Opinión Libre

 rebeldes descalzos

 Por Nicolás Solís

Un periódico que se reclama como órgano del movimiento obrero debe educar políticamente a las masas, de forma práctica, tanto en la metodología de toma de decisiones políticas ante las distintas coyunturas, desde una óptica principista, de clase, como en el debate, en situaciones políticas cruciales para la lucha del proletariado, para poner en claro los intereses y las concepciones ideológicas que subyacen en las posiciones adversas.

Sin embargo, hace un mal trabajo un órgano partidario cuando publica –sin crítica política- posiciones pequeño burguesas, o debates entre corrientes pequeño burguesas, respecto a la situación en Libia.

En el sitio web de El Socialista Centroamericano, se publicó el artículo de Otto Van Der Velde Q, titulado “Sobre una falsa consigna”, y la réplica al mismo por Ricardo Galindez, titulada “Ni una gota de petróleo para los países imperialistas que aprobaron la intervención militar”, igualmente nocivas para la formación obrera.

En un escrito particularmente confuso (al que le haremos una liposucción severa con el fin de dejar algo en claro la sustancia), Otto Van Der Velde Q sostiene que el problema nacional retorna con la fuerza de un tsunami en todo el planeta. Y da a creer que el sistema económico capitalista se encuentra en una fase de invasión militar por la conquista colonial de territorios, para apoderarse del petróleo, del agua y de las fuentes agrícolas.

En tal sentido, afirma que la contradicción principal en Libia es contra la ocupación militar del agresor imperialista, que bombardea objetivos civiles y produce desastres sociales, económicos y políticos con miras a dividir el país, expropiar el petróleo liviano y adueñarse de las reservas freáticas.

Llama, en consecuencia, a liquidar al enemigo principal, formando alianzas políticas y militares con los sectores víctimas de las razzías imperialistas (es decir, con Gadafi). Pero, advierte que en tal alianza el proletariado no pierde su perfil programático y estratégico como clase. Y concluye: la guerra contra los invasores y por la “democracia tabula rasa” (¡) apenas comienza.

Evidentemente, Otto Van Der Velde Q no sigue la evolución del sistema capitalista mundial, y desconoce en absoluto la arquitectura financiera internacional en la época de la globalización. Esto es, el flujo internacional de capital sin restricciones (bonos, acciones, crédito de entidades financieras, inversiones directas, prestamistas institucionales como el FMI, y prestamistas privados internacionales: bancos, casas de inversión, compañías de seguros, fondos comunes de inversión y otros tipos de inversores que compran directamente los instrumentos ofrecidos por prestatarios de los países subdesarrollados), con lo cual, el capitalismo se apodera del control de las economías subdesarrolladas. El capital fluye cuando el interés doméstico excede al internacional por un margen suficientemente grande para cubrir las expectativas de devaluación de la moneda del país receptor y el premio por el riesgo específico del país receptor. Son capitales privados altamente volátiles, procíclicos, que huyen del país por factores exógenos a las propias economías subdesarrolladas. Al final de cuentas, el flujo de capital se revierte, y la entera economía queda hipotecada, con impactos críticos macroeconómicos. Ya que por lo general esta inversión no se dirige a sectores de alta productividad que ayuden al desarrollo del país. Más bien, en gran parte se dirigen a actividades especulativas de corto plazo.

 

Baste meditar sobre el colapso financiero de Grecia, Irlanda, Portugal y, probablemente, en los próximos meses, España, en los cuales, por la reestructuración de la deuda la política económica y social interna de estos países viene dictada por los acreedores internacionales (sin que a ojos vistas se perciba la posibilidad de un futuro crecimiento nacional).

Las cañoneras y, más aún, el desembarco de tropas militares sólo ocurre cuando la situación política lo requiere. En este sentido se cumple la máxima de Clausewitz de que la guerra no es más que la continuación de la política por otros medios. Al contrario de lo que cree Otto Van Der Velde Q, cuando afirma que el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó el principio de Clausewitz. La guerra no es un principio que se puede adoptar a voluntad, a destiempo de las circunstancias.

