Por Enrique Vila-Matas.

Texto no publicado en libro.

Puede parecer paradójico, pero he buscado siempre mi originalidad de escritor en la asimilación de otras voces. Las ideas o frases adquieren otro sentido al ser glosadas, levemente retocadas, situadas en un contexto insólito.

“Me llamo Erik Satie, como todo mundo”.

Juan Villoro dice que  esta  frase del compositor francés resume mi noción de personalidad: “Ser Satie es ser irrepetible, esto es, encontrar un modo propio de disolverse hacia el triunfal anonimato, donde lo único es propiedad de todos”.

Las palabras de Villoro me transportan por un instante al mundo de un libro de ensayos de Juan García Ponce, La errancia sin fin, donde este crucial autor mexicano enuncia su concepto de la literatura como discurso polivalente en el cual los autores se funden y se pierden en el espacio anónimo de la literatura. Ya en su propia obra, desde el principio, García Ponce empleó la intertextualidad para crear homenajes a sus autores favoritos y de esa forma fundir su literatura con la de ellos.

De hecho, en los orígenes de todo lo que escribo está el método que podríamos llamar de Laurence Sterne que, cuando hablaba de cerrar la puerta de mi estudio quería decir alejarme de aquellos autores a los que en mi biblioteca suelo plagiar. Hay un famoso fragmento de Sterne donde se lee una tremenda embestida contra los autores poco originales y plagiarios y se habla de un propósito de enmienda por parte del propio Sterne, que dice que no va a copiar más. Lo genial de ese fragmento con propósito de enmienda es que a su vez está plagiado de Anatomía de la Melancolía, de Richard Burton, concretamente del prefacio titulado Democritus Junior to the Reader. Señala Javier Marías en sus notas a la traducción española de Tristram Shandy que lo que él ha llamado, quizá un tanto temerariamente plagios de Sterne son más bien adaptaciones (a menudo enriquecidas) de textos que él admiraba o por los que se sentía influido. Y si se compara la recreación de estos textos con los textos mismos, se comprobará que a Sterne no puede acusársele de plagiario, sino que más bien hay que reconocerle un inusitado talento para parafrasear. Por otra parte, conviene también indicar que Sterne, al menos cuando “tomaba prestado” de sus favoritos (Cervantes, Rabelais, Montaigne y Burton) confiaba justificadamente en que el lector culto reconocería las fuentes: es decir, en ningún momento trataba de ocultar la procedencia de semejantes pasajes, sino más bien al contrario: procuraba dar las pistas.

No nos engañemos: escribimos siempre después de otros. En mi caso, a esa operación de ideas y frases de otros que adquieren otro sentido al ser retocadas levemente, hay que añadir una operación paralela y casi idéntica: la invasión en mis textos de citas literarias totalmente inventadas, que se mezclan con las verdaderas. ¿Y por qué, dios mío, hago eso? Creo que en el fondo, detrás de ese método, hay un intento de modificar ligeramente el estilo, tal vez porque hace ya tiempo que pienso que en novela todo es cuestión de estilo.

Aunque muchos aún no se han enterado, la  novela dejó, hace ya más de un siglo, de tener la misión que tuvo en la época de Balzac, Galdós o Flaubert. Su papel documental, e incluso el psicológico, han terminado. “¿Y entonces que le queda a la novela?”, preguntaba Louis Ferdinand Céline. “Pues no le queda gran cosa –decía-, le queda el estilo (...) Ese estilo está hecho a partir de una cierta forma de forzar las frases a salir ligeramente de su significado habitual, de sacarlas de sus goznes, para decirlo de alguna manera, y forzar así al lector a que desplace también su sentido. ¡Pero muy ligeramente! Porque en todo esto, si lo haces demasiado pesado, cometes un error, es el error, ¿no es así? Entonces eso requiere grandes dosis de distancia, de sensibilidad; es muy difícil de hacer, porque hay que dar vueltas alrededor. ¿Alrededor de qué? Alrededor de la emoción”.

Algunas de mis citas inventadas han hecho extraña fortuna y larga carrera y confirman que en la literatura unos escribimos siempre después de otros. Y así se da el caso, por ejemplo, de que se atribuye cada día más a Marguerite Duras una frase que no ha sido nunca de ella: “Escribir es intentar saber qué escribiríamos si escribiéramos”. Lo que realmente dijo es algo distinto y tal vez más embrollado: “Escribir es intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos  –sólo lo sabemos después- antes”.

Hablaba ella de si escribiésemos antes. El equivoco se originó cuando, al ir a citar la frase  por primera vez, me cansó la idea de tener que copiarla idéntica y, además, descubrí que me llevaba obstinadamente a una frase nueva, mía. Así que no pude evitarlo y decidí cambiarla. Lo que no esperaba era que aquel cambio llegara a calar tan hondo, pues últimamente la frase falsa se me aparece hasta en la sopa, la citan por todas partes.

Otro caso parecido al de Duras  lo he tenido con Franz Kafka. En cierta ocasión,  se me ocurrió citar unas palabras de su Diario: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, fui a nadar (2 de agosto de 1914)”. La trascripción literal de lo que dijo Kafka habría sido ésta: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, Escuela de Natación”. Pero la frase que tuvo fortuna fue la primera, que en cierta forma yo comencé a sentir como mía. Y más cuando ante mi asombro comencé a leerla por todas partes, e incluso se la oí decir al actor Gabino Diego –a modo de declaración amorosa a Ariadna Gil- en una comedia cinematográfica de David Trueba; la gente en el cine se reía a mandíbula batiente, lo que me molestó un poco porque a esas alturas yo consideraba ya muy mía la frase y no pensaba que fuera para reír tanto. Y, además, qué diablos: ¡la frase era mía!

Sí, es verdad. Escribimos siempre después de otros. Y a mí no me causa problema recordar frecuentemente esa evidencia. Es más, me gusta hacerlo, porque en mí anida un declarado deseo de no ser nunca únicamente yo mismo, sino también ser descaradamente los otros. Ya en uno de mis primeros libros, Recuerdos inventados, me dediqué a robar o a inventar los recuerdos de los otros para poder tener una personalidad propia.

