Por Carlos A. Abarca Vásquez

  1. INTRODUCCION

El conocimiento de las ocupaciones de los trabajadores directos, las condiciones en que producen sus medios de subsistencia, el empleo, salarios y las relaciones de trabajo, los niveles de vida y sus ambientes culturales constituyen temas sustantivos para explicar las desigualdades sociales y luchas laborales, las ideologías y formas de organización política en las sociedades capitalistas.    

Lo confirman la mayoría de las obras de economía política, la filosofía de la Ilustración y el liberalismo, y buena parte del pensamiento que se sustenta en los tratados de las llamadas doctrinas político-económicas. Basta referir a las preocupaciones humanistas, sociales y políticas de “los socialistas utópicos” del siglo XVIII. O bien, a los estudios la Situación de la Clase Obrera en Inglaterra y La Contribución al Problema de la Vivienda, de Federico Engels; así como la encuesta que elaboró Carlos Marx para constatar el perfil laboral y social de los trabajadores alemanes.

En América Latina, el acercamiento a esos tópicos desde la historiografía del movimiento obrero y sindical ha privilegiado el examen de las luchas sociales y de las protestas de las primeras concentraciones del proletariado en la segunda mitad del siglo XIX, en un afán por delinear la fisonomía de la clase obrera moderna y sus luchas contemporáneas. En esa dirección, el conocimiento del sector de los artesanos por oficios, carece de suficiente indagación.    

Este artículo sintetiza alguna bibliografía histórica elaborada sobre ese tema, para satisfacer objetivos como los siguientes:

  1. Comprender el reordenamiento de las actividades productivas de las culturas originarias y de los inmigrantes españoles a raíz de la conquista y colonización en relación con el desarrollo del capitalismo a partir del siglo XVI.
  2. Conocer la evolución de los oficios de los artesanos en las diferentes provincias de Centroamérica entre 1560 y 1850 para apreciar el legado de sus luchas.
  3. Explicar la decadencia de la producción artesanal en Centroamérica en el contexto del liberalismo económico, la independencia de España y la inserción de la región en la división internacional del trabajo creada por las revoluciones industriales.
  4. LEGADOS DEL MERCANTILISMO COLONIAL

En América Latina, el capitalismo mercantil se gestó con la invasión de las milicias privadas de los conquistadores españoles, la despoblación y devastación de la vida comunal indígena, el saqueo y destrozo de sus modos de producción y subsistencia. En la nueva geografía económica se implantó una división del trabajo, organizada con base en la propiedad individual de la tierra y el usufructo privado de los recursos naturales y excedentes económicos. En las actividades que ocupaban numerosos brazos, como en los obrajes o la construcción de templos y obras públicas, se utilizó la coacción policial y autoritarismos jerárquicos y patriarcales justificados en dogmas religiosos o en la manipulación de las creencias autóctonas ancestrales.

Los conquistadores y colonizadores impusieron nuevas relaciones interpersonales, familiares y sociales, desarraigadas de las culturas originarias. Esclavizaron tribus y cacicazgos o trajeron esclavos africanos y los explotaron en combinación con el trabajo servil y el empleo a cambio de víveres o de monedas. En América Central diseñaron sistemas extractivos agropecuarios y en menor grado mineros, en función con objetivos de lucro individual, acumulación de riqueza mediante el comercio y la elaboración de artesanías para reproducir la cultura y pagar tributos a la monarquía.

Durante trescientos años tomó forma una economía mercantil capitalista subordinada a la evolución del transporte marítimo y los intercambios con Europa. Un comercio exterior, constantemente trastornado por las guerras entre las dinastías monárquicas en decadencia, e internamente atrofiado en exceso pues no generó inversiones, oferta y demanda de trabajadores libres, retrasó la tecnificación agrícola y no consolidó la elaboración y comercio de manufacturas. En 1775 España tuvo que reconocer el predominio marítimo de las flotas piratas inglesas u holandesas y se insertó en los flujos del mercado internacional como deudora y consumidora, aún durante el período de reformas liberales de los Borbones.

El ascenso social y político de la burguesía europea después de la revolución inglesa de 1649 y del derrumbe del absolutismo francés, entre 1789 y 1792, no tuvo paralelo en España y Portugal. En los señoríos de “los reyes católicos” prevaleció el “antiguo régimen” de sociedades campesinas, étnicamente diferenciadas y gobernadas por un bloque social constituido por aristócratas terratenientes y mercaderes, usureros y funcionarios incrustados en unas instituciones jurídicas, miliares y político-religiosas ostentosas y segregacionistas.

El 5 de mayo de 1808 la corona española abdicó ante los ejércitos de Napoleón Bonaparte. Entre 1810 y 1821 perdió el control político y militar sobre sus territorios occidentales tras las cruentas guerras que estallaron desde las sierras mexicanas, hasta la cordillera andina y los llanos argentinos. En ese desenlace adquirió fisonomía política la burguesía mercantil y terrateniente centroamericana: una fuerza social heterogénea que tomó el poder político entre 1821 y 1824 con el apoyo del imperio inglés, y vigiladas de cerca con celo y codicia por la Doctrina Monroe norteamericana.

