Eliseo Reclus y la geografía subversiva[1]
Rodrigo Quesada Monge[2]
La anarquía es la máxima expresión del orden
Eliseo Reclus
Introducción
La eminencia biográfica de este artículo reside en la recuperación de algunos datos de la vida cotidiana de los hermanos Reclus, que nos permitirán entender muchas de las reflexiones y análisis que se hacen luego. Sin embargo, la trama biográfica de Eliseo y Elías Reclus, sin olvidar algunas menciones al pasar de los otros hermanos, tales como Paul o Louise, no reposa en el simple informe curioso y mórbido, sino, más que nada, en los comportamientos y actitudes existenciales que permiten explicar algunas de las grandes decisiones políticas, científicas e ideológicas tomadas por los dos hermanos, sobre los cuales se enfatiza en este capítulo.
Buscamos entender, en esta ocasión, como lo hemos hecho con otros autores anarquistas[3], ciertos movimientos ideológicos, políticos y, por qué no, vitales, que nos permitirán tener una visión más clara, del trajinar científico y social de uno de los autores más complejos y contradictorios que ha producido el anarquismo. Con Eliseo Reclus, sucede una cuestión bastante curiosa, y es que a él nunca le preocuparon las contradicciones analíticas y hermenéuticas en las que incurrió con frecuencia, cuando elaboraba su ideario libertario, según veremos en capítulos posteriores. La metodología científica, sin embargo, lo obligó a depurar sus argumentos cuando se trató de los estudios geográficos, sofisticados y complejos en los que se involucró, en el momento en que emprendió la realización de tres de las más grandes obras geográficas de todos los tiempos. En estos casos, las contradicciones argumentales eran un lujo que no podía darse.
Los intereses políticos, académicos y existenciales que unieron tan estrechamente las vidas de Eliseo y Elías Reclus, solo pueden comprenderse a partir de las características particulares de la educación que recibieran de un padre y de una madre, a todas luces excepcionales. Tal excepcionalidad no residió tanto en la prolífica familia que lograron integrar, pues si todos los hijos hubieran vivido la prole hubiera crecido a unos dieciséis, sino en que, en estas condiciones, por encima de lo usual, los padres alcanzaron a mantener la disciplina de trabajo, la probidad ética y las esperanzas profesionales, humanas y sociales de todos los hijos, pues éstos terminaron siendo hombres y mujeres de bien, como acostumbraba a decir la burguesía decimonónica.
Con este artículo, el autor intentará realizar un retrato de la cálida y comprometida amistad filial, humana y académica que los hermanos Eliseo y Elías, a lo largo de sus vidas, lograron tejer desde una trabazón de temas, preocupaciones e intereses similares en cuanto a resultados, productividad y legados, fertilizados con el afán creativo en las ciencias naturales, las humanísticas y sociales. Esta agenda de aspiraciones científicas compartidas, encajó milagrosamente bien con otro orden de inquietudes, como lo fueron los asuntos políticos, los cuales se encuentran en la esencia misma de la orientación que los hermanos Reclus imprimieron a sus quehaceres académicos. Es decir, en el buen hacer científico de estos hermanos, dentro del mundo de la geografía y de la etnología, dos ciencias que por los años en que ellos vivieron, apenas despegaban, no es posible separar el dato, la dimensión fáctica de la investigación, de sus reflexiones políticas y sociales. La geografía para Eliseo y la etnología para Elías, alcanzaron su mayoría de edad en el momento en que ambas ciencias fueron capaces de hacernos comprender, que era posible la construcción de un mundo más justo y humano, en el aquí y en el ahora.
La casa paterna
Elisée Reclus (1830-1905), como sería su nombre en francés, fue uno de los más prolíficos geógrafos del siglo XIX, y tal vez de todos los tiempos. Su capacidad de producción académica, de investigación y escritura cotidiana es un ejemplo extraordinario, sobre los distintos procedimientos desarrollados por los científicos y académicos europeos, durante el siglo XIX, el de la industrialización, de los grandes descubrimientos comerciales, marítimos, geográficos y tecnológicos. No cabe duda de que las ambiciosas propuestas temáticas, metodológicas, técnicas y analíticas, hechas por Reclus con relación al quehacer del geógrafo y de la geografía, como disciplina, siguen asombrando al mundo científico, académico y político de nuestros días.
Pero Reclus estuvo ignorado durante muchos años por ese mismo mundo académico y científico europeo, debido a razones que hoy no están debidamente esclarecidas. En el presente, cuando muchas de sus grandes preocupaciones, como la tecnología, el papel de la ciudad en el desarrollo de las civilizaciones, la evolución histórica de los estados, la ecología y otras, han pasado a ser asuntos que motivan y aquejan a los científicos contemporáneos, sus rigurosos y profundos trabajos de investigación, han vuelto a ser editados para bien de las nuevas generaciones de geógrafos, historiadores, antropólogos, sociólogos y politólogos.
Sin embargo, casi la totalidad de su correspondencia, así como sus obras mayores, esto es La Tierra, descripción histórica de la vida del globo (en dos volúmenes), Nueva Geografía Universal (en diecinueve volúmenes) y El Hombre y la Tierra (en seis volúmenes), no han sido traducidas por completo, o reeditadas en español desde hace mucho tiempo. Las explicaciones para estas carencias en nuestro idioma, pueden provenir de que mucha de la producción científica e ideológica de Reclus pasó por España, sin encontrar el ambiente propicio, debido al fuerte ascendiente religioso característico de las estructuras políticas y sociales españolas, visceralmente contrarias al ideario anarquista, durante gran parte del siglo diecinueve y del veinte. No obstante, esta sentida ausencia de uno de los pensadores más rigurosos de la Europa de entonces, se ha ido solucionando paso a paso, desde México, Argentina, Brasil y Chile. Cabe pensar, también, que, debido a que Reclus nunca fue reconocido por el medio universitario francés, sus obras apenas han recibido la atención indicada en otros países, donde la influencia editorial francesa es considerable, como es el caso español otra vez.
Muchos intelectuales, académicos y políticos se preguntan todavía de dónde pudo haber surgido semejante capacidad de producción científica, en un hombre que se casó tres veces, tuvo varios hijos de los cuales solo dos niñas sobrevivieron, y además dispuso de tiempo y de energía para viajar incansablemente por casi todo el mundo conocido en su época, e involucrarse de pleno en las actividades políticas y propagandísticas del movimiento anarquista, tanto así como para ir a parar con sus huesos a las cárceles francesas, debido a su beligerante participación en las acciones emprendidas por la Comuna de París, que sería reprimida de una forma sangrienta y cruel en 1871.
Algunos sostienen que ello se debió a la fuerte influencia de su padre, el pastor protestante Jacques Reclus (1796-1882), quien sometió a sus once hijos a una férrea disciplina de estudio, oración y trabajo, en la que predominaba, paradójicamente, una ilimitada defensa de la libertad de escogencia, para establecer las formas de comunicación que cada uno considerara correctas en sus relaciones con Dios. La madre, Marguerite Zéline Trigant (1805-1887), resultó, a la larga, un noble y dulce contrapeso de las escabrosas consecuencias generadas por la insólita rigidez del padre. Eliseo mantuvo a lo largo de su vida, una sostenida e intensa correspondencia con su madre, a la que le confesaba, con lujo de detalles, sus aspiraciones más íntimas.
De los cinco varones, hermanos de Eliseo, Elías (1827-1904) el mayor, tuvo una participación política y afectiva sustancial en la vida del primero. Luego vinieron, Onésimo (1837-1916), Armando (1843-1916) y Paul (1847-1914). Las hermanas fueron, Loïs (1831-1910), Marie (1832-1918), Louise (1835-1917), Nóemi (1841-1915), Zéline (18138-1911) y Ioanna (1845-1937), sin contar a Suzi que moriría a los veinte años y Anna, quien no iría más allá de su primer año de vida. Todos ellos, como puede verse, vivieron vidas largas y productivas, según nos cuenta el profesor Dunbar[4]. Se puede agregar, además, que el comunismo místico del padre, quien nunca buscó regalías de ninguna especie de parte de la iglesia, infundió en sus hijos un sentido de la solidaridad y de la cooperación, que se nota con certeza en las distintas formas de colaboración desarrolladas por los hermanos Reclus entre sí. No sólo Elías, sino también Onésimo, Paul y las hermanas, contribuyeron en el quehacer investigativo que las obras de Eliseo demandaban; ello junto a la colaboración internacional procedente de notables investigadores extranjeros, como Pedro Kropotkin (1842-1921), el eminente geógrafo y teórico anarquista ruso[5].
El gran amor por la literatura que la madre, Marguerite, les transfirió a todos sus hijos, y los grandes esfuerzos que hacía Jacques, el padre, por vivir de acuerdo con su conciencia, y no según lo esperaban las iglesias para las cuales trabajó, que no solo lo hicieron ser reconocido como un “protestante entre protestantes”, es decir, siempre inconforme con el lugar donde se encontraba, sino también como un hombre bueno, generoso y espiritual, fueron factores decisivos en la formación ética e intelectual de los hermanos Reclus[6].
Esta actitud del padre, quien abandonó la Iglesia Reformada Francesa, donde se desempeñó como pastor y educador, en la ciudad de Sainte-Foy-la-Grande, a orillas del río Dordoña, lugar de nacimiento de Eliseo, para trasladarse a una iglesia más libre en Orthéz, lo que le garantizaba mayor libertad de movimiento y de convicciones, sembró en la mente de Eliseo y la de sus hermanos, un sentido de la responsabilidad sobre lo que se piensa y se siente en relación con el mundo que nos rodea, de profundas consecuencias en el largo plazo, pues, en el caso particular de Eliseo y de Elías, ese tono sacrificial los llevó a exponer sus vidas en los hechos que condujeron al baño de sangre de la Comuna de París.
La búsqueda constante de formas de vida alternativas, en las cuales las convenciones y los rituales no estuvieran presentes, o al menos no fueran el punto de partida y de llegada de la vida de las personas, fue una constante en la vida familiar de los Reclus, una impronta establecida por los padres, para quienes la vida no podía reducirse a lo que se comería o bebería al día siguiente. La búsqueda y la concreción de los sueños, el esfuerzo sostenido por transmitirles a las personas que existen otras posibilidades más allá del aquí y del ahora, eran componentes regulares en las conversaciones y en la correspondencia de la familia. Eliseo y Elías, el hermano mayor, compartieron intensamente esa aspiración por la utopía, a la cual luego, el primero, le acercaría sus pretensiones científicas, logrando una rara síntesis entre Utopía y Ciencia, que aún desconcierta a muchos pensadores y analistas del presente, porque, en un mundo tan concreto como el nuestro, en el cual solo cuenta la porción de poder de que se dispone en la vida cotidiana, tal clase de ensoñaciones, parecieran llegadas de otro tiempo[7].
Delirios revolucionarios, imperialismo y ciencia
La participación activa, diaria, beligerante y productiva de los dos hermanos Reclus, Elías y Eliseo, en los hechos de la Comuna de París de 1871, todavía es motivo de debate y discusión entre los académicos e historiadores, pues, para algunos, este protagonismo de ambos, no se quedó en la simple contemplación periodística de lo acontecido, o en las reflexiones teóricas a distancia y a posteriori, a la manera de los marxistas recalcitrantes, sino que implicaron cárcel, maltrato, humillaciones y la amenaza de ser enviados a los campos de prisioneros que los franceses mantenían en Nueva Caledonia, famosos por su crueldad.