Al igual que Antonio Tabucchi, dudo, por ejemplo, de la existencia de Borges y pienso que el rechazo de éste a una identidad personal (su afán de no ser Nadie)  nunca fue tan sólo una actitud existencial llena de ironía, sino más bien el tema central de su obra. En su relato La forma de la espada, Borges, a través de su personaje John Vincent Moon, sostiene la siguiente convicción:

"Lo que hace un hombre es como si todos los hombres lo hicieran. Es por ello que no es injusto que una desobediencia en un jardín contamine a todo el género humano; como no es injusto que la crucifixión de un solo judío sea suficiente para salvarlo. Posiblemente Schopenhauer tiene razón: yo soy los otros, todo hombre es todos los hombres, Shakespeare es de algún modo el miserable John Vincent Moon".

Yo también soy ahora John Vincent Moon y digo que para Borges el escritor llamado Borges era un personaje que él mismo había creado y que, si nos sumamos a su paradoja, podemos decir que Borges, personaje de alguien llamado como él, no existió jamás, no existió más que en los libros. Eso lo dijo también Tabucchi y yo, por tanto,  también soy Tabucchi que un día me dio un papel en el que estaba escrita esta frase de Borges que inmediatamente me apropié: “Yo soy los otros, todo hombre es todos los hombres”.

Así es que, cuando escribo, sin duda soy Tabucchi, Borges y John Vincent Moon y todos los hombres que han sido todos los hombres en este mundo. Aunque, eso sí, para no complicar ya más las cosas, me llamo únicamente Erik Satie. Como todo el mundo, por otra parte. O, si se prefiere, “me llamo Antonio Tabucchi como todo el mundo”.

Bien pensado, creo que mi inclusión de citas (falsas o no) insertadas en medio de mis textos debe mucho a la fascinación que provocaron en mi juventud las películas de Jean Luc Godard con toda esa parafernalia de citas insertadas en medio de sus historias, esas citas que detenían la acción como si fueran aquellos carteles que insertaban los diálogos en las películas de cine mudo... Me formé literariamente viendo el cine de vanguardia de los años 60. Y lo que vi en aquellas películas me pareció tan asombrosamente natural que para mí el cine siempre ha sido aquello que vi en esa época de innovaciones estilísticas sin fin. Yo me formé en la era de Godard. Eso es algo que debería advertirse en la faja de mis libros a todo aquel que comprara uno de ellos.

Así como Godard decía que quería hacer películas de ficción que fueran como documentales y documentales que fueran como películas de ficción, yo he escrito –o pretendido escribir- narraciones autobiograficas que son como ensayos y ensayos que son como narraciones. Y tanto en unas como en otras he insertado mis citas. Decía Susan Sontag en el prólogo del admirable –hoy bastante extraviado- libro Vudú Urbano de Edgardo Cozarinsky, un pionero y gran experto en incluir citas en sus relatos: “Su derroche de citas en forma de epígrafes me hace pensar en aquellos films de Godard que estaban sembrados de citas. En el sentido en que Godard, director cinéfilo, hacía sus films a partir de y sobre su enamoramiento con el cine, Cozarinsky ha hecho un libro a partir de y sobre su enamoramiento con ciertos libros”.

Me formé en la era de Godard. Lo que le había visto hacer a éste y a otros  cineastas de los 60 lo asimilé con tanta naturalidad que después, cuando alguien me reprochaba, por ejemplo, la incorporación de citas a mis novelas, me quedaba asustado de la ignorancia del que reprochaba aquello en el fondo tan normal para mí. A fin de cuentas, poner una cita –como bien sabía Sterne y yo sabía ya entonces- es como lanzar una bengala de aviso y requerir cómplices. Me sorprendía encontrar tarugos que veían con malos ojos lo que yo siempre había visto con mi mejor mirada: esas líneas ajenas que uno incluye con uno u otro, o ningun propósito, en el texto propio.

Pienso con Fernando Savater que las personas que no comprenden el encanto de las citas suelen ser las mismas que no entienden lo justo, equitativo y necesario de la originalidad. Porque donde se puede y se debe ser  verdaderamente original es al citar. Por eso algunos de los escritores más auténticamente originales del siglo pasado, como Walter  Benjamin o Norman O. Brown, se propusieron (y el segundo llevó en Love´s Body su proyecto a cabo) libros que no estuvieran compuestos más que de citas, es decir, que fuesen realmente originales...

Y también creo con Savater que los maniáticos anticitas están abocados a los destinos menos deseables para un escritor: el casticismo y la ocurrencia, es decir, las dos peores variantes del tópico: “Citar es respirar literatura para no ahogarse entre los tópicos castizos y ocurrentes que se le vienen a uno a la pluma cuando nos empeñamos en esa vulgaridad suprema de no deberle nada a nadie. En el fondo, quien no cita no hace más que repetir pero sin saberlo ni elegirlo...”.

Salvando todas las insalvables distancias, ese método que tanto he utilizado yo de ampliación de sentidos a través de las citas tiene puntos en común con aquel procedimiento que inventara mi admirado Raymond Roussel y que explicó  en  Cómo escribí algunos libros míos:

“Desde muy joven escribía relatos breves sirviéndome de este procedimiento.

Escogía dos palabras casi semejantes (al modo de los metagramas). Por ejemplo, billard (billar) y pillard (saqueador, bandido). A continuación, añadía palabras idénticas, pero tomadas en sentidos diferentes, y obtenía con ello frases casi idénticas...”.

Remito al lector a ese texto de Raymond Roussel, donde su procedimiento se revela como una máquina infinita de producción de literatura y de caleidoscópica  creación de sentidos diferentes.

Esa maquinaria de sentidos diferentes supo ya intuirla y sugerirla Roland Barthes cuando en su libro Sade, Fourier, Loyola nos dice que en realidad hoy no existe ningún espacio lingüístico ajeno a la ideología burguesa: nuestro lenguaje proviene de ella, vuelve a ella, en ella queda encerrado. La única reacción posible no es el desafío ni la destrucción sino, solamente, el robo: fragmentar el antiguo texto de la cultura, de la ciencia, de la literatura, y diseminar sus rasgos según fórmulas irreconciliables, del mismo modo en que se maquilla una mercadería robada.

