Los “fallidos” Estados nacionales en Centroamérica
A inicios de Agosto, el arzobispo de San Salvador, monseñor José Luis Escobar Alas, emitió una polémica declaración sobre el hecho de que, con el incremento de la violencia en El Salvador, ese país podría convertirse en un “Estado fallido”. En esa ocasión, monseñor Escobar dijo: “(…) el nivel de autodestrucción que vivimos, tristemente, es tal que nos amenaza con el hundimiento nacional. Estamos a punto de ser lo que se llama un Estado fallido. Nuestra situación es en verdad preocupante.” (La Prensa Gráfica, 7/8/2014).
Ese mismo día, el presidente Salvador Sánchez Cerén aceptó implícitamente la gravedad de la situación en El Salvador, y contestó con un llamado a la fe: “Yo escuché a monseñor Escobar Alas de decir ‘hay la posibilidad de un Estado fallido’, pero tengamos fe, tengamos confianza en el pueblo. Llamo al pueblo a trabajar por evitar que este país se hunda.” (La Prensa Gráfica, 7/8/2014).
La discusión sobre los “Estados fallidos” no es nueva. Esta es una terminología que usan los sociólogos burgueses, gobiernos europeos, organismos financieros internacionales y hasta las organizaciones no gubernamentales (ONG) para referirse a aquellos países en donde la autoridad del Estado se debilita, no hay acceso a los servicios públicos básicos, crece la descomposición social y aumenta el caos político.
Si algo debemos reconocer a la Iglesia Católica, una institución contrarrevolucionaria con más de 2,000 años de existencia, es su gran olfato político. La red de parroquias y feligreses por todo el territorio nacional le ofrece la posibilidad de conocer muy de cerca la realidad, aunque no compartamos su visión del mundo.
El alerta de monseñor José Luis Escobar Alas refleja parcialmente la dramática situación de violencia y descomposición social que se vive en El Salvador. Pero esta situación también abarca a Guatemala y Honduras. En el año 2013 la revista Foreign Policy calificó a Guatemala como un “Estado fallido”, ocupando el rango más bajo de calificación en Centroamérica.
Honduras ocupa el primer lugar de muertes violentas en el mundo. En el año 2013 se registraron 6,427 homicidios, una cantidad ligeramente inferior al 2012. Aunque el gobierno de Juan Orlando Hernández asegura que la tasa de homicidios fue de 75,1% por cada 100,000 habitantes, el Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional de Honduras (UNAH) considera que fue del 83%.
En el año 2013, Guatemala registró 6.072 muertes violentas, en promedio 16,63 diarias, con una tasa de homicidios de 39.9 por cada 100 mil, ligeramente superior a 2012. En ese mismo año, en El Salvador la cantidad de homicidios fue de 2,490, con una tasa de 39,6 por cada 100,000 habitantes.
El llamado “Triángulo Norte”, compuesto por Guatemala, El Salvador y Honduras, acumularon 15,000 asesinatos en el año 2013, lo que representa una tasa conjunta de 49.5 homicidios por cada 100,000 habitantes, ligeramente inferior a la de 2012. Por esta razón la Organización de Naciones Unidas (ONU) ha catalogado a estos países como la subregión más violenta del mundo. Un pedazo de la nación centroamericana se hunde en la miseria y violencia, producto de la barbarie capitalista.
Estos altos índices de muertes violentas merecen una explicación y una solución. En diferentes oportunidades hemos dicho que el principal factor en estos índices de violencia, es el desempleo, la miseria y los bajos salarios. Las grandes oleadas migratorias hacia Estados Unidos reflejan la enorme tragedia económica y social de Centroamérica.
La derrota de la revolución de 1979 también incide directamente en este caos. No es una casualidad que el llamado “Triángulo Norte” abarque a los países donde el imperialismo norteamericano masacró a la población civil y combatió militarmente a las guerrillas para obligarlas a refugiarse en la democracia burguesa. No es una casualidad que Honduras, que fue ocupada militarmente por las tropas norteamericanas en 1979 y que fue usada como base de operaciones del ejército Contra, sea el país más violento del mundo.
Todos los factores coinciden. Tampoco es casualidad que Nicaragua sea, a pesar de nuestras criticas al régimen bonapartista de Daniel Ortega, el país más seguro de América Latina. A pesar de la derrota de la revolución de 1979 en Nicaragua, las masas barrieron toda la podredumbre, y la casa quedó relativamente limpia. Eso no ocurrió en Guatemala ni El Salvador, mucho menos en Honduras. Para terminar con la violencia se requiere terminar con los “fallidos” Estados capitalistas que no pueden atender las necesidades de las masas. Se requiere barrer los “fallidos” Estados nacionales y reconstruir el Estado Federal Centroamericano, y esta meta la podemos lograr solo mediante la revolución social.