Por Hermes

El actual Estado salvadoreños es por demás un estado genocida, torturador, criminal y que, de ser considerado un sujeto, seguramente estaría condenado a pena de muerte miles de veces por las atrocidades históricas que ha realizado contra su población desde su concepción en la independencia y su prototipo en la colonia.

Desde la conquista española la población de este territorio ha sido fuertemente flagelada de maneras dolosamente sádicas, pero una de las cuestiones más atroces que se le puede hacer al ser humano es la destrucción de su identidad, y para la dominación de las poblaciones originarias de este territorio, una de las estrategias más importantes de los conquistadores fue desmembrar la identidad de las diversas identidades étnicas del territorio y transformarlas primero en mano de obra esclava, luego en cosas de uso público (res públicas), y por último en “ciudadanos salvadoreños”.

Esta pérdida de sentido de pertenencia, de una raíz cultural, y pasar a sostener únicamente una condición (más no conciencia ni identidad) de clase explotada, ha generado en la población indígena una falta de comprensión de sus raíces, de su historia y de su presente, una crisis existencial que le impide tomar control de su propio destino. Tal cual como lo expresa la investigación de Naomi Klein sobre los métodos de tortura y control social de la CIA “La pérdida masiva de memoria (…) No solamente se produce una pérdida de la imagen espacio-tiempo, sino que también se pierde el sentido de que debería existir” (Klein 2007, 41).

Perdida la memoria colectiva de los tiempos pasados, ya nos solo tras la perdida de la identidad cultural, sino que ahora suplantada con una identidad de parroquia, una identidad nacional, una identidad consumista por parte de Estados Unidos, y otras expresiones que se imponen sobre nosotros, además de la ausencia de educación histórica casi punitiva, hace que la crisis de los pueblos indígenas sea profunda y arraigada, permitiendo que figuras nefastas como las Naciones Unidas y sus ONG con intereses partidarios y extranjeros de grandes corporaciones, construyan la visión “exótica” y turística que les conviene de nuestros pueblos. Para además de explotar comercialmente la caricatura que hacen de nuestras raíces, prevenir y suprimir cualquier movimiento popular que desafié el orden establecido.

Esto ha generado una gran cantidad de ONG´s serviles al sistema, que buscan socavar las luchas populares imponiendo sus métodos “pacíficos”, el estudio irrelevante e imperativo de legislaciones nacionales e internacionales que serán siempre el fango en el que se estanquen las luchas, y sus doctrinas políticas pseudo izquierdistas, que nuevamente caricaturizan la lucha, le imponen cuotas ideológicas y reducen la expresión indígena a luchas dividas, atomizadas y románticas que no solucionaran los problemas medulares de la población.

Las Luchas Indígenas de Hoy

Después de los grandes alzamientos indígenas del siglo XIX y XX, que terminaron cruelmente masacrados por el estado, reduciendo cada vez más su capacidad de lucha con diferentes tácticas sucias, y luego de las grandes expresiones populares de la población campesina (genéticamente mestiza con gran porcentaje indígena) de las décadas 70 y 80, la realidad del siglo XXI dio paso a una nueva reconfiguración con las políticas neoliberales. La gran lucha ahora no giraba en torno a ideales revolucionarios por la construcción de una nueva sociedad, sino que han sido esfuerzos de resistencia contra la amenaza de las corporaciones en sus territorios. Las dinámicas del neoliberalismo, sin embargo, encontraron en estas luchas ahora de carácter socio-ambiental, o socio-territorial, una nueva expresión medular de la contradicción capital-trabajo, puesto que la lucha se ha librado en torno a las formas de subsistencia rentables para las poblaciones indígena-campesinas relacionadas con su territorio ancestral, y los proyectos capitalistas que buscan la instalación de sus proyectos económicos para el control y explotación de los territorios. 

Son estos conflictos socio-ambientales los que definen las realidades de lucha actualmente, estos esfuerzos de resistencia disgregados por todo el territorio, a los cuales se suma una mayor o menor identificación ancestral, con mayor o menor coherencia según el espacio, al no tener un proyecto político amplio, sino ser procesos de resistencia y rebeldía contra el poder económico (y en muchos casos el estado), cada una de estas, aunque en ocasiones idénticas entre sí, están aisladas en sus propios procesos, por lo que se encuentran fatalmente divididas.

A esto hay que añadirle el papel que ya mencionamos de las ONG y agentes estatales e internacionales en el desarrollo y dirección de estas resistencias, que las condicionan casi en su totalidad a luchas fracasadas de carácter reformista (por buscar reformar el sistema no cambiarlo) condenadas al fracaso en la búsqueda de ratificaciones internacionales, leyes o proyectos naciones, que nuevamente, las caricaturizan, suprimen y coaptan para sus intereses políticos y económicos.

¿Qué hacer?

Si estamos de acuerdo en que el “desarrollo” capitalista es una poderosa amenaza en contra de los intereses de los explotados y nuestra supervivencia en el territorio; si estamos de acuerdo que el Estado no garantiza ni garantizará en ningún momento las condiciones dignas para el bienestar de estas poblaciones; si además estamos de acuerdo que las luchas separadas como están no avanzarán jamás en otra dirección que no sea el doloroso fracaso nuevamente; y si estamos de acuerdo que se necesita un nuevo proyecto de sociedad que si garantice las condiciones necesarias para el bienestar y subsistencia de las poblaciones en su territorio, entonces la respuesta es sencilla, necesitamos una plataforma revolucionaria indígena-campesina.

