Por Mario Carranza

Lo que pasó en el 32 lamentablemente tenía que pasar debido a que se venía arrastrando una serie de situaciones adversas hacia las grandes mayorías poblacionales. Sin dejar de entender que ello siempre estuvo ligado a los hechos de cien años atrás, los cuales se dieron cuando Anastasio Aquino de una y mil formas derrotó al Estado oficial, pero que por la traición de uno de sus más cercanos colaboradores y con la complicidad de la iglesia católica fue engañado capturado y finalmente asesinado.

Las repercusiones de las expropiaciones de las tierras comunales y de la crisis capitalista mundial

El 32 sigue siendo para muchos una incógnita cuando se ve solo de manera utilitarista o sea en qué forma benefició o afectó a uno de los sectores en pugna por el manejo del Estado. Respecto a ese dilema, desde el punto de vista objetivo lo que estaba ocurriendo con la clase trabajadora representada en ese momento por el campesinado indígena agrícola, era que la clase dominante a través de decretos leoninos y amparándose en la crisis mundial de 1929, arremetió de manera inmisericorde contra los trabajadores de sus fincas cafetaleras despidiéndoles por cantidades y suspendiendo o aminorando los pagos de sus jornadas de trabajo. Ello se debió a que la crisis hizo caer en picada los precios del café, que como monocultivo era la base de la economía burguesa, pero al caer el valor del grano, la situación se volvió cuesta arriba para la oligarquía cafetalera.

Ante esta situación asfixiante la clase trabajadora por impulso de sobrevivencia se organizó y empezaron los conatos de resistencia esporádicos en algunos lugares del occidente del país, hechos que empezaron a desconcertar a la clase dominante y al Estado mismo como su protector por naturaleza. A eso le agregamos el golpe de estado propiciado por la oligarquía terrateniente y materializado por el general Maximiliano Hernández Martínez, quien depuso al doctor Manuel Enrique Araujo, quien había llegado al poder democráticamente bajo la bandera de cambiar las condiciones económicas del país, lo que de alguna forma daría algún beneficio a las mayorías. Esto y las consiguientes elecciones municipales y legislativas en las cuales participaron los indígenas campesinos, que de alguna manera triunfaron en ciertas poblaciones en las cuales se les invalidó, retardó y deslegitimó su triunfo. Ello trajo como consecuencia próxima el descontento popular de los dirigentes del Partido Comunista, al cual se habían afiliado los desesperados campesinos como alternativa para buscarle salida a la crisis en el ámbito político, lo que no fue posible ya que los dueños del poder no lo iban a permitir. Es así como de esa manera se llega a lo que la mayoría conocemos y que son las atrocidades realizadas por el gobierno de Hernández Martínez apoyado por sus ciegos súbditos el ejército y los cuerpos de seguridad, en especial la Guardia Nacional creada especialmente para proteger los intereses económicos de la oligarquía terrateniente cafetalera; sin olvidar el monstruoso papel que jugaron los cuerpos de orden creados por Martínez para tener a raya a los campesinos en sus comunidades y sus lugares de trabajo.

Apreciaciones sobre el 32

El levantamiento de 1932, desde el punto de vista social, deja al descubierto la frágil situación política que el gobierno de turno estaba pasando y todo ello como fruto de la coyuntura emanada de la forma en que el militar Maximiliano Hernández Martínez había llegado al poder, ya que no fue por la vía democrática sino como fruto de un brutal golpe de Estado que en esos tiempos era de lo más normal para la clase política e inconscientemente para el mismo pueblo. A este plausible esfuerzo, suele llamársele “levantamiento comunista” según Thomas P. Anderson y/o “levantamiento campesino”, según el sacerdote jesuita Segundo Montes. Ahora bien, lo importante no es la forma como se le haya llamado entonces, ni como se le esté llamando actualmente, la verdadera importancia de este valiente hecho estriba en que “los pueblos originarios” como es natural llamarles, porque eso es lo que son, tuvieron esa capacidad y valentía de rebelarse contra una oligarquía criolla y un puñado de matones militares dictadores que estuvieron enquistados en el poder; hoy se lamenta la enorme pérdida de vidas humanas en manos del genocida, el ejército nacional, guardia nacional y otros esbirros que se prestaron para el exterminio de poblaciones casi enteras por el hecho de haber compartido la esperanza de realizar cambios políticos y sociales en sus localidades, y luego en el Estado.