  1. DESPEGUE DE LAS ECONOMÌAS LOCALES

A causa de la independencia, las Juntas de Gobierno o los poderes de los nacientes Estados se involucraron durante más de medio siglo en disputas promovidas por grupos sociales y económicos regionales. La ausencia de un poder central y su inestabilidad fue reemplazada por intereses privados orientados a controlar territorios aptos para la agricultura comercial, minería, cultivos de exportación o para preservar la hegemonía administrativa en las antiguas provincias coloniales, ciudades y puertos. Esa dispersión y enfrentamientos se reforzaron con el auge del mercantilismo desde mediados del siglo XVIII y al final del período colonial interactuaron solapadamente con el expansionismo comercial, marítimo y financiero de capitales privados y los gobiernos de Francia e Inglaterra.

Entre 1824 y 1842 el ejército de Guatemala participó en 51 batallas, el de El Salvador en 40, el de Honduras en 278 y el de Costa Rica, en 5. (Lindo F. Héctor. 1991:157). En esos antagonismos entre individuos, ascendencias y liderazgos de una misma clase dominante, tomaron forma las instituciones militares y sus caudillos: la fuerza primaria que, por encima la legitimidad de la historia de las naciones, el derecho y los fines del Estado, sostuvieron u obstruyeron gobiernos transitorios expuestos a golpes militares, segregación territorial y el acoso de potencias europeas y de los Estados Unidos.

l entramado jurídico e institucional de la división de poderes que floreció con las revoluciones burguesas europeas, la independencia de las colonias inglesas del norte de América y las teorías del liberalismo económico, fue apostillado en cada uno de los países; formalmente, como Estados unitarios o Repúblicas Federales. Las economías locales dieron frutos tardíos de alcance y algún sentido de cohesión nacional, a ritmo de los ciclos y crisis capitalistas y de los avances técnicos, industriales y financieros exteriores. A partir de 1850 creció el volumen de mercancías y bienes de capital comercializados por agencias intermediarias en el contexto de la revolución industrial de 1830-1890 y de las inversiones de capitales extranjeros.

Por lo tanto, en Centroamérica, las economías nacionales y sus Estados no se derivaron de transformaciones estructurales legitimadas en idearios revolucionarios. El capitalismo agroexportador emergió con “malformaciones” de latifundios, campos mineros en abandono, haciendas y plantaciones de fibras, cueros y pulpas dulzonas. Esas materias primas, sinónimo de “productos finales”, se vendían bajo condiciones de libre competencia, acogidas desde 1781. Más tarde, impulsadas por el financiamiento, trasiego marítimo y la tutela militar de Inglaterra, en abierta disputa con Estados Unidos desde la década 1850-1860.

El mercado de trabajo con rasgos capitalistas se consolidó en Centroamérica entre 1860 y el fin del siglo. Adquirió nitidez una vez que fue abolida la esclavitud, liberadas las poblaciones campesinas de añosas servidumbres, eliminados los ejidos y tierras comunales de las cofradías religiosas y de los pueblos de indios, suprimidas las corporaciones de artesanos por oficios y reapropiadas las tierras interiores en beneficio de clases sociales que heredaron la tradición de despojo y depredación colonial. Las ideas políticas, filosóficas y económicas de la Ilustración, el enciclopedismo y la ciencia positiva del capitalismo maduro, fueron ejecutadas en el istmo con retardo, desfases y ritmos desiguales entre las naciones.

  1. LA PRODUCCIÒN ARTESANAL

La elaboración de artesanías surgió como un campo de trabajo para hombres y mujeres de diferentes etnias, edades y condición social que durante el período colonial no poseían medios de producción, no trabajaban en labores agrícolas, mineras o pecuarias y, en apariencia, se ocupaban en condiciones más favorables para sobrevivir.

Las autoridades españolas reorganizaron la producción artesanal con la formación de asentamientos y reducciones indígenas. Las primeras ordenanzas del Ayuntamiento de Guatemala se emitieron en 1559 con referencia al trabajo de zapateros y curtidores. Proponían crear un gremio bajo control de un alcalde y de un veedor. Éste otorgaba licencias para vender los cueros y el primero, las reglas de elaboración del calzado y la enseñanza del oficio. http://dspace.usc.es/bitstream/10347/4647/1/pg_301-324_semata12.pdf En la zapatería concurrían las tareas de curtido, zurrado y manejo de las pieles. En 1566 una Cédula Real ordenó que el Ayuntamiento asumiera la función de examinar a los artesanos. (Martínez, P. 1985:707)

En 1573 Alonso Anguciana de Gamboa se propuso traer a Costa Rica un "carpintero de lo blanco", dos tejedores, un jaquimero y un cordonero, así como labradores y "carpinteros de ribera". Por su parte, Diego de Artieda y Chirinos informó en 1581 que traería 70 u 80 hombres, labradores, casados y oficiales de oficios.

En Cartago los barrios de indígenas y pardos se localizaban fuera de la ciudad. San Juan de Herrera de los Naboríos, fundado en 1590, proveía mano de obra a los españoles para servicios domésticos o artesanos, lo mismo que la Puebla de los Pardos, fundada a finales del siglo XVII. No se ha constatado la existencia de gremios; aunque se menciona la jerarquía de maestros, oficiales y aprendices. En 1626 el monarca solicitó informe al gobernador Fray Juan de Echauz sobre el costo de la construcción de los edificios públicos, pues estaba enterado que el cabildo y la cárcel tenía techos de paja y estaban en mal estado. Se le sugirió que las estancias se construyeran con adobes, ladrillos, tejas, cal y maderas. http://www.historia.fcs.ucr.ac.cr/articulos/maestro2.htm

En Guatemala, a fines del siglo XVI Quezaltenango, Totonicapán, Huehuetenango, Chiapas y Verapaz destacaron en la producción de hilados, telas de lana de ovejas y de algodón. En las alcaldías de Sonsonate y San Salvador las comunidades indígenas pagaban tributo con telas de algodón; y, en Subtiava y Masaya, Nicaragua, había bastantes telares. (Solórzano J. 1993:36).