Sólo en el culmine del desarrollo de las tensiones políticas se llega a requerir que se intente imponer un orden por mano militar. Las formas de gobierno y de dominación, más que de la voluntad de las clases explotadoras, dependen de la situación política, es decir de la relación de fuerzas entre las clases fundamentales de la sociedad (que, a su vez, se ven influidas por las condiciones materiales de existencia de las masas). Gadafi, con su régimen dictatorial, era el agente perfecto para la firma de los acuerdos de explotación imperialista del petróleo libio, y para la política de dominación en Medio Oriente.

No es el imperialismo, por lo tanto, quien provoca la crisis en Libia. Sino, la pequeña burguesía libia, jóvenes exasperados por la falta de perspectivas de crecimiento personal en una dictadura con sesgos precapitalistas (inepta y corrupta).

Obviamente, cuando la crisis estalla, por explosión social interna, el imperialismo no se queda de brazos cruzados, sin participar activamente en la consolidación de una nueva forma de gobierno que defienda sus intereses. La contradicción principal en estos momentos se da respecto a la forma, es decir, al método con que se debe derrocar a Gadafi: O con una destrucción total del ejército y de la policía de Gadafi (las dos columnas represivas del Estado semifeudal), como apuntan las fuerzas plebeyas en lucha que, en ese mismo proceso, forman milicias de autodefensa, que se convierten (por desarrollo dialéctico) en las columnas de un nuevo tipo de Estado, íntimamente unido a las masas. O bien, por un acuerdo de pacificación entre cúpulas de funcionarios adversos, que ideológicamente sustentarían la superestructura burocrática institucional (como corresponde a los intereses del imperialismo).

Otto Van Der Velde Q afirma con petulancia profesoral: “políticamente se trata, en Libia, de un movimiento obrero rudimentario en cuanto a conciencia de clase para sí. Así lo manifiestan las consignas democráticas de las masas obreras”.

Las consignas democráticas –como en todo país atrasado, dominado por una dictadura- corresponden a la realidad política libia, no a una conciencia rudimentaria. En un país atrasado, el movimiento de masas –no el cambio de sillas, de un núcleo pequeño burgués, en un cafetín - tiene inevitablemente que darse en torno a reivindicaciones democráticas, que una vanguardia socialista puede conducir a la toma del poder, para eliminar las barreras a la producción y acabar con la anarquía económica que se origina en las formas de propiedad que sostienen relaciones de producción precapitalista.

Aunque resulte sorprendente, Otto Van Der Velde Q critica “que se exhorte  a enviar armamento a los grupos opositores y jefes tribales libios (opuesto militarmente a Gadafi) porque –en su opinión- nadie sabe qué se proponen,  con el agravante de que unos cuantos de estos jefes rebeldes y señores de la guerra, apoyan públicamente la intervención militar extranjera de la OTAN”.

Cuando un sector de las masas, en adelante, se rebele en un enfrentamiento desigual contra un gobierno vasallo del imperialismo, contra un gobierno que ejerce una feroz dictadura militar y, por supuesto, que violenta los derechos ciudadanos, mientras se enriquece con base a los recursos del Estado, estos rebeldes tendrán que presentarse de previo ante Otto Van Der Velde Q para explicarle qué se proponen.

Un revolucionario, en cambio, apoya sin condiciones todo movimiento progresivo de masas. Intenta encabezar su lucha, le excita por medio de consignas de transición a descubrir en el curso de los enfrentamientos los intereses e ilusiones que limitan los objetivos iniciales de su acción política. No otra cosa es la adquisición de conciencia de clase, que seguir las consignas que en una situación concreta apuntan a formar y a defender órganos de poder directo, en alianza con el resto de sectores explotados y empobrecidos de la sociedad.

