Por Immanuel Wallerstein

Las relaciones chinas-estadounidenses son un tema mayor para los profesionales de la charlatanería (blogueros, medios, responsables políticos, burócratas internacionales).

El análisis se centra generalmente en términos de relación entre una superpotencia en declive, los EE.UU. y un país rápidamente convertido en “emergente”, la China.

En el mundo occidental esta relación se considera generalmente negativa, en la que se ve a China como una “amenaza”. ¿Pero una amenaza para quién y en qué sentido?

Algunos ven en el “ascenso” de la China la vuelta a una posición central que ocupó en el mundo y ahora recupera. Otros ven algo nuevo: el papel que juega este país en la recomposición de las relaciones geopolíticas y económicas mundiales en el moderno sistema-mundo.

Desde mediados del siglo XIX, las relaciones entre los EE.UU. y China han sido ambiguas. Por un lado, en el transcurso de ese período los EE.UU. comenzaron a desarrollar sus rutas comerciales con China.

Fue también en esa época cuando comenzaron a enviar sus primeros misioneros cristianos.

A comienzos del siglo XX proclamaron la política de “puertas abiertas” menos dirigida a China que hacia las otras potencias europeas.

Los EE.UU. querían su parte en la torta. Sin embargo poco tiempo después participaron, junto a otros países occidentales, en el aplastamiento de la revuelta de los boxers contra los extranjeros acusados de actitudes imperialistas (1). Al mismo tiempo en los EE.UU., el gobierno (y los sindicatos) trataban de impedir la inmigración china a territorio estadounidense.

Por otro lado, implícitamente existía una especie de respeto por la civilización china.

El Extremo Oriente (China y Japón) eran el terreno favorito de evangelización de los misioneros, frente a la India y al África. Porque se juzgaba más “alta” la civilización china.

Esto tendría probablemente que ver con el hecho de que China –como Japón– no había sido colonizada directamente en lo esencial y que por lo tanto ninguna potencia colonial europea podía considerarla terreno vedado para el proselitismo.

Luego de la revolución china de 1911 Sun Yat-sen –que había vivido en los EE.UU.- se convirtió en una persona apreciada en el discurso de los estadounidenses. En la Segunda Guerra Mundial se consideró a China un aliado en la lucha contra Japón.

Fueron los EE.UU. los que insistieron para que China tenga un lugar permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Pero cuando China continental fue conquistada por el Partido Comunista Chino y se estableció la República Popular China, ambos países se convirtieron en enemigos feroces.

Durante la guerra de Corea cada uno estuvo en un bando opuesto y fue la activa participación militar de China junto a Corea del Norte lo que permitió que la guerra terminara en un impasse.

Sin embargo, poco tiempo después el presidente Nixon realizó su famosa visita a Pekín para entrevistarse con Mao Tse-tung y establecer una alianza de hecho contra la Unión Soviética.

La escena política se encontró trastocada. Como parte del acuerdo con la China comunista, los EE.UU. rompieron relaciones diplomáticas con Taiwan (aun cuando continuaran postulándose como garantía contra una invasión de China comunista por los estrechos.

Y cuando Deng Xiaoping encabezó el gobierno del país, este comenzó una lenta apertura hacia la economía de mercado y de integración a las corrientes comerciales de la economía del mundo capitalista.

Cuando el hundimiento de la Unión Soviética hizo perder sentido a la alianza china-estadounidense, cambió la relación entre ambos países.

Al contrario, se volvieron más estrechas.

La situación en la que se encuentra actualmente el mundo se caracteriza por el hecho de que China posee una balanza de pagos considerablemente excedentaria con respecto a la de los EE.UU. invertida en gran parte en bonos del Tesoro estadounidense.

Haciéndolo financia la capacidad gubernamental de los EE.UU. de seguir gastando sin cuenta en sus múltiples actividades militares por todo el planeta (especialmente en Oriente Medio) permitiéndole ser un buen cliente de sus exportaciones.

De tanto en tanto en tanto, la retórica actualmente usada por ambos países para referirse uno al otro es ciertamente un poco dura, pero nada comparable a la que presidía la relación entre los EE.UU. y la URSS en la Guerra Fría.

Pero a fin de cuentas no se debe prestar mucha atención a la retórica: en los asuntos internacionales solo sirve para obtener un efecto político interno y no para definir la verdadera política con relación al país a que se refiere.