También en Nicaragua, “Vázquez de Espinosa menciona objetos elaborados con algodón, cueros o plantas como tejidos, zapatos, sogas, jarcia, lonas, cordeles y tintes, los cuales se fabricaban en El Realejo, Chinandega y El Viejo. La hechura de tejidos en El Realejo estaba a cargo de mujeres y los hombres trabajaban la “carpintería de ribera”. La mayoría de los productos se trabajaban manualmente. Los tintes de color azul y morado se preparaban en El Viejo y en la Isla del Cardón con el zumo extraído del caracol. Mediante la infusión de las hojas del arbusto “masato” los indios obtenían el color rojo y del árbol “ojo de buey”, un bello tinte negro. El maíz proveía pan y bizcocho. http://www.ihnca.edu.ni/files/doc/TallerHistoria10.pdf

La división del trabajo adquirió rasgos precisos en el siglo XVII, con el aumento de la población. “Los pueblos y aldeas se especializaban: unos eran agricultores, otros sirvientes. Los indios de Santamaría de Jesús proporcionaban madera a la ciudad. Los del barrio de Santo Domingo de los Hortelanos, sembraban y vendían hortalizas. Jocotenango proveía artesanos. Los indígenas de las tierras cálidas del pacifico, en Escuintla o el altiplano de Amatitlán y las cercanías a la ciudad eran abastecedores de sal, pescado, carne, trigo, hilo y algodón, cal y maderas (…) o construían obras públicas. (Wortman M.1991: 82)

Las Leyes Nuevas de 1542 prohibieron la esclavitud de los indios, pero introdujeron los repartimientos o trabajos forzados y activaron la importación de negros. Los criollos ricos poseían esclavos que eran sirvientes y a veces artesanos como herreros, carpinteros y albañiles. En algunas ciudades, villas, costas y puertos del Atlántico los esclavos negros trabajaban en oficios domésticos, manualidades y el comercio ambulante. Muleros y artesanos compraban su libertad sirviendo como carpinteros, albañiles, cargadores o vendedores callejeros. Guardaban dinero para pagar el derecho a ser hombres y mujeres libres, incluso en épocas que el precio de la libertad era alto. (Wortman M.1991:87 y 90). También las cofradías suministraban trabajadores libres, productos agrícolas, pecuarios o artesanales y financiaban a los maestros dueños de talleres.      

Después de 1650 la construcción de iglesias, fortificaciones, presidios y casas de gobierno sustituyeron no solo las pirámides, montículos y campos ceremoniales indígenas, sino también las obras públicas hechas con madera y paja. La mano de obra indígena o mestiza era reclutada por los curas y los mismos frailes se ocupaban como maestros de obras o arquitectos empíricos. Llegó a identificarse un estilo de arquitectura Centroamericana, llamado el “barroco sísmico”. Los clérigos imponían los temas y diseños de los objetos de arte, cuadros y retablos. (Webre, S. 1993:203-204).    

Los ayuntamientos ejercían mucho control sobre los artesanos y su producción, en particular en las ciudades. “Era una política adoptada frente a un sector emergente (de trabajadores). Consistía en cerrarle a los mestizos el acceso al plano económico y político de los grupos dominantes, situarlos por sobre los indios y por debajo de los españoles, canalizar su fuerza de trabajo hacia el nivel medio de las ocupaciones libres, y ejercer sobre dicha actividad un control para que asumieran tareas productivas y no productivas de las que estaban exentos españoles y criollos…Se generó una relación de dominación y hasta de opresión de clase”.

De ahí la obligación de que se agremiaran, igual que otros proveedores no artesanales como los salitreros, boticarios, molineros, curtidores, taberneros y roperos. Pero la agremiación no respondía a los intereses de los artesanos, sino a su función de proveedores. Además, los gremios no tenían representación en el Ayuntamiento. (Martínez P. 1985: 306-307).

Las autoridades tomaron también disposiciones para cultivar destrezas y experiencias de los artesanos. Desde 1678 se obligó a los artesanos a practicar un solo oficio, a especializarse por medio del aprendizaje, a no abandonar las faenas y abrir tienda, obraje o taller para atender al público. Ese año había en Cartago 35 artesanos de un total de 575 habitantes.

El reclutamiento y aprendizaje de los oficios eran controlados y conservados como parte de una orientación de política pública, pues se pretendía ir más allá de la simple preservación de conocimientos. Se procuraba evitar el vagabundeo y el abandono de menores de edad, de manera que había objetivos de control social y apaciguamiento de los descontentos de los pobladores más pobres. En 1607 muchos menores de edad de pueblos indígenas como Ujarráz, Curridabat, Pacaca, Quircot, Cot y Guicasí fueron compelidos a trabajar en Cartago como aprendices. El reclutamiento se regulaba en un contrato de "asiento" y "obligación", y era común que el maestro tuviera entre dos y cuatro jóvenes a su cargo durante 4 o 5 años. Los artesanos provenían de todos sectores étnicos de la población; pero después de 1670, aumentó entre ellos, el número de blancos, españoles.