Por su lado, en su réplica a Otto Van Der Velde Q , Ricardo Galindez llama a no dar ni una gota de petróleo a los países imperialistas que aprobaron la intervención militar en Libia.

En un tablero de guerra personal, Galindez prescinde de la realidad del comercio mundial. Su bitácora personal de guerra registra que nunca más habrá una gota de petróleo para todos los países que aprobaron la resolución de la ONU. Obviamente, Galíndez suprimirá, también, el mercado internacional de derivados, los contratos de futuro, etc. Cerrará los pozos de petróleo (y los ingresos de la renta petrolera a los países productores). Dejemos a un lado, por el momento, la complejidad práctica de restringir la venta, con un bloqueo petrolero, a quienes por lo general extraen el petróleo, lo procesan y lo distribuyen con tecnología propia. Algo muy distinto es amenazar con quemar los pozos en caso de agresión, como hiciera Chávez (aunque Galindez no capta la diferencia).

Luego, Galindez, en lugar de esbozar una consigna, invoca una plegaria: “Por la derrota de la intervención imperialista y el triunfo de una revolución de los trabajadores”.

¿Por esa derrota imperialista habrá que hacer algo? ¿Qué habría que hacer para que triunfe la revolución de los trabajadores, además, de rezar, como hace inconscientemente Galindez?

Con este método jaculatorio de Galindez, podríamos completar a placer nuestros votos: Por la prosperidad mundial, por la paz eterna y la sostenibilidad ambiental… etc.

Escribe Galindez, “el tema de Libia lo hemos tomado como punto central en el proceso de formación de nuestros militantes y en el fortalecimiento organizativo del equipo”. ¿Cómo se forman los militantes a partir del tema de Libia? ¿Hay enseñanzas teóricas que se puedan extraer de la experiencia de los obreros libios? ¿Qué de esa experiencia podemos incluirla en nuestro programa trotskista? O Galindez forma militantes en su tablero personal de guerra, y no en la lucha real del movimiento obrero. ¿Cómo se fortalece organizativamente el partido con el tema libio? Un partido se fortalece cuando sectores de las masas obreras siguen sus directrices, cuando confían en su capacidad de lucha en el terreno práctico.

Agrega Galindez: “Libia es el punto más agudo del desarrollo de la lucha de clases a escala planetaria”.

¿Significa que el capitalismo podría recibir una derrota cualitativa en Libia en grado de cambiar la correlación de fuerzas a escala mundial? ¿O es una forma de hablar paparruchadas?

 

El eje del “punto más agudo de la lucha de clases”, para Galindez, es una alianza con fuerzas de la derecha, probablemente, para no darles ni una gota de petróleo a los países que aprobaron la resolución de la ONU. Escribe a este respecto Galindez:

“Es posible y necesario saber defender las posiciones proletarias donde se presente la circunstancia de activar junto a fuerzas de la derecha burguesa luchas antiimperialistas o simplemente democrática burguesas”.

¿Cuáles son –según Galindez- las posiciones proletarias en la lucha junto a las fuerzas de la derecha en el caso de Libia? Estas posiciones parece que sean recetas momificadas, y no un plan dinámico que se distingue por el carácter de clase de las fuerzas en lucha.

Aún cuando se coincida con un sector de la burguesía en un objetivo democrático, por ejemplo, en el derrocamiento de Gadafi, por el carácter del mando proletario debiera haber una diferencia en el método de lucha, una diferencia cualitativa en la organización, en la designación de los mandos, en la toma de decisiones y en el alcance y efectividad de las mismas, en la capacidad de defender y de incorporar a otros sectores pobres de la población (recogiendo sus reivindicaciones propias), en la forma de resolver los problemas de logística y de obtener los recursos, hay una diferencia abismal en la moral de combate y en la capacidad sin límites de golpear los intereses del adversario. Mao aconseja, no obstante, en el curso de una alianza semejante frente a una agresión militar externa, que hay que prever, políticamente (es decir, en la correlación de fuerzas), la inconsecuencia y la próxima traición de la burguesía.