En las palabras de Barthes escucho el eco de unas de Montaigne: “Con tantas cosas que tomar prestadas, me siento feliz si puedo robar algo, modificarlo y disfrazarlo para  un nuevo fin”.

Siempre he querido levantar en mi obra una poética de la simulación, a modo tal vez de homenaje de los llamados simuladores de Praga (versteller, en yiddish), aquellos hombres que en los cines de esa ciudad fascinaban tanto a Kafka cuando, en los primeros tiempos del cinematógrafo, actuaban de expertos narradores o recitadores y no sólo añadían caprichosamente texto a la película, sino que venían a ser unos actores más del espectáculo que se veía en la pantalla.

Siempre he querido levantar una poética de la simulación y por otra parte siempre me he sentido fascinado por las tramas no convencionales. De eso creo que habla mi texto

LEON TROTSKY

Hizo su testamento

y se entrega a la muerte

con la misma pasión que ardió su vida.

Por un instante la retiene

Y por fin la consigue,

El preso encadenado en Coyoacán

por la adhesión de todas las iras del mundo.

A este gigante

de corazón de león

le cupo en suerte ser artista

en los más importantes

sucesos de su tiempo.

Y dio la talla.

Era el número uno

por su pasión e inteligencia.

No en vano sopesaron a la hora de su muerte

A estado su cerebro como así el corazón

y superó con creces

la media de los Hombres.

El preso encadenado en Coyoacán

por la adhesión de todas las iras del mundo,

hace que el ritmo de su vida sea:

un verso humano.

Y conducido se derrama

Sobre sí mismo,

sobre la humanidad y hacia la historia

donde se queda,

a modo de arquetipo de la constante llama.

Y no era un Dios.

Francisco Fenoy

Entrevista a Noam Chomsky, 24 de junio 2010

Le Point, no. 1971 - Idées, jeudi, 24 juin 2010, p. 90,91 Propos recueillis

par Elisabeth Lévy

Lingüista y militante, aclamado y odiado, Noam Chomsky estuvo en París en junio, dando conferencias, y su crítica radical del poder financiero, de la propaganda mediática y del orden mundial dominado por América atrajo a un público multitudinario.

- Le Point : Cómo evalúa Ud la vida intelectual francesa ?

Noam Chomsky: Es algo extraña. En el prestigioso Colegio de Francia, participé en un congreso muy serio sobre “Racionalidad, verdad y democracia”. Encuentro que no tiene sentido discutir obre estos conceptos. En el salón de La Mutualité, se me preguntó lo siguiente: “Bertrand Russell nos dice que tenemos que concentrarnos sobre los hechos, pero los filósofos nos dicen que los hechos no existen. ¿Qué hacer entonces? Semejante pregunta deja poco lugar a un debate serio, porque a este nivel de abstracción, no hay nada que agregar.

- Tiene Ud. una explicación?

NC. Como observador distante, voy a formular una hipótesis. Después de la Segunda Guerra Mundial, Francia pasó de la vanguardia al traspatio, y se ha convertido en un islote. En los años 1930, todo artista o escritor americano debía pasar un tiempo en París, de la misma forma que un científico o un filósofo miraba hacia Inglaterra o Alemania. Después de 1945, se ha invertido la corriente, pero le cuesta a Francia adaptarse a esta nueva jerarquía del prestigio. Esto se deriva de la historia de la colaboración. Claro que estuvo la Resistencia, y hubo mucha gente valiente, pero nada comparable con lo que ocurrió en Grecia o en Italia, donde la resistencia tuvo en jaque a seis divisiones alemanas. Hizo falta un investigador americano  [Robert Paxton, NDLR] para que Francia aceptara enfrentarse con este pasado.

-         Pero desde entonces nos hemos recuperado; el arrepentimiento por la colaboración es una de nuestras especialidades, así como por la colonización.

NC. Pero es asombroso que las guerras coloniales no levantaran más protestas.

-         La lucha contra la guerra de Argelia dio lugar al surgimiento de la segunda izquierda.

NC. Es cierto que hubo una movilización limitada en torno a Argelia. Pero yo seguí la guerra de Indochina, y me llamó la atención la ausencia de reacción en el escenario intelectual. Por supuesto, se puede decir lo mismo de los intelectuales nuestros durante la guerra de Vietnam. Pero... ¡de Francia se esperaba algo más!

-          Estamos en el siglo XXI, Ud es americano, y critica duramente su país. ¿Cree Ud que USA sea responsable de todos los males del mundo?

NC. Son  responsables de un gran número de atrocidades, porque desde 1945, dominan la política y la economía mundiales. Y esta dominación es producto de la voluntad de los que, durante la guerra, imaginaban una zona de influencia americana abarcando el hemisferio occidental, el antiguo imperio británico y el Extremo Oriente, “las dos riberas de los dos océanos”. En esta zona que llamaban “The Grand Area”, ninguna soberanía debía contrarrestar la de USA. Y lo lograron, al precio de mucho crímenes.

-         Pero el mundo ya se ha vuelto multipolar, China es una potencia mundial.

NC. ¿Cuántas bases militares posee China en el mundo? Ninguna. USA tiene unas 800.  ¿Cuántos soldados chinos desplegados en el extranjero. Casi ninguno. El gobierno chino es horrible en el plano interno, pero no es agresivo afuera. Además, el crecimiento chino es engañoso en parte: China es un taller de ensamblaje, pero la tecnología y los componentes proceden de Japón, de Corea, Taiwán y USA. El déficit del comercio chino es ilusorio, así como la deuda. Los primeros acreedores de USA son los japoneses, pero el primer ministro tuvo que renunciar a la promesa de evacuar Okinawa. El sistema internacional se ha vuelto más complejo, eso sí, el nuevo orden mundial se ha adaptado, pero sigue estando a la orden del día.