¿Qué significan estas palabras? Quiere decir que debemos romper las cadenas legalistas (de luchas legales y electorales) que las ONG dentro del neoliberalismo nos han impuesto, romper con la ausencia de proyectos revolucionarios y utopías que nos dejó el fin de la guerra (y el comienzo de la posmodernidad), y por sobre todas las cosas romper con las identidades hegemónicas que nos han impuesto desde el tiempo de la colonia, y pasar a construir una nueva identidad de clase explotada, con carácter indígena-campesino que sepa unificar nuestros procesos de luchas territoriales a lo largo de nuestro país y (más adelante) a lo largo del continente.

Esta nueva plataforma lejos de las concepciones neoliberales, y de los espacios traidores que ya conocemos bien, formados por los enemigos de nuestro pueblo como algunas organizaciones, debe tener claros los principios revolucionarios de Acción Directa, Autoorganización, Apoyo Mutuo, Conciencia de Clase, Acuerdo Voluntario, Síntesis Ideológica, para construir una coordinación en la praxis que unifique las luchas contra el mismo enemigo, el poder económico nacional e internacional y el Estado Salvadoreño y construya a su vez un proyecto de sustitución de este Estado Genocida, por un nuevo tipo de sociedad política (rastreable en los modelos de nuestros ancestros precoloniales), que se funde sobre la base del bienestar popular.

Los pies en la tierra

Cualquiera podría argumentar que todo esto es utópico, o peca de ingenuidad, que no hay condiciones y que tampoco ha sido posible nunca.  Pero lo único verdaderamente utópico, es creer que tenemos alternativa. Si analizamos las condiciones actuales, la realidad histórica del mundo, nos daremos cuenta de una verdad innegable: Estamos llegando al fin de la humanidad.

Los daños causados por el capitalismo al mundo, son mortales e irreparables, la extinción de la humanidad por estos procesos depredadores en el mundo (de los cuales se puede hacer miles de artículos al respecto), es un hecho científico. Lo que nos pone en una disyuntiva, o destruimos el actual orden del mundo, o este nos aniquila a nosotros.

Lejos de eso, la devastación capitalista no es una consecuencia de su producción, sino un interés y objetivo de esta misma. Me explico. Si analizamos a profundidad la economía capitalista, esta busca crear una sobreproducción desmedida, pero según las leyes económicas de oferta y demanda, esto genera una disminución excesiva de los precios y una accesibilidad que terminaría diluyendo la ganancia, para evitar esto los capitalistas destruyen el excedente de producción para mantener los precios de sus mercancías (como alimentos, petróleo, bienes de necesidad), lo suficientemente altos, además de crear una profunda red de intermediarios que diluyan la ganancia de los pequeños productores (Kropotkin 1892).  Esto sumado a que la destrucción ambiental es necesaria para que la mayoría de las fuentes de subsistencia se reduzcan al trabajo asalariado o a los intermediarios de la producción, hace que la destrucción ambiental sea un requisito para el capital (Menjívar 1980).

Un modo de producción alternativo, no es imposible, es necesario.

Por otro lado, las actuales contradicciones que existen en nuestra sociedad, la unidad contra un mismo enemigo esta lejos de ser una fantasía, cada vez más es una necesidad, pues los mismos problemas que aqueja a Huizucar (La Libertad, zona central), aquejan a Nahuizalco (Sonsonate, zona occidental), al luchar contra empresas de producción eléctrica que buscan la (intencional) destrucción del rio Huiza y Sensunapan respectivamente. De la misma manera que los desalojos de Condadillo y Ojo de mangle (San Miguel y la Unión, zona oriental) por la construcción del nuevo “Aeropuerto del Pacifico” coinciden con los de los habitantes de la Isla Tasajera (La Paz, zona paracentral); la persecución sufrida por la lucha contra la minería, excombatientes y comunidades eclesiales de base de Santa Marta (Cabañas, zona central), con los de El Bajo Lempa (Usuluán, San Vicente y La Paz, zona paracentral y oriental). Así como muchos otros contra Coca Cola, La Constancia, Las empresas cañeras de los Regalado-Dueñas, las urbanizaciones de narcotraficantes, y todas tienen en común el despotismo de las grandes industrias y la complicidad bélica del Estado, que imponen sus proyectos capitalistas mortales contra los verdaderos dueños de la tierra, los trabajadores.

Es por esto por lo que ante la avanzada de los mega proyectos, el saqueo, despojo, explotación, y por la construcción de una fuerza que pueda imponer el poder popular, así como generar una nueva identidad colectiva ancestral, la unidad presenta como el horizonte más coherente.

Por último, esto ha sido (y es) aplicado en otros espacios, que nos dan el ejemplo y señalan el camino a seguir. Desde las resistencias Mapuches y Aimara en el sur del continente que buscan el control de sus localidades por los consejos indígenas, pasando por las comunidades Lencas y Quiché que practican el control autónomo y de facto de sus territorios, hasta los pueblos purépechas, de guerrero y el gran ejemplo zapatista que con bases en las ideologías revolucionarias de clase (anarquismo y comunismo maoísta), y los antiguos sistemas políticos comunitarios de la era precortesiana, han desarrollado nuevas propuestas políticas y formas productivas que se enfrentan a los megaproyectos neoliberales de los imperios de turno.

Sin mencionar a los heroicos esfuerzos existentes con los Naxalitas de la India, las guerrillas filipinas y un sin número de expresiones de lucha que nos remarcan que la hora de una nueva apuesta revolucionaria que combine las luchas territoriales ancestrales es nuestro camino hacia otro mundo posible.

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