Opinión Libre

Por Nicolás Solís

Al tiempo que se guarda de la rutina como la peste, la dirección debe ser sensible a la iniciativa de las masas.

Trotsky

 

Van D Velde ha respondido a mis críticas a su artículo anterior, respecto a la situación en Libia, con un nuevo artículo lleno de mayores incongruencias. Al ver la extensión de su respuesta, lamentablemente confusa y errática, como si el tema de la lucha de masas le resbalase de las manos, da la sensación que al final un envase de piel muy sensible se hubiese roto desparramando por el piso algo de autoestima personal. De modo, que mi respuesta da saltos sobre la viscosa presunción pequeño burguesa diseminada en su artículo, y apunta a dar algunas pautas metodológicas a los lectores respecto a la situación en Libia.

A lo largo de su artículo, Van D Velde me llama profesor. No sé por qué. Me deja sin saber como llamarle a mi vez, ya que no podría considerarlo alumno mío. Si me hubiese llamado Maestro, me sería más simple, ya que, entonces, con toda cortesía lo dejaría afanado en la búsqueda del conocimiento y, aunque no lo merezca, tomaría un poco de su karma psicológico para allanarle el camino.

Este señor debate de forma abstracta (en una nebulosa donde todos los gatos son pardos). Se empantana en abstracciones, atragantado de citas, como si estuviera fatigando en un parto por descubrir la teoría marxista, en lugar de aplicarla.  

La lección que se obtiene de los debates de nuestros formadores teóricos es, fundamentalmente, metodológica, sobre cómo elaborar consignas y trazar posiciones políticas correctas, con ayuda del materialismo dialéctico, a partir del análisis concreto de la realidad política. 

Según Van D Velde, por la crítica que he hecho a su artículo, soy “obrerista de mercado”: que supone una rama del trotskismo a la que define como desviación ideológica, y que, según él, asume que el problema nacional sólo corresponde a la democracia burguesa y al nacionalismo burgués.

La redacción de esta idea de Van D Velde no sólo es impropia del marxismo y de las reglas de la sintaxis gramatical, sino, que atenta contra la lógica formal.

Nadie podría asumir que un problema nacional, en abstracto, sin mayores elementos de juicio, corresponda (¡) a la democracia burguesa o al nacionalismo burgués. Máxime si en lugar de analizar el rol de las clases sociales ante el problema nacional concreto, se hace referencia a lo que “corresponde” respecto a conceptos de índole general. Esto es parte de lo que caracteriza un pensamiento confuso.

Un problema nacional, mejor dicho, un conflicto nacionalista, tiene carácter progresivo para la nación oprimida y carácter reaccionario, posiblemente, burgués (depende de la época histórica) para la nación opresora.

El proletariado, en ambas naciones, debe tener una posición unitaria en contra de la opresión. Es decir, sólo los trabajadores de la nación opresora pueden apoyar, en contra de su propia nación colonial, la conquista de derechos que se plantea la nación oprimida, aunque la dirección de esa lucha no sea proletaria. E, incluso, el gobierno obrero, si el proletariado hubiese tomado el poder en el país dominante, debe apoyar las aspiraciones de independencia. Naturalmente, levantará, a la vez, un programa consecuente contra la opresión de clase al interno de la nación oprimida.

Sin vínculo lógico alguno, Van B Velde cree que la cuestión nacional, antes mencionada por él, en abstracto, conduce: “A que la tarea central de la revolución sea "la dictadura democrático revolucionaria del proletariado y el campesinado", definiendo inicialmente las alianzas del proletariado con el campesinado -valga decir, que en función de saldar algunas reivindicaciones agrarias y democráticas del campo define las alianzas del proletariado con el campesinado”. Y piensa que esta alianza sería un punto de transición de un proceso ininterrumpido.

Evidentemente, Van D Velde confunde las luchas nacionales con las luchas nacionalistas. Esta confusión, como veremos más adelante, tiene consecuencias prácticas reaccionarias que se reflejan en las posiciones de Van D Velde.