-         ¿Quién tiene la culpa? Acaso es una banda de sádicos la que gobierna en USA?

NC. No se rata de culpa sino de la naturaleza del sistema. Lo que pasa es que en USA el poder está entre manos del gran capital desde hace mucho, y desde hace unos 30 años, del sector financiero. Obama ganó porque lo apoyaban los bancos. Todos sus consejeros económicos proceden de ese sector, de modo que la gente que ha creado la crisis es la que elaboró el plan de salvación de los bancos, los cuales tienen hoy más poderío que ayer.

- ¿O sea que no ha cambiado nada con la elección de Obama?

NC. Los demócratas tuvieron que dar algunos pasos en dirección de los más pobres, que son su base electoral, pero esto, hasta los Estados totalitarios lo hacen. En el fondo, Obama no se distingue radicalmente del segundo mandato de Bush. La retórica ha cambiado, pero la política no.

-         ¿Sigue Ud diciendo que es anarquista? ¿Cree Ud que las sociedades humanas pueden prescindir de una autoridad?

NC. Yo creo en un principio fundamental de la moral humana que consiste en oponerse a cualquier forma de dominación o jerarquía, a menos que esta pueda dar pruebas de su legitimidad, lo cual por lo general es imposible. Por lo tanto hay que destruir estas dominaciones.

- Pero en los países democráticos como el suyo, los dirigentes se valen de la legitimidad de las urnas.

NC. Siempre es preferible tener elecciones que no tenerlas, pero todo depende de las condiciones en que se verifican. Se critica a Irán justamente porque a los candidatos los selecciona el clero, pero en USA, de hecho, es el gran capital el que los selecciona : el vencedor es el que logra levantar más fondos. Agrego que uno de los Estados más democráticos del mundo es Bolivia, donde la población indígena, la más pobre y más oprimida, ha sabido organizarse políticamente para llevar a uno de los suyos hasta la presidencia del país.

-         Todos los Estados cometen crímenes, pero ¿acaso no son también instancias de protección de sus pueblos ?

NC. Cuanto más poderoso es un Estado, más criminal. Pero no creo que la protección de los pueblos sea para ellos algo prioritario. Con la invasión de Irak, los responsables yankis sabían que iban a provocar una intensificación del terrorismo, y con esto aumentaría el peligro para sus propios ciudadanos. Europa nunca fue más salvaje que en el momento en que inventaba el Estado nación, que es en mi opinión una verdadera calamidad impuesta al mundo, responsable hasta hoy de muchísimos conflictos.

-         Pero el mundo sin fronteras con el cual Ud. sueña  ¿acaso no es lo mismo que desean los partidarios más fanáticos de la globalización capitalista que Ud. detesta?

NC. En absoluto. El llamado libre cambio sólo sirve para proteger los derechos de los inversores y del gran capital. Se podría definir como “servicio” todo lo que interesa al ser humano: educación, electricidad.... pero los acuerdos sobre “comercio y servicio” sólo apuntan a la privatización de los últimos, y a reservar su acceso a una minoría privilegiada.

-         Mientras tanto, nadie ha podido demostrar que exista una alternativa al capitalismo.

NC. Esto me suena parecido a lo que decían algunos en 1943, que no había alternativa al nazismo porque Alemania estaba ganando.

-         No exagere, profesor. Sí hubo alternativa, y no dio mejores resultados.

NC. La Unión soviética no instauró el socialismo sino un capitalismo de Estado. Pero como la propaganda del Este y el Oeste convergían, el mundo se tragó el cuento según el cual allá ya se cumplía el socialismo. Yo sigo creyendo en el socialismo verdadero, fundado sobre el control de la producción por los productores y el de las comunidades por sí mismas.

- Aquí es difícil mencionar el nombre de Ud. sin que surja en seguida otro nombre, el de Robert Faurisson [jefe de los historiadores que niegan la magnitud de lo que él llama el supuesto Holocausto]. ¿Comprende Ud. que al defenderlo, Ud. resultó chocante en Francia?

NC. Esto demuestra que muchos intelectuales franceses siguen siendo estalinistas aun cuando se hayan pasado a la extrema derecha. ¿Cómo se puede aceptar que el Estado sea el que define la verdad histórica y castigue la disidencia del pensamiento?

-         El exterminio de los judíos de Europa es una verdad histórica, tal vez no tan única, pero sí harto singular, ¿no?

NC. Fue un crimen horrible y único, pero hay muchos crímenes únicos. ¿Porqué tendríamos el derecho de negar el genocidio de los mayas en Guatemala o el de numerosos pueblos indígenas del hemisferio occidental – cosa que hacen excelentes diarios norteamericanos constantemente- pero ése no?

- Es que el genocidio de los indios tal vez no tenga el mismo peso en la conciencia europea y occidental, porque es algo más remoto.

NC. Ahí está el problema, ¡exactamente! Pero esto no tiene nada que ver con el tiempo transcurrido: el genocidio de los judíos se terminó en 1945, mientras que la masacre de las poblaciones indígenas sigue. En Timor oriental, entre un cuarto y un tercio de la población ha sido diezmado con el aplauso de USA y Francia, y poca gente se ha enterado, mientras que todo el mundo conoce los crímenes de Pol Pot. La verdad es que tenemos el derecho a criticar o negar los crímenes de los poderosos, es decir los nuestros. Sólo los crímenes de los demás, y especialmente de los perdedores, se encuentran protegidos de la negación. Es una hipocresía insoportable.

Momentos claves en la vida de Noam Chomsky

1928  Nace en Filadelfia.

1955 Doctorado de lingüística en la universidad de Pennsylvania.

1957 « Estructuras sintáxicas ».

1964 Milita activamente contra la guerra de Vietnam

1968 « América y sus nuevos mandarines » (Seuil).

Titular de la cátedra de linguística en el Massachussets Institute of Technology.

Desde 1976 Profesor en el MIT.

1980 Toma la defensa del profesor Faurisson en nombre de la libertad de expresión.

2001 « 11-9. Autopsia de los terrorismos » (Le Serpent à plumes).