Elías, el hermano mayor, quien fuera director de la Biblioteca Nacional de París, durante veinticuatro días, no tuvo tiempo de hacer grandes cosas con este puesto que puso en sus manos el Comité Central de la Comuna, pero logró, al menos, sembrar la duda y la esperanza de que era posible tomar todo aquel acervo cultural y ponerlo al servicio de la clase trabajadora. Si la prensa burguesa de la época terminó sorprendida porque los obreros levantados de París, no habían quemado ni destruido ni un solo libro de aquella majestuosa y venerable biblioteca, fue porque dicha burguesía, desgarrada por las contradicciones políticas e ideológicas, prefirió aniquilar a palos a la clase trabajadora parisina, antes que hacerle frente al invasor prusiano, que contribuyó estrechamente con el gobierno de Thiers para que la carnicería fuera lo más completa posible.
Recordemos que algunos de los monumentos adorados por la aristocracia y la alta burguesía francesas (como la columna imperial en la Plaza Vendome y la estatua de Votaire), que terminarían hechos añicos a manos de los obreros sublevados, fueron precisamente los más representativos primero de las aspiraciones imperiales de Francia, que empezaban a tomar forma por aquellos años, y segundo el símbolo ignominioso de la opresión y la barbarie como era la cuchilla por la que pasarían miles de trabajadores, una vez que la Comuna hubiera sido derrotada[8].
La cotidianidad de la Comuna, tan bien retratada por hombres y mujeres como Lissagaray, Louis Michel y Elías Reclus, en diarios, documentos, cartas y artículos periodísticos de profunda preocupación analítica, le permite al historiador de hoy disponer de documentos invaluables, sobre el proceso de formación de las ideas anarquistas de los hermanos Reclus. Sobre todo cuando es casi ineludible sostener que a ellos se los puede considerar entre los fundadores originarios del pensamiento y el accionar de los anarquistas, en el preciso momento en que las decisiones políticas, y los eventos militares que se están fraguando, ante sus ojos, revelan un conjunto de personalidades y escenarios decisivos, para comprender la articulación de ese cuerpo de teorías y de métodos que se ha llegado a conocer como anarquismo[9].
Son los años de 1872 a 1877, años decisivos en muchos sentidos, no sólo para los hermanos Reclus, que se encuentran exiliados, sino también para la nación francesa, la cual, a partir de este momento, seguirá el camino trazado por las tensiones internacionales que los imperios ruso, inglés y alemán, estaban a punto de provocarle a la humanidad. Tales tensiones terminarán decantadas definitivamente, a partir de 1884, cuando la Conferencia de Berlín se decidió por la atroz política de empezar por repartirse África, y luego el mundo, un trayecto espeluznante que conducirá indefectiblemente hacia la Primera Guerra Mundial. Ese largo período de estabilidad de la Tercera República, entre 1877 y 1940, cuando los nazis ocuparon de nuevo París, le garantizó a la burguesía imperialista francesa una atmósfera relativamente homogénea en términos políticos e ideológicos, para iniciar una carrera colonialista cuyas consecuencias serían incalculables.
Aquí reside una de las diferencias fundamentales entre la clase de estudios realizados por Eliseo Reclus, sobre el expansionismo colonialista europeo, y el amenazador imperialismo norteamericano, que él sin embargo no llama así, y los sofisticados y complejos análisis elaborados por figuras del calibre de Rosa Luxemburgo, Lenin, Kautzky o Trotksky. Existe en el trabajo de Reclus una sostenida preocupación por el espacio y sus distintas manifestaciones cuando dos formas de civilización entran en contacto. La geografía física le permitió precisar los contornos de la materia en estudio, sobre todo cuando se trataba de una regionalización que requería constantemente de ser mapeada, si cabe el término, y su noción de espacio, apenas intuida, llegará con el tiempo a convertirse en un instrumento descriptivo y analítico imprescindible cuando asumió sus reiterados y, con frecuencia, muy prudentes acercamientos al problema del colonialismo.
La noción de imperialismo llegó a convertirse en un dispositivo teórico que los economistas marxistas volvieron suyo, sin que fuera posible el ingreso dinámico de otras explicaciones, como aquellas relacionadas con la civilización, la cultura y la vida cotidiana, temas que acercarían el trabajo realizado en etnología por Elías Reclus, y en la historia como el realizado por Pedro Kropotkin.
De esta manera la particular sensibilidad del etnólogo y del historiador en ambos casos mencionados, hicieron que el encuadre político e ideológico ofrecido por el anarquismo precoz de Eliseo Reclus, no encontrara obstáculos para disociarse de las explicaciones talmúdicas de los marxistas más ortodoxos, sobre los problemas relacionados con el desarrollo de las civilizaciones en un conjunto de espacios determinados, en constante conflicto y confrontación. Es aquí donde resulta menos que elegante, y más que abusiva, la afirmación de Marx y Engels, de que Reclus no era otra cosa que un simple compilador, cuando el trabajo del segundo sobre los orígenes de la familia, la propiedad privada y el Estado, es casi un plagio total del trabajo del antropólogo norteamericano Lewis H. Morgan (1818-1881), quien por esa época, los años setenta del siglo XIX (su obra principal Ancient Society es de 1877), propuso una nueva sistematización teórica de tales asuntos, la cual no pasó desapercibida a los fundadores del socialismo autoritario.
Para los marxistas el problema del imperialismo está estrechamente relacionado con el funcionamiento de la economía capitalista. Es decir, para ellos, el imperialismo es esencialmente una categoría económica[10]. Para los geógrafos libertarios, como Eliseo Reclus y Pedro Kropotkin, el imperialismo es un asunto espacial. Con gran sabiduría, sin embargo, geógrafos marxistas del presente, como el británico David Harvey, se han servido de ambos enfoques, brindando, de esta forma, un tratamiento enriquecido de la noción de espacio, en la cual el conflicto es abordado no como una cuestión eminentemente económica, sino como una forma de articular distintas respuestas a los encuentros históricos entre unidades espaciales complejas y diversas. Así ha llegado a comprenderse con perfecta claridad que la teoría del imperialismo de inspiración marxista es nada sin la noción de espacio, puntal teórico y técnico de las investigaciones de los geógrafos libertarios.
Por eso no debería extrañar que tanto para el geógrafo Eliseo Reclus como para el etnólogo Elías Reclus, la geografía física haya sido tan decisiva en sus investigaciones de los pueblos y de las civilizaciones a lo largo de la historia, pues de esta forma han podido retratar con suma precisión los distintos mecanismos de apropiación del espacio y sus transmutaciones culturales en la vida cotidiana. Basta consultar los seis tomos de la obra de Eliseo Reclus titulada El hombre y la tierra[11] para apercibirse de que una nueva forma de hacer geografía había dado inicio con el nacimiento del siglo veinte. Como bien lo anota una de sus mayores conocedoras, se trata en realidad de un tratado de geografía humana y social, que abría puertas, pistas y surcos totalmente inéditos en la investigación geográfica[12]. Esa insospechada novedad analítica, reñida con el hieratismo político que esperaba su tradicional casa editorial Hachette, hizo que la mencionada obra de Reclus no fuera publicada en vida. Lo sería entre 1906 y 1908 por la Librería Universal de París y bajo la tutela de su sobrino Paul, hijo de Elías, cuando el muerto ya era inofensivo para un gran sector de la academia francesa, gazmoña y acomodaticia.
Siempre fue un problema para su casa editorial Hachette, la inquietud política e ideológica de Eliseo Reclus. Cuando estuvo preso, y a punto de ser condenado a los campos de trabajo de Nueva Caledonia, a raíz de su participación activa y beligerante en la Comuna de París de 1871, Reclus se convirtió en un maldito t, en un paria, y fue debido a su inteligencia y a su enorme intuición geográfica, que la casa editorial mencionada, estrujó sus escrúpulos y decidió publicar sus trabajos, bajo el entendido de que ninguna de sus ideas políticas, sociales o religiosas se escurriría en los argumentos “científicos” que se esperaban de él. Por supuesto que el apoyo de la comunidad académica internacional, sobre todo británica y norteamericana, tuvo un papel protagónico incuestionable, para lograr que la condena a trabajos forzados en Nueva Caledonia, fuera conmutada por el exilio.
Después de haber invertido casi veinte años de su vida en la preparación y redacción de la Nouvelle Geographie Universelle (entre 1876 y 1894), para que fuera publicada en pequeños fascículos al alcance de todos los bolsillos, Eliseo Reclus, asumió una última posición rebelde, y se decidió por escribir El hombre y la tierra como una especie de conclusión de aquella, pero en la que (originalmente pensada en dos volúmenes, creció hasta seis), todas sus ideas, intuiciones y revelaciones más profundas serían desplegadas sin contemplaciones. Obviamente Hachette se negó a publicarla. Ya no era el Eliseo Reclus del pasado a quien le habían publicado dos obras maravillosas para niños, como Historia de un riachuelo (1869) e Historia de una montaña (1880), en las que se exponen por primera vez argumentos geográficos de gran complejidad al alcance de los más pequeños. La belleza y la poesía de esas dos obritas, siguen insuperadas hasta nuestros días, pues resulta inaudito que de la rigidez y dureza del científico abrumado por las estadísticas y las descripciones, Eliseo Reclus hubiera podido dar el salto con tanta facilidad hacia el lenguaje enamorado de la vida propio de los niños. La misma transparencia está presente en el único libro teórico que Reclus escribiera en 1897, titulado La evolución, la revolución y la idea del anarquismo.
La Comuna de París (1871)
Existen, por otro lado, dos obras indispensables en cualquier tratamiento de la relación que Eliseo Reclus mantuvo con sus hermanos, tanto en el nivel científico como en el nivel político. Una de ellas es la invaluable bitácora que Elías escribiera de las sangrientas jornadas de la Comuna de París en 1871, la cual debería ser lectura obligatoria junto al monumental testimonio escrito por Lissagaray (1838-1880)[13]; y la otra es la historia de la amistad política y académica que Elías y Eliseo mantuvieron durante años, escrita por el sobrino ingeniero Paul Reclus (1858-1947), hijo del primero. A éste último no hay que confundirlo con el otro hermano, el médico Paul Reclus (1847-1914), quien también los acompañó en los eventos diarios de la Comuna de París y quien, como ellos, tuvo que esconderse y exiliarse para no ser asesinado, acusado de subversivo y complotista contra el gobierno burgués[14].
Rara vez ambas obras han sido analizadas con fines históricos y descriptivos de los acontecimientos que las hicieron posibles. La bitácora que escribiera Elías es de una inmensa utilidad para establecer el comportamiento cotidiano, no tanto de los luchadores callejeros, de los rebeldes atrincherados en las calles de París, sino también de las reacciones asumidas por la burguesía parisina, para reprimir un movimiento que se les había salido completamente de las manos. La otra obra, escrita por un ingeniero eminente, como lo fuera el sobrino Paul Reclus, busca ser un testimonio agradecido de las enseñanzas recibidas por una alianza política y académica, la de su padre y de su tío, cuyos resultados aún pueden apreciarse en el desarrollo de la geografía como ciencia social y humana, y en el del ideario anarquista, fortalecido con ella en los campos organizativo e individual. De tal manera que, según puede notarse a simple vista, no es posible hablar, al menos en el caso de los hermanos Reclus, de la geografía social sin hablar al mismo tiempo del anarquismo como ideal, como utopía, el cual se encuentra expuesto con toda amplitud en la gran obra de Eliseo, El hombre y la tierra, en la que el sobrino tuvo tanta participación.