¿Qué significa, al margen de las condiciones de existencia de las masas, “saldar reivindicaciones agrarias y democráticas del campo”? Este lenguaje revela que en lugar de un revolucionario, de un luchador imbuido de las necesidades perentorias de las masas campesinas, tenemos a un oficinista que piensa que el proletariado se dispone a completar la diferencia entre el haber y el deber en la contabilidad de las haciendas agrícolas. Es algo mucho más sencillo. En un país atrasado, la revolución burguesa tiene por contenido la transformación productiva del agro.

No obstante, en el tema de las alianzas del proletariado, otra vez, Van D Velde ataca a la lógica. En primer lugar, no comprende que en el mismo proceso revolucionario hay distintas alianzas, con distintos sectores del campesinado, en torno a distintos programas sociales. Y que esta dinámica es esencial en los países atrasados.

Para el marxismo, lo fundamental de una situación política es la acción, la alianza y la dinámica del combate entre las tres clases fundamentales de la sociedad. Lo que define el carácter democrático burgués y el carácter socialista de la revolución es la dinámica de la lucha de clases. La alianza del proletariado con todos los campesinos contra la monarquía, contra los terratenientes contra las trabas precapitalistas, le da carácter democrático burgués a la revolución. La alianza del proletariado con los campesinos pobres, con los semi-proletarios, con los jornaleros, con todos los explotados contra el capitalismo (incluyendo los usureros y los kulak) le da un carácter socialista a la revolución (ver “La revolución proletaria y el renegado Kautky”, 1918. Lenin).

Luego, en el lenguaje confuso de Van D Velve ¿qué es un punto de transición de un proceso ininterrumpido? El proceso ininterrumpido, en la teoría marxista de la revolución permanente, indica, únicamente, que el socialismo no se puede construir en un solo país.

Transición es un puente (en una acepción del término), o una metamorfosis, una transformación, un salto de calidad, una síntesis dialéctica de una contradicción (que mal se une con el término de proceso ininterrumpido, en la medida que el lenguaje es un proceso intrínseco del pensamiento, que tiene un significado que se transmite socialmente).

De modo, que si el énfasis lo ponemos que el proletariado es la clase dirigente, tanto de las transformaciones democráticas como de las transformaciones socialistas, hay una continuidad. En este sentido, y sólo en este sentido, cuando nos referimos al sujeto, a la clase social que dirige el Estado en esa coyuntura histórica, se podría hablar de proceso ininterrumpido, pero, obviamente, apelamos al carácter internacional del socialismo. Pero, precisamente, por ello, no se puede hablar de una dictadura revolucionaria-democrática del proletariado y del campesinado, sino, de una revolución socialista, de un Estado obrero, como reconociera Lénin, en 1917.

La tarea central de la revolución, dice Van D Velde, es la formación de una dictadura revolucionaria-democrática del proletariado y del campesinado.

Trosky, en el Programa de Transición, en 1938, diría: “Los bolcheviques-leninistas rechazamos abiertamente la consigna de ”gobierno obrero y campesino” en su versión democrático-burguesa”.

En cartas sobre la táctica, de abril de 1917, Lenin afirma que la persona que ahora hable solamente de una dictadura revolucionaria-democrática del proletariado y del campesinado –como hace Van D Velde en 2011- está muy atrasada, se ha ido al lado de la pequeña burguesía contra la lucha de clases proletaria.

Trostky, por su cuenta, en el texto sobre la revolución china, citado por Van D Velde –que seguramente no lo ha entendido-, dice que Lenin acierta al plantear la única combinación de fuerzas sociales (la colaboración entre el proletariado y el campesinado) que podría realizar las transformaciones democráticas de las relaciones agrarias (problema central de la revolución burguesa). Pero, precisa, que Lenin basaba sus esperanzas socialistas no en el campesinado en general, sino, en los trabajadores agrícolas y en los campesinos semiproletarizados que venden su fuerza de trabajo. Ya que hay una contradicción interna en dicha alianza, y el bloque político de dos clases cuyos intereses no coinciden sino parcialmente, excluye la dictadura de ambas clases (a menos que tal dictadura deje las tareas socialistas para una revolución venidera, y el campesinado ejerza el poder revolucionario, cosa que no puede ser, dado que el campesinado no puede construir un sistema distinto al sistema capitalista o al socialista).