2007 « Les Estados fallidos : abuso de poder y déficit democrático »(Fayard).

2010 « Para una educación humanista » (Editions de L'Herne).

Por Guillermo Saccomanno

Publicado en 1919, Winesburg, Ohio es un libro fundamental y fundacional para entender la literatura norteamericana. Con las muertes todavía tibias de los grandes fundadores (Whitman, Thoreau, Twain, Hawthorne, Melville), este libro extraño, cruza de colección de cuentos y novela atomizada, da vida a buena parte de las verdades, los mitos y las ideas que luego se verían en Faulkner, Hemingway, Fitzgerald, Thomas Wolfe y los herederos de esa generación de deidades literarias. La fundación de un pueblo, el retrato de sus habitantes y el papel del testigo que lo cuenta y lo escribe es un influjo poderoso que cruza a la Comala de Rulfo, el Macondo de García Márquez y hasta la literatura barrial de hoy en día. Imposible de conseguir en castellano hasta hace poco, la edición de Acantilado pone en las librerías esa pequeña maravilla en 22 capítulos.

Un maestro que se expresa más con sus manos nerviosas que con las palabras es sospechado por tocar a sus alumnos. Un granjero poseído intenta mojar la cabeza de su nieto, aterrorizado heredero, en la sangre de un cordero. Una mujer hastiada siente una noche de lluvia el deseo irrefrenable de lanzarse a correr desnuda bajo el aguacero por las calles del pueblo. Un pastor atisba por una ventana una mujer que fuma y experimenta una revelación de Dios. Vidas rutinarias, sometidas a la costumbre pero también retobándose contra los preceptos morales de su comunidad, de pronto pueden encontrar el sentido de su existencia en un gesto –como mucho, un acto– que les descubrirá el sentido de su existencia. Un muchacho, periodista del diario local, que ambiciona ser escritor, George Willard, camina el pueblo, lo recorre buscando una historia que merezca ser narrada y, por lo general, la historia se le presenta cuando menos se lo espera, ya sea paseando distraído o bostezando en su escritorio. “Debes escucharme –le recomienda un médico viejo y fracasado que alguna vez también fue periodista–. Tal vez puedas escribir el libro que nadie escribiría. La idea es muy sencilla, tan sencilla que, si no tienes cuidado, podrías olvidarla. Consiste en esto: todo el mundo es Jesucristo y todos acaban siendo crucificados. Eso es lo que quería decirte. No lo olvides. Pase lo que pase, no dejes que se te olvide.”

Todos en Winesburg, Ohio, porque éste es el pueblo, son entonces pobres cristos con una vida que merece atención y puede constituir una buena historia. Y esta historia se roza y vincula con la de sus vecinos: quien es protagonista en un cuento pasa más tarde a ser circunstancial en otro, porque todos y cada uno, ya sea en primer plano o de soslayo, son protagonistas en esta colección de cuentos que no pierde de vista nunca la relación entre el sujeto y su contexto, el individuo y la sociedad o, si se prefiere, entre el uno y el todo. Algunos, como un vendedor de combustible, piensan que podrían ocupar el lugar del cronista y se animan a suministrarle ideas sobre su oficio: “El mundo está en llamas. Empieza así tus artículos: El mundo está en llamas. De esta manera conseguirás que la gente se fije en ti”. La consigna anticipa una de las máximas de John Cheever en sus clases de literatura creativa en Iowa University al proponer: “Escriban como si estuvieran en un edificio en llamas”. Pero todavía faltan décadas para el surgimiento de este Homero de los suburbios. Ahora, en Winesburg, Ohio, una maestra también tiene consejos para el futuro escritor: “Tendrás que conocer la vida. Si quieres ser escritor debes dejar de tontear con las palabras. Será mejor que abandones la idea de escribir hasta que estés mejor preparado. Ahora debes vivir. No pretendo asustarte, pero quisiera que comprendas el alcance de lo que piensas hacer. No debes convertirte en un mero mercachifle de las palabras. Lo más importante es que aprendas lo que la gente piensa, no lo que dice”.

Publicado en 1919 por Sherwood Anderson, Winesburg, Ohio es desde entonces un libro basal de la literatura norteamericana. Inconseguible en castellano hasta ahora, publicado con una traducción impecable de Miguel Temprano García, en su edición de Acantilado, fue galardonado en Barcelona el año pasado por su presentación cuidadosa. Volviendo: en la fecha de su primera publicación, en 1919, no hace tantísimos años que han muerto Whitman y Melville con sus intentos ciclópeos de fundar una literatura que abreva tanto en Thoreau y Emerson como en la Biblia. Con esa distancia escasa, sin el humorismo caricaturesco de O’Henry ni el pathos de Harte, como un Twain más melancólico, Sherwood Anderson (Camden, Ohio, 1876 - Colón, Panamá, 1941), planta las bases de la short-story, funda un género y, a un tiempo, construye una manera de enfocar la realidad que, pasando por la teoría del iceberg de Hemingway, alcanzará a Carver, Ford y Wolf. Lo que sorprende en Anderson es el absoluto despojamiento de la prosa, la intervención escasa y como conversada de la voz narradora, además de una pasmosa frescura al describir paisajes, hombres, mujeres, ese pueblo. Anderson parece, por instantes, prestarle más atención a la naturaleza, un viento, una nevada, un temporal, que a sus caracteres. Al describirlos los integra a la tierra, al clima, a una naturaleza que empieza a sentir los avances y estragos del industrialismo que acabará con ese ritmo adormecido de lo provinciano, aunque los dramas chicos, esas tragedias secretas, de golpe, contadas desde la intimidad de sus vidas, cobran la trascendencia de épicas privadas, pero siempre, sin altisonancias, sin perder de vista aquello que por cotidiano no puede darse por sentado. Por ejemplo, acerca de uno de sus personajes Anderson escribe que la suya “es más la historia de una habitación que la de un hombre”. Cada ser, entonces, está encerrado. El oficio del escritor consiste en disponer del talento necesario para abrir su puerta y curiosear. Conviene fijarse en la dedicatoria que precede estos veintidós cuentos que, según la crítica, conforman una athomized novel: “Este libro está dedicado a la memoria de mi madre, Emma Smith Anderson, cuyas agudas observaciones acerca de todo lo que la rodeaba despertaron en mí la inquietud de mirar por debajo de la superficie de las vidas ajenas”. (El subrayado es mío.) Cuando, en la ficción, la madre de George Willard muere, el muchacho dejará atrás su puesto de reportero en el Winesburg Eagle y subirá al tren que lo llevará al mundo, la experiencia, otra vida. Cero paradoja: deberá dejar atrás Itaca para narrarla. “Quien se aleja de su casa/ ya ha vuelto”, anotaría Borges con motivo del I Ching.