“Planteamos un programa político –dice Galindez- para que los Comités Populares se desarrollen como verdaderos organismo de doble poder”.

¿Con qué efectos prácticos plantea ese programa político? Nuevamente, vemos a Galindez fuera de la realidad libia, redactando programas políticos de transformación, en su bitácora personal, sin el menor contacto con el nivel de conciencia de las masas.

Los Comités Populares no pueden ser organismo de doble poder si las demandas de los luchadores (demandas que provienen de su realidad material) no entran en contradicción con las limitaciones de un pretendido orden jurídico que defiende los intereses comunes de sectores de la burguesía en discrepancia por el poder.

En Libia hay una contradicción interburguesa, entre la burocracia de Gadafi, la incipiente burguesía democrática (afín al gobierno transitorio) y las fuerzas del imperialismo. Los trabajadores deben aprovechar esta discrepancia para abrirse espacios propios, para adquirir fuerza organizativa, para obtener recursos de combate, para convertirse en un polo de reclutamiento de la población empobrecida.

En lugar de valorar la habilidad indispensable de la dirección obrera, en el terreno de lucha, para mantener objetivos estratégicos por medio de una flexibilidad táctica, con alianzas que le permitan mantener la fractura entre las fuerzas interburguesas, en un frente móvil de combate, hasta que la acumulación de fuerzas le permita asumir la iniciativa estratégica, Galindez redacta programas que, en teoría, crearían órganos de doble poder.

Sin comprender la esencia del proceso revolucionario ruso, Galindez escribe “que el paso de un gobierno burgués a uno obrero se dio sin etapas, de manera continua, ininterrumpida”.

Lo que se dio sin etapas, de manera continua, ininterrumpida, fueron las transformaciones económicas, sociales y políticas, de carácter democrático y socialista, precisamente, porque el sujeto histórico de tales transformaciones conjuntas fue el proletariado de un país atrasado (consecuente con las demandas históricas de los sectores explotados y empobrecidos). Transformaciones que se vendrían abajo si la revolución obrera en los países desarrollados no acuden en su ayuda, con un nuevo sistema global de producción, basado en la planificación colectiva de los recursos productivos.

Galindez afirma que Mao al desarrollar su frente anti japonés se fusionó con el Kuomintang, partido nacionalista burgués chino y esto, bajo el mando Chiang Kai Chek, provocó una masacre en las filas proletarias generando una derrota a la revolución china que costó años en recuperarse.

Es una falsedad histórica. La lucha consecuente contra Japón, permitió que el PCCh, que luego de la larga marcha contaba tan sólo con 8 mil hombres (como consecuencia de la desastrosa guerra de posiciones impulsada por la dirección del PCCh afín a la Internacional Comunista de Stalín, contraria a la táctica guerrillera de Mao), saliera fortalecido y fuera capaz de derrotar al Kuomintan (cuyo compromiso era de no atacar al ejército rojo mientras ambos lucharan contra Japón). Al fin de la segunda guerra mundial, Mao, con un ejército superior en combatientes, en experiencia militar y en moral de combate, derrota militarmente al Kuomintan en todos los frentes, el 10 de diciembre de 1949 (pese a la ayuda norteamericana a las fuerzas reaccionarias).

Afirma Galindez: Gadafi no va a ser consecuente en la lucha contra el intervencionismo, apenas pueda se va a ensañar con las masas que se atrevieron a rebelarse.

¿Qué parte de la historia mira Galindez? Gadafi no lucha contra el intervencionismo. ¿Qué significa luchar contra el intervencionismo en Libia? Las fuerzas de la OTAN se han limitado a eliminar la capacidad de respuesta militar de Gadafi, destruyendo su aviación, radares y cohetes tierra-aire. Gadafi –armado por Europa y Rusia- ha perdido la capacidad de causar daño alguno a los países del mar mediterráneo. En la guerra moderna, esta es una acción de carácter defensiva, que baja el nivel estratégico de iniciativa y de respuesta de un posible adversario militar (creando una situación severa de asimetría militar).