En las tesis de abril, de 1917, Lenin rompe con su concepción de dictadura revolucionaria-democrática del proletariado y del campesinado, y proclama que la lucha por la dictadura del proletariado constituía la única forma de llevar la revolución agraria hasta el fin y de asegurar la libertad de las nacionalidades oprimidas.

Van D Velde insiste que un tsunami nacionalista recorre unos cuantos países de Arabia. Con lo cual –dice- desea destacar cierta inclinación proteccionista, como respuesta refleja de los sectores nacionales burgueses y del Estado capitalista de las naciones oprimidas, para soslayar la quiebra de la doctrina liberal financiera.

¿Qué quiere decir todo esto, “de inclinación proteccionista y de respuesta refleja…”?

Peor aún. ¿Cómo puede no ser confuso alguien incapaz de destacar la simple acción de las masas contra regímenes autoritarios, represivos, y la conquista de mayores espacios de libertad para la acción revolucionaria? Sino, que atribuye el tsunami nacionalista a un plan ideológico reflejo de las burguesías de las naciones dependientes para encubrir (o proteger) la quiebra del neoliberalismo? Mientras todos los analistas, del propio sistema hegemónico, desentrañan en todos los foros las operaciones especulativas del capital financiero que han causado no sólo tal quiebra del neoliberalismo (y de la mano invisible del mercado como reguladora óptima de la producción), sino, la crisis recesiva mundial.

Para Van D Velde el plan ideológico nacionalista sería parte “de una estrategia imperialista, de las naciones militaristas en crisis, que harían una provocación político militar de fuerzas atacantes bien preparadas, con amplio poder militar. Que reconocerían al gobierno provisional contra Gadafi, le darían legalidad al flujo petrolero bajo control rebelde, y reconocerían al Banco controlado por los jefes tribales (quienes les invitan a la invasión territorial directa)”.

Van D Velde concluye: “La balcanización de Libia y del Medio Oriente petrolero es la esencia del plan imperialista”.  

Luego, añade: “Detractores de la liberación nacional, no captan el desarrollo de la lucha de clases y la combinación moderna de tal categoría histórica con el problema nacional de los países oprimidos y semicolonales.

¿Qué quiso decir, con ese lenguaje aparatoso y confuso de “combinación moderna de tal categoría histórica…”? Afortunadamente, Van D Velve responde, esta vez, en ocho palabras: “La conexión entre el antiimperialismo y el socialismo”.

Nuevamente, vemos que Van D Velde no puede escapar de la jaula mental construida de conceptos abstractos. En este caso: el antiimperialismo y el socialismo conectados le permiten descubrir el plan imperialista militar de balcanización del Medio Oriente, del cual es parte el plan ideológico de las burguesías de los países dependientes que provocan un tsunami nacionalista para encubrir o proteger la quiebra del neoliberalismo.

Con todo ello, Van D Velde “ha demostrado” –creo- que el enemigo principal es el imperialismo.

Podríamos –para recuperar el aliento- dejar de lado este fárrago atosigante de incongruencias conceptuales, y ver el rol político de las masas trabajadoras en la época moderna, con una cita refrescante de Trotsky.

Con un lenguaje claro y sencillo (que, ahora, luego de soportar la pésima redacción del pensamiento confuso de Van D Velde, apreciamos con el alivio con que un galeote ve abrir el grillete que le forzaba a remar en las galeras), Trotsky señala que el capitalismo se ha vuelto reaccionario, de modo que las tareas democráticas incumplidas (incluidos los derechos nacionales de pueblos sojuzgados) se realizarían por la insurrección de las masas bajo la bandera de sus propios intereses. El campesinado se rebelaría contra las clases explotadoras y sería la fuerza decisiva para decidir la revolución en países de economía agrícola, en dependencia del apoyo que diera a la burguesía o al proletariado. Las tareas democráticas de la revolución serían llevadas a cabo por el proletariado, pero el curso de la revolución socialista sólo podía lograrse mediante una revolución proletaria internacional (proceso ininterrumpido del que hablamos antes).

