Por Leonardo Ixim

En los recientemente meses ha habido en todo el Cono Sur importantes movilizaciones populares en Brasil, Argentina, Chile y en menor medida Paraguay y Uruguay.

Consideramos importante dar a conocer nuestro punto de vista sobre estas movilizaciones, pues pese a su lejanía de Centroamérica, son importantes para nuestra región y por ende las luchas populares y obreras que allí se producen repercuten en la movilización popular en toda Latinoamérica. Argentina y Brasil son potencias regionales en el plano económico, siendo las naciones más industrializadas junto a México, aunque el intercambio en todos los ámbitos con Centroamérica, sea limitado.

Estos países del sur fueron gobernados por partidos identificados como “progresistas” durante los años transcurridos del siglo actual, con Néstor y Cristina Kirchner del Frente Por la Victoria (FPV) -una rama hacia la izquierda del histórico Partido Justicialista (peronista)- y Lula Da Silva y Dilma Rusself del Partido de los Trabajadores (PT).

En el primer país, el ascenso del kichnerismo se registró tras la crisis orgánica estatal y las sublevaciones populares del 19 y 20 de diciembre de 2001. Esta corriente proveniente del peronismo -histórico partido de contención de las lucha de clases- reorganizó el descalabrado régimen político después de la tormenta neoliberal de Menen y relegitimó el Estado capitalista, otorgando conquistas sociales importantes; teniendo como adláteres a la izquierda reformista, los caudillos locales peronistas y las burocracias de las centrales sindicales, que en este país gozan de fuerte membresía, es decir, la Central General de Trabajadores (fraccionada en tres corrientes) y la Central de Trabajadores Argentinos (partida en dos corrientes).

En Brasil, el PT llega al gobierno a partir de un proceso acumulativo, ante el desprestigio de los partidos de derecha, en 2003, con Lula que gobernó dos periodos consecutivos y posteriormente los gobiernos de Rusself. Este partido fue formado por elementos de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) y el Movimiento de los Sin Tierra (MST), en los últimos años de la dictadura, siendo la movilización contra ésta, al igual que Argentina, angular para su caída. El PT sin embargo, fue moderando su discurso y su programa originalmente crítico al capitalismo, aliándose con partidos de derecha.

La era Macri

En 2014, Mauricio Macri lograba el triunfo electoral tras competir en segunda vuelta contra el candidato del kichnerismo, Daniel Scioli, ex gobernador de la provincia de Buenos Aires. Macri asumía el gobierno federal en una alianza entre su partido, el ultra liberal Partido por la Reforma (PRO), la histórica Unión Cívica Radical (UCR) de perfil socialdemócrata, pero lejos ya de ese pasado ideológico.

Macri asume el gobierno con importante apoyo obrero, tras el descalabro del denominado modelo K, que buscaba crear un mercado interno y una burguesía nacionalista -utopía recurrente del peronismo- en un momento en que la inflación aquejaba los salarios, la falta de liquidez de la economía por el encarecimiento del dólar ante la baja de los precios de los commodites, el aumento del desempleo, que en el primer gobierno de Néstor Kirchner se redujo considerablemente, y la persistencia del trabajo flexibilizado y en negro.

A la burguesía le convenía recargar la crisis en los trabajadores y Macri, que anunciaba la llegada de inversiones, inició una serie de despidos en la administración pública, a lo cual se sumaban las del sector privado durante Cristina de Kirchner y que gobernadores de distinto signo -entre ellos del mismo FPV- también han realizado. Si bien el tema inflacionario ha sido medianamente controlado, el desempleo y la carestía de la vida afecta a la clase trabajadora; a esto se suma la eliminación de medidas progresivas puestas por el kichnerismo, como la eliminación de impuestos a la exportación de productos agropecuarios, liberalización de precios y la entrega de recursos naturales, que venían ya durante el gobierno anterior.

Tras la crisis de 2001, un fenómeno interesante adquirió fuerza dentro de los centros de trabajo, organizándose sindicatos que rompieron con las burocracias más próximas y de las centrales en algunos casos, o creando corrientes combativas en todos los niveles, muchas vinculadas a partidos de izquierda que se definen trotskistas. Primero como producto de la efervescencia por mejoras laborales y posteriormente producto de la crisis económica persistente. El kichnerismo controló parcialmente desde los grandes sindicatos este fenómeno, sin embargo, ya en el segundo gobierno de Cristina, en la misma burocracia de las dos centrales aparecieron signos de separación, en función de sus intereses como casta por un lado y de fortalecimiento del sindicalismo combativo, por otro.