Esos trabajadores desempeñaban oficios tanto para el servicio público como el privado. Los “carpinteros de ribera" se encargaban de las construcciones y reparaciones de las embarcaciones. Los "carpinteros de obra blanca" se dedicaban a elaborar menajes de casa como mesas, camas, sillas, bancos, armarios, etc. En otras referencias documentales se menciona con menor frecuencia a los cerrajeros, silleros, curtidores, canteros y albañiles.

Sastres, zapateros y tejedores eran oficios para satisfacer las necesidades de las élites españolas. Por eso ciertos artesanos eran personas de prestigio en el medio social. Los zapateros tenían buen reconocimiento pues muy pocos usaban calzado. Las actividades religiosas demandaban la elaboración de imágenes y hubo especialistas en el arte de tallar madera y pintar las figuras. Al primero se le denomina "maestro ensamblador y arquitecto".

Algunos oficios requerían materia prima especial. Para los herreros, el artículo más preciado era el "fierro" para fabricar sólidos instrumentos de trabajo agrícola, pecuario o para la vida cotidiana. El metal lo proveían comerciantes locales que lo adquirían en el exterior. Una libra de hierro valía cuatro reales a principios del siglo XVIII. La escasez del metal estimuló la especulación y el comercio de contrabando con los zambos, mosquitos e ingleses. Para trabajarlo el herrero requería de la fragua, especie de fogón o estufa a altas temperaturas. También el carbón que se obtenía de la quema de árboles en alrededores de las ciudades.

Asimismo, los sastres dependían del comercio de telas e hilos, o de las importaciones de encajes, agujas y dedales. Los zapateros obtenían cueros en las tenerías. Hubo años que escasearon las materias primas. En 1681, no se halla "... por ningún dinero un cuero para zapatos”. Los artesanos recibían ingresos de labores agrícolas, pecuarias o del comercio. http://www.historia.fcs.ucr.ac.cr/articulos/maestro2.htm Aunque los gremios eran organismos ligados al ayuntamiento, la iglesia y la corona. Poseían algunos bienes comunes y contaban con la beneficencia y el socorro de los miembros de las cofradías. (Menjívar R., 1982: 33).

La participación de los artesanos en la dinámica de la sociedad colonial muestra gran falta de cohesión y unidad. Sí tenían rasgos comunes como trabajadores o productores: talleres pequeños, relaciones jerárquicas, empleo de instrumentos simples, predominio de la fuerza humana. Pero no actuaban como una entidad social, ni siquiera esbozada. No hacían gestiones como conjunto, ni movimientos, ni solidaridades gremiales debido a la rigidez de la jerarquía entre maestros, oficiales y aprendices. El joven aprendiz trabajaba por el alimento, albergue y vestido; sin salario. Permanecía con el maestro varios años y sólo cuando tenía dominio del oficio ocupaba el grado de oficial. Este era asalariado, pero no podía trabajar por cuenta propia, hasta ser maestro. Para eso debía aprobar exámenes, desembolsar dinero para abrir el taller, pagar salarios a oficiales y mantener aprendices. La mayoría seguía siendo oficial, hasta por 20 años o 30 años.

El empleo no era muy estable. Los artesanos estaban presionados por el aumento del mestizaje y por consiguiente de la oferta de artesanos, el crecimiento lento de las ciudades y el desempleo. No tenían mayor margen de movilidad ascendente, salvo hacia abajo: hacia la plebe urbana y los ladinos rurales. Entre ellos había, además, diferencias horizontales. Unos mejor calificados como plateros, relojeros, impresores. Otros dedicados a oficios rudos de canteros o herreros.

Por otra parte, su condición dependía de que fueran proveedores de bienes o de servicios. Los primeros estaban expuestos a la falta de materiales como fibras, cueros, metales. Unas materias primas se adquirían en el mercado interno, otras se importaban a altos precios. “Solo una fracción del sector artesanal, integrada por algunos maestros y quizás unos pocos oficiales poseedores de modesto bienestar puede considerarse una capa social media urbana. La mayoría era parte de la plebe de las ciudades. (Martínez, P. 1985: 306).

El tejido e hilado lo hacían los indígenas. En Boruca, los clérigos forzaban a los indios a teñir hilos con el caracol de múrice y a las mujeres a tejerlo. Con esos productos se pagaban las misas y servicios eclesiales. El ganado era una fuente regular de ingresos por la venta de cueros, zurrones, cebos, candelas y quesos. (Fonseca E. 1993:114-115). Al final del siglo XVII “la producción indígena competía con los productos que traían los españoles pues la economía europea pasaba una crisis de larga duración. “Fuentes y Guzmán se quejaba de que los cinco talleres textiles de Guatemala habían sido manejados por vagabundos, ladrones y esclavos fugitivos “desaparecidos de nuestros ojos” a causa de la “libertad perjudicial” que el gobierno dio a los indios en la producción textil.” (Wortman M.1991: 89)

Por esos años el Ayuntamiento de Guatemala propuso otras reglamentaciones al trabajo de los artesanos. El 14 de noviembre de 1737 la Audiencia creó el gremio de los coheteros. Otra norma de 1792 señala en el Art. 9 que solo serían admitidos “españoles limpios” en el gremio de los polvoreros; es decir que había artesanos mestizos, mulatos, negros e indios. En 1776 se dictaron ordenanzas para plateros y batihojas indicando la inoperancia de otras regulaciones de 1745. El oficio de carpintería fue regulado en 1776 y 1782. El pensamiento ilustrado y el liberalismo influyeron en esos reglamentos.