La rebelión de las masas en Libia, en contra de la dictadura de Gadafi (tiranía prolongada por más de 42 años, sin la posibilidad, para los ciudadanos libios, de participar en partidos políticos, en un ambiente represivo, asfixiante, de defraudación y de corrupción feudal), es parte de esa insurrección bajo la bandera de sus propios intereses, que señala Trotsky. Movilizaciones cuya autonomía el imperialismo teme, porque se crea una situación de inestabilidad política, que escapa a su control. Inseguridad política intolerable en el mare nostrum de Europa, en un país que, además, aporta 2 % de la producción mundial de petróleo; que cuenta con el 3.8 % de las reservas mundiales (cuatro veces inferiores a las reservas de Venezuela); cuya producción ha caído en 75 % durante la actual crisis (sustituida sin dificultad, para el comercio mundial capitalista, por una producción excedente de Arabia Saudita).

El plan imperialista en Libia desecha el gobierno de Gadafi, no por algún concepto apriorístico o por una estrategia de balcanización de Medio Oriente (dado que los acuerdos comerciales con Gadafi eran diseñados a voluntad por Europa), sino, porque darle estabilidad a este régimen decadente sólo podría intentarse con un baño sistemático de sangre que, en lugar de amedrentar a la población del resto de países de la región (que experimentan un ciclo de ascenso de demandas democráticas), podría radicalizar el proceso reivindicativo en el conjunto de países árabes. Por ello, de forma práctica, el imperialismo intenta encabezar las transformaciones formales, con un manejo apropiado de los tiempos de solución (en la superficie) de las contradicciones que representa el régimen de Gadafi.

La plana mayor del capitalismo mundial aprovecha la situación libia, el impasse de la guerra civil, a fin de ejecutar la maniobra de il Gattopardo, que las clases dominantes –máxime en el ámbito internacional- estilan aplicar al final de una época (cuando, por evolución histórica, colapsa dentro de una provincia un régimen burocrático separado de los intereses de las clases sociales):

"Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi" (que todo cambie, para que todo quede igual).

El ritmo de la insurrección plebeya contra Gadafi –sin dirección proletaria- ha cedido la iniciativa a los planes militares de la OTAN. Los interlocutores internos, ex funcionarios de Gadafi, reconocidos por la OTAN, realizan un proceso inverso a la expansión insurreccional. Han mojado la mecha de las nuevas formas organizativas de lucha surgidas espontáneamente, y desactivado el explosivo de la democracia directa; han silenciado el espíritu autónomo de combate de dirigentes natos en el fragor de la lucha, capaces de dirigir al pueblo a tomar el cielo por asalto.

En una situación semejante, el programa de transición que Trostky presentó como guía de acción a la IV Internacional, estimula la iniciativa de las masas. Trotsky señalaba que había que ayudar a las masas a encontrar el puente que une sus reivindicaciones actuales con el programa de la revolución socialista, que les lleve a una única conclusión final: la toma del poder por el proletariado. El derrocamiento revolucionario de Gadafi fortalece no sólo los intereses de las masas y sus reivindicaciones democráticas, sino, sus propias organizaciones de lucha, indispensables para emprender la solución duradera a los problemas creados por el régimen capitalista.