El trabajo de Elías Reclus sobre la Comuna de París, tiene la rara habilidad de haber logrado establecer un enlace preciso entre lo que expresa el lenguaje, y los hechos cotidianos narrados. Otras obras similares, como la ya varias veces mencionada de Lissagaray, junto a las de Jules Valles, Napoleón Peyrat y Louise Michel, sin dejar de ser testimonios excepcionales de un evento constantemente evaluado y reevaluado, no lograron penetrar los resquicios emocionales y visuales a los que llega el diario, por llamarlo correctamente, escrito por Elías Reclus. El valor histórico de esta clase de narraciones reside en brindarle a la posteridad, documentos de primera mano sobre las angustias, ansiedades, limitaciones y epopeyas en las que se vieron involucrados hombres y mujeres comunes, protagonistas de uno de los sucesos decisivos en la historia del movimiento popular europeo, cuyas enseñanzas se prolongaron hasta el presente.
Qué se come, cómo se come, cómo se distribuyen los alimentos, las discusiones y los debates en las trincheras, sobre las formas más efectivas de repartir las pocas armas con que se contaba, las pequeñas rencillas sobre los accesos y ajustes del ejercicio del poder, en el aquí y el ahora, sin reparar en discusiones de orden jerárquico que pudieran agotar los objetivos esenciales, tales como ofrecer una defensa articulada y organizada de la ciudad de París, y proteger sus tesoros más valiosos, los libros alojados en la venerable Biblioteca Nacional. Cosa curiosa a este respecto, una vez que las tropas de los versalleses ingresaron a París, su comportamiento contra los obreros, hombres, mujeres y niños, fue de una crueldad sin parangón. Pero aquello que éstos tanto habían protegido, como la biblioteca, no escaparon a los excesos y desmanes de la soldadesca atribulada y despótica que hacía ingreso ostentando su poder y su autoridad.
El diario de Elías Reclus tiene además la rara virtud de comunicar las preocupaciones del “humanista libertario” que ve a sus compañeros de armas caer junto a su lado, los destrozos causados por los obuses lanzados por la tropa versallesca, contra las paredes de los hogares, los edificios públicos y las trincheras construidas en varias bocacalles que conducían sobre todo a las estaciones de ferrocarril, sin detenerse un momento en sus reflexiones sobre lo que todo aquello significaba en sus vidas cotidianas, y en su futuro más inmediato. La mayor parte de los que caen heridos a su lado, reflexiona Elías Reclus, son burgueses, sin embargo, el amor por sus familias, por sus viejos y por sus hijos, queda tan bien registrado en este diario, que bien podría decirse de su autor que ha logrado cotas de belleza literaria, en los anales de los escritos políticos, pocas veces igualadas. El estilo de exposición deja sin aliento al lector, pues casi se siente el silbido de las balas y los retumbos de las trincheras al caer en mil pedazos. Reclus incluso se da el lujo de pensar lo que podrían estar sintiendo los conejos y las gallinas que ve correr despavoridos en el Jardín Botánico, luego de los destrozos causados por los bombazos lanzados por la tropa versallesca. En realidad es una lástima que este libro no haya sido traducido todavía al español.
El relato de la confrontación entre la soldadesca de Versalles y los comuneros adquiere en manos de Elías Reclus una textura particular, pues él logra una exposición de los espacios de combate casi visual. Sus descripciones sobre los barrios en los que se combate puerta a puerta- al extremo de que en cada casa donde un comunero ha caído la gente de Versalles pone un vigilante a tiempo completo-, adquieren una relevancia irrepetible en otros textos de factura similar, pues no es posible capturar París, hacerse dueño de ella, sin controlar sus calles y avenidas, sus barrios, sus plazas, sus plazoletas, sus iglesias, sus monumentos nacionales, y sus edificios públicos más emblemáticos.
La tensión psicológica que Elías Reclus logra, cuando describe las batallas, las discusiones y las mutuas inculpaciones, sobre quién debe ser juzgado como responsable de haber llegado a tales extremos de violencia y brutalidad, se detalla utilizando el lenguaje como una herramienta que al mismo tiempo permite observar a los protagonistas enfrascados en sus debates políticos y militares, con el telón de fondo de los cañonazos y el grito de los heridos. Solo aquel narrador que es dueño de una talento particular para la construcción de tramas novelescas, es capaz de haber realizado tales descripciones, transmitiéndoles a los historiadores del futuro una sensación extraordinaria sobre lo que pudo haber sido la recuperación de la ciudad de París, por parte de la gente de Versalles, sin percatarse de que fueron precisamente los espacios los que han atrapado a la gente en su cotidianidad y en sus confrontaciones diarias políticas e ideológicas. No está de más recordar que son precisamente esos espacios los que Walter Benjamin, de forma milagrosa, logra atrapar con sus análisis de la vida burguesa en la Francia de finales del siglo XIX y principios del XX[15].
Con su mentalidad etnológica y, posiblemente influenciado por su hermano Eliseo, el geógrafo, Elías Reclus logró con su diario transmitirle al futuro una combinación inigualable entre los espacios geográficos que los revolucionarios reinventaron mientras duró el experimento, entre marzo y mayo de 1871, y los nuevos usos y costumbres que se fueron imaginando a lo largo de la existencia de este último. Es decir, de acuerdo con el etnólogo Elías Reclus, la Comuna de París, no solo inventó y se deshizo rápidamente de diversas formas de organizar el poder y la autoridad, sino que también posibilitó otros medios de imaginar la cotidianidad entre hombres y mujeres quienes, a pesar de sus distintas procedencias sociales, pequeños burgueses, trabajadores, policías, militares y otros, fueron capaces, todos juntos, de soñar por un momento que la utopía era posible, pues todas aquellas nomenclaturas y definiciones profesionales, sociales, políticas y económicas desaparecieron o, al menos, perdieron su fuerza durante aquellas gloriosas semanas.
Cuando las tropas de Versalles ingresaron a París, no lo hicieron solamente aniquilando a personas sino, sobre todo, demoliendo sueños, esperanzas y utopías. Destruida la Comuna de París, el siguiente día en el desarrollo y crecimiento del movimiento popular a nivel internacional, empezó prácticamente de cero. Habría que esperar a la masacre de trabajadores ocurrida en Haymarket en 1886, en Chicago, para que, de nueva cuenta, las ilusiones de aquellos retomaran la dirección que les había sido arrebatada defendiendo las calles de la ciudad de París en 1871, no sólo contra el invasor alemán, sin también contra las traiciones y las pequeñas pasiones de la gran burguesía parisina, que no tuvo empacho en voltearse de lado con tal de proteger sus propiedades, su orden y su sentido común.
Es esta educación política, académica, científica y personal la que amarra cada vez más fuertemente los lazos que los hermanos Reclus han tendido entre sí. No se puede desgajar, creo yo, la profunda amistad que existe entre estos hermanos, del escenario político, social y cultural europeo de los años que median entre 1848 y 1871. Se trata de años decisivos en todos los terrenos, porque, junto al hecho de que la herencia política de la Revolución Francesa de 1789, todavía se encuentra a medio camino, entre su realización cabal y la promesa bañada en sangre, el Segundo Imperio no logró encajar adecuadamente los anhelos políticos de una burguesía que siempre miraba hacia atrás, y una aristocracia con avidez de imperio, siempre mirando hacia delante, pero despojada de los recursos para lograrlo. Estaba claro que el imperialismo francés llegaría tarde, pero a caballo entre los espasmos democráticos de la burguesía y la tiranía de un poder monárquico más despótico que nunca, porque ya había conocido de lo que era capaz la burguesía liberal en alianza con los trabajadores radicalizados, en ciudades como París, Berlín, Budapest, Viena y Nápoles.
Del republicanismo al anarquismo
El viaje pedagógico, por llamarlo de alguna forma, de los hermanos Reclus, como bien lo dice el mismo Paul, el sobrino, en su célebre libro, ya mencionado, desde el protestantismo hacia el anarquismo, está signado por la impronta de un padre que no dejó nada al azar, en todo aquello que tuviera que ver con la formación de la conciencia de sus hijos para enfrentar la cotidianidad, sin reparar en las consecuencias personales. Los testimonios recogidos por Paul Reclus en lo que a esto compete, me refiero al espíritu sacrificial de la educación recibida en el hogar, están enlazados uno con otro por la brea de la sinceridad, la honestidad y la entrega. Cuando los hechos de la Comuna de París se suscitaron, los hermanos Reclus vieron el tema como algo natural y cotidiano. No se podía eludir el hecho de que el entreguismo del gobierno de Thiers ponía a Francia en una tesitura histórica sin precedentes, y al respecto había que tomar una posición determinada. A favor o en contra del invasor. Para los alemanes no había dilema, pues la invasión formaba parte del encuadre anhelado por el emperador germano Federico Guillermo II de Prusia, para darle rienda suelta a sus afanes expansionistas, y para tomarle el pulso a lo poco que quedaba del legado napoleónico.
Las mal llamadas “revoluciones burguesas” que recorren Europa, entre los años que van de 1789 a 1871, no fueron otra cosa más que la prueba de fuego de las alianzas, las expansiones y las contracciones, las turbulencias y los éxtasis políticos, sociales e ideológicos de una burguesía y de una aristocracia dispuestas a compartir el poder sin importar las circunstancias, y sin importar los aliados que los acompañaran en el trayecto. De todas formas, siempre serían descartables. El triste papel de corifeo jugado siempre por los trabajadores en este proceso refleja lo poco dispuesto que estaba el sistema económico a ceder sus márgenes de ganancia, ahí donde más le dolía, es decir la independencia de sus esclavos asalariados. La claridad con que los hermanos Reclus visualizaban este asunto, solo refleja parte de la elaboración hecha en casa de una conciencia política y social levantada con el ejemplo, el amor al estudio y la amistad. El resto del proceso pedagógico tendría lugar cuando los hermanos Reclus tuvieron que abandonar París, como simples delincuentes, bajo amenaza de la horca o del confinamiento definitivo en Nueva Caledonia.
La llegada a Suiza, después de la aniquilación de la Comuna, y el encuentro con los camaradas de la Federación del Jura, y sobre todo con Bakunin y Kropotkin, completaría aquello que tan esmeradamente el padre Jacques Reclus les había transmitido: la disciplina, la capacidad de sacrificio, el servicio a los desamparados y la dedicación a la construcción de verdades científicas que no atentaran contra su independencia personal. Por eso los hermanos Reclus nunca dejaron de ser individualistas de veinticuatro horas.
Es un hecho que la Comuna de París de 1871, a pesar de que uno de sus mejores y más sensibles cronistas, Elías Reclus, como hemos visto, haya sostenido que él no fue más que un sincero observador (algo así como “un termómetro en un rincón”, según su buen decir), radicalizó las ideas y argumentos de un republicanismo socialista que él y su hermano Eliseo tenían años de venir elaborando. No tenemos forma, como bien lo dice Dunbar, de probar el momento y la situación en que ese quiebre, ese giro, hacia el anarquismo se pudo dar; pero los hechos de la Comuna, el significado real, de la vivencia política cotidiana, aceleraron el proceso. Ambos hermanos formaron parte de la Guardia Nacional, pero ambos ignoraban incluso cómo manipular un fusil y, cuando tuvieron que dormir en el suelo, a la intemperie, mientras vigilaban, se enfermaron y padecieron lo indecible.