A causa del terremoto de 1773 y el traslado de la capital, Santiago de los Caballeros, al Valle de la Ermita, se produjo “un golpe definitivo para muchos talleres y hasta gremios enteros que venían arruinándose con la creciente importación de artículos industriales europeos”. La construcción de la nueva ciudad absorbió gran cantidad de trabajadores de oficios que luego quedaron desocupados, desorganizados y fueron a engrosar las filas de los menesterosos de la ciudad o plebe capitalina, una masa de empobrecidos que no llegó a compactar como clase social por motivo de la gran disparidad de funciones económicas y sociales de sus componentes. (Martínez S., 1985:296 y 300).

La demanda de albañiles, carpinteros, herreros, ladrilleros, tapieros y peones aumentó después de 1773 y esos trabajos se regularon tres años después en cuanto a horarios, salarios y tipo de tareas. En 1798 se contempló por primera vez con carácter general el trabajo de los artesanos. Esa normativa restringió a las corporaciones el ejercicio de diversos oficios. Algunos proponían eliminar los gremios, pero regular y conservar las asociaciones ya que perfeccionaran el arte y la ayuda mutua. Pedro Rodríguez, Conde de Campomanes, propuso unificar las artes, incluir a las mujeres, prohibir las asociaciones de oficiales y las cofradías gremiales, establecer juegos, diversiones y crear una policía gremial.

En oposición, Gaspar Melchor de Jovellanos se pronunció por la eliminación de los gremios debido a que propiciaban concentración del trabajo en pocas manos, frenaban el aprendizaje y excluían artesanos de otros oficios. Era partidario del libre trabajo en los oficios. A fines del XVIII se formó la Real Sociedad Económica de Amigos de la Patria. La asociación propuso una reforma a la actividad de los gremios y contempló reglamentar la vida pública de los artesanos para morigerar sus costumbres. http://dspace.usc.es/bitstream/10347/4647/1/pg_301-324_semata12.pdf

Desde fines del siglo XVII, Hispanoamérica vivió un período de diversificación económica regional con un auge minero en Brasil y Perú que creó un mercado interior transitorio con alta demanda de textiles, derivados de la ganadería, alimentos, productos de madera y otras actividades subsidiarias. (Cardoso F.C 1979:225).

La confección de telas con lana de oveja fue muy productiva. En Huehetenango, en 1712 una población indígena de 20.000 habitantes rodeaba grandes fincas dedicadas a la crianza de ovejas y parte de la leche se usaba para elaborar quesos”. (Wortman 1991:98). En 1770, de 26.761 habitantes de la antigua Guatemala “gran número eran ladinos ejercían diversos oficios”. Momostenango, Chichicastenango y Quezaltenango progresaron con los tejidos de lana de ovejas; igual que en los pueblos de Cobán y Rabinal, en la Alta Verapaz, con el suministro de algodón. (Solórzano, J. 1993:31).

“Una vez recogida la cosecha, el algodón en rama se distribuía entre mujeres de los pueblos de indios, quienes debían hilarlo. El hilo era luego recolectado por los alcaldes mayores y los clérigos lo enviaban a otros poblados de para convertirlos en telas… En 1795 había un millar de telares en Antigua Guatemala”. Las telas y ropas se intercambiaban por añil o ganado en Comayagua, San Salvador, León o Costa Rica. Había haciendas que usaba la ropa como medio de pago. (Solórzano F. 1993:36).

En la costa del Pacífico de Nicaragua se construyeron astilleros para fabricar los barcos. Trabajaban maderas de pino de altura o cortezas duras como el cedro, caoba o el guácimo, y usaban brea y resinas. Las telas para las velas eran suministradas como tributo por los indígenas quienes proveían, además, mantas y la cordelería hecha de maguey o de cabuya. La brea de pino se usaba para calafatear y los cortes del mismo árbol en la fabricación de toneles, útiles para conservar los vinos que se enviaban a Perú. (Fonseca E. 1993:132).

En las ferias semanales, anuales y por regiones era considerable el tráfico de artesanías: rebozos multicolores procedentes de Guatemala, jícaras labradas para beber agua y chocolate, sombreros y esteras de paja o petates, arreos y cohetes (…) los rebozos de algodón, ponchos y hamacas venían de El Salvador. Los indígenas hondureños trabajaban todo el año produciendo confites y jabón que vendían en las ferias (...) En los mercados de Guatemala se encontraban los sombreros de palma hechos por los indios salvadoreños de Tenancingo (…) Tres almacenes de Sonsonate daban salida en 1858 a las sillas de cuero, canastillos de vena de palma y cedazos de fibras. (Lindo F. Héctor. 1991:191-195). En 1820, en plena decadencia del mercado para artesanías, subsistían en Antigua Guatemala 637 telares que abastecían a San Salvador, Comayagua y León. (Solórzano F., 1993:37).

La producción artesanal siguió activa a pesar de su notorio declive desde principios del XIX. En 1811, el presidente de la Audiencia de Guatemala, José Bustamante y Guerra, propuso otro reglamento general para los gremios. La reforma refleja el espíritu burgués de la época, pues estima que el “benemérito” cuerpo de artesanos es parte del Estado y por lo tanto, requiere la protección de los gobiernos. Según esa concepción, los trabajadores por oficios deben corresponder con la sociedad, sujetándose a principios de convivencia en orden, templanza moral, laboriosidad y buena aplicación.

