Por Olmedo Beluche

El presidente en funciones de Haití, Jovenel Moïse, ha sido asesinado en su casa la madrugada del 7 de julio de 2021. Su esposa fue herida. El gobierno haitiano no ha dado mayores explicaciones de lo sucedido, limitándose a señalar que los autores constituían un comando entrenado militarmente que hablaba español e inglés.

Hay dos hipótesis probablemente relacionadas: una conspiración interna de sectores políticos y militares, o una conspiración externa cuyos motivos, en principio, no son evidentes. Suponiendo que fuera una conspiración extranjera, ¿de quién habría que sospechar primero? ¿Cuál es el país que ha invadido, intervenido, armado grupos y financiado políticos más veces Haití incluso en este siglo XXI?

La respuesta es obvia: Estados Unidos.

Aquí conviene recordar que en la labor de entrar a la fuerza a la casa de un presidente latinoamericano en funciones y secuestrarlo, el Comando Sur de Estados Unidos lo ha hecho en dos ocasiones recientes: 

En 2009, en Honduras para secuestrar en calzoncillos al presidente Manuel Zelaya y llevárselo en avión militar para depositarlo en Costa Rica.

En 2004, casualmente en Haití, fuerzas militares norteamericanas secuestraron al primer presidente electo democráticamente en ese país, el exsacerdote Jean Bertrand Aristide. Siendo presidente legítimo de Haití, Aristide fue secuestrado por Estados Unidos, montado en un avión y depositado en la República Centroafricana, al otro lado del mundo.

A continuación, reproducimos fragmentos de un artículo que escribimos en 2004 denunciando el secuestro de Aristide, a lo mejor entre los acontecimientos de entonces haya algún paralelismo que permita saber quién mató a Moïse:

“El último fin de semana de febrero (2004), también sería el último del gobierno del único presidente de Haití electo democráticamente en doscientos años de historia, Jean Bertrand Aristide. De madrugada, un grupo de “marines” norteamericanos se presentó a la casa de Aristide, le obligó a firmar su renuncia bajo la amenaza de un baño de sangre, lo montaron a la fuerza en un avión militar y, tras un largo vuelo de 20 horas sin poder comunicarse con nadie, fue deportado a la República Centroafricana.

De esa manera se habría cumplido un minucioso plan tramado un año antes, conocido bajo el nombre de la “Iniciativa de Ottawa sobre Haití”, auspiciado por el diplomático canadiense Denis Paradis, con complicidad de los gobiernos de Estados Unidos, Francia, Canadá y El Salvador. Los cerebros ejecutores de esta “iniciativa” fueron Roger Noriega, subsecretario de Estado norteamericano para América Latina, y su brazo derecho para asuntos oscuros, Otto Reich.

“Estados Unidos ha estado activamente involucrado en la creación de la crisis de Haití... El señor Noriega, que es el que gestiona la política de Estados Unidos (en Haití), está apoyando a Andy Apaid y a su organización, el Grupo 184, que a su vez recibe financiación del Instituto Republicano Internacional”, denunció la congresista demócrata norteamericana Maxine Waters. “No hay que olvidar que Apaid estuvo involucrado en el primer golpe de estado contra Aristide (en 1991)”, agregó Waters.

Los acontecimientos de Haití, al principio, confundieron a algunos sectores antiimperialistas, democráticos y de izquierda de Latinoamérica y de otros lugares. Influenciados por medios de comunicación manipulados, algunos creyeron ver en los sucesos haitianos de los últimos meses una repetición de insurrecciones populares recientes que han derribado a otros gobiernos en América Latina. Como en Bolivia el año pasado. Pero la verdad ha salido a flote, ya que la índole de los protagonistas en Haití muestra que estamos ante un caso diferente. 

Mientras Estados Unidos y la OEA defendieron hasta el último momento al sanguinario Sánchez de Lozada, pese a semanas de movilizaciones populares duramente reprimidas por el ejército, con su secuela de muertos; en Haití, Powell y Bush se apresuraron a plantear la dimisión de Aristide. Mientras en Bolivia el ejército adiestrado por el imperialismo yanqui defendía al repudiado presidente; en Haití, los dirigentes de la “insurrección”, aupada por los norteamericanos, fueron los exmilitares del disuelto ejército haitiano y los “Tonton Macoutes”.

Jean Bertrand Aristide, exsacerdote católico, fue la principal figura en la lucha contra la dictadura de los Duvalier, “Papá Doc” y “Baby Doc” en los años 80. Al frente del movimiento Lavalá (La Avalancha) ganó las primeras elecciones democráticas de Haití en 1990, contra el candidato apoyado por Estados Unidos, Marc Bazin, que había sido funcionario del Banco Mundial. Pero su gobierno duró nueve meses, ya que en 1991 fue derrocado por un sangriento golpe de estado instigado por Norteamérica, encabezado por el militar Raoul Cedras.

La dictadura de Cedras acabó en 1994, cuando se produjo una invasión de 20,000 “marines” norteamericanos, que tuvieron como objetivo controlar una situación crítica, de la que la migración de miles de balseros haitianos que llegaban a la Florida fue preocupación central para Washington. Aristide retornó al poder, pero por un breve lapso, tras el cual lo cedió a su compañero de fórmula en 1990, René Preval, quien ganó las elecciones del 94.

Aristide se postuló a las elecciones del año 2000, que fueron boicoteadas por la oposición, las cuales ganó con el 92% de los sufragios. Desde entonces, la oposición lanzó una campaña arguyendo que hubo “irregularidades”, llamando a poner fin anticipado a su gobierno mediante una “intervención extranjera para evitar una guerra civil”…”.

Hemeroteca

Archivo