Al concluir la lectura de estos cuentos algo empieza. Y es, nada menos, el inicio de la portentosa y moderna literatura norteamericana. Una literatura que, como paradigma, habría de contribuir a las búsquedas de otras voces, otros ámbitos. En sus ensayos sobre literatura norteamericana, a propósito de Anderson, Cesare Pavese aseveraba en “Middle West y Piamonte”: “No existe el arte por el arte. E incluso la más ociosa lírica parnasiana resolverá para el lector un problema de la práctica: cómo vivir soñando. Para entender a los modernos novelistas norteamericanos no sólo es necesario conocer cuál es la necesidad histórica común que han enfrentado con su obra, sino que es indispensable, para no hablar inútilmente, encontrar una imagen, un paralelo histórico que ponga en términos conocidos por nosotros aquellos modos de vida de ultramar que, a casi todos nosotros, nos gusta imaginar un tanto exóticos”. Si para Pavese –como para Calvino y Vittorini– la literatura norteamericana, con Anderson puntero, ofrecía un prisma para enfocar el Piamonte de posguerra, su operación no fue diferente en otros escritores. Consideremos: Winesburg, Ohio empieza con un plano del pueblo. En el trazado de sus calles, incluyendo el trazado del ferrocarril, se manifiesta una intención: localizar lo que se narra, concederle una impronta de verosimilitud. El mapa del pueblo, dibujado de puño y letra por el mismo Anderson, es el antecedente de otro mapa célebre, el del condado de Yoknapatawpha, en Jefferson, propiedad “privada” de William Faulkner, donde habrían de transcurrir todas sus obras. (Como leyenda literaria circula la anécdota de que fue Anderson quien impulsó a Faulkner a la publicación. El joven Faulkner le habría acercado su primera novela a Anderson. Y éste, con tal de librarse de su lectura, le recomendó –al modo Arlt– un imprentero.) Unos años después, no siempre apelando al dibujo del plano, pero sí al propósito de inventar un pueblo, habrían de suceder, derivadas, operaciones identitarias similares de territorialización: la Comala de Rulfo y el Macondo de García Márquez, por citar dos ejemplos. Más acá, el Belgrano de Briante. Y, por qué no, desde Winesburg, Ohio, aunque sus autores puedan no conocer el pueblo de Anderson pero sí sus estribaciones, leer el Lanús de Olguín, el Boedo de Casas, la Villa Celina de Incardona y la Turdera de Pradelli.

La vida que esperaba a George Willard al marcharse de Winesburg, Ohio, una vida aventurera, soñada por un chico de pueblo, puede imaginarse siguiendo la biografía de su padre en la realidad. Anderson dejó el colegio a los catorce años, tuvo varios oficios, fue soldado en la Guerra de Cuba y más tarde publicitario y periodista. Escribió una considerable cantidad de novelas y relatos y también dos volúmenes autobiográficos. Su epitafio reza: “La vida, no la muerte, es la gran aventura”. La relación entre experiencia y literatura es una cuestión vital en su obra vasta. Pero que le atribuyera un primer lugar a la experiencia no significa que la literatura fuera secundaria. Uno no es tanto lo que vive, parece sugerir Anderson, como lo que cuenta. Más importante aún, la manera en que lo interpreta y lo cuenta.

Por Winston Manrique

Empujados por cierto descrédito de la ficción, por la erótica de la intimidad ajena, por el aliado cibernético de los 'blogs'..., los diarios de escritores viven días de éxito. Una de las formas más libres de escritura. Instrumento de trabajo y, por qué no, de terapia. James Salter, Alma Guillermoprieto, Alan Pauls y Justo Navarro nos ofrecen extractos inéditos de sus diarios. John Banville realiza el ejercicio de escribir uno para 'El País Semanal'. Y desvelamos pasajes de los de León Tolstói y Susan Sontag, de próxima publicación.

Alguien, al reconocer lo efímero de la vida, plasma esa sensación en alguna parte sin saber que hacia el año 2010 esa práctica de apuntes y anotaciones privadas sobre su vida y la vida será muy popular, seducirá a los lectores y mostrará, como pocos géneros, las pulsiones y pulsaciones de su tiempo.

Día primero. "12 de junio de 1942. Espero poder confiártelo todo como aún no lo he podido hacer con nadie, y espero que seas para mí un gran apoyo". Así empieza Ana Frank a los 13 años su Diario, ejemplo por antonomasia de un género que, en su caso, siendo el registro de su encierro y el de su familia huyendo del nazismo, se convertirá en testimonio clave de una época trágica.

Entre aquel tiempo y hoy hay un arco donde el yo no ha cesado de conquistar territorios literarios. El origen de tantos diarios como diaristas, divididos en dos grupos: los de continuidad (a lo largo de la vida) y los de crisis (en momentos puntuales, sobre todo al final de la existencia).

El riesgo de manipulación es latente, advierte el británico William Boyd, autor de Bamboo (Duomo), un ensayo sobre la escritura de diarios: "Hay escritos que tienen el propósito de una publicación, e incluso de que esta sea póstuma. Los grandes diarios literarios han sido escritos sin ninguna expectativa de ser leídos. Algunos ejemplos son los de James Boswell y Samuel Pepys".

Ya sea como diarios puros o no, su expansión imparable estaría en el descrédito de la ficción, asegura Andrés Trapiello, que lleva un diario que ya va por el tomo 16, Salón de pasos perdidos (Pre-Textos), y es autor de El escritor de diarios (Península).