Los gremios, dependientes de los Ayuntamientos, cada mes eran convocados a un cabildo. Se eliminaron castigos corporales y se creó un departamento policial separado para recluir a los artesanos que delinquieran. Todo oficio con 12 maestros, tienda y taller formaría un gremio y si no los tenían debían agregarse a otros gremios. Se propuso la creación de la Cofradía Gremial consagrada a la Virgen del Socorro: todos los artesanos serían cofrades y celebrarían fiesta en la primera semana de noviembre.

http://dspace.usc.es/bitstream/10347/4647/1/pg_301-324_semata12.pdf

En Costa Rica, antes de 1820, las artesanías y manualidades estaban separadas de la agricultura, sólo en las ciudades. En pueblos y aldeas, antiguas reducciones de indios, una cuarta parte de hombres, cabezas de hogares, declaraban oficios de sombreros, canasteros, hilanderos, tejedores o carpinteros. Hubo especialización en ramas como la herrería, la fabricación de pólvora y cigarros, el hilado y la costura. En 1813 se menciona en Alajuela la urgencia de entrenar a los maestros plateros, herreros, zapateros y sastres. El municipio ordenó que los pocos maestros u oficiales entrenasen cada uno a dos o tres jóvenes.  

En el censo de 1824 no se reportaron talleres, solo oficios. Pero en Cartago, Manuel Escalante poseía 2 de los 8 telares. El trabajo de hilar había alcanzado importancia extra-doméstica. En San José había 110 locales dedicados a tejer o hilar que ocupaban 142 personas. El sur de la capital era un barrio artesanal que empleaba muchas mujeres jefas de familia como hilanderas; aunque declaraban que su oficio era la industria. Los barrios de El Carmen y Guadalupe tenían un sector artesanal bien definido.  

En Cartago, la elaboración de tejas originó el poblado El Tejar. Desde la colonia trabajadores negros y mulatos de la Puebla de los Ángeles se dedicaban a herrería y la pólvora. En 1844 trabajaban 16 herreros y hacían labores diferenciadas, como el oficial mayor y el fornidor, encargados de fundir y elaborar herramientas. En las fábricas de pólvora había tres oficios: el maestro, el polvorero y el labrador de pólvora. En los archivos de las series Congreso y Gobernación se constata que entre 1843 y 1844 había en las tres ciudades principales del país al menos 480 artesanos, jefes de familia, de un registro total de 1867 personas. (Gudmundson L. 1990: 58-80).

  1. DECADENCIA DE LOS OFICIOS ARTESANALES

Los cambios estructurales que condujeron en Inglaterra a la producción fabril en gran escala, se aceleraron en la segunda mitad del siglo XVIII en detrimento, principalmente, de la producción artesanal y manufactura de los países colonizados. Las mercancías de la era industrial invadieron Centroamérica a través del comercio ilegal y la piratería desde los bastiones ingleses de Jamaica y Belice. Después de la Independencia, a consecuencia del libre comercio capitalista.    

La obsolescencia del mercantilismo económico y del régimen monárquico era irreversible y la reacción restauradora culminó en España con las Reformas Borbónicas. Se suprimieron prohibiciones a la libre explotación de fuerza de trabajo, se exigieron nuevos impuestos y restricciones fiscales, se reorganizó la administración y gobierno en el nivel regional y se amplió el marco legal para el libre comercio. Esas medidas acentuaron las contradicciones políticas entre la metrópoli y las clases dominantes en las colonias, las cuales culminaron en las rebeliones y levantamientos populares precursores de las Guerras de Independencia.

En 1765 el gobierno colonial estableció un impuesto sobre las ventas, gravó importaciones europeas y se transfirieron de México a Centroamérica los monopolios de tabaco y pólvora. “Todos los artesanos tenían quejas. En noviembre de 1766 los productores de Guatemala enviaron una petición al alférez real, Manuel de Batres, en protesta por los monopolios, los altos derechos aduanales y los impuestos.

La ciudad estaba a punto de rebelión (…) Fueron arrestados los autores de las peticiones de los artesanos (…) El “humor de la multitud” llegó a su punto más bajo el 31 de diciembre (…) Había temores de un “levantamiento popular”. Por ello se suspendió el cobro de impuestos sobre todas las reventas y se procedió a distribuir granos a los grupos más pobres de la ciudad”. Las medidas sofocaron el descontento. (Wortman M.1991: 178-179).

No obstante, continuó favoreciéndose el libre comercio. Entre 1760 y 1808 la monarquía derogó impuestos de importación, autorizó a compañías privadas para que comerciaran con exclusividad en regiones específicas, suprimió el sistema de flotas y rebajó tarifas para aumentar el número de navíos en tránsito y el volumen de las ventas.

A fines del siglo XVIII las crónicas ya no se refieren a la población designándola por sus rasgos étnicos, sino por su importancia numérica y los rasgos como fuerzas productoras rurales o de las ciudades. En el trance 1808-1823 se acentuó la fisonomía de las clases y capas de la sociedad colonial guatemalteca. (Martínez P. 1985: 232 y 279). “Burócratas, comerciantes y hacendados vinculados con casas comerciales peninsulares; clérigos y artesanos amenazados por las importaciones y los grupos medios afectados por el alza de los precios y el desempleo, todos se oponían al liberalismo aunque compartieran algunas ideas de la Ilustración”. (Wortman M.1991: 255)

Las contrariedades por la aplicación de libertades económicas sin control, se incrementaron a comienzos del siglo XIX. “Desde 1800, cuando los funcionarios liberales permitieron la entrada de textiles ingleses, hubo un aumento en el comercio en manos de españoles debido a que garantizaba utilidades mayores que las ventas y compras de las telas locales (…) Pero el intercambio destruía a los artesanos locales y drenaba las reservas de plata de la colonia”. (Wortman M.1991: 261)

