Por Melchor Benavente

La entrada triunfal de las columnas guerrilleras a Managua el 19 de Julio de 1979, las masas trabajadoras no solo derribaron a la forma particularmente genocida del gobierno burgués, desmantelaron la estructura del Estado burgués que los marines yanquis habían instalado a raíz del asesinato del General Augusto César Sandino y del aplastamiento de las guerrillas nacionalistas y antimperialistas en 1934.

Una situación revolucionaria en Centroamérica

La situación revolucionaria que existía en Nicaragua en ese momento, y que condujo al derrocamiento de la dictadura somocista, se extendió y generalizó a toda el área centroamericana, aunque con ritmos desiguales y contradictorios en cada país.

El desarrollo de la intensa guerra civil (1977-1979) y el posterior triunfo de la insurrección popular sobre el somocismo, colocó al descubierto los profundos nexos económicos, políticos, militares, culturales, raciales, etc., que existen entre los diferentes países centroamericanos. El triunfo de los obreros y campesinos de Nicaragua estimuló el ascenso revolucionario de las grandes masas oprimidas de Centroamérica, introduciendo una honda crisis en los gobiernos burgueses pro imperialistas del área.

A pocas semanas de la victoria revolucionarla del 19 de Julio de 1979 cayó la dictadura cipaya del General Romero, en El Salvador, producto del poderoso ascenso obrero y popular, siendo sustituida por el igualmente frágil y efímero gobierno “cívico militar” del Coronel Majano. La heroica guerrilla de Guatemala aumentó sus operativos militares contra la dictadura del General Romeo Lucas. Por todos lados los trabajadores y estudiantes centroamericanos intentaron seguir el ejemplo de la revolución triunfante en Nicaragua.

Cinco países, una sola nacionalidad

Esta vigorosa influencia de la revolución reabrió una vieja discusión, sobre si es cierto o no que los cinco países centroamericanos constituyen, en realidad, una nacionalidad, artificialmente dividida en pequeñas “republiquetas” por el naciente imperialismo norteamericano y el colonialismo inglés en el año 1840, fecha en que fue disuelta la República Federada Centroamericana. Desde entonces la historia registró la incapacidad de las clases dominantes de la época, oligarcas y burgueses, para realizar la tarea democrática más elemental: autodeterminarse como nación ante la voracidad del imperialismo norteamericano e inglés.

La revolución nicaragüense abrió nuevamente las condiciones objetivas, para luchar por la reunificación de la nación centroamericana. Lo que la burguesía no podía realizar, por sus ligámenes con el imperialismo, lo iniciaron objetivamente las masas nicaragüenses en 1979, al destruir el aparato militar más importante del imperialismo norteamericano en la región, colocando a la orden del día el combate por la reunificación socialista de la nación centroamericana.

Organismos de poder de los trabajadores.

Ya en el período de agonía de la dictadura somocista y como un mecanismo de autodefensa ante el terror genocida, las masas obreras y populares - especialmente los destacamentos de vanguardia de la juventud-- ¬crearon sus propios organismos de lucha antisomocista: las milicias populares.

Bajo la conducción política y militar del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), y teniendo como base de su creación la experiencia insurreccional de Monimbó y Subtiava (1978), las masas desarrollaron y multiplicaron las milicias populares en los barrios, fábricas y centros de estudio. El ejército guerrillero del FSLN se nutrió de estos combatientes populares, llegando a controlar, centralizar e incorporar estas milicias populares  bajo su disciplina militar.

La desaparición de la Guardia Nacional posibilitó el proceso de organización de los obreros y campesinos pobres. Por todos lados nacieron como hongos después de la refrescante lluvia, los sindicatos, los Comités de Defensa Civil  -después convertidos en CDS -, los comités campesinos y las milicias populares que llegaron a controlar todo el armamento recuperado a la dictadura somocista.