Ambos eran académicos pequeñoburgueses radicalizados, que venían de un viaje espiritual, ético y filosófico, impulsado por el ejemplo de su padre, en el cual la rebeldía teológica y política de Spinoza, jugaría un gran papel. Pero en un principio, hacia 1877, los análisis hechos por Reclus sobre la Comuna pecan de poco generosos, y enfatizan el tremendo desorden político, programático y organizativo que predominó en el proyecto. En esto sus reflexiones lo acercan mucho a la evaluación emprendida por los marxistas, para quienes la Comuna fue, antes que nada, un laboratorio en el que debían haber predominado el liderazgo y la organización, ingredientes totalmente ausentes en aquella. A finales del siglo XIX, hacia 1898, el tratamiento de Eliseo Reclus se modifica sustancialmente, y observamos que sus valoraciones de la Comuna, ya no enfatizan una cotidianidad vivida sin convicción en los asuntos militares, y privilegian las enseñanzas recibidas en el nivel individual y como persona política.
El “anarquismo académico individualista” de los hermanos Elías y Eliseo Reclus, aclimata sus raíces, inevitablemente, en la tradición “spinoziana” (de la teología crítica del poder) si cabe el término, heredada por su padre, y, a pesar de sus intentos por asumir con pasión el legado teológico de aquel, como bien lo apunta el sobrino en la obra mencionada, la actitud de ambos nunca logró remontar el ámbito de la responsabilidad establecido por una defensa a ultranza de su libertad y de sus acciones personales cotidianas. Alguien ha sostenido, erróneamente como lo anota Dunbar, que Eliseo Reclus ya era anarquista en 1851, cuando redactó su primer trabajo conocido: El desarrollo de la libertad en el mundo, que posiblemente escribió en su visita a Montauban ese año, después de una jornada a pie de tres semanas con su hermano Elías, desde Estrasburgo a Orthez. Este ensayo que, para Reclus, era de poca importancia, fue alguna vez desechado por él, pero su hermana Louise lo recuperó y fue publicado por primera vez en 1925[16].
Es fácil dudar de la verdadera matriz dura del anarquismo de Eliseo Reclus, en virtud de que la experiencia de la Comuna, apenas conmovió sus convicciones republicanas y más bien lo hizo batirse en retirada hacia el campo que mejor dominaba, la academia, la geografía, la investigación y la escritura. Es cierto, Marx no devino más marxista por haber dedicado la tercera parte de su vida a escribir El Capital, ni los más de quinientos artículos que escribió con Engels para la prensa de la época, sobre toda clase de temas, tampoco lo hicieron más revolucionario que el día anterior, cuando hablaba y evaluaba desde lejos a la Comuna de París[17].
Es un hecho, no son las amistades las que te vuelven más o menos revolucionario, anarquista, republicano o liberal. La entrañable amistad de Eliseo Reclus con Bakunin, a quien le editó parte de sus obras, o con Kropotkin, a quien incluso le sugirió títulos para algunas de sus pequeñas obras de divulgación, no lo hizo anarquista de la noche a la mañana[18]. Para afirmar algo así, habría que tener muy claro que el anarquismo es antes que nada una forma de actuar sobre la sociedad, la vida y la personalidad individual. Una forma de actuación que viene estatuida por los criterios éticos, sociales, culturales y políticos que rigen la vida de un individuo determinado en su devenir con el resto de la sociedad y de la civilización. Tal forma de actuación reposa, en última instancia, sobre la orientación que ese individuo en particular le pueda dar a sus acciones con relación al Estado, la Iglesia institucionalizada y el Capital.
El comunismo libertario
Para algunos autores, ni William Godwin, ni Max Stirner, ni León Tolstoi (y cabría la duda con relación a Eliseo Reclus) pueden ser considerados fundadores del pensamiento anarquista, porque si en la doctrina caben en un solo paquete liberales radicales, marxistas, cristianos y taoístas, no es extraño entonces que en las introducciones generales sobre el anarquismo se caracterice al mismo como algo incoherente y difícil de encapsular en una definición preconcebida. En el anarquismo auténtico, el de Bakunin y el de Kropotkin, existe una diferencia esencial entre “individualismo” e “individualidad”, porque en la crítica que ellos dos hacen del Estado, de la Iglesia y del Capital, considerados como adversarios de clase, no se los reconoce como enemigos de la libertad individual, algo que les preocupaba enormemente a Godwin, Stirner, Tolstoi y Eliseo Reclus[19].
Este último fue primero geógrafo y luego anarquista. Lo contrario de Kropotkin, quien primero fue anarquista y luego geógrafo[20]. La mayor parte de los autores trata de encontrar una simetría epistemológica entre el quehacer científico y el quehacer político de Eliseo Reclus, pero tal cosa es imposible en vista de los resultados arrojados por sus investigaciones geográficas, en las cuales el pensador francés intentó establecer un enlace entre sus aspiraciones políticas y la dinámica espacial del crecimiento de las sociedades y de las civilizaciones, sin reparar en las consecuencias ideológicas y metodológicas de su empeño. Una geografía al servicio del desarrollo de la paz, la fraternidad, la solidaridad y la ausencia de jerarquías era el proyecto más ambicioso de Eliseo Reclus, pero sus estudios y descripciones del desarrollo de la geografía física, social y humana revelaban una dinámica espacial en la que el enfoque eurocéntrico y los sesgos colonialistas del imperialismo francés, no se podían escamotear de forma sencilla[21].
Si su modesta participación en la Comuna de París lo volvió anarquista, o radicalizó aún más su socialismo republicano es una cuestión que poca gente se presta a discutir. Casi todos los autores aceptan de forma tajante el ideario anarquista de Eliseo Reclus, después de la Comuna; sobre todo cuando sus encuentros con Bakunin y Kropotkin en Suiza, se tradujeron en una militancia, en un periodismo y en unos afanes organizativos más inclinados hacia la bondad y la amistad entre personas afines, que entre revolucionarios dispuestos a darlo todo por la transformación de la sociedad y del mundo como lo conocemos.
El anarquismo es una doctrina libertaria y una forma de socialismo libertario, por lo cual no todo punto de vista libertario o socialista libertario es anarquista. En efecto, el anarquismo es un concepto que debería ser reservado para una forma particular y muy restringida de socialismo libertario, el cual surgió en la segunda parte del siglo XIX. El anarquismo entonces estaba diseñado para combatir las jerarquías y las desigualdades sociales y económicas, y especialmente a los terratenientes, los grandes capitalistas y al estado. Estaba en favor de una lucha de clases a escala mundial, y de una revolución organizada desde abajo, por los trabajadores mismos en alianza con los campesinos, para crear un nuevo orden socialista, sin estado y sin opresión de ninguna especie.
En este nuevo orden, la libertad individual estaría en perfecta armonía con las obligaciones comunales a través de la cooperación, la elección democrática de las decisiones y una igualdad social, que tendrá lugar a través de la coordinación económica de formas federales bien estructuradas y funcionales. Para los anarquistas son fundamentales los medios organizativos revolucionarios que faciliten la cristalización de una sociedad anarquista, donde el orden esté caracterizado por la más completa ausencia de autoritarismo[22]. Con este criterio, el anarquismo de Eliseo Reclus pareciera ser más bien un principio de vida, una moral, antes que una forma revolucionaria de enfrentar las desigualdades sociales, económicas, políticas y culturales de la civilización contemporánea.
En apariencia la militancia anarquista de Eliseo Reclus se decanta con precisión después de la Comuna de París. Más en virtud de lo que vio y presenció, que de lo que vivió e hizo como supuesto revolucionario, el anarquismo de Eliseo Reclus, después de ese nefasto capítulo de la historia moderna de Francia, afianza su vertiente académica, y su militancia revolucionaria se limita al apoyo prestado a los proyectos periodísticos de Bakunin primero, y de Kropotkin después. Algo similar sucedió con el estudio de Marx sobre el mismo evento, pues el revolucionario alemán convirtió a la Comuna de París en un laboratorio político en el cual puso a prueba, no tanto el genial método descubierto por él y Engels-el materialismo histórico-, sino también sus prejuicios y toda la mitología política existente entonces, acerca del papel revolucionario jugado por los trabajadores en un determinado momento de la historia europea.
Eliseo Reclus siempre tuvo claro que su ideario se reducía a tres postulados esenciales, 1-individualista como anarquista; 2-socialista en materias sociales; y 3-republicano en temas políticos. Estos tres ingredientes siempre estuvieron presentes en su trabajo académico y en sus esfuerzos políticos por colaborar en la construcción de una sociedad y de una civilización más equilibradas y armoniosas. Elie Faure, su sobrino, y un connotado crítico de arte en Francia, sostenía que su tío Elías se nutría de la influencia de Michel de Montaigne; y que su tío Eliseo era más un hijo intelectual de Rousseau que de ningún otro, pensando tal vez, en que la influencia ideológica de Bakunin y Kropotkin, podría ser evocativa de un radicalismo en el que Eliseo Reclus no creía[23].
En efecto, Eliseo Reclus como los otros grandes teóricos anarquistas de la segunda mitad del siglo XIX en Europa, veía con tolerancia distante los actos de violencia perpetrados por algunos sujetos y grupos, contra autoridades políticas y representantes empresariales destacados. Elías Reclus, su hermano, siempre más reposado y cerebral, pensaba que la violencia indiscriminada no conducía a ninguna parte, y generaba, por el contrario, resultados malsanos en el mediano plazo[24]. La violencia como fin en sí misma estaba descartada, cuando los objetivos políticos de naturaleza republicana empezaban a ceder terreno ante la mayor articulación y sentido práctico de los trabajadores europeos organizados. Es decir que, la violencia se tornaba etérea cuando la organización política se abría espacio en el imaginario cotidiano de los trabajadores. Sin embargo, se hacía inevitable cuando los instrumentos de la opresión utilizados por las clases dominantes, no permitían ningún espacio de maniobra a los sectores sociales más desprotegidos. Ante la brutalidad de la burguesía, la respuesta obrera no se hacía esperar, y Eliseo Reclus veía esta última como un mal necesario, en determinadas circunstancias.
Para Eliseo Reclus, en verdad un puritano asceta, que veía con malos ojos y disgusto los enormes habanos que se fumaba Bakunin en reuniones políticas, la historia de la humanidad era una espiral en crecimiento impulsada por tres grandes fuerzas ineludibles. En primer lugar hablaba de la lucha de clases, luego de las aspiraciones generales de los seres humanos hacia el equilibrio y la racionalidad, y finalmente de la protección feroz del individuo y de su expresión más conspicua, el individualismo. La lucha de clases, sin embargo, no se asemeja, ni remotamente, a la propuesta por Marx y los marxistas, para quienes la misma tiene una esencia revolucionaria cuyos datos de confrontación política, social, económica y cultural (léase ideológica), definen el núcleo de todo cambio, violento o no, del sistema económico imperante, así como de sus patrones de civilización. Reducir la lucha de clases a una simple competencia de signos de fuerza es el tratamiento más convencional y frágil de todos los que se han hecho hasta ahora, dizque inspirados en Marx, Engels y Lenin.