¿Es una intervención y una intromisión que viola la soberanía de Libia? Por supuesto que sí. ¿Es una invasión militar? Por supuesto que no. Mientras en una lucha asimétrica se puede luchar contra una invasión militar, contra tropas de ataque con objetivos de control territorial, en un trabajo quirúrgico de aniquilamiento del poder de fuego aéreo del ejército mercenario de Gadafi, sólo es posible una lucha política en el seno de las metrópolis y de sus aliados sensibles, con acciones económicas que afecten el suministro de materias primas vitales a la economía de estas potencias. Pero, antes, para las fuerzas progresistas, es mucho más importante crear un movimiento militante de solidaridad con los combatientes rebeldes a Gadafi. Se debe exigir el suministro de recursos y de armamento a los rebeldes, obligando al imperialismo a ir por un camino lleno de riesgos e incertidumbre, precisamente, porque la evolución de las masas en movimiento, si logra destruir al ejército mercenario de Gadafi (a las fuerzas blindadas y a la artillería), podría gestar un poder nacionalista genuino, que luego se oponga a la explotación y a la rapiña imperialista, sancionada por acuerdos comerciales ilegítimos firmados por Gadafi.

“Las clases precapitalistas y el campesinado –dice Galindez- ya no tienen la oportunidad de desarrollarse plenamente y determinar el carácter de una revolución, sino que tienen que aliarse con una de las clases fundamentales que son la clase obrera o la burguesía”.

¡Qué indigestión de conceptos! Naturalmente, que las clases precapitalistas y el campesinado, en un país profundamente atrasado no sólo tienen la oportunidad, sino, que deben necesariamente determinar el carácter de la revolución. No se trata del desarrollo pleno de la clase campesina, sino, del efecto que esta crisis ejerce sobre sus condiciones de existencia. Salvo que un burócrata sea quien determine el carácter social de la revolución, la principal transformación debe corresponder a la demanda de la mayoría de la población trabajadora. La suerte de esa revolución dependerá de la manera que se cumpla la alianza con las masas campesinas. El desarrollo de las fuerzas productivas tendrá como primera medida la liberación del monopolio del factor productivo que condena a la emigración, al hambre y a la degradación a la población campesina. El programa de la revolución –del que cada tanto habla Galindez- tendrá un fuerte contenido campesino, o no será un programa revolucionario, de masas, sino, un folleto con manchas de cafetín. La dirección proletaria le da a la revolución una orientación consecuente con las demandas campesinas

Mao, precisamente, nos muestra cómo en una región rural inmensa, fueron las masas campesinas, dirigidas por una pequeña vanguardia socialista, las que dieron pie a la toma del poder y al inicio de transformaciones sociales y económicas que han llevado a China a índices insuperables de crecimiento económico en pocos años (pese a los errores del gobierno). Igual que en Rusia, la revolución China degeneraría sin el concurso de la revolución proletaria mundial. Este es el sentido histórico del marxismo: el proceso socialista como un fenómeno histórico mundial.

“Los Comités Populares, dice Galindez, por falta de una vanguardia no han podido levantar un programa político que unifique a todas las capas explotadas y oprimidas de la población para derrotar a Gadafi, al imperialismo y al capitalismo, e iniciar la construcción del socialismo en un proceso ininterrumpido”.

La falta de una vanguardia es una verdad de Perogrullo. Quizás el imperialismo deja que este proceso se empantane militarmente, porque su seguridad radica en la falta de una vanguardia. La falta de perspectivas termina degradando la moral de lucha, y el imperialismo es experto en montar gobiernos estables fantoches luego de degradar a la población.

