Los últimos días de agosto la prensa internacional informa sobre la caída de Trípoli, capital Libia, en manos de los llamados “rebeldes” del Consejo Nacional de Transición (CNT), con el consiguiente derrumbe del gobierno del coronel Mohamar Kadafi, después de seis meses continuos de bombardeos de la OTAN. Algunos sectores de la “izquierda” mundial, desde socialdemócratas hasta trotsquistas, pasando por algunos Partidos Comunistas europeos, pretenden interpretar este acontecimiento como la victoria de una revolución democrática del pueblo libio contra el dictador Kadafi, sin embargo los hechos concretos ponen en duda esa perspectiva.
Los acontecimientos en Libia corren en un sentido diametralmente opuesto a, esas sí, revoluciones democráticas que remecieron los regímenes dictatoriales títeres del imperialismo europeo y norteamericano en Túnez y Egipto, a fines de 2010 y comienzos de 2011. Mientras las revoluciones tunecina y egipcia, que se contagiaron por todos los países árabes, fueron explosiones de ira popular y juvenil salidas desde las profundas entrañas de sus pueblos, sosteniendo masivas movilizaciones pese a la sangrienta represión de sus gobiernos apoyados por Estados Unidos y la Unión Europea, la revuelta en Libia contó desde su inicio con la sospechosa complicidad e intervención de los países imperialistas que armaron, asesoraron, enviaron mercenarios y pusieron un gobierno títere, el CNT, compuesto por claros agentes de los intereses petroleros británicos, franceses y norteamericanos, algunos de ellos ex ministros de Kadafi.
Aunque en sus inicios las protestas en Libia tuvieron un carácter democrático, contagiadas por las sublevaciones populares de Túnez y Egipto, la rápida intromisión del imperialismo norteamericano, a través de las sanciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y de los bombardeos de la OTAN, transformó el conflicto interno superponiendo sobre una rebelión democrática, una lucha por la autodeterminación Libia contra el imperialismo, tan legítima la una como la otra.
Cometen un acto de inaceptable ingenuidad política, o de criminal complicidad con el imperialismo mundial, quienes pretenden interpretar los sistemáticos bombardeos de la OTAN, más de 5,000 incursiones en 6 meses continuos de ataques sistemáticos, como un hecho marginal o como un supuesto apoyo a la “democracia” Libia, o como un acto “humanitario de protección a las víctimas” de un régimen represor. Que la socialdemocracia y los “eurocomunistas” hayan apoyado activamente los bombardeos de la OTAN no extraña, pues ellos son la pata izquierda del régimen imperialista europeo hace tiempo.
Pero, ¿cómo explicar el silencio cómplice (o activo) de sectores de la extrema izquierda, en particular del trotskismo europeo? Desde los años 60 el trotskista argentino Nahuel Moreno denunciaba que la izquierda europea, en especial el “mandelismo” (hoy expresado en el NPA francés) sólo critica al imperialismo yanqui pero tiende a no combatir su propio imperialismo europeo al que atribuye virtudes “democráticas”. Pero ahora el problema se ha hecho extensivo a los propios seguidores de Moreno en América Latina, afectados por un esquema mental (el “objetivismo”), por el cual se interpreta la lucha de clases mundial como una ancha alameda por la que discurren revoluciones triunfantes una tras otra, mientras que el sistema capitalista sólo retrocede de crisis en crisis. Este esquema lógico, que ya demostró su flaqueza interpretando el proceso de desaparición de la URSS, y condujo a la crisis de la LIT y el MAS (argentino), ahora se encaja alegando que lo de Libia es lo mismo que en Túnez y Egipto, y que la intervención de la OTAN es sólo un hecho marginal.
¿Cuándo al imperialismo le ha interesado respetar la “democracia” o los “derechos humanos”? ¿El imperialismo ahora promueve revoluciones democráticas? La historia contemporánea prueba que es el imperialismo capitalista el que ha cometido los más atroces crímenes contra la humanidad e impuesto las más sanguinarias dictaduras, en los países árabes, en África y en América Latina, con tal de garantizar la expoliación económica de los pueblos del mundo. Quien lo dude que mire al baño de sangre que han impuesto Estados Unidos y los supuestos gobiernos “democráticos” europeos en Irak y Afganistán, donde pese a la resistencia contra la ocupación y la debilidad de los gobiernos títeres, nadie puede creer que el imperialismo no se salió con la suya, al menos por ahora.