Un cuadro militante leninista debe estar en la primera línea de estas luchas en Libia, fortaleciendo la combatividad de los Comités Populares (amplios, heterogéneos, creados ad hoc, donde se ha agrupado la población en lucha, normalmente pasiva en condiciones de tranquilidad y hoy activa políticamente), y desarrollando una lucha sin cuartel contra todo intento de subordinarlos al gobierno provisional reconocido por la OTAN, para volverlos inofensivos. Por el contrario, hay que formar milicias armadas con la población de las zonas liberadas, para resguardo de las ciudades. Habría que proponer, si las condiciones en el sitio lo aconsejan, la ocupación de los campos petroleros; el uso de los recursos provenientes del petróleo que se comercializa en las zonas liberadas, para la logística de la lucha contra Gadafi; mantener que el estado Mayor de la lucha sea electo por los luchadores mismos; decretar la reforma agraria en las zonas liberadas (lo que servirá de agitación hacia las masas campesinas en las zonas controladas por los mercenarios de Gadafi). Se deberá exigir la entrega inmediata de los 32 mil millones de dólares del capital embargado a Gadafi en los bancos del Reino Unido, y someter a la venta las propiedades (17 mil hectáreas en la Costa del Sol, y de Castillos en Inglaterra), para utilizar estos recursos en la planificación económica, y para la atención de la población en las zonas liberadas. Todo ello, con el fin de aumentar la confianza de los explotados en sus propias fuerzas.

Más claro aún, no se defenderá a Libia del ataque militar de la OTAN, sino, cuando los obreros y campesinos se hayan convertido en dueños de Libia, cuando la riqueza nacional haya pasado a sus manos y se haya arrestado a Gadafi, a sus ministros y a sus aliados capitalistas.

El enemigo principal está dentro de Libia. La derrota militar de Gadafi a manos de la OTAN, no es, en sí mismo, un mal para Libia. La única condición que ponemos para brindar todo nuestro apoyo a las masas libias, es que rompan políticamente con la burguesía, que tracen una política independiente y se preparen a la toma revolucionaria del poder.

Por su cuenta, Van D Velde exige lo contrario:

“Que la solidaridad debe darse con el verdadero movimiento proletario, con una organización del proletariado árabe, con un partido de clase con todas las de la ley. Estos son los deberes del movimiento revolucionario latinoamericano en su lucha mundial contra el imperialismo y las dictaduras nacional burguesas internas”.

De manera, qué, según Van D Velde, no debemos ayudar a construir partidos proletarios de masas. Ni participar en el proceso de construcción de estos partidos, en el seno de amplios sectores atrasados, que ahora despiertan a la vida política, En que una pequeña vanguardia obrera intelectual, socialista, busca atraer a las masas a una política activa independiente, con propaganda y agitación oportuna, con consignas democráticas que contribuyan, por medio de la movilización, a desarrollar en las masas una conciencia sobre sus intereses de clase, a fin de adoptar consignas de transición en la lucha proletaria.

El deber revolucionario consiste –dice sin sonrojo Van D Velde- en solidarizarnos con un partido de clase con todas las de la ley.

Si ese partido con todas las de ley, obviamente, no existe, simplemente, no hay solidaridad.

Todas las citas a favor de la teoría revolucionaria, cada argumento en pro de la formación de cuadros profesionales, le sirven a Van D Velde no para explicar el desarrollo exponencial del movimiento de masas gracias al partido leninista, sino, para atacar cualquier iniciativa de masas.

Escribe Van D Velde en un tono indignado:

“¿Qué dialéctica puede explicar científicamente que unos cuantos "Comités Populares" indefinidos, sin vanguardia reconocida y sin un programa revolucionario, puedan no sólo "desarrollar la independencia de la clase", que son palabras mayores en la conciencia de clase proletaria, sino, además, hacer el programa de lucha, construir la "vanguardia política marxista" y controlar las difíciles y múltiples formas del doble poder, que se hace doblemente difícil a causa de la guerra?

En sentido revolucionario, completamente opuesto, Trostky observa cómo se abren las perspectivas de cambio de la realidad política, ante las más mínimas demostraciones de iniciativa de las masas. La sóla aparición de los comités -dirá Trostky, a este propósito, en el Programa de Transición-, prueba que la lucha de clases ha desbordado los límites de las organizaciones tradicionales del proletariado. Millones de necesitados e ignorados por las organizaciones reformistas comenzarán a llamar con insistencia a las puertas de las organizaciones obreras. Los parados se unirán al movimiento y los trabajadores del campo, los campesinos total o casi totalmente arruinados, los oprimidos de las ciudades, las mujeres trabajadoras, las amas de casa, los sectores intelectuales proletarizados, buscarán como un solo hombre su unidad y una dirección capaz.