Una vanguardia, en estas circunstancias, más que levantar un programa político que derrote a Gadafi, al imperialismo, al capitalismo, y que inicie la construcción del socialismo en un proceso ininterrumpido (¿qué será ese proceso ininterrumpido?), debiera, simplemente, limitarse a debilitar militarmente a Gadafi, con constantes victorias tácticas, que hagan crecer la moral de combate en una lucha estratégica de larga duración.

¿Ese programa político mágico, de Galindez, podría hacer lo mismo en cualquier país, o en Libia hay condiciones especiales, favorables, para que produzca tantos efectos positivos a la clase obrera en la correlación de fuerzas internas y externas? Correspondería a Galindez analizar tales condiciones objetivas y subjetivas en Libia, y la interrelación de éstas con su programa.

“Los cambios de conciencia pueden ser lentos, pero, también rápidos y violentos”, dice Galindez. Tal cosa es evidente. Pero, la conciencia política de clase no implica ni capacidad teórica ni la capacidad de elaborar una línea política acertada en cada circunstancia, acorde con los principios proletarios (para lo cual, además de un método filosófico, se requiere información especializada y conocimientos específicos del devenir de la realidad en cuestión, sobre todo, habilidad en la conducción militar).

“Para desarrollar un proyecto de independencia total (dice Galindez), las burguesías nacionales tienen que enfrentarse a toda la capacidad de las multinacionales y ello solo es posible movilizando al pueblo trabajador. Pero, en la dinámica social, aún sin partido revolucionario, los trabajadores tienden a levantar sus propias banderas cuestionando las propias estructuras del estado burgués”.

¿Qué locura es ésta? ¿Qué sentido tiene un proyecto de independencia total de la burguesía nacional en la etapa de globalización, cuando se produce un flujo sin restricciones de capitales, que entrelaza los intereses en un modo de producción global? ¿Para qué las burguesías nacionales enfrentarían a las transnacionales en la tapa de la globalización? La diferencia entre burguesía nacional y transnacional, o el conflicto entre una y otra deja de tener sentido con el libre movimiento de capitales. Lo central, para cada burguesía, es lograr más rentabilidad donde coloca sus inversiones. ¿En qué ayuda la movilización del pueblo trabajador a la burguesía nacional, cuando ambas burguesías coinciden, más que nunca antes, en someter a los trabajadores a condiciones de control político y de explotación económica. ¿En cuál dinámica social, aún sin partido revolucionario, los trabajadores cuestionan el Estado burgués y, se supone, presentan un Estado alternativo, cuando la característica más universal de la globalización es la quiebra financiera y el fenómeno de la emigración a escala jamás vista?

“Las burguesías de los países coloniales y semicoloniales –insiste Galindez- son incapaces de desarrollar las fuerzas productivas de manera independiente, prefiriendo morir en manos de los amos imperiales que a manos de las fuerzas revolucionarias del pueblo trabajador y de sus aliados naturales, los campesinos pobres”.

Las burguesías semicoloniales no mueren a manos de los amos imperiales (no interesa ningún caso individual). Lo que interesa es si las fuerzas productivas pueden crecer en los países semicoloniales, y si es posible transformar, hasta cierto punto, progresivamente a la sociedad. El crecimiento independiente es una ficción pequeño burguesa (y el interés por la sobrevivencia de sectores precapitalistas, también). Las fuerzas productivas crecen en países del tercer mundo, ante el estancamiento y la recesión en las metrópolis. De ahí el fenómeno actual de flujo de capitales hacia el tercer mundo.

Un período revolucionario –dice Galindez- se caracteriza porque las clases dominantes no pueden seguir dominando como lo venían haciendo y las masas no quieren seguir siendo gobernadas como hasta el presente, y esto es precisamente lo que está sucediendo en Libia y también en Venezuela.

¿En Libia y Venezuela la situación política es semejante? Ahora, con este giro en el pensamiento de Galindez, habría que borrar todo lo escrito y empezar otro análisis.