Hay que apelar al método tradicional del marxismo para la elaboración de la política concreta: ubicar cuál es el centro de la contrarrevolución mundial y cuál es su política, para combatirla. Por ello, por más que se esté contra el régimen de Kadafi y por el triunfo de una sublevación popular, no empezar la política por combatir la intervención de la OTAN y sus bombardeos y sus nuevos títeres del CNT es, cuando menos, un error garrafal.
Intelectuales de “izquierda”, como Ignacio Ramonet, se convierten en brazo ideológico de la dominación imperialista del mundo pretendiendo argumentar que los bombardeos de la OTAN sobre Libia obedecen a un supuesto “nuevo orden mundial” basado en el respeto a los derechos humanos del cual el Tribunal Penal Internacional y su legislación serían su máxima encarnación, e irónicamente las armas de la OTAN su brazo ejecutor. ¿Cuándo el TPI ha juzgado a alguno de los genocidas militares, israelíes, norteamericanos o europeos de la OTAN, o los “cascos Azules”, por los crímenes cometidos en las múltiples invasiones a Serbia, Kosovo, Haití, Irak, Afganistán, Palestina, etc.? Nunca. El TPI sólo ha juzgado a represores que han sido instrumento de la política imperialista que se han vuelto incómodos o incontrolables.
Dicho lo anterior, hay que señalar con toda claridad que Mohamar Kadafi tiene una responsabilidad principal en las desdichas del pueblo libio y en su derrota militar: porque efectivamente es un régimen antidemocrático, que ha perseguido a los sectores progresistas y de izquierda, que en los últimos diez años cambió su línea de confrontación al imperialismo para abrirle las puertas al petróleo libio y adoptó una posición sumisa en el ámbito mundial, incluyendo la traición a la causa de la liberación de Palestina. Se equivoca también la izquierda acrítica que pretende disfrazar al coronel Khadaffi con un ropaje revolucionario que, si alguna vez lo tuvo, hace tiempo que perdió.
Hay que condenar, y condenamos, la represión del gobierno de Kadafi contra su pueblo, al igual que la del gobierno de Siria contra el suyo. Y hay que apoyar la lucha por libertades democráticas en ambos países con el mismo ahínco que debemos hacerlo con el pueblo de Barein o Arabia Saudita. Pero eso es muy distinto a creer que la libertad para esos pueblos llegará en los aviones de la OTAN. Todo lo contrario.
El régimen del coronel Kadafi, al igual que Hussein en Irak, o el general Noriega en Panamá, constituyen regímenes antipopulares, antidemocráticos y dictatoriales merecedores del repudio de sus pueblos. Y hubieran merecido que sus regímenes fueran arrasados por revoluciones democráticas de sus pueblos. Revoluciones que la intervención del imperialismo escamoteó con las consecuencias que ya conocemos. En el caso de Panamá a nadie cuerdo dentro de la izquierda se le ha ocurrido reivindicar la derrota del dictador por parte de la intervención norteamericana como una revolución democrática triunfante. Todo lo contrario.
Son mucho más repudiables, moral y políticamente, que Khadafi, los cínicos políticos de saco y corbata, que se hacen pasar por “demócratas”, de Washington y la Unión Europea, que se sirvieron esos regímenes para llenar las arcas de sus empresas transnacionales y que con invasiones militares han escamoteado la lucha democrática de esos pueblos para imponer gobiernos títeres que permitan la continua expoliación imperialista.
El futuro inmediato de Libia es dudoso, ni siquiera es posible confiar en las informaciones que transmiten las agencias de noticias al servicio del imperialismo. Lo único seguro es que el gobierno del CNT no hará ni más democrática, ni más independiente a Libia, y que el imperialismo por la vía de la OTAN ha vulnerado, una vez más, el principio de la autodeterminación de los pueblos.
No olvidemos que el principio de la autodeterminación de los pueblos es una conquista de los movimientos de liberación nacional a mediados del siglo pasado, por el cual cada nación soberanamente debe resolver sus asuntos internos sin ninguna intervención extranjera. Estados Unidos, la OTAN y el Consejo de Seguridad pretenden suplantar ese principio por su "derecho" a intervenir cuando y donde ellos decidan, con falsos argumentos democráticos, en función de sus intereses imperialistas.
Todas las naciones del orbe están en peligro.
Panamá, 27 de agosto de 2011.
Movimiento Popular Unificado, MPU-PAP