Día segundo. Carlos García Gual, experto en literatura griega y romana, recuerda que "los antiguos no escribían (o no publicaban) diarios, aunque sí nos dejaron interesantes apuntes autobiográficos, como los que hay en la famosa Carta séptima de Platón, en las Cartas familiares de Cicerón y, más extensamente, en las Meditaciones o Notas para sí mismo del emperador Marco Aurelio. Conservamos dos autobiografías en griego, la del historiador judío Josefo y la del orador Libanio, y, en latín y con otro enfoque espiritual, las Confesiones de San Agustín. Las Meditaciones del estoico Marco Aurelio se asemejan ciertamente a un diario, pero no tienen fechas".

Día tercero. Viajeros, exploradores y conquistadores que ensanchan el mundo dejan escritos de sus experiencias. En las grandes embarcaciones surge el más claro antecesor de los diarios: el cuaderno de bitácora. Entre los registros y testimonios de viajeros y descubridores destaca el Diario de a bordo de Cristóbal Colón en 1492.

Día cuarto. La aparición de la imprenta en 1440, el advenimiento de la Ilustración y la conquista de los Derechos Humanos y las libertades sociales e individuales alientan los diarios como se conocen hoy. Los libros de cuentas y los libros de familia derivan en anotaciones de carácter personal y expresivo, explica Manuel Alberca, de la Universidad de Málaga y autor de La escritura invisible. Testimonios sobre el diario íntimo (Sendoa).

Día quinto. Tras el Romanticismo, el siglo XX deja a su paso cada vez más diarios de autores como Fernando Pessoa, Katherine Mansfield, Giorgio Seferis, Thomas Mann, Virginia Woolf, Robert Musil, Franz Kafka, Julien Green, André Gide, Josep Pla, George Orwell, Witold Gombrowicz, Cesare Pavese, Ernst Jünger, Susan Sontag...

Confesiones que seducen a lectores. ¿El secreto? Virginia Woolf desvela una parte: "El diario es tan privado y tan instintivo que incluso permite que otro yo se desgaje del yo que escribe, que se separe y observe al primero cuando escribe. El yo que escribe es un yo extraño; a veces nada le induce a escribir".

Otra parte del secreto de seducción la revela Truman Capote: "Cuando repasas tu diario, lo que abre un surco en tu memoria son los apuntes más intrascendentes". Una idea que completa Antonio Muñoz Molina, que aunque no se declara un autor de diarios sino "alguien que a veces anota cosas que le ocurren", lo hace por la curiosidad de comprobar cómo al poco tiempo esas cosas se le han olvidado.

Día sexto. En medio de esta bonanza hay una inflexión en 1939: André Gide empieza, con 70 años, la publicación de sus diarios. Infidencias esparcidas de reflexiones como la plasmada en el mes de julio de hace cien años: "Situar la idea de perfección, el anhelo, ya no en el equilibrio y la mesura, sino en el extremo, en el quién da más, es eso quizá lo que mejor señalará nuestra época y la distinguirá de forma más enojosa".

Día séptimo. La segunda mitad del siglo XX llega con preguntas: ¿qué es un diario?, ¿por qué se escriben?, ¿son sinceros?

Un diario es la huella dactilar de quien lo escribe, asegura Trapiello. Lo escriben "llevados por el síndrome del flâneur, del transeúnte, tal como lo formula Walter Benjamin: llegan demasiado tarde al lugar de los hechos o se van de allí demasiado pronto. El hombre moderno es un ser desplazado que además está roto en mil pedazos. Sólo la literatura parece darnos la posibilidad de recomponer la vida".

Una literatura confesional que lo impregna todo. "Muchos escritores vienen experimentando en torno a esos nuevos parámetros de subjetividad y antificción, extrayendo de una escritura cotidiana, como la diarística, una modulación literaria", explica Anna Caballé, de la Universidad de Barcelona, responsable de su Unidad de Estudios Biográficos, y autora de la biografía Carmen Laforet, una mujer en fuga (RBA). Para Caballé, los autores "juegan con la fragmentación, la deriva, la libertad de una forma que no está condicionada por un cierre".

El filósofo José Luis Pardo aclara: "Es un error pensar que lo íntimo es incomunicable, pero también lo es confundirlo con el cotilleo sobre la vida privada, aunque sea la de escritores. Que unos vendan sus chismorreos, incluso en forma de libro o de diario, es una diversión a menudo penosa pero no punible. Lo criminal comienza cuando a ese negocio se le quiere llamar periodismo o literatura, pues el arte es el elemento privilegiado en el que la intimidad se desvela sin pervertirse por ello ni degradarse en privacidad".

Los diarios también inspiran libros mestizos. Como los de las hijas de León Tolstói y José Donoso: Tatiana Tolstói con Sobre mi padre (Norte Sur) y Pilar Donoso con Correr el tupido velo (Alfaguara), ambos se editan en otoño. O como ha hecho Justo Navarro con su poemario Mi vida social (Pre-Textos) salido de su propio diario.

Día octavo. El imperio del yo en el siglo XXI está garantizado por un aliado: el ciberespacio y los blogs. Para el argentino Alan Pauls, el crecimiento de este género "tiene que ver con la pretensión de escribir una cotidianidad en vivo. El escritor mata (o cree matar) tres pájaros de un tiro: la relación con la actualidad (cómo ser contemporáneo), la relación con el lector (cómo saber que me leen) y la relación con la propia imagen (cómo constituirme en escritor visible)".

Día noveno. 25 de julio de 2010. Los escritores James Salter, Alma Guillermoprieto, Alan Pauls y Justo Navarro comparten con El País Semanal pasajes de sus diarios, mientras John Banville hace aquí este ejercicio por primera vez. Una muestra, como dice Muñoz Molina, de que los diarios se hacen para combatir la desmemoria. Y recuerda el poema de José Emilio Pacheco Los días que no se nombran: "En vano trato / de recordar lo que pasó aquel día. / Estuve en algún lado, / hablé con alguien, / leí algún libro... / Lo he olvidado todo. / A tan sólo unos meses de distancia / parece que las cosas sucedieron /en el siglo XIV antes de Cristo".