Más vale prestar atención a las acciones concretas de los dos países. Veamos: en 2001 (precisamente antes del 11-S) dos aeronaves, una china y otra estadounidense colisionaron en la isla de Hainan.

La de EE.UU. probablemente realizaba tareas de espionaje sobre China. Los responsables políticos estadounidenses pidieron una respuesta militar.

El presidente George W. Bush manifestó su desacuerdo. Y presentó, más o menos, sus excusas a los chinos, obteniendo finalmente el regreso de la máquina y de los 24 aviadores capturados. En todos sus intentos por lograr el apoyo de las Naciones Unidas a sus operativos, los EE.UU han encontrado a menudo el desacuerdo chino. Pero jamás han usado su veto contra alguna resolución apadrinada por los EE.UU. Más allá de la retórica parece primar la prudencia de ambas partes en cuanto a definir la relación entre los dos países.

Y actualmente, ¿dónde estamos? China, como todas las grandes potencias en la actualidad, lleva a cabo una política exterior de enfoques múltiples y trabaja con todas las regionales del mundo.

La cuestión es conocer cuáles son sus prioridades. Yo creo que su prioridad número uno es la concerniente a sus relaciones con Japón y las dos Coreas. China es fuerte, pero lo sería ciertamente mucho más si un día perteneciera a la confederación del noreste asiático.

China y Japón se necesitan mutuamente, en principio como socios económicos y luego para asegurarse de que no haya una confrontación militar.

A pesar de algunas ocasionales llamaradas de nacionalismo, ambos países han evolucionado visiblemente en esa dirección.

El gesto más reciente ha sido la decisión de comerciar entre ellos en sus propias monedas, cortando así los lazos con el uso del dólar y protegiéndose de las fluctuaciones, cada vez más frecuentes, de la divisa estadounidense.

Japón por su parte sopesa actualmente la perspectiva de que el paraguas estadounidense no va a durar eternamente y de que debe llegar a un entendimiento con China.

Corea del Sur enfrenta los mismos dilemas que Japón, a los que debe agregar su espinosa relación con Corea del Norte.

Para Corea del Sur, China representa un factor determinantes sobre los norcoreanos. Y para China, la inestabilidad de Corea del Norte representaría una inmediata amenaza a su propia estabilidad.

China, para Corea del Sur, puede jugar el papel que los EE.UU. ya no están en condiciones de asumir. Por otra parte, en el marco de los difíciles acuerdos a los que deberán llegar China y Japón para lograr la colaboración que desean, Corea del Sur (o una putativa Corea reunificada) puede jugar un papel esencial en el equilibrio de sus relaciones.

Dado que los EE.UU. perciben la existencia de esta evolución, ¿no sería acaso razonable suponer que buscan lograr un acuerdo con esta especie de confederación del nordeste asiático en construcción?

Los gestos militares de los EE.UU. en el noreste, el suroeste y el sur de Asia se podrían analizar no como una estratagema militar sino como una estrategia de negociación en el juego político que está tratando de armar para las próximas décadas.

¿Son rivales China y EE.UU.? Sí, hasta cierto punto. ¿Son enemigos? No, en absoluto. ¿Son socios? Lo son ya bastante aunque no quieran admitirlo y lo serán aún más a medida que la década avance.

 

Nota:

(1) (Fuente Wikipedia): La revolución de los boxers (1899-1901) fue iniciada por los Puños de la Justicia y de la Concordia, una sociedad secreta china cuyo símbolo era un puño cerrado, de allí el nombre de boxers que se dio en occidente. Este movimiento, inicialmente opuesto tanto a las reformas, a los extranjeros y a la dinastía manchú de los Qing que gobernaba entonces China. Fue utilizado por la emperatriz Cixi solo contra los extranjeros mediante un sitio, que se produjo a partir del 20 de junio de 1900, ante todas las legaciones extranjeras existentes en Pekín. Este episodio de los “55 días de Pekin” que terminó con la victoria de ocho naciones aliadas contra China (Austria-Hungría, Francia, Alemania, Italia, Japón, Rusia, Reino Unido y Estado Unidos). Después de la guerra china-japonesa de 1894-1895, que había perdido China, esta nueva derrota fue una etapa suplementaria en el combate que enfrentó al conservadurismo con el reformismo en la China del siglo XIX y que terminó con la caída de la dinastía Qing en 1912.

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