El libre comercio expandió las relaciones mercantiles y la explotación capitalista. Pero beneficiaba solo a una pequeña parte de la clase dominante de la colonia: a aquellos que tenían nexos con el mercado inglés. Al mismo tiempo, destruyó a quienes estaban involucrados en la producción textil. “Para los artesanos, cuyos instrumentos importados de España tenían que ser adquiridos a precios muy elevados, el peso de la colonia era irresistible, más aún, cuando en lo interno eran explotados por la clase adinerada de las ciudades. (Wheelock J. 1976:71)

No todos los artesanos veían un peligro en la libertad de comercio. Los carpinteros se beneficiaban con la entrada de herramientas más baratas que en el mercado negro. Los herreros se perjudicaban con el ingreso de productos de la metalurgia, pero les interesaba liberar las importaciones de hierro y los monopolios. Plateros y coheteros no tenían interés en el libre comercio porque disfrutaban de concesiones. Solo los tejedores se manifestaron en contra de la importación de telas. “En el número No. 4 del periódico El Amigo de la Patria se publicó una petición de 210 tejedores de Antigua Guatemala solicitando protección mediante el cese de la importación de telas”. El caso fue discutido en la sesión de la diputación provincial del 5 de noviembre de 1820. (Martínez P. 1985:709) La mayoría de artesanos que formaba la plebe urbana sí apoyaron el proteccionismo de algunos criollos. (Martínez, P. 1985: 312-315).

En Verapaz, el altiplano de Guatemala y alrededores de la ciudad, “miles de mujeres pobres se ocupaban en hilandería.” Pero a medida que el producto inglés inundaba el mercado, el precio de la tela disminuyó un 75%: de doce a tres reales la vara. Antes de 1810 se decía que el altiplano vendía a México entre 35.000 y 40.000 pesos en artículos de algodón y lana, a precio entre 30 y 35 pesos la docena de piezas. Con el libre comercio ya no había esa interacción, aunque se ofrecían los artículos entre 12 y 30 pesos…

José Cecilio del Valle fue vocero del sentimiento proteccionista y abogó por apoyar a los artesanos: “Existe mortalidad en el taller: existe en la forja y en el telar. (Si estuviese aquí) (Álvarez de) Cienfuegos conocería artesanos que son aptos para sus cantos y Séneca vería virtud en manos diestras en el trabajo”. Para defender la industria propuso abolir el comercio de telas inglesas (…) tratar de extinguir su uso en ropas de algodón (…) quemar las reservas (…) y si es posible devolvérselas a sus productores (…) Entonces veremos la necesidad de vestirnos con nuestros propios textiles nacionales (…) La agricultura prosperará y el número de artesanos aumentará”. (Wortman M.1991: 278)

La oposición al libre comercio sí fue un motivo de las movilizaciones de artesanos durante las rebeliones de 1811- 1812 en San Salvador, León, Granada, Segovia, Rivas, Tegucigalpa, Nicoya y Cartago. Los algodoneros y otros artesanos del altiplano se unieron con los comerciantes españoles y el clero para abogar por un retorno a la autoridad centralizada y proteccionista del gobierno español y poner fin a los nexos comerciales con los británicos (…) Los comerciantes nicaragüenses y otros del interior se aliaron con estos grupos porque el comercio se les escapaba de la región hacia Guatemala y los productos iban a parar a Belice, en vez de Granada”. (Wortman M.1991: 279)

La disputa entre partidarios del libre comercio y quienes abogaban por proteger el mercado interno, “se reflejó en las diferencias entre las clases económicas y sociales que después de 1820 fueron la base para que se formaran las facciones que disputaban el poder político. “En la madrugada del 4 de junio de 1822 un grupo de artesanos indígenas de Subtiava, junto a varios estudiantes, se apoderaron del cuartel de la Compañía Provincial en León con el apoyo de militares del interior para ejercer las atribuciones del poder y elegir una Junta de once individuos que asumieran el mando”. El 31 de mayo habían concurrido autoridades indígenas de Subtiava y otros barrios, casi todos de oficios artesanales, como el herrero Justo Altamirano y otros. (Wheelock J. 1976: 89-90).

“Las agitaciones urbanas protagonizadas por artesanos, constituyen uno de los ingredientes más dinámicos de la vida política de mediados del siglo pasado. Halpering Donghi señala que los artesanos irrumpen en la escena continental en la década de los cuarenta y comenta que fue uno de los signos del fin del período, e hicieron sentir la presencia política de los grupos plebeyos ajenos a (los intereses) de las élites, aunque no fue suficiente para quebrar el cerrado predominio de éstas”. (Cueva A. 1980: 54)                                  

“Los productos manufacturados ingleses reducían la producción a domicilio de los artesanos que vendían a pequeños tenderos. La producción de telas y ropas en alguna escala decayó desde 1850 y solo se mantuvo en Guatemala, Chiapas y Nicaragua. “Las economías del interior en Guatemala, León, Granada, Tegucigalpa quedaron sin monedas. Disminuyó la demanda y la riqueza continuó fugándose a las manos de los ingleses, hasta el período de la federación”. (Wortman M. 1991:280). Los colorantes sintéticos comenzaron a utilizarse en Gran Bretaña desde 1858 (Cardoso y Pérez H. 1977: 174.), y con el aumento de las importaciones y la apertura de bodegas en los puertos y ciudades declinaron las ferias. Los artesanos que laboraban libremente irrumpieron en las luchas electorales a partir de 1860.