En este marco y como forma de contrarrestar la proscriptiva ley electoral que impone filtros para poder participar, se conforma entre tres partidos trotskistas, el Frente de Izquierda de los Trabajadores; recientemente otros dos partidos han conformado el Frente al Socialismo. Estas son alianzas electorales marcadas por muchas diferencias estratégicas y tácticas, pero siendo un avance su existencia, por ser polos marxistas aunque sea en el plano electoral.

Durante el macrismo, la oposición del kirchnerismo, peronista y de otros partidos, han acompañado muchas medidas anti-populares. De esa forma, muchos sindicatos y corrientes combativas han exigido a las centrales sindicales que realicen acciones contundentes como paros para detener la ola de despidos y el encarecimiento de la vida. Estas por su parte, paralizaron el país el 6 de abril, pero después de mucha presión, bajo mucha crítica por lo limitado de la acción y como forma de rebajar la presión social hacia el gobierno.

Temer, el gobierno débil y ajustador

Durante el segundo gobierno de Rusself, ésta había afrontado una serie de movilizaciones en 2013 contra el encarecimiento de los servicios públicos, su mal estado y los excesos en recursos para las obras de los eventos deportivos que se dieron en ese país. Cuestión que fue acompañado de una constante represión a las comunidades pobres, habitadas en su mayoría por afro-descendientes.

La crisis de los commodites afectó este país de igual forma que a Argentina, aunque por tener una base industrial y la existencia de inversión extranjera asentada en esta rama económica mayor, el problema de liquidez fue menor. Pero obligó al gobierno federal a reducir una serie de programas sociales del cual el PT fue estrella y a respaldar a las burocracias sindicales que acordaron despidos y reducción de beneficios laborales.

Dilma se reeligió en 2014, con una ventaja mínima pero clara contra el principal candidato de la derecha, Aecio Neves del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB). Para atenuar los recortes sociales que su gobierno venía haciendo en consonancia con los dictados del FMI, hizo malabarismos para mover recursos de empresas estatales a los presupuestos del gobierno. Esta situación, más la investigación por sobornos de empresas constructoras a todos los partidos denominada “Lava Jato” pusieron en jaque al PT -pues el sistema de justicia se centró en contra de este partido aunque todos se beneficiaran. Así en un golpe parlamentario dirigido por el en ese entonces vice presidente Michel Temer y su partido el PMDB, aliado hasta ese momento del PT, la destituyen del gobierno.

Esta operación judicial y mediática -por el papel acusador de los medios de comunicación- es un arma que distintos núcleos de la burguesía usan contra la posible candidatura de Lula, que sigue siendo el político con más popularidad, pese al descalabro reciente en las elecciones municipales del PT y contra el mismo Temer, que fue parte de estos esquemas corruptos. Al cual el PSDB también ha tenido réditos.

Temer tiene una muy baja popularidad, manteniéndose (no se agilizan las investigaciones en contra suya) pues tiene la misión de aplicar una serie de reformas anti-obreras, que ampliarán las jubilaciones de los y las trabajadores, eliminarán la obligación de firmar contratos colectivos, promoverán la tercerización del trabajo y continuará la privatización de la empresa petrolera estatal Petrobras iniciada por Rusself. Depende de que logre esto si se mantiene hasta las elecciones presidenciales en 2018.

Sin embargo, la rabia popular y sobre todo obrera, contra estas medidas se hicieron sentir, e igual que en Argentina se presionó a las centrales sindicales como la CUT, CTB, Fuerza Sindical y otras, que en el caso de la primera le apuesta a reconstruir la base social a favor del PT, a realizar un paro el pasado 28 de abril. Pese a que los medios y el gobierno trataron de minimizarlo, se paró buena parte de este gigante, principalmente el transporte, los servicios públicos, muchas industrias, pequeños negocios, etc., catalogando este paro como uno de los mayores en la historia de Brasil.

En otros países se han dado sendas movilizaciones: En Chile durante varios meses contra una reforma educativa neoliberal promovida por un gobierno con apoyo de partidos de izquierda y contra el sistema privado de pensiones. En Uruguay, dirigido también por el izquierdista Frente Amplio, de parte de trabajadores estatales contra recortes salariales. En Paraguay, gobernado por el derechista Partido Colorado donde el presidente Horacio Cartes busca reelegirse apoyado por el izquierdista Fernando Lugo, destituido por otro golpe parlamentario promovido por los colorados; aquí recientemente, tras movilizaciones en frente del Congreso, las masas entraron al recinto de ese poder y lo quemaron, y tras el asesinato de un