Por Úrsula Pop
El 27 de junio de 1954 por la noche, el presidente democráticamente electo Jacobo Árbenz Guzmán se dirigió a la población guatemalteca a través de la radio gubernamental anunciando su renuncia. Árbenz asumió la presidencia en marzo de 1951 con un programa nacionalista que pretendía librar al país del control que ejercían las compañías estadounidenses sobre los principales ejes de la economía, construyendo obras que compitieran con las mismas; el plan se completaba con el impulso de una reforma agraria que expropiaría las tierras incultas con una indemnización, para entregarlas al campesinado pobre. El propósito general del programa era modernizar Guatemala, impulsando el desarrollo capitalista mediante el impulso de la industria vía la creación de un mercado nacional.
El decreto de la reforma agraria fue aprobado en junio de 1952, y de inmediato generó animadversión entre la oligarquía, pero en especial en la compañía bananera estadounidense United Fruit Company (Ufco), cuyas tierras iban a ser en parte afectadas por la reforma. Los dirigentes de la Ufco, que contaban con gran influencia en el gobierno de D. Eisenhower, organizaron la caída del gobierno de Árbenz en coordinación con la CIA y el embajador de los Estados Unidos en Guatemala John Peurifoy. El 18 de junio de 1954 un pequeño ejército de mercenarios y exiliados bajo el mando del coronel Carlos Castillo Armas, respaldado por el gobierno hondureño, entraron en territorio guatemalteco. Pero la parte principal del ataque estuvo a cargo de aviones conducidos por pilotos estadounidenses, con bases en Honduras y Nicaragua, que arrojaban volantes, panfletos y posteriormente bombas y metralla en diferentes partes del país, sembrando el caos y terror; aunado las incursiones aéreas, la CIA organizó una campaña de desinformación que agigantó la invasión del ejército mercenario (Ejército de la Liberación), que en realidad permaneció cómodamente cerca de la frontera con Honduras.
El ejército guatemalteco prácticamente no combatió la invasión y sus principales comandantes se plegaron, por las buenas o por las malas, a las presiones de Peurifoy y la CIA. Luego de un periodo de negociaciones, Castillo Armas ingresó a Guatemala el 3 de julio por vía aérea procedente de San Salvador en compañía del embajador gringo, como héroe y nuevo jefe de gobierno.
Descontento en el ejército guatemalteco
Después del arribo de Castillo Armas, 1,500 hombres del ejército liberacionista se instalaron en el edificio en construcción del Hospital Roosevelt. La presencia de los mercenarios, que se pavoneaban por la capital alardeando de su triunfo sobre el ejército nacional, provocó rechazo en las filas del ejército guatemalteco, que se sentía humillado y deseaba expulsar a los liberacionistas. Este sentimiento era compartido por los cadetes de la Escuela Politécnica, adolescentes de 15 o 17 años.
Se dieron tres incidentes que en especial afectaron los ánimos de los cadetes. El primero fue que el día de la llegada de Castillo Armas al Aeropuerto La Aurora, los cadetes de la Politécnica tuvieron que rendirle honores, obligados por sus superiores, que recién habían tomado el mando de la Escuela y eran partidarios del nuevo jefe de gobierno. La Compañía de cadetes formó una doble fila para que el personaje pasara en medio, rindiéndole honores. Primero bajó el embajador Peurifoy, y luego varios jóvenes liberacionistas que en actitud belicosa apuntaron sus metralletas en todas direcciones en forma amenazante. Cuando Castillo Armas bajó del avión una avalancha de sus seguidores rompió la formación de cadetes, separando al abanderado del resto de la compañía. Bajo la orden de su comandante los jóvenes lograron recomponer la formación y recuperar al abanderado y la bandera. Este hecho fue sentido como un bochorno y una humillación, sobre todo porque fueron obligados a rendir honores a quien días antes era calificado por el ejército como traidor.
El segundo incidente fue que el director de la Escuela Politécnica, coronel Jorge Medina Coronado, decidió dar un castigo ejemplar a los cadetes por haber recibido una ofensa en el acto público del Aeropuerto, y los obligó a regresar corriendo del aeródromo a la sede de la Escuela; no contento con eso, los hizo que continuaran corriendo en el interior de las instalaciones hasta medianoche, con el fusil y uniformados de gala. Los jóvenes cumplieron el castigo y varios cayeron desmayados.
El tercer incidente se dio el 31 de julio en un prostíbulo donde coincidieron miembros del ejército de liberación de origen salvadoreño u hondureño, y cadetes que estaban de franco. Hay varias versiones del hecho, pero los mercenarios pretendieron sacar a los cadetes de local, los desarmaron, se dio una riña y los cadetes fueron obligados bajo amenazas a “realizar actos de insoportable vergüenza” (Juan Fernando Cifuentes, Los Cadetes del 2 de Agosto). Al regresar a la Politécnica el director ordenó el arresto de los cadetes por haberse dejado vencer.