En los hermanos Reclus, la lucha de clases se asemeja mucho al “darwinismo social”, antes que a la confrontación revolucionaria compartida por los anarquistas radicales de la estirpe de Bakunin y Kropotkin. La supervivencia del más capaz o adaptado, podría ofrecer un argumento a favor o en contra de los problemas de civilización, pero no sería satisfactorio para explicar y justificar la necesidad de construir un proyecto revolucionario que tumbara por los suelos al régimen dominante, perfectamente sustentado sobre una plataforma de clase que protegerá con uñas y dientes dicha dominación.
El equilibrio esperado y profundamente anhelado, no tanto por los anarquistas, sino también por algunas sectas liberales y republicanas, entre sociedad, naturaleza e individuo, todavía en el siglo XIX, presenta vestigios de corte religioso y milenario, procedentes del siglo XVIII. Esta trabazón temática y metodológica entre sociedad y naturaleza no reside tanto en las aspiraciones de los sujetos aislados, o de pequeños grupos de rebeldes, sino en el grado de supervivencia de que son capaces las personas, cuando, por encima de lo que ofrece el sistema económico, necesitan continuar con sus vidas. Llegar a entender que la relación entre sociedad y naturaleza debería estar diseñada para proteger a las personas, y no para generar ganancias, simplemente, tomó varios siglos de sacrificios, conflictos sociales, guerras y masacres sin nombre, pues fue privilegio siempre del sistema económico, crear y fomentar una clase de racionalidad y equilibrio de civilización, en la que la noción de libertad estaba estrechamente articulada a las cuotas de explotación y ejercicio del poder alcanzados por un pequeño grupo de gente que se decían, y se dicen, dueños de hombres y materias.
Una geografía subversiva
La ecología social que lograron vislumbrar hombres y mujeres como Kropotkin, Reclus y Emma Goldman, atribuía a la noción de espacio una dosis de potencial explicativo sobre el origen de aquellos conflictos arriba mencionados, que lograba poner en primer lugar al espacio urbano, tal y como lo harían luego Lewis Mumford (1895-1990)[25] y David Harvey, en tanto que escenario indefectible de luchas sociales, económicas, políticas y culturales; pero también le devolvía al espacio rural su deteriorado carácter agrario, en el cual las revueltas campesinas, cada cierto tiempo, redefinían su agenda socio-política. En regiones como América Latina, este espacio rural recuperó también su poderoso contenido étnico y lingüístico, en el que la revuelta agraria adquiere una dimensión simbólica totalmente inédita.
Ese equilibrio armonioso, racional y valorativo al que aspiraba Eliseo Reclus, entre naturaleza y sociedad, entre la construcción de espacios productivos y potencialmente creativos de nuevos espacios, según el buen decir de Mumford, requisito de toda civilización racional y éticamente sustentada, tenía que lidiar, constantemente, con una fragilidad imprevisible, en la esfera de los conflictos humanos, a los cuales Reclus llamaba lucha de clases.
Historiar la forma en que una determinada civilización construye sus espacios de cultura, sorteando los conflictos sociales y con la naturaleza, es uno de los postulados centrales de la geografía histórica imaginada por Eliseo Reclus. No es posible la producción de civilización sin imaginar los espacios correspondientes; y al revés, no es posible, metodológicamente hablando, imaginar la noción de espacio, desprovista de contenidos de civilización. Esta idea la llevaría hasta sus últimas consecuencias nada menos que el gran historiador inglés Arnold Toynbee (1889-1975)[26]. Las resonancias liberales de las tesis de Eliseo Reclus adquieren aquí, en la obra de este historiador, sus contornos más refinados, por los cuales resulta poco menos que imprecisa la afirmación de que Reclus había estado “enterrado” durante mucho tiempo, hasta su más reciente redescubrimiento por una ecología social subversiva y transformativa. Sin decirlo, expresamente, la historiografía liberal ya lo había recuperado hacía mucho rato.
Tal cosa no es extraña, ni sorprende, pues la totalidad de la obra de Reclus reposa sobre una concepción heroica del individuo en la que las gestiones del héroe, buscan asimilar los resultados de la lucha social (como hemos dicho, de fuerte contenido darwinista), con las transformaciones operadas en la naturaleza a consecuencia de la agresiva participación de individuos y de grupos humanos organizados. La trilogía geográfica “reclusiana”, si cabe el término, es decir, sus tres grandes obras geográficas, La Terre, La Nouvelle Geographie, L´Homme et La Terre, son obras que fueron diseñadas con el criterio metodológico liberal de que las acciones históricas de los seres humanos solo pueden ser comprendidas en su justa medida, contra el telón de fondo de su impacto sobre la naturaleza, entendida ésta, no solamente como un escenario natural, que cambia y se modifica por sí mismo, sino también como el conjunto de fuerzas que ejercen una tremenda presión sobre los resultados de aquellas acciones humanas y sociales.
En razón del método descubierto por Eliseo Reclus, tal y como lo hemos resumido arriba, y sobre el cual se ha dicho muy poco, pues se le ha atribuido a otros científicos y escuelas geográficas, en virtud de que Reclus no era un académico universitario, y además se le ocurrió participar en la Comuna de París, es posible sostener que la geografía social de nuestros días, así como la ecología social, han logrado articular y reafirmar sus ámbitos de investigación, de la misma forma que sus agendas temáticas y preocupaciones teóricas. Rara vez tal cosa se menciona, en vista de que las pretensiones ideológicas de la burguesía reconocen y premian las acciones heroicas, pero ignoran al héroe, lo vuelven anónimo, lo ningunean, lo tornan invisible. Es heroico el quehacer académico de Eliseo Reclus, pero el héroe, en este caso, debe ser obnubilado, oculto tras las brumas del tiempo y la indiferencia de los gabinetes científicos, pues el perfil de sus acciones políticas y revolucionarias es peligroso para quienes continúan cultivando el prejuicio de que la ciencia no tiene sustrato social, económico, político e ideológico.
La lidia constante de Eliseo Reclus con su editor Hachette por más de cuarenta años, para que el primero no dejara traslucir su ideario político en sus obras geográficas, las cuales, según el buen criterio de los positivistas “comtianos” del momento, no deberían permitir que las veleidades ideológicas de los autores dieran al traste con la supuesta ciencia dura que se encontraría detrás de cada una de ellas, es el fiel reflejo de esta incómoda tirantez entre ciencia e ideología, entre heroísmo y héroe, entre anarquía y autoridad, entre individuo y sociedad que penetró la totalidad de la obra escrita de Eliseo Reclus, incluso de su correspondencia y de su labor periodística y divulgativa[27]. Las obsesiones de Eliseo Reclus por justificar y legitimar su individualidad, que se notan en su correspondencia y en sus artículos para la prensa, no constituyen una precisa y razonable defensa de sus presuntas ideas anarquistas. Eliseo Reclus creía, como buen académico liberal, republicano y cristiano, que las sociedades evolucionan, y que las gestas revolucionarias son los bemoles irresueltos de aquella evolución[28].
Durante los años sesenta del siglo diecinueve, los hermanos Reclus, Eliseo y Elías, vivieron eventos y situaciones que aguzaron su ideario anarquista, pero también sus contradicciones políticas, sociales y doctrinarias. Algunos autores apuntan a que el primer anarquismo de Eliseo Reclus, hacia 1851, está todavía bajo la impronta del cristianismo ortodoxo y radical de su padre; pero que su ingreso militante, aunque discreto y desteñido en la Primera Internacional de los Trabajadores, fundada en 1864, impulsa hacia delante un conjunto todavía desarticulado de ideas, sentimientos e impresiones, recogidos sobre todo de sus vivencias geográficas y antropológicas en países como Estados Unidos y Colombia. Sería, sin embargo, la derrota de la Comuna de París en 1871, la que fijaría los postulados esenciales del comunismo anarquista de Eliseo Reclus.
Esa década de los años sesenta fue decisiva en muchos aspectos, pues la militancia errática, excesivamente prudente y distante de los hermanos Reclus reforzó, por otro lado, sus intereses científicos y fortaleció indiscutiblemente la vocación como geógrafo de Eliseo y la de etnólogo de Elías. En el verano de 1869, por ejemplo, el primero conoció a Marx y, junto con Mosses Hess, intentó ponerse de acuerdo con el revolucionario alemán para iniciar la traducción al francés del primer volumen de El Capital, el único que aquel alcanzaría a publicar en 1867. Pero en vista de que los traductores pretendían resumirlo, y no se estableció ningún acuerdo razonable sobre los emolumentos que cobrarían, la tarea tuvo que postergarse. Marx y Engels empezarían a emitir criterios sesgados sobre Eliseo Reclus en 1876, cuando argumentaban que los dos hermanos eran discípulos de Bakunin, por quien no tenían ningún respeto académico en cuanto a cuestiones económicas, y que los dos habían demostrado ampliamente su impotencia política durante la Comuna de París[29].
El mismo Bakunin, según Marie Fleming, puede haber tenido serios desacuerdos con los hermanos Reclus[30]; sobre todo con Elías, a quien acusaba de cortejar a la prensa de la “burguesía radical”, cuando planteaba sus dudas y reconvenciones sobre el problema electoral, y acerca de las supuestas bondades de las medidas liberales impulsadas por Napoleón III, con relación a materia sindical y laboral. Ese coqueteo con la política electoral y parlamentaria, así como con las deformaciones racionalistas de los masones, y de los librepensadores de la Francia del Segundo Imperio, conducía a contradicciones que no parecían perturbar la buena conciencia de los hermanos Reclus, pero que incomodaban a revolucionarios anarquistas del calibre de Bakunin, para quien la estrategia conspirativa y su obsesión por fundar sociedades clandestinas, buscaban fomentar una mayor agresividad organizativa de parte de los trabajadores y de los campesinos, en contra de monarquías adocenadas y de burguesías oportunistas aterrorizadas con la sola idea de la revolución proletaria.
Cuando Eliseo Reclus rechazó de plano, el encargo de Bakunin de convertirse en su agente de prensa y de agitación política, durante las jornadas revolucionarias liberales en la España de 1868, la amistad de ambos hombres pudiera haberse enfriado por un momento, aunque al final de cuentas, Bakunin le pidió a Eliseo Reclus terminar siendo algo así como su albacea testamentario con relación a su legado político e ideológico. Los prejuicios de Bakunin contra el parlamentarismo y el liberalismo de Elías Reclus cristalizaron cuando éste se hiciera cargo de la misión frustrada que su hermano Eliseo hubiera rechazado. Las deformaciones mutualistas y cooperativistas de Elías Reclus, de acuerdo con Bakunin, solo podían evocar un sentido de la revolución en aquel, que no iba más allá de las posibles concesiones que se le pudieran arrancar a la burguesía, en un momento revolucionario determinado, como lo había probado el liberalismo postizo del Segundo Imperio, presa del pánico de que una segunda oleada revolucionaria, como la de 1848, sacudiera a Francia nuevamente.