Van D Velde, en cambio, le espetará a esas masas empobrecidas, dispuestas a luchar por sus derechos, mencionadas con entusiasmo por Trostky:

“¡Indefinidos! ¡Sin vanguardia reconocida, sin programa revolucionario! Ninguna dialéctica puede explicar científicamente que puedan desarrollar la independencia de clase (que son palabras mayores)”.

Trotsky, en el Programa de Transición, casi para refutar la insolencia burocrática de Van D Velde, insiste en la importancia de los soviets en sí mismos, como producto de la movilización abierta de las masas, que instintivamente buscan una forma organizativa singular que coordine la acción revolucionaria contra el poder establecido.

Las puertas de los soviets –dice Trotsky- están abiertas a todos los explotados. Su organización, que se extiende junto con el ascenso del movimiento, cambia y se rehace en su seno tantas veces como sea necesario. Todas las corrientes políticas proletarias pueden luchar por su dirección sobre la base de la más amplia democracia. Por eso, la consigna de soviets corona el programa de transición. Los soviets sólo aparecerán cuando el movimiento de masas se embarque abiertamente en la ruta de la revolución. Los soviets suscitan un período de doble poder en el país. Al llegar a un cierto estadio en la movilización de las masas bajo las consignas de la democracia revolucionaria, pueden y deberían surgir los soviets.

Sin comprender para nada que la vida de un partido revolucionario y la posibilidad de tomar el poder depende del grado de descontento y de movilización de las masas contra el orden establecido, y de la interrelación dialéctica entre la teoría y la práctica en situaciones revolucionarias, Van D Velde vuelca toda la presunción de la pequeña burguesía contra la espontaneidad de las masas.

“¿Determinar que la conciencia y él partido son producto directo de una situación económica y social cualquiera? ¿Es a la vieja usanza de los economistas europeos o en cambio es una apología de la "modernidad" a la usanza del anarquismo italiano de Tony Negri, que  de un solo golpe sustituye la conciencia de clase, el programa y el partido por la praxis instantánea de la multitud?”.

Y luego, su repugnancia por las masas, le lleva a despreciar a quienes se presentan al campo de batalla contra el régimen de Gadafi. Para Van D Velde, el partido se construye con marxistas y comunistas, no con simples pobladores rebeldes, dispuestos a luchar por un cambio radical.

“Los llamados al desarrollo del partido proletario y del ejército popular revolucionario, tareas de largo alcance que no son materia de rebeldes, sino de los mejores cuadros marxistas y comunistas de la revolución Libia”.

En cambio, ¿podría haber mayor homenaje ante un proyecto autogestionario, sin vanguardia organizada, que el que brindó Marx a la Comuna de Paris, en su análisis de la Guerra Civil en Francia?

La milicia ciudadana (más de 200,000 ciudadanos armados, en batallones que elegían a sus propios oficiales) tomó el poder de la ciudad, inesperadamente, en medio de la mayor escasez de alimentos, gracias a un levantamiento popular de todas las tendencias republicanas. Los miembros del "Concejo Comunal" incluían obreros, artesanos, pequeños comerciantes, médicos, periodistas, y un gran número de políticos. En fin, se trataba de rebeldes. Se hallaban representadas todas las tendencias, republicanos reformistas y moderados, socialistas, anarquistas, proudhonianos, blanquistas, independientes y jacobinos.

La Comuna, prácticamente sin vanguardia alguna, cubrió todos los cargos administrativos, judiciales y educacionales por elección, mediante sufragio universal, concediendo a los electores el derecho a revocar en todo momento a sus elegidos. En segundo lugar, pagaba a todos los funcionarios, altos y bajos, el mismo salario que a los demás trabajadores. Abolió la conscripción y el ejército permanente; decretó el autogobierno de las fábricas; declaró que "la bandera de la Comuna es la bandera de la República mundial"; decretó la separación de la Iglesia y el Estado y la supresión de todas las asignaciones estatales para fines religiosos; la obligación de las iglesias de sumarse a las labores sociales; la abolición de los intereses de las deudas, para paliar la pobreza causada por la guerra.