Por otro lado, cuando las clases dominantes no pueden dominar como lo estaban haciendo, ello en la mayoría de los casos da lugar a una reforma, no necesariamente a una revolución. Sería extraordinariamente mecanicista que así fuese. Para que ocurra una revolución no basta que las masas no quieran que se les gobierne como hasta el presente, sino, que el sacrificio que se les impone sea inaceptable, y que exista capacidad de lucha que lleve a un salto de conciencia política. El factor subjetivo tiene aspectos culturales, históricos, organizativos, sociales, etc., que no permiten una relación lineal con los aspectos objetivos de una crisis en el sistema económico y político.

“Las masas libias requieren –nos informa Galindez-, aparte de un programa político de revolución “ininterrrumpida”, armas y milicias probadas en el combate militar”.

¿Qué es un programa de revolución ininterrumpida? En una revolución obrera, lo que ocurre es la toma del poder por el proletariado, que le hace capaz de disponer de los recursos productivos sin trabas jurídicas, de modo que puede desarrollar una planificación económica con el fin de incrementar las fuerzas productivas.

¿Quién dispone de milicias probadas en el combate militar en grado de sumarse a los rebeldes libios? ¿Galindez?

“El presidente Chavez – opina Galindez- debería impulsar la propuesta de NI UNA GOTA DE PETRÓLEO PARA LOS PAÍSES INTERVENCIONISTAS EN LIBIA pues es nuestro petróleo y el de otros países el que alimenta la maquinaria de guerra de los países imperialistas. Un triunfo de la intervención militar imperialista golpearía a la OPEP y con ello a nuestra principal fuente de ingresos generando serios problemas económicos?”.

Todo el párrafo revela una visión nacionalista reaccionaria. También nuestros alimentos y nuestras materias primas alimentan la maquinaria de guerra imperialista. Significa que se debe frenar el comercio mundial hasta que se cree un nuevo orden mundial. Hay un ultra radicalismo impráctico, que además de voluntarioso e infantil, no permite unir a la clase obrera de los distintos países.

Por último, ya en un plano de irresponsabilidad infantil e incoherente, Galindez dice:

“Hay camaradas que nos han preguntado que si la derrota de la invasión imperialista en Libia, ¿no produciría una rápida derrota de los insurgentes?”. Y Galindez mismo responde: “Es posible que el cese de la agresión imperialista a Libia le permita a Gadafi avanzar su ejército sobre las desorganizadas milicias insurgentes y las pueda derrotar, eso es cierto. Pero, sería peor si triunfa Washington”

De manera que, al fin, Galindez le da la razón a Otto Van Der Velde Q, Lo verdaderamente estratégico, para él, es derrotar la agresión imperialista, aunque esta victoria, según su modo de pensar, llevaría a la derrota de los insurgentes frente a Gadafi. ¿En qué filas se ubicaría Galindez si tuviera que salir del bar e ir a Libia?

Este estratega de cafetín supone que la derrota de la agresión militar de la OTAN se logra pintando garabatos en una servilleta. La agresión militar de la OTAN no es un fin en sí mismo. De manera, que la forma de derrotarla es que las masas libias logren derribar a Gadafi, fuera del control de la OTAN, burlando las negociaciones y los tiempos con que esta organización multinacional planifica controlar el proceso. Difícilmente, las Naciones Unidas o la OTAN puedan revertir la intención de la OTAN, y justificar que se dispare un tiro, ahora, contra el pueblo victorioso ante la tiranía de Gadafi.

“Es indispensable construir una Dirección Política Marxista Revolucionaria, sin la cual –sostiene Galindez- es imposible que se consolide un triunfo realmente revolucionario antiimperialista – anticapitalista en este país norafricano”.

¿Dónde y cómo se construye esa dirección política? Quien menos lo sabe es Galindez. A estas alturas, lo que se requiere en Libia es ayudar a una correcta estrategia militar, al servicio de la causa socialista.

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