Después de la derrota de la Comuna de París, el movimiento socialista, el pensamiento radical revolucionario y, por supuesto, el desarrollo y crecimiento organizativo del movimiento obrero sufrieron un desplome realmente significativo. Esa derrota de la Comuna puso en evidencia que había mucho por hacer. Todo lo relacionado con la prensa, las acciones revolucionarias, las organizaciones, los liderazgos y las consecuencias políticas de los mismos fueron sometidos a un escrutinio sin precedentes, tal vez solo comparable con lo que hubiera sucedido en la etapa final de la revolución burguesa en Francia, en 1789 y 1848, así como lo que vendría con la revolución bolchevique, luego de la muerte de Lenin en 1924.
Se trataba de impulsar una revisión de las teorías, del contenido y los resultados de las acciones políticas, de los periódicos, de las revistas y de la educación revolucionaria en general. Todo esto iba dirigido a reacomodar los peones en el tablero que pudieran hacerle frente a la nueva oleada represiva que se barruntaba. Porque las burguesías europeas se preparaban, poco a poco, ante la conflagración que se avecinaba con la Primera Guerra Mundial (1914-1915). Pero, antes, entre 1870 y 1914, la belle époque auguraba un período de prosperidad, crisis, expansión imperialista, crueldad y genocidio, aplicados contra los pueblos colonizados, y contra los movimientos populares nacionales, de tal magnitud que haría de las burguesías europeas, sobre todo de la inglesa, la francesa y la alemana, los puntales de la guerra que terminaría por devastar al mundo, y replantearía totalmente el significado de la lucha social, fortaleciendo al mismo tiempo el perfil ideológico del sistema económico.
No cabe duda que lo sucedido con la Comuna de París fue una lección inolvidable. Pero sus enseñanzas, junto a la leyenda construida en torno a ellas, residen más bien en lo que pudo haber sido y no fue; contrario a lo que realmente sucedió en dicho momento. A partir de ese instante, los hermanos Reclus, perdieron por completo su fe en los partidos políticos de la burguesía liberal y republicana radical, así como en el socialismo autoritario de inspiración marxista. De acuerdo con algunos escritores, el pensamiento y el quehacer socialistas, de ahí en adelante, se fragmentan en tres direcciones. Por un lado tenemos al socialismo autoritario, por otro lado al socialismo parlamentario y democrático, y, finalmente, por otro, a los anarquistas, quienes serán vistos como una rara e intolerable excrecencia de todo lo sucedido con la Comuna de París.
Si los hermanos Reclus, Eliseo, Elías y Paul, se comprometieron en los eventos iniciales de la guerra contra la invasión alemana y el sitio de París por las tropas de Bismarck, en julio de 1870, cuando la guardia nacional francesa se negó a entregar las armas, en marzo de 1871, y se integró el Comité Central Provisional de la Comuna de París, para enfrentar ahora a las tropas de Thiers, apoyadas por los alemanes, fue porque sus convicciones nacionales, republicanas y parlamentarias, todavía eran muy fuertes. Eliseo creyó hasta la derrota final que era posible obtener resultados legislativos y judiciales, mediante un juego de pesos y contra pesos que hicieran del Estado burgués una maquinaria maleable e influenciable. Incluso creyó que presentar su nombre en dos ocasiones para las elecciones municipales de febrero de 1871, haría posible el ejercicio de cierto grado de influencia en los bien engrasados mecanismos del Estado burgués.
Pero este último reveló su verdadera naturaleza cuando Thiers le pidió apoyo a Bismarck para sacar a la chusma parisina de sus guaridas comuneras y de sus trincheras callejeras. Los hermanos Reclus, de esta forma, pudieron presenciar, ante sus propios ojos, el verdadero carácter de clase del Estado burgués, dispuesto a todo, por impedir que los trabajadores y la clase media radicalizada, aglutinados en torno a la Guardia Nacional, se hicieran con el poder. A partir de ese acontecimiento, la suerte de París estaba echada. Entre el 18 de marzo y el 26 de mayo de 1871, los comuneros se organizaron para impedir que las tropas de Versalles recuperaran París y la pusieran en manos de los alemanes como el trofeo que estaban anhelando, después de una guerra en la que se apropiaron no sólo de Alsacia y Lorena, sino también de la dignidad nacional burguesa de Francia, la cual tendría que reconstruir a partir de sus aspiraciones imperialistas y colonialistas.
La derrota de Francia ante los alemanes en 1870, no sólo aceleró la formación de una ideología colonialista más agresiva, sino que también, al surgir la III República, los socialistas y los radicales de todos los pelajes en Europa tomaron consciencia de que la revolución en Francia había retrocedido considerablemente. Tal cosa la percibieron los hermanos Reclus con mucha claridad. Estaba visto que la recuperación del movimiento popular tendría que operarse de forma irregular y desigual, pues los primeros congresos que empezaron a realizarse, a partir de 1876, reflejaban la desintegración ideológica y estratégica que la derrota de la Comuna había generado. No es casual que ese último año mencionado apareciera en la prensa anarquista por primera vez el concepto de “comunismo anarquista”. Se había alcanzado el punto de una profunda decantación estratégica, ideológica, política y militar si se quiere, del movimiento popular en la Europa industrializada de fines del siglo XIX. La aparente desesperación y desarticulación transitoria en la que entrara el movimiento popular por esos años, pudieran haber contribuido notablemente a un empuje de la violencia revolucionaria, pues los atentados y las “expropiaciones” que tuvieron lugar en 1878, 1892 y 1894, marcaron la pauta para una forma de concebir la lucha de clases en la que había mucho de artesanal, de improvisación e irracionalidad.
Es un hecho que los años vividos por Eliseo Reclus en Suiza, aquellos que median entre 1872 y 1894, aceleraron su ubicación como científico y como revolucionario, y le brindaron un conjunto de herramientas sociales y políticas que le permitieron precisar con rigurosidad algunos de elementos más conspicuos de su teoría del “comunismo anarquista”, la cual no es creación suya únicamente, sino también de varios otros de aquellos luchadores que lo acompañaron al exilio después de la derrota de la Comuna. Las reuniones, los congresos, las conferencias, las charlas y, sobre todo, el periodismo, fueron instrumentos generosos en ideas, discusiones y movimientos para facilitar el diseño de una estrategia revolucionaria que remontaba los convencionalismos del viejo socialismo utópico de gente como Fourier, pero también del supuesto “socialismo científico” de Marx y Engels. Para los años noventa, la cantidad de periódicos (unos diecisiete), dedicados a los debates, los desmenuzamientos y la promoción del pensamiento revolucionario y de sus estrategias correspondientes, era un indicador connotado de lo que estaba sucediendo en el medio socialista organizado.
Como su anti-estatismo se ha tejido en una lucha feroz por despojarse de sus últimos vestigios de republicanismo y de parlamentarismo, una lucha interna, contra sí mismo y contra los que quisieron convencerlo de lo contrario, su amor por la humanidad no está desprovisto de ingredientes violentos, de fuerza, que buscan explicar la necesidad de que los anarquistas se organicen para que la revolución no sea simplemente caos, desorden y, de acuerdo con Eliseo Reclus, violencia llana y brutal, con la cual algunos buscan derribar al sistema capitalista, con bombas en las escaleras y los ascensores.
Esta clase de violencia nunca fue de su agrado. Era muy importante precisar el objetivo revolucionario, establecer las posibilidades de éxito y de fracaso, pues ya la Comuna de París les había enseñado bastante, a muchos como él, el verdadero sentido de estas reflexiones. Reclus era de los anarquistas que defendían la tesis de que el fin justifica los medios, en situaciones revolucionarias críticas. La evocación de la ética jesuita, que se asoma aquí, pareciera proceder de la vieja influencia de su padre. Para Eliseo Reclus, fue la ausencia de esta claridad teórica y práctica la que provocó la derrota de la Comuna. Muchos de sus colegas y correligionarios, debido a ello, lo acusaban de estar olvidando el ideario “tolstoiano”, el ideario cristiano de que una bofetada en la mejilla izquierda, debía ser compensada con otra bofetada en la derecha. Pero Eliseo Reclus sostenía que había dejado de ser cristiano hacía mucho rato, y que nunca había creído en la tibieza y abyección presentes en el supuesto ideario promovido por el gran escritor ruso, León Tolstoi, por el cual sentía un gran respeto intelectual y artístico, pero nada más.
Para Eliseo Reclus, particularmente, pues no está muy claro que sus hermanos Elías y Paul hayan pensado lo mismo (aunque sus biógrafos más prestigiosos han establecido que su sobrino Paul, el hijo de Elías lo acompañó en varias empresas editoriales), el sistema capitalista era en realidad una máquina de moler carne. La mentalidad revolucionaria, profundamente anti-capitalista de Eliseo Reclus fue más allá del simple gesto, o de la pose intelectual y académica. Conoció y asumió con todo lo que ello implicaba, los grandes descubrimientos hechos por Marx, en torno al funcionamiento del sistema económico (ya hemos visto que estuvo a punto de traducir el primer volumen de su obra magna, El Capital), y, además, siempre se mantuvo en contacto con dirigentes obreros, como los célebres relojeros suizos del valle del Jura, con la prensa obrera, y las organizaciones clasistas, aunque, en muchas ocasiones los debates y las discusiones, sobre temas estratégicos y tácticos, lo dejaban por fuera, agotado por su intento de que la gente comprendiera, que la única primacía en el sistema económico debería tenerla el bienestar de la gente, y no la ganancia.
Cuando la ganancia hacía su aparición, y aquí reside el meollo de toda su “geografía subversiva”, las relaciones entre los hombres y de éstos con la naturaleza entraba en un conflicto insalvable, el cual solo hacia las lamentaciones y la amargura podía conducir. La geografía social, la geografía humana de Eliseo Reclus, reposan sobre una vasta investigación y comprensión de que las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza deben provocar el nacimiento de lo que él llamaba “la fraternidad universal”. Este último concepto, surgido de su vieja idea de la “república social”, iba más allá de las limitaciones impuestas por los estados nacionales, las fronteras, las etnias y las lenguas en que se fragmentaba la civilización burguesa. Por ello, con mucha anticipación, proponía la “rebeldía permanente”, la “revolución permanente” contra los abusos sociales, naturales, políticos y humanos que el sistema económico le propinaba a las personas.
El legado revolucionario
Estos últimos dos conceptos mencionados, no los podemos dejar pasar inadvertidos, pues tienen demasiado contenido histórico e ideológico, al menos en lo que concierne a la labor de agitación y publicidad del ideario anarquista en el que creían los hermanos Reclus. La rebeldía permanente no resumía solo una actitud existencial o vital con relación a la vida cotidiana y al quehacer revolucionario del anarquista auténtico. Tampoco se reducía, como han pensado algunos, al hecho de que una dieta vegetariana te vuelve revolucionario de la noche a la mañana, por la cantidad de algas, de hongos o de quesos feta que consumas diariamente. El vegetarianismo en el caso de Eliseo Reclus era una cuestión de salud simple y llana; y una forma también de conjurar sus demonios infantiles, cuando presenció, en más de una ocasión, las tareas infames que se realizaban en las carnicerías y mataderos de Sainte-Foy-La grande, su pueblo natal.
Pero además, la rebeldía permanente implicaba un compromiso cotidiano con la labor intelectual, denunciadora y creativa de quien creía, a pie juntillas, que había un vínculo estrecho entre la moral con que se asumían los hechos de la vida cotidiana (levantarse temprano, no hacerle ascos al trabajo, estar siempre dispuesto a conversar y compartir con los amigos, la familia y la gente que te busca simplemente para preguntarte sobre algo que la inquieta), y un proyecto revolucionario de largo alcance, aquel comprometido con los constantes señalamientos, críticas, reflexiones y denuncias que se hicieran contra un sistema económico, especialmente diseñado para aplastar a las personas, metidas en una jornada laboral pensada para enriquecer cada vez más a una minoría, y despojar y someter a la gran mayoría.