El ataque contra el ejército liberacionista
El deseo de expulsar a los invasores estaba presente en todos los niveles del Ejército Nacional. El 1 de agosto un grupo de oficiales de la Base Militar La Aurora estaban preparando un levantamiento militar contra el gobierno impuesto por los Estados Unidos. Entre ellos estaba el mayor Manuel Francisco Sosa Ávila. Los oficiales se oponían a la entrega del poder a Castillo Armas. Se les hizo a un lado mientras se condecoraba al ejército liberacionista. Sentían que el ejército guatemalteco había sido humillado y que se reconocía la existencia de otro ejército que triunfó sobre ellos. Castillo Armas pretendía unir los dos ejércitos, pero se celebraba la victoria ¿de quién? Del Ejército de Liberación que había vencido al ejército nacional de Guatemala. La insolencia y la falsedad de estos actos enardecían a parte de la oficialidad del ejército.
Pero los estudiantes de la Politécnica se adelantaron a los oficiales. En la madrugada del 2 de agosto fueron encendidas las luces de la Escuela y sonó la consigna de atacar a los liberacionistas acantonados en el Hospital Roosevelt. Ya algunos compañeros habían recorrido la zona del hospital y se empezó a planificar el ataque, dándose cuenta de que los mercenarios eran unos 1,500 y los cadetes un poco más de 100. Lo primero que hicieron fue despertar al director, mayor Medina y ponerlo bajo arresto, haciéndole saber la intención de atacar a los liberacionistas. Lo mismo se hizo con el subdirector, coronel Chinchilla.
Al llegar al hospital los cadetes tomaron sus posiciones, a campo abierto, y empezaron a disparar cuando aún era de madrugada. A medida que el sol iluminaba, los jóvenes quedaban expuestos en el pasto, mientras que los liberacionistas estaban atrincherados en el edificio de concreto. Pronto los jóvenes empezaron a necesitar apoyo. En el cielo apareció un avión P-47 piloteado por el mercenario tejano Jerry DeLarm, quien disparó hiriendo a varios. Cuando DeLarm regresó a la base militar La Aurora para abastecerse de gasolina, fue apresado por oficiales del ejército. Los futuros presidentes Kjell Leugerud y Romeo Lucas decidieron apoyar a los jóvenes cadetes, supliéndoles de armas, municiones y morteros.
La tregua que puso fin a la batalla
Entre las dos y las cinco de la tarde fue acordada una tregua. Los cadetes eligieron al arzobispo Mariano Rossel y Arellano como mediador entre ambos bandos, y entregaron una carta de peticiones a Castillo Armas. Pedían la destitución del mayor Mérida como director de la Escuela Politécnica, que no se tomaran represalias contra los estudiantes y que el ejército liberacionista fuera expulsado del país. Castillo Armas aceptó las condiciones pero no las respetó, traicionando el acuerdo.
Los liberacionistas se rindieron a las 17:30 horas. Salieron del hospital y entregaron sus armas. Los cadetes escoltaron a los mercenarios hasta la estación del ferrocarril, ovacionados por la población, y enviaron a los prisioneros por tren a Zacapa. Los cadetes fallecidos en la batalla fueron Jorge Luis Araneda Castillo, Luis Antonio Bosh Castro, Carlos Hurtarte y Lázaro Anselmo Yucute Taquez.
La traición de Castillo Armas
A pesar de la victoria de los cadetes, Castillo Armas siguió al frente del gobierno, y una semana después traicionó los términos del acuerdo. El cura Rossel esquivó su responsabilidad de testigo de honor y los estudiantes fueron arrestados acusados de sedición, delito que según el Código Penal Militar amerita la pena de muerte. Pero como la mayoría era menor de edad, no procedía el juicio. Algunos fueron puestos en libertad cuatro meses después, otros luego de un año. Los cadetes que no se sumaron al levantamiento fueron premiados con becas para estudiar en el extranjero. Muchos de los rebeldes fueron condenados al ostracismo y nunca pudieron regresar al ejército, salvo en puestos de poca importancia.
Conclusión
La rebelión de los cadetes es reivindicada por una gran diversidad de sectores, incluyendo la ultraderechista Asociación de Veteranos Militares de Guatemala. El 26 de diciembre de 1997, durante el gobierno neoliberal de Álvaro Arzú, el Congreso de la República emitió el decreto 134-97, designando el día 2 de agosto Día de la Dignidad Nacional en honor a la acción de los cadetes. La izquierda reformista también se identifica con el alzamiento de los cadetes.
La motivación de los cadetes, al igual que la de oficiales inconformes, fue más el orgullo y dignidad heridos al sentirse humillados por un ejército de mercenarios que hacía alarde de haberlos vencido, sin que hubieran acciones militares reales de por medio. No fue una reivindicación del gobierno democrático revolucionario de Árbenz ni de sus conquistas, no pretendieron derrocar a Castillo Armas y continuar con el proceso iniciado en 1944. Algunos de estos oficiales y cadetes, como Kjell Laugerud, Romeo Lucas y su hermano Benedicto Lucas, Manuel Sosa o Jaime Hernández, dirigieron o hicieron parte de gobiernos represivos de derecha.
Sin duda en algunos de los cadetes evolucionó la conciencia política. Tal fue el caso de los cadetes Alejandro de León y Francisco Franco Armendáriz, quienes fueron líderes del Movimiento 13 de Noviembre, y cayeron en combate como guerrilleros durante la primera etapa del enfrentamiento armado interno. Lo que deja ver este episodio histórico es la saña, el espíritu de traición y deslealtad del gobierno que impuso Estados Unidos tras el derrocamiento de Jacobo Árbenz, características necesarias para llevar a cabo la agenda contrarrevolucionaria que tenían en mente.