Al inicio, estos organismos ejercieron funciones de poder obrero y popular. Las propiedades de los funcionarios somocistas y de muchos otros capitalistas y terratenientes, fueron confiscadas por los trabajadores antes que la Junta de Gobierno emitiera el decreto No. 3. Las fábricas y haciendas abandonadas fueron puestas a funcionar bajo el control directo de los nuevos sindicatos. Los trabajadores nombraron nuevas autoridades y expulsaron o encarcelaron a todos los elementos antiobreros.

Las milicias populares por su parte, se encargaron de ajusticiar a los esbirros y colaboradores del somocismo que habían sobrevivido a la insurrección, así como garantizar el orden revolucionario. Los comités campesinos se posesionaron de las haciendas y del ganado. En pocos días las masas trabajadoras terminaron de destruir el viejo orden burgués, creando, a partir de estos embrionarios organismos de poder obrero, toda una estructura que, aunque dispersa, era una alternativa real de gobierno y de Estado.

Las masas estaban en las calles, posesionadas de las fábricas, haciendas y vehículos de la burguesía, armados hasta los dientes y en constante movilización. Los trabajadores abrieron la posibilidad de instaurar un gobierno de los obreros y campesinos en vías al socialismo, cuya base de sustentación eran o hubieran sido los embrionarios organismos de poder.

La dinámica anticapitalista de la revolución

Un proceso revolucionario no se puede analizar por el carácter de clase de la dirección partidaria que la encabeza, en nuestro caso el FSLN, sino por el carácter de clase de las principales fuerzas sociales que la hicieron posible. Detrás de la bandera roja y negra del sandinismo se movilizaron y combatieron miles de obreros y campesinos, hasta destruir a la dictadura. Y en la medida en que la movilización revolucionaria de las masas fue creciendo, estas dirigieron todo su odio hacia los enemigos naturales: los capitalistas y los terratenientes.

Las movilizaciones de masas, la lucha armada insurreccional, son clásicos métodos de la revolución obrera y popular. En Nicaragua, en 1979, no hubo un simple cambio de gobierno o de régimen político, sino la destrucción del aparato del Estado burgués, que bajo la forma dictatorial y dinástica del somocismo, reprimió brutalmente a los trabajadores. Una vez destruido el somocismo, la movilización de las masas cuestionó la propiedad privada sobre los medios de producción, a partir de la acción desarrollada por los embrionarios organismos de poder obrero y popular.

El principal obstáculo.

Sin embargo, a pesar de la dinámica anticapitalista de la revolución, el FSLN instauró un gobierno de Unidad Nacional con la burguesía. La necesaria unidad de acción con los burgueses que entraron en contradicción con la dictadura somocista, dejó de ser para el FSLN una táctica coyuntural para convertirse en la estrategia política permanente, al formar un gobierno de coalición con la burguesía.

A la destrucción del Estado y gobierno burgués no le sucedió, pues, un gobierno de los combatientes sandinistas, teniendo como base de apoyo los embrionarios organismos de poder obrero y popular, si no un gobierno de Unidad Nacional con la burguesía.

Enarbolando los principios de la “economía mixta, el pluralismo político y el no alineamiento”, la Junta de Gobierno encabezó la lucha por el respeto a la propiedad privada de los capitalistas “no somocistas”. Como contrapartida, todas las instituciones y organismos de la burguesía, el COSEP, la Iglesia Católica, etc, todos sin excepción alguna, brindaron su pleno apoyo político al gobierno de Unidad Nacional.

No obstante, la instauración del débil e inestable gobierno burgués de Unidad Nacional, entró en abierta contradicción con la dinámica anticapitalista de las masas trabajadoras, las que continuaron con la toma de fábricas y haciendas, cuestionando en la práctica la política de colaboración de clases aplicada por el FSLN. Las masas no diferenciaban quienes eran somocistas o no, simplemente diferenciaron quien tenía propiedades o no, quien los había explotado bajo la protección del somocismo.

