de los acuerdos de libre comercio, conformando el Sistema General de Preferencias, para que los productos de los países de la cuenca accedieran al mercado gringo, a cambio de bajar los aranceles en las economías centro-caribeñas y promover la industria no tradicional, entre ellas la maquila textilera, en estos países. Puerto Príncipe, Cap Haiti y otras ciudades fueron sitio privilegiado para esas inversiones que aprovechaban mano de obra barata y ventajas fiscales.

Sin embargo, la estrategia de reacción democrática en Haití ha sido un fracaso. En 1991, el exsacerdote católico Jean-Bertrand Aristide, con un programa democrático populista, gana las elecciones. Algunas de las medidas que impulsa tocan los intereses de la oligarquía. Ante eso, un golpe de estado con la venia gringa lo derroca, instalando una junta militar que es sacada por los mismos gringos a la fuerza en 1994.

Un Aristide más amaestrado vuelve a ser electo en 2001, pero nuevamente otro golpe de Estado por el ejército neoduvalierista lo derroca en 2006, y nuevamente una intervención militar, pero con el amparo de Naciones Unidas, conformada por EU, Canadá, Francia y los gobiernos burgueses progresistas de Argentina, Bolivia y Brasil denominada Minustah, interviene.

Esta intervención destruye al ejército y lo que parecía, ahora sí, la normalidad burguesa iba tomar forma, por medio de la hegemonía de una corriente política conservadora de ex duvalieristas a partir de 2011 con Michel Martelli en la presidencia, que nuevamente se viene abajo; eso tras las secuelas del sismo de 2010, así como el repudio a los abusos de las fuerzas de intervención de la ONU contra la población civil.

Esta corriente política aprovecha los flujos de recursos financieros procedentes EU, Canadá, Europa y el petróleo barato de Petrocaribe, pero la galopante corrupción no logra establecer ese intento de hegemonía antes mencionado, generando nuevamente la protesta social, a la que se suma el descontento hacia la Minustah, que se retiró del país sin lograr la estabilidad.

La crisis actual

Un reflejo de esta crisis fue el asesinato de Juvenal Moise quien llegó a la presidencia en 2019 por el partido Tet Kale, una expresión de estas elites neoduvalieristas, acusado de ser parte en la trama de corrupción de Petrocaribe.

La incapacidad de atender la emergencia por el Covid-19, generó nuevas protestas en febrero de 2021. La galopante inflación y la devaluación de la moneda, obligaron al gobierno a pedir un préstamo al FMI por 229 millones de dólares, que implicaba mayor control fiscal, pero que en los hechos significó recortes al gasto público y aumentar las iniquidades en el país más pobre del hemisferio. El intento de Moise de mantenerse en el poder, pese haber terminado su periodo enfureció aún más a la población, agudizando las protestas en el primer semestre de 2021.

El asesinato de Moise el 07 de julio por un comando conformado por colombianos supuestamente vinculados a narcotraficantes haitianos, pero del que es señalado el entonces primer ministro Ariel Henry, y que asumió la presidencia, más otro sismo el 14 de agosto que dejo 2,228 muertos y 136,800 edificios resultaron dañados, abonan en la inestabilidad.

En 2023 otros actores como las pandillas aparecen, evidenciando el rompimiento del tejido social y el fracaso del Estado. Éstas empiezan a asolar y a controlar despóticamente la vida social en los barrios de las principales ciudades. Conformadas por expolicías muchas veces, de hecho, los principales líderes, Jimmy “Barbecue” Chirizier y Guy Philippe, eran jefes policiales, estaban vinculados a Henry y presumiblemente en el asesinato de Moise; pero rompen la alianza con aquél.

En marzo escala la situación, cuando las pandillas unificadas tras Barbecue atacan y liberan los presos de la principal cárcel en la capital; a eso sumaba la escasez de alimentos que ha provocado nuevas protestas. De tal forma que, por presión de Washington, Henry renuncia, prácticamente quedando acéfalo el gobierno. Reunidos en Kingston, Jamaica, con el respaldo de los países caribeños, Francia, México, Canadá y Brasil, buscan conformar un consejo de transición con distintas fracciones burguesas que no termina de cuajar.

Eso va de la mano de la última resolución del Consejo de Seguridad de octubre de 2023, donde se forma una nueva misión de intervención en forma de contingente policial dirigido por Kenia, acompañado por los países caribeños y asesorado por Estados Unidos.

Cualquier forma de intervención extranjera es un factor de crisis y de rechazo en la población; las fracciones burguesas son incapaces de ponerse de acuerdo. Solo organismos conformados por consejos populares y organizaciones sociales, puede eliminar la presencia de las pandillas, monopolizando el control de las armas que estos tienen y estableciendo un gobierno revolucionario.

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