Marx la describió como el primer ejemplo concreto de dictadura del proletariado, en que el Estado es abolido (son palabras mayores de Marx para un movimiento de comuneros, de proudhonianos y blanquistas, sin marxistas ni comunistas). Así, el carácter de clase del movimiento de París, apareció desde el 18 de marzo en adelante con rasgos enérgicos y claros

Thiers, nuevo jefe del Gobierno, se vio obligado a entender que la dominación de las clases poseedoras -- grandes terratenientes y capitalistas -- estaba en constante peligro mientras los obreros de París tuviesen las armas en sus manos. Mirad a la Comuna de París, concluye Engels: he ahí la dictadura del proletariado!

Frente a las enseñanzas de la historia, respecto a la capacidad de iniciativa de las masas, resulta insoportable detenerse a leer la petulancia de Van D Velde:

“Antes de solidarizarnos con los rebeldes libios –expone Van D Velde- es necesario conocer las propuestas de las vanguardias del movimiento libio, que hagan la caracterización del imperialismo como enemigo principal, cuál es el programa mínimo y las tácticas proletarias al respecto. Ese conocimiento tiene que ver con el desarrollo de la autonomía proletaria, su papel en la lucha de liberación nacional, antineocolonialista. Un movimiento "rebelde" del que poco se sabe internamente, pero también existe una poderosa invasión imperialista apoyada por grupos tribales "rebeldes" en arma, manifestando intereses "afines" con los invasores imperialistas. Oposición que alberga además fuertes corrientes separatistas en un escenario de guerra civil, situación más que suficiente para no improvisar en el conflicto libio”.

Pero, lo más grave es que en las expresiones más petulantes, se percibe que el espíritu de Thiers (el asesino de 30 mil a 100 mil comuneros) le habla al oído a Van D Velde:

“¿A quién se le ocurre pedir armas y milicias para "rebeldes" obviando un análisis elemental de tan peligrosa situación? ¿Cómo tomar la grave decisión de armar "a los rebeldes" en un escenario en el que no se conoce a quien se arma? No es de seriedad llegar a una petición tan seria, sin analizar la estrategia y la táctica del proletariado en el asunto. Incluso del proletariado más "rudimentario" como señalaba V. Lenin. Mucho más, careciendo de un partido de vanguardia clasista que guíe y lleve hasta el final la línea de lucha armada de las masas. Incluso desconociendo al enemigo principal inmediato, la táctica y los aliados circunstanciales o de largo plazo con los que se cuenta en el conflicto. Todas ellas tareas autónomas del proletariado como clase”. 

¿Qué deben hacer las masas libias? Un pequeño olvido de Van D Velde. ¿Dónde agruparse, bajo qué consignas? Por el momento, deben mostrarle las uñas limpias a Van D Velde, y llenar aplicaciones y formularios de solidaridad, sin armas a la vista.

Con el mismo estilo, Van D Velde insiste:

“Si se ignora al enemigo principal imperialista se beneficia la estrategia separatista del imperialismo europeo y norteamericano, y el reparto del Medio Oriente llevado a cabo detalladamente por las transnacionales petroleras y las burguesías de Europa y Estados Unidos”.

Como las masas no cuentan, para Van D Velde, el enemigo principal es el imperialismo. La estrategia de Van D Velde consiste en no ignorarlo, y basta.

Cualquiera, en cambio, sabe que las acciones militares sirven a objetivos políticos. Que las formas de gobierno son instrumentos, adaptados a las circunstancias, para defender y reproducir el sistema económico. De modo, que el imperialismo se propone sustituir a Gadafi, por un nuevo régimen que le garantice estabilidad al sistema de apropiación de las riquezas libias. La lucha concreta de la población libia es contra Gadafi, para sustituirlo con un gobierno de obreros y campesinos que expropie a la burguesía. En ese terreno concreto es que el pueblo libio se enfrentará al imperialismo y a sus agentes nacionales, y que obtendrá el apoyo del proletariado mundial.