Como fue posible, entonces, la consolidación de la Junta de Gobierno como gobierno de Unidad Nacional? La profunda credibilidad política de las masas en el FSLN, la organización que dirigió exitosamente la lucha contra la dictadura, fue el factor subjetivo y objetivo que posibilitó la consolidación relativa de la Junta de Gobierno. Como las masas confiaban en el FSLN y miraban en el gobierno a quienes habían estado encabezando la lucha contra el somocismo, terminaron por aceptar la “legitimidad” del gobierno de Unidad Nacional.

La represión a los partidos de izquierda y la disolución de los organismos embrionarios de poder.

La contradicción existente entre el gobierno de Unidad Nacional, por un lado, y el desarrollo de los embrionarios organismos de poder de las masas, por el otro, provocaron grandes conflictos en los barrios y fábricas. Para imponer su proyecto de colaboración de clases, el FSLN procedió al desarme de las milicias populares, suscitando una fuerte resistencia entre los milicianos, quienes se negaban a entregar sus armas.

La represión del gobierno se centró sobre las Milicias Populares Antisomocistas (MILPAS), dirigidas por el Movimiento de Acción Popular (MAP-ML) y el diario El Pueblo, así como contra la Liga Marxista Revolucionaria (LMR)  -organización que dio origen al PRT, y posteriormente se fusionó en el PSOCA- y los combatientes internacionalistas de la Brigada Simón Bolívar, los que fueron expulsados del país el 16 de agosto de 1979.

Uno de los principales argumentos utilizados por el FSLN para materializar el desarme, fue la urgente necesidad de crear un ejército y una policía centralizados que le hicieran frente a los inminentes ataques de la contrarrevolución. Muchos milicianos populares entregaron sus armas, o se transformaron en soldados y oficiales de la nueva Policía Sandinista (PS) o del Ejercito Popular Sandinista (EPS), porque confiaban políticamente en el FSLN. Miles de milicianos populares no percibieron este cambio, la disolución de sus organismos y la creación de otros nuevos. Fue un fenómeno imperceptible para las masas, estas seguían llamando “milicianos” a los nuevos policías. Algunos llegaron, incluso, a observar ciertas ventajas en la nueva institución llamada Policía, porque les garantizaba uniformes, armas, botas y hasta “salario”.

Pero entre las milicias populares y la Policía había una diferencia cualitativa. Las primeras surgieron del enfrentamiento directo de las masas contra la dictadura, representaban la voluntad de lucha, democráticamente organizada, a través de la elección de sus responsables. La segunda, la Policía, era una institución al servicio del gobierno burgués de Unidad Nacional, para garantizar la colaboración de clases y la propiedad privada de los capitalistas y terrateniente, con una estructura de mando burocrática, de arriba hacia abajo, en donde no existe la capacidad de elegir democráticamente a sus responsables. En fin, un organismo que, a como la experiencia lo ha demostrado, su tendencia inevitable era separarse del pueblo, de donde había surgido.

El mismo fenómeno ocurrió con la creación del EPS. El FSLN disolvió las columnas guerrilleras para dar paso a la formación de un ejército regular. Esta era, efectivamente, una necesidad militar de la revolución. El problema era cómo organizarlo: a partir de las concepciones burguesas o, por el contrario, dotarlo de un profundo contenido obrero y popular, con estructura democrática. La formación del EPS tuvo la misma evolución que la PS: la creación de una casta de oficiales, estructuras de mando burocráticas, negando el derecho de los soldados a elegir democráticamente a sus responsables, como había sucedido en el período de la insurrección.

La disolución de las milicias populares, embrionarios organismos de poder de las masas, y la creación de la Policía y el Ejército regular, dos clásicas instituciones del estado burgués, al servicio del gobierno burgués de Unidad Nacional, fue posible por la combinación de dos factores: por un lado, la represión a las corrientes revolucionarias que se opusieron al desarme y, por el otro, la enorme credibilidad política de las mases en el FSLN. Todo ello debilitó a los organismos de poder de los obreros y campesinos, e inició la desaparición de los mismos, sentando las bases para la ulterior derrota de la revolución, producto de la combinación de la agresión imperialista y de los propios errores de la dirección sandinista.

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