En este proyecto revolucionario que, para Eliseo Reclus tenía una textura histórica incuestionable, es decir portaba un futuro asegurado, aunque las reverberaciones teleologistas de su creencia no lo arredraban para sostener que el fin justifica los medios, la labor académica y científica era ineludible, pues constituía el sustrato del cual se nutrían las muchas rebeliones que podían componer una condición revolucionaria. Esto hacía que su tratamiento de la rebelión tuviera una naturaleza muy distinta a la elaborada por los bolcheviques, los leninistas y los marxistas autoritarios.
Para Reclus, varias evoluciones podían componer una revolución, la cual a su vez podía dar lugar a nuevas evoluciones, y así sucesivamente, sin que una pared totalitaria, al fin del camino, impidiera el avance hacia esa sociedad armoniosa y justa con la que soñaba. Si para los socialistas autoritarios muchas rebeliones podían integrar una situación revolucionaria, esta última, una vez que hubiera cristalizado, se paralizaba y detenía su avance. Como puede verse, el asunto estaba perfectamente articulado al problema de la percepción de clase que tuvieran los revolucionarios. La rebeldía y la revolución eran el privilegio de los inconformes, de los desajustados, de todos aquellos que por su ubicación de clase en la estructura productiva del sistema económico, solo podían recibir migajas, discriminación y maltrato. Con la dictadura del proletariado, decían los anarquistas como los hermanos Reclus, la rebelión entraba en un nuevo proceso autoritario de cristalización clasista que, a ellos, les resultaba inaceptable, desde la perspectiva histórica y ética.
Por otro lado, mucho antes de que a Parvus o a Trotsky se les ocurriera hablar de revolución permanente, a los hermanos Reclus el concepto les pareció oportuno, sin explicitarlo abiertamente, para saldar cuentas con el parlamentarismo pequeñoburgués, y todos los mecanismos establecidos por las clases dominantes en el sistema capitalista, conducentes hacia la democracia representativa, a los juegos electorales y a las jerarquías estructuradas sobre bases autoritarias[31]. Si se ha de entender a la revolución permanente como ese largo y complejo proceso revolucionario de profunda esencia clasista, que conduciría a los trabajadores al poder, sin tener que pasar por los estadios definidos por los estalinistas como el requisito indispensable para darle sentido a la revolución, el concepto ya se encuentra bien avanzado en su definición intuitiva en muchos de los trabajos, ensayos, conferencias y cartas de los hermanos Eliseo y Elías Reclus. Con la gran diferencia de que para estos últimos, sobre todo para el primero, la revolución no tenía por qué sujetarse a un proceso etapista condicionado por la racionalidad cartesiana, y el autoritarismo burgués de inspiración hegeliana, que encuentra en el fortalecimiento de las instituciones del estado, el legítimo sustrato de la dominación burguesa y capitalista.
Los comunistas libertarios, como los hermanos Reclus, Bakunin, Kropotkin, Emma Goldman, Alexander Berkman, Errico Malatesta y otros entendían que la revolución permanente, no era únicamente el producto de varias rebeliones y evoluciones orientadas a provocar la condición revolucionaria, explosiva, espontánea y ampliamente participativa, que se agotaría de un chispazo en las trincheras, las manifestaciones callejeras y el enfrentamiento con la policía. Su percepción de la revolución iba más allá de la idea obsesiva por desmantelar la estructura jerárquica y autoritaria del poder, y de la destrucción del aparato burocrático-militar del Estado burgués. Para los comunistas libertarios era más importante la gente, organizada en múltiples maneras diferentes, con el afán de defender y proteger sus derechos, sus necesidades y sus esperanzas.
Porque, recordemos, mientras Kropotkin y Marx estaban preocupados sobre cómo dividir la jornada laboral diaria entre trabajo mental y físico, Eliseo Reclus lo estaba más por darle a la gente la posibilidad de escoger qué clase de día de trabajo quería realizar. Para Reclus, fundamentalmente, la anarquía era la perfecta tolerancia, el absoluto reconocimiento de que los otros tienen libertad de escoger, y de darles la posibilidad de hacerlo. Eso incluía, por supuesto, ofrecerles a las personas la alternativa, la esperanza de optar por jornadas laborales en las que la explotación, la humillación y el maltrato no fueran posibles, como sucedía en el sistema capitalista.
Eliseo Reclus, tal vez en mayor medida que Kropotkin, creía que era posible construir una sociedad socialista en la que la cooperación fuera el componente vertebral; una sociedad anarquista comunista, diferente de la sociedad mutualista con la que soñaba Proudhon, el cual no pretendía destruir al mercado, sino solamente al gobierno; y más bien ampliar la propiedad privada, antes que destruirla por completo. Eliseo Reclus aspiraba a la aniquilación del sistema socio-económico, lo cual vuelve ridícula cualquier afirmación de que era un republicano o un liberal disfrazado, porque en realidad sus aspiraciones políticas eran de orden colectivista[32]. Cada vez que se le acusa de republicano o liberal agazapado, tal acusación reposa sobre una pobre, o tal vez muy tibia, apreciación de los cambios que introdujo la experiencia de la Comuna de París, en la conciencia política y social de los hermanos Reclus. Es curioso, pero, a pesar del gran respeto y apreciación que Bakunin tenía por ellos, es a él a quien debe atribuirse el sambenito de que los hermanos Reclus no eran más que intelectuales pequeñoburgueses agazapados detrás de los intereses y de los afanes de la gran burguesía europea.
Los intelectuales anarquistas siempre buscaron identificarse como el partido de los rebeldes, sobre todo después de 1879, cuando fundaron Le Revolté, que vendría a sustituir otros dos periódicos, Le Travailleur y L´Avant Garde concebidos para propagar la idea de la acción por los hechos, tanto así como para que el último fuera cerrado por las autoridades suizas, arguyendo que sus reportajes y análisis eran demasiado radicales. La acción por los hechos, giraba en torno a un conjunto de ideas propuesto por Reclus: 1-toda revuelta contra la opresión es en sí misma progresista; 2-el paso de toda revuelta espontánea contra la injusticia, en una revuelta consciente significa un avance considerable; 3-la decisión de realizar cierta clase de actos de rebeldía debe reposar en la voluntad popular. Esto fortaleció el argumento de que el fin justifica los medios. Los actos de violencia se propagaron y aunque algunos de sus compañeros retrocedieron, ante la evidencia de que la violencia no conducía sino a más violencia, Reclus siguió manteniendo una posición ambigua sobre esta clase de propaganda.
La situación se volvió crítica entre 1878 y 1890. Por ejemplo, en febrero de 1878, Vera Zazúlich asesinó al jefe de policía de San Petersburgo, Petrov, por el trato brutal y represivo que les había dado a los del movimiento radical conocido como Ir al pueblo. En mayo y junio de ese mismo año, dos atentados tuvieron lugar para asesinar al Emperador alemán. En octubre se intentó lo mismo con Alfonso XIII, el Rey de España; y en noviembre el rey Umberto de Italia fue también víctima de un atentado terrorista. Todos estos eventos fueron atribuidos a los anarquistas. Pero el asesinato más sonado fue el del Zar ruso Alejandro II en 1881, por Sophie Perovskaya, del grupo Narodnaya Volya (la Voluntad del Pueblo), un atentado que fue concebido por algunos anarquistas como algo ejemplar y digno de emulación; tanto así que recibió las positivas consideraciones de Kropotkin y de varios liberales occidentales[33].
Hacia los años noventa del siglo XIX, Reclus se volcó más hacia su trabajo académico, pero no olvidó por completo sus intereses políticos reales. En ese momento el movimiento socialista organizado desarrolló una inclinación sugestiva y sostenida hacia el anarco-sindicalismo, sobre el cual Reclus tenía grandes simpatías, pero no compartía sus estrategias de lucha. De la misma forma, Reclus rechazó el ingreso de los anarquistas en la Segunda Internacional, fundada en 1889, pues ésta proclamó abiertamente sus simpatías hacia los procedimientos parlamentarios, para avanzar progresivamente hacia la sociedad socialista, algo en lo que Reclus jamás creyó, menos aún cuando los anarquistas fueron expulsados primero en 1893 y definitivamente en 1896 de aquella organización.
El camino anarquista hacia el socialismo tiene que evitar el aventurerismo parlamentario, la tragedia del despotismo burgués, y la frustrante oferta hecha por el socialismo marxista de una dictadura del proletariado, sostenía Eliseo Reclus. Estamos acostumbrados a fijar la disputa entre marxistas y anarquistas desde la Primera Internacional, cuando Marx y Bakunin se enfrentaron por el dominio y control de la misma[34]. En realidad esa separación se dio con todas sus implicaciones durante la Segunda Internacional, pues fue aquí donde adquirió toda su potencia teórica y estratégica. El predominio y auge del marxismo, no sólo desde la perspectiva ideológica, sino también política y organizativa, dentro de las filas de aquella organización, hicieron que algunos activistas e intelectuales anarquistas se replegaran hacia las labores académicas, como le sucedería a los hermanos Reclus, sino también hacia la ejecución de acciones individualizadas, que algunos consideraban de naturaleza terrorista, y que les granjeó una importante dosis de aislamiento, sobre todo en los países latinos y eslavos.
Después de los años noventa del siglo diecinueve, el anarquismo pasó a ser una especie de orden clandestina, más propicia para una visión del mundo sustentada en un radicalismo anti-clerical, anti-capitalista y anti-estatal, propios de académicos y políticos rebeldes, desencajados del orden natural de las cosas, es decir burgués. Es en este momento, cuando nace la leyenda del anarquista como alguien siniestro, enloquecido y tenebroso, atormentado por sus contradicciones éticas y su neurosis social, torturado por policías anónimos, siempre perseguido por culpas y remordimientos insondables, como les sucedería a muchos de los personajes de las novelas de Fedor Dostoievsky (1821-1881) y de Joseph Conrad (1857-1924)[35].
Para Elieo Reclus la única forma de establecer una sociedad anarquista era mediante un proceso revolucionario en el cual predominara la conciencia, antes que el instinto o la buena voluntad. Su percepción del anarquismo se iluminaba con un acercamiento riguroso e instrumental a la realidad, que solo el método científico podía facilitar. Esto hacía que su proceso de indagación, recolección de pruebas, indicios, apuntes, pruebas y errores, fuera diferente al de Kropotkin, quien siempre creyó en la posibilidad teórica y metodológica de crear un nuevo sistema de ideas cerrado sobre sí mismo, algo contra lo que él, Reclus, estaba en contra, pues detestaba toda clase de sistemas que tuvieran el poder de dar respuestas a todas las preguntas planteadas en su propio interior, como le sucedía al marxismo. La crítica posterior haría suyas estas observaciones, pues las inculpaciones anti-metodológicas no iban contra el pensamiento sistemático, sino contra los dogmas científicos, todavía contaminados por los mitos de la alquimia medieval[36]. Por eso nunca creyó en la posibilidad de que el anarquismo pudiera convertirse en un proyecto social realizable a través de la democracia parlamentaria, del anarco-sindicalismo, del terrorismo o de la dictadura del proletariado, todos ingredientes de una quiromancia social portadora de un fuerte tufillo a despotismo[37].