En sentido contrario a la advertencia de Van D Velde, recordemos, a este respecto, que Lenin decía: “Tornemos la guerra imperialista en guerra civil”.

Por su parte, Karl Liebknecht, casi se dirigía a Van D Velde, a principios del siglo XX, al expresar: “El enemigo principal está en nuestro país”.

No es viable, del resto, que bajo la dirección de Van D Velde los rebeldes libios enfilen su armamento contra los submarinos nucleares que desde 2,500 kms lanzan centenares de misiles crucero Tomahawk (para destruir las baterías y los radares de la defensa antiaérea de Gadafi), o que puedan alcanzar con sus fusiles los aviones F-14 que parten desde portaviones, o los bombarderos furtivos B2 (indetectables) que lanzan bombas desde 15,152 metros de altitud, o los aviones supersónicos B1 que alcanzan los 1,440 km/hora de velocidad.

¿Cuál sería la estrategia práctica que debe adoptar el pueblo libio si, como dice Van D Velde, no hay que ignorar que el enemigo principal es el imperialismo?

Pues bien, Van D Velde responde, otra vez, de forma general:

“Formar un amplio frente antiimperialista en el que advertimos como condición de principio la autonomía de clase del proletariado, en función de transformar las consignas democráticas de hoy en consignas antiimperialistas y de respuesta socialista”.

El frente amplio que propone Van D Velde es antiimperialista, pero, las consignas de ese frente –al parecer- son democráticas y, luego, se transformarán en antiimperialistas. ¿Por qué el frente antiimperialista no se forma y no adelanta desde el principio consignas antiimperialistas? ¿O es que el frente antiimperialista, que de partida debe reconocer al imperialismo como enemigo principal, no sabe que él es antiimperialista?

La confusión de Van D Velde ha alcanzado el máximo nivel. ¿Cuáles serían esas consignas organizativas en el caso libio? No se sabe. ¿Qué sectores sociales integrarían ese frente antiimperialistas? ¿Bajo qué intereses? ¿Con qué tareas? La mente de Van D Velde no está preparada para responder preguntas concretas.

¿A quién advierte como condición para integrar ese frente antiimperialista la autonomía de clase del proletariado? ¿La autonomía de clase se consigue con una advertencia o es producto de una política de lucha consecuente, a partir de la movilización revolucionaria de las masas, que da respuesta dinámica a la solución de los problemas concretos de los trabajadores, ante las trabas que el sistema capitalista impone para dicha solución?

Van D Velde, en el marco de abstracciones e hipótesis condicionales en las que nada a su antojo, manifiesta su disposición a aliarse incluso con Gadafi:

“Ninguna alianza necesaria y coyuntural contra el enemigo principal del proletariado y las masas nos asusta, si ella se encuadra en el marco de una estricta autonomía del proletariado, si garantiza la derrota del imperialismo y conserva los objetivos estratégicos, morales e históricos del socialismo revolucionario y el comunismo”.

Este párrafo de antología, revela el método de razonamiento de Van D Velde. ¿Qué define que una alianza sospechosa es necesaria? No es necesario analizarlo. ¿Qué garantiza la derrota del imperialismo y conserva los objetivos estratégicos, morales e históricos del socialismo revolucionario y el comunismo? Tampoco es necesario determinarlo.

Con este método hipotético, abstracto, desaparece el fundamento científico de la política socialista. A Van D Velde no le asusta, entonces, dormir con el enemigo, si este ronca con menos fragor que las bombas de la OTAN.

Dicho lo cual, habrá que ver si Van D Velde permanece sin asustarse en el mundo de las abstracciones condicionales.

Dostoievsky pudo incluir a Van D Velde como un adepto más de Stravogin. Retratar con él a un carcelero de la imaginación y de la conciencia, que con citas del marxismo retorcidas en su cerebro hasta hacer con ellas puras abstracciones, elabora grilletes ideológicos sin contenido alguno, para impedir la acción concreta de las masas.

En el caso concreto, bastaba que Van D Velde señalara (asustado o menos) cuál es la política a desarrollar por los trabajadores libios frente a Gadafi.

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