La terrible crisis capitalista de 1929/30, que afectó de manera directa a los países satélites del imperialismo de los Estados Unidos, incluida la República de El Salvador por ser un país dependiente de una economía sostenida por un solo cultivo específicamente el café, el monocultivo y las dictaduras militares, hizo que el país cayera irremediablemente en índices extremos de pobreza, manifestados más que todo en el campo. El sector campesino fue uno de los más golpeados, de ahí el nombre de “levantamiento campesino”.

Esa coyuntura pudo haber sido el momento objetivo que fue vislumbrado por nuestro héroe nacional Agustín Farabundo Martí, revolucionario de la clase media y fundador junto a otros del Partido Comunista Salvadoreño PCS, del cual era su secretario general. Siendo así, se involucró en la planificación de ese histórico hecho, acto que hubiera llevado al pueblo, acompañado por el PCS a un horizonte de mayores proporciones, si a éste y a sus compañeros de partido no los hubieran delatado, aborrecible hecho que les llevó después de su captura a ser fusilados   de manera apresurada, situación que causó una desarticulación del plan; lo que pintaba ser una revolución del pueblo pasó a partir del 22 de enero de 1932, a convertirse en un holocausto que dejo enlutada a la mayor parte de la zona occidental con énfasis en Sonsonate y más específicamente, en Izalco, Nahuizalco, Juayùa, Salcuatitan mas una serie de lugares aledaños. A esta triste pero verdadera realidad, personas originarias, entre ellos hombres, mujeres , niños y niñas, ancianos y ancianas con la roja sangre de sus cuerpos, 20, 26, 30, 32 mil o quizás más, abonaron aquellas las tierras que en aquel momento crucial fueron regadas con sangre. Pero ahora con una nueva realidad, los ojos de aquellos que descienden de los que misteriosamente sobrevivieron al holocausto, ahora más que nunca sus ojos brillan y en silencio sus labios gritan la justa venganza por el oprobio llevado por aquellos, a través de la explotación, el despojo de sus tierras, de su lengua de su religión, de sus tradiciones originarias y la continua desnaturalización de su dignidad de pueblos dueños de esas tierras.

El levantamiento se dio de manera casi simultánea en varios poblados del occidente del país, lo que al final vino a dejar como resultado la gran matanza de campesinos indígenas que reclamaban justicia y que en respuesta a un pedido tan simple el Estado lo que les ofreció fue un luto terrible al asesinar a un elevadísimo porcentaje de la población. Con una proporción de un oficial muerto por cada mil campesinos, como se podría decir, una verdadera matanza. Ante esto los pueblos indígenas tienen que exigir hoy más que nunca que se les haga justicia y los que se aprovecharon de la situación y se apropiaron de forma amañada de las propiedades de los campesinos, que se investigue su procedencia y que sean devueltas a las familias de las víctimas del genocidio.

Por el rescate del carácter revolucionario y antisistema de las luchas y de sus lideres

Debemos recordar los hechos históricos a la vez que el carácter revolucionario y antisistema de dichas luchas, ya que a medida pasa el tiempo estos acontecimientos son presentados como simples hechos. En el marco del aniversario del levantamiento indígena de 1932 debemos exigir:

1.- Que el estado salvadoreño reconozca que las personas de los pueblos originarios masacradas en 1932 no eran vándalos, ni delincuentes, sino gente del pueblo que se levantaron, no solo por las condiciones de hambre, explotación y represión, sino también por la defensa de su derecho democrático a que se les respetara su propio triunfo electoral en el año 1932.

2.- Que la Asamblea Legislativa declare Héroes Nacionales de El Salvador, a Agustín Farabundo Martí y demás compañeros fusilados o ahorcados.

3.- Abrir todos los archivos del Ejército y la Policía, para que el pueblo salvadoreño conozca la verdad de la masacre de 1932; que se publiquen todos los documentos y se elabore una Memoria Histórica.

4.- Construcción de un monumento ejemplar en San Salvador, en honor a todos los héroes y mártires de 1932, así mismo que se otorgue un resarcimiento a los familiares de las víctimas.

5.- Que se declare oficialmente el 22 de enero como día de la insurrección nahuat-pipil por la defensa de los derechos democráticos del pueblo salvadoreño.

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