Su nombre trascenderá fronteras

Camarada

Por la causa del socialismo

Revolucionario desde abajo

Pues desde su trinchera

De arte y docencia

Ayudo a formar

La vanguardia proletaria

Campesina y popular,

Su ejemplar lucha

Contra la tiranía golpista

Hondureña le valió

Su vil asesinato

Pasando al panteón

De nuestros héroes

Y mártires,

Pero los tiranos se equivocan

Cuando creen que con su muerte

Y la de todos los compañeros

Que han asesinado

En Honduras, Guatemala

Centroamérica,

Acabaran con la causa

De la alborada

Pues su sangre

Dolorosamente

Fertiliza el territorio

De la liberación

Y nace la flor

Que con su aroma

Transforma a los desesperanzados.

Por la Reunificación Socialista

De la Patria Morazanica,.

De toda la Patria Grande

Y la Revolución Mundial

José Manuel Flores Arguijo

¡PRESENTE!

VATICINIO DEL DICTADOR

A las Víctimas de Choloma.

Tu sectarismo apunta lo adverso

y haces vida al ritmo de golpes

con que nos quitas nuestros derechos,

en que no ser personas deleite tu interés.

Tiene tus señas este mundo: mira la sangre rodar

y  los desaparecidos postrados en tus oscuridades.

La enorme importancia de tu puño es de respeto infernal

y es legítima al brillo de tu rabia la muerte.

Nunca conocerás la sensatez y será tu ruina

la violencia cuando se escuchen los sonidos de tu caída;

para entonces la ceguera de tu ira

habrá provocado

la ruina suficiente

que certifique tu entrada triunfal a los infiernos.

Sos el mal mayor

que dijiste ibas a evitar.

Tu costumbre doctrinal es la que guía

el dedo en el gatillo

y la obediencia del criminal.

El discernimiento es tu prohibición

y el dogma

tu invasión a la verdad.

Defiendes lo que confunde

y evidencias lo que envenena

como una inspiración del horror.

Y acontece que no bebes sangre

y que te persignas

y rezas para acostarte,

que hasta sería vergüenza descortés desearte lo peor,

pues el clero te pertenece

y  rezando el credo, aplaudes a Pilatos.

Tu indiferencia ante el que cae, es legítima,

porque en el conflicto,

justo eres el punto contrario

contra el que no se debe atentar,

a menos que se te ofrende con sangre.

Acato es la palabra terrible

con que pones manos arriba,

boca abajo,

bajo tierra,

más abajo,

por debajo,

de tu bota;

que hasta se podría creer

que no tienes sentimientos.

Aprovechando la ocasión,

bajo tu égida,

se realizan los criminales

y se suman habilidades:

dureza, rigidez, quebranto, espanto,

golpe, homofobia, ruleta, grillete.

Jamás cuestión social

tu dignidad de estadista;

cualquier polémica, es comunismo.

En cuanto a ideas,

ya esta dicho

¡Silencio! es la clave

y la llave,

un disparo

o cuantos sean necesarios.

Candelario Reyes García

Poeta

48 días de resistencia.

EL ROSTRO DE LA PATRIA.

A las víctimas del  12 de agosto.

Belleza mancillada:

es una realidad verlo sucito, desnutrido

y en una expresión conformista

como si no pensara.

¿Qué gesto es su ecuación

de pobreza y desarraigo

a fuerza de incertidumbre?

Un rostro así es difícil de resolver

en una hoja de papel

o en la simple gama del iris.

Explicar su área es una batalla

en el que el lenguaje verbal

se queda sin palabras.

En lo más alto del cuerpo, la cabeza

y su expresión es el rostro:

cutis, músculos, rubor,

frente, sienes, pómulos,

barbilla, labios, nariz.

cejas, pestañas y ojos.

En su conjunto: luz.

Una sonrisa, un guiño, una mirada,

un beso, una coquetería.

¡Pero viene una bestia uniformada

y te lo aplasta de un macanazo

con la solvencia

de cumplir una orden superior!

¡Ahora, hoy, ya!

Así se presenta el rostro de Honduras.

Rostros desfigurados, irreconocibles,

destruídos por las macanas policiales,

con la energía de la barbarie

del golpe militar que desintegra

la dignidad y borra el rostro,

el indicio de mirar, decir, protestar,

manifestar, cara a cara,

en toda la conciencia de sus detalles.

El pequeño espacio de una cara

es la grandeza de un universo pleno.

Es una persona de frente

y el arte milenario

de haber aprendido a ser gente.

El rostro dice y niega,

acepta o deniega.

Es lo que es.

Hoy los rostros, enrostran al golpe

y es duro el golpe

que sufre su resistencia,

su desobediencia

al gritar ¡Basta ya!

Una mirada alcanza

la sonrisa que prospera

y la luz se hace cercanía.

Y un golpe, para que la sombra

sea dueña de la muerte,

el dolor,

el vejamen,

la vergüenza.

Enojo, tristeza, repulsión, asombro, miedo:

dibuja en el rostro el golpe.

Repetición de la mentira,

Máscaras  antigases, capuchas,

odio,

furia

es el rostro fanático

de los golpistas.

Pero fingen, saben actuar;

gran profesionalismo

en la mala intención,

saben lucir su doble cara.

Plástica, camalionismo,

olfato y buen tacto,

los voceros arguyen, que no,

que no hay golpe,

ni violación,

tortura, desaparición y muerte.

Presupuestos para el vasallaje,

maquillaje de usura,

muecas, rostros de inquina

que jamás podrán envejecer con dignidad.

Deshecho, maltrecho,

golpeado, vejado,

el rostro de la patria

es del pueblo que sufre y redime;

de su belleza toma curso la luz,

al coincidir los ideales

y los sueños de los horizontes,

en que es posible saber

que mañana,

amanecerá

en un sinfín de amaneceres.

Candelario Reyes García

Honduras

46 días de resistencia.

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