El libre comercio fue el precio que se pagó a Inglaterra, Francia y Estados Unidos por sus apoyos indirectos a la independencia de Centroamérica. En 1825 pocos se quejaban de interferencias del gobierno, alta tributación, disminución del comercio o estancamiento económico como lo habían hecho veinte años atrás… En toda casa de comerciante se usaban artículos de plata “para los propósitos domésticos más bajos” y cada dama de la casa tenía “por lo menos media docena de costureras, floristas y bordadoras, lo cual por el momento daba a sus apartamentos la apariencia del barco de un millonario”. (Worman M. 1991:311).

Un decreto sobre la libertad de industria con fecha 13 de junio 1833, no abolió los gremios. Las corporaciones mantuvieron funciones económicas, sociales y morales durante al menos tres décadas. Ese año se creó en Guatemala la Sociedad para el Fomento de la Industria. Proponía crear escuelas mecánicas, abrlr fábricas de papel, traducir e imprimir manuales prácticos sobre los oficios de tejidos, curtiembre, loza, jabón, sombrerería, construcción, fundición, aserrío, tintorería y ebanistería; introducir modelos y muestras de máquinas y reunir una biblioteca de arte. Sin embargo, no acogió la solicitud de tejedores que desde 1820 proponían la prohibición de las importaciones. La Sociedad se inspiró en los conceptos liberales de educación, fomento e industria. http://dspace.usc.es/bitstream/10347/4647/1/pg_301-324_semata12.pdf

Las reformas liberales del último cuarto del siglo XIX situaron a los artesanos en un nuevo universo económico y social. La mayoría se benefició con la ruptura de las reglamentaciones coloniales y algunos encontraron condiciones para instalar sus propios talleres y tiendas. Todos quedaron desorganizados e indefensos frente a la competencia fabril; perdieron las protecciones y socorros que disfrutaban. Se insertaron en una división del trabajo que se regía por las condiciones competitivas del mercado, alejados del trabajo doméstico y la agricultura de subsistencia, y sujetos al movimiento ondulante de los precios de las materias primas y mercancías. Ese es el punto de partida de “un importante movimiento social configurado por el artesanado libre” desde la segunda mitad del siglo XIX.

“Una investigación realizada en 1858 sobre “el estado de sus habitantes y profesiones en que se ocupan”, la que cubrió solo a 5 de los 15 departamentos, muestra la concentración de los artesanos en pequeñas villas y pueblos: ante todo pintores, plateros, carpinteros, sastres, albañiles, zapateros y otros”. Ya en 1860 los artesanos apoyaban las promesas y medidas “proteccionistas” del gobierno de Gerardo Barrios en Guatemala. En los años sesenta y setenta se expandieron las formas organizativas del artesanado libre”. (Menjívar, R. 1982: 35).

  1. CONCLUSIONES

Desde el siglo XVI el oficio de los trabajadores artesanos, hombres y mujeres de la población autóctona o inmigrantes, quedó subordinado a los objetivos de lucro y ganancia comercial. Primero regulado por la monarquía española y su concepción mercantilista de la economía; más tarde por el avance de las relaciones de producción capitalistas a escala mundial.

En numerosos estudios de historia social centroamericana del siglo XIX. se ha enfatizado el examen de los artesanos por oficios: Su importancia en la producción mercantil, las demandas reivindicativas, sus formas de organización, ideologías compartidas sobre las relaciones entre el pasado histórico, sociedad y economía; su participación o rechazo a los procesos electorales liberales y otros rasgos de sus identidades culturales.

Pero el objeto de estudio se ha observado en conexión directa con la historia del movimiento obrero y, con frecuencia, como su precedente inmediato. De esa forma, la historia de los artesanos no sólo preludia “en línea directa” la del movimiento obrero, sino que éste, a la vez, hereda sus influencias y algunas “desviaciones” en las actitudes de clase que delimitan históricamente antagonismos, intereses sociales y necesidades políticas entre la clase obrera y los empleadores capitalistas.

Las investigaciones recientes de los historiadores, evidencian las diferencias entre una y otra modalidad de inserción de los trabajadores directos en los procesos de producción no agrícolas. La producción de bienes materiales y culturales derivada de los oficios artesanales “modernos” ocupó lugar significativo entre los valores de uso y mercantil de los bienes y servicios que se consumían en los campos y aldeas de aquellas sociedades.

Los productores artesanos fueron parte de la mano de obra especializada que, junto con trabajadores indígenas y negros esclavizados levantaron templos, edificios públicos, caminos empedrados, canales de agua potable y viviendas “palaciegas” de obispos, colonizadores y hacendados encomenderos. Suplieron en buena parte las necesidades del comercio centroamericano de artesanías, hasta la segunda mitad del siglo XIX.    

  1. BIBLIOGRAFIA

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Wheelock R., Jaime. Raíces indígenas de la lucha anticolonialista en Nicaragua. Siglo XXI Editores S.A. 2 edición. Buenos Aires. 1976.

Wortman Miles, L. Gobierno y sociedad en Centroamérica 1680-1840. BCIE. EDUCA. San José. 1991.  

http://dspace.usc.es/bitstream/10347/4647/1/pg_301-324_semata12.pdf

http://www.historia.fcs.ucr.ac.cr/articulos/maestro2.htm

http://www.ihnca.edu.ni/files/doc/TallerHistoria10.pdf

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