Conclusión
Eliseo Reclus murió un año después que su hermano mayor, Elías. Había vivido una temporada productiva, reflexiva y muy acompañada en Bélgica. Durante una época sintió con fuerza la extrañeza de no estar autorizado para practicar la docencia, él, que era un gran conversador, un hombre inclinado a las amistades auténticas y duraderas. Sus distintas casas, en los diferentes lugares y países donde buscó refugio por razones políticas o científicas, permanecían llenas de gente, de acompañantes y amigos que lo visitaban constantemente; algunos con el afán de compartir compromisos, otros con la esperanza de encontrar respuestas a las grandes preguntas que los acongojaban.
Hasta el final de sus días, Eliseo Reclus creyó en la necesidad de que sus trabajos científicos y políticos se conocieran y se divulgaran, con el uso del mejor medio posible, la pedagogía. Si hay algo que agradecerle a Eliseo Reclus, es habernos descubierto la posibilidad real de que los hallazgos geográficos fueran patrimonio de toda la humanidad, y no de unos cuantos privilegiados. A todo lo largo de sus relaciones con Hachette, la editorial que le publicó prácticamente toda su obra, siempre mantuvo viva la llama de que su trabajo científico llegara a la mayor cantidad de gente posible. De hecho, su gran obra L´Nouvelle Geographie, se publicó inicialmente en pequeños cuadernos cuyo costo era de unos cuantos centavos. Charles Dickens, el gran novelista inglés, hizo lo mismo en su momento, con gran parte de sus novelas más emblemáticas. Pero, este afán de divulgación, de penetrantes aspiraciones pedagógicas, buscaba no sólo acercar a la gente a la cultura, sino mover, sacudir sus consciencias. Reclus y Dickens, no en vano, coincidieron plenamente con la pretensión más elaborada del siglo XIX, industrial y deshumanizado, la enseñanza, el quehacer pedagógico. Sin embargo, en el caso del primero la frustración es revolucionaria por pedagógica. En el caso del segundo, la pedagogía, la revelación, como diría Octavio Paz[38], no condujo a la revolución, sino a una resignación rabiosa.
Eliseo Reclus, al final de sus días, pudo fundar la Universidad Nueva de Bruselas, pero en este centro de investigaciones y divulgación cultural y política, mayormente financiada por el mismo Reclus, no se concretó una de sus mayores aspiraciones: la pedagogía de las ciencias geográficas, sino que se concentró en la promoción de nuevos investigadores. Había cristalizado, se quiera o no, la quimera autoritaria de la mayor parte de los gobiernos europeos que le dieron refugio al geógrafo eminente: su enseñanza universitaria no tendría el aval oficial de la academia reconocida. Es decir, la pedagogía geográfica “reclusiana” impulsaba una ética, no tanto una técnica. Y para la mayor parte del mundillo académico de entonces, contaminado por los rituales y los diplomas, quien no tuviera formación universitaria no sería autorizado a ingresar en él, con el respeto y el reconocimiento debido.
No obstante, con la sabia ironía de la realidad, el principio de que la geografía “reclusiana” promovía una ética y no tanto una técnica, se llegó a convertir en un verdadero procedimiento teórico y metodológico para los geógrafos del futuro. De Reclus en adelante, como bien lo señala uno de sus mayores discípulos, Yves Lacoste[39], la enseñanza de la geografía no podría reducirse al manejo hábil y eficiente de buenas técnicas y procedimientos de indagación espacial, sobre todo en el mundo urbano, donde Reclus hizo tantas y valiosas sugerencias, sino que el estudio de las distintas formas en que las civilizaciones construyen el espacio, urbano, rural o ecológico, debe ir estrechamente relacionado con la noción de convivencia, de ayuda mutua, sin el cual, anotaba de nuevo Reclus, es imposible comprender el crecimiento y desarrollo de aquellas civilizaciones. Los seis volúmenes de L´Homme et la Terre están orientados por este procedimiento el cual, a la larga, es su mayor legado a las ciencias geográficas.
Este ensayo es el primer capítulo de una obra compuesta por seis, y que lleva el mismo título. La noción de “geografía subversiva” es de John P. Clark. Elisée Reclus. Natura e Societá. Scritti di Geografia sovversiva (Milano: Eléuthera. 1999).
Historiador (1952), escritor y catedrático costarricense jubilado de la UNA-Costa Rica. Premio (1998) de la Academia de Geografía e Historia de su país. Su obra más reciente es La fuga de Kropotkin (Santiago de Chile: Editorial Eleuterio. 2013).
Véase nuestro último ensayo mencionado arriba.
Gary S. Dunbar. Elisée Reclus. Historian of Nature (Connecticut: Archon Books. 1978) P. 18.
Véase nuestro ensayo La fuga de Kropotkin (Santiago de Chile: Ediciones Eleuterio. 2013).
Elisée Reclus. Natura e Societá. Scritti di geografia sovversiva a cura di John P. Clark (Milano: Eléuthera. 1999) P. 12.
Marie Fleming. The Anarchist Way to Socialism. Elisée Reclus and Nineteenth-Century European Anarchism (Rowman and Littelfield, USA. 1979) Capítulo 1.
Kristin Ross. The Emergence of Social Space. Rimbaud and the Paris Commune (London & New York: Verso Books. 2008) Introducción y Capítulo 1.
Federico Ferretti. La Comuna de París y los orígenes del pensamiento anarquista: la experiencia de los hermanos Reclus. Germinal No. 8. Octubre de 2009. Versión digital.
Sobre estos temas véase el extraordinario trabajo de Richard B. Day and Daniel Gaido. Discovering Imperialism. Social Democracy to World War I (Chicago, Il: Haymarket Books. 2011).
La versión que aquí utilizamos es la traducción de Anselmo Lorenzo (Barcelona: Centro Enciclopédico de Cultura. 1933). 6 vols.
Elisée Réclus. El hombre y la tierra (México: Fondo de Cultura Económica. 1986. Traducción de Carlota Vallée Lazo) Compilación de la obra en seis volúmenes realizada por Béatrice Giblin. P. 57.
H. Prosper-Olivier Lissagaray. History of the Paris Commune (UK: New Park Publications. 1976. Translated from the French by Eleanor Marx). Existe una excelente versión al español de R. Marín y E. Iribar, publicada por Txalaparta en el 2007.
En esta ocasión hemos utilizado la edición francesa de las obras de Elie Reclus. La Commune de Paris au jour le jour (Paris. Schleicher. 1908) y de Paul Reclus Les Fréres Élie et Élisée ou du Protestantisme a l´Anarchisme (Paris. Les Amis d´Élisée Reclus. 1964).
Walter Benjamin. The Arcades Project (Harvard University Press. 1999. Translated from the French by Howard Eiland and Kevin McLaughlin). Véase sobre todo la parte titulada Exposés. También se puede consultar con provecho de David Harvey. Paris, Capital of Modernity (London & New York: Routledge. 2003). Ver de la segunda parte el capítulo IV titulado La organización de las relaciones espaciales.
Gary S. Dunbar. Op. Cit. P. 24.
Véase a este respecto el magistral trabajo de Jonathan Sperber. Karl Marx. A Nineteenth Century Life (New York & London: Liveright Publishing Corporation. 2013). Llamamos la atención sobre la segunda parte. Ver también de Karl Marx. Artículos periodísticos (Barcelona: Alba Clásica. 2013. Selección, introducción y notas de Mario Espinoza Pino. Traducción de Amado Diéguez e Isabel Hernández).
La conquista del pan y Palabras de un rebelde, dos obras ampliamente conocidas de Pedro Kropotkin, llevan estos títulos a sugerencia de Eliseo Reclus. Ver la excelente biografía escrita por Brian Morris. The Anarchist Geographer. An Introduction to the Life of Peter Kropotkin (UK: Genge Press. 2013).
Michael Schmidt and Lucien Van Der Walt. Black Flame. The Revolutionary Class. Politics and Syndicalism (Edinburg: AK-Press. 2009) Counter-Power. Vol. 1. Pp. 41-48.
George Woodcock. Elisée Reclus: An Introduction. En Marie Fleming. The Odyssey of Élisée Reclus. The Georgraphy of Freedom (Montréal, Canadá: Black Rose Books. 1988) Pp. 11-16.
Emmanuel Lézy. Una geografía sacrificada: Elisée Reclus y los indios americanos. En Guénola Caprón y otros (editores). La geografía contemporánea y Elisée Reclus (México: Ediciones de La Casa Chata. 2011). Pp. 275 y ss.
Ibídem. P. 72.
Gary S. Dunbar. Op. Cit. P. 121.
Elías Reclus. Impresiones de un viaje por España en tiempos de Revolución. Del 26 de octubre de 1868 al 10 de marzo de 1869 en el advenimiento de la República (La Rioja, España: Ediciones Pepitas de Calabaza. 2007).
Los grandes ensayos de Mumford sobre los orígenes y formación de las ciudades llevan la impronta de sus reflexiones sobre la construcción del espacio urbano y la ecología social.
Toynbee dedicó una gran parte de sus trabajos sobre la formación de las civilizaciones a la construcción del espacio urbano como expresión de la cultura y de la ideología.
Elisée Reclus. Correspondance. Tome III. 1889-1905 (Paris: Alfred Costes Editeur. 1925. Edición de Paul Reclus).
Elisée Reclus. L´´evolution, la révolution et l´ idéal anarchique (Paris: P.V. Stock Editeur. 1902). Capítulo 2.
Marx y Engels. Fredrich Engels. Collected Works. 1892-1895 (New York & London: International Publishers. 2004) Volumen 50.
Marie Fleming (1988) Op. Cit. Capítulo 3.
A este respecto se pueden consultar las obras de Bill Dunn and Hugo Radice (Editors) 100 Years of Permanent Revolution. Results and Prospects (London: Pluto Press. 2006) y de George Novack. Understanding History. Marxist Essays (London and New York: Pathfinder Press. 8a. reimpresión. 2009). Por supuesto que no se pueden olvidar los brillantes trabajos de León Trotsky.
Marie Fleming. The Anarchist Way to Socialism. Elisée Reclus and Nineteenth-Century European Anarchism (Rowman and Littelfield, USA. 1979) Pp. 194-195.
Ibídem. P. 205.
K.J. Kenafick. Michael Bakunin & Karl Marx (Australia, Melbourne: A. Maller, Excelsior Printing Works. 1948). Capítulo 1, p. 205.
Estos dos escritores, uno ruso y el otro ingés de origen polaco, escribieron varias de sus novelas tratando el problema del anarquismo y del terrorismo en el siglo XIX, como si se tratara de figuras conceptuales similares.
Véase de Paul Feyerabend. Against Method (London: Verso Books.2010. Translated from the French by Ian Hacking).
Marie Fleming (1979). Pp. 228-229.
Octavio Paz. Prólogo. La casa de la presencia. En Obras Completas (Barcelona: Galaxia Gutenberg-Circulo de Lectores. 1999) Vol. 1. P. 19.
Yves Lacoste. Élisée Réclus, une trés large conception de la géographicité et une bienveillante géopolitique. Hérodote. Revue de Géographie et de Géopolitique No. 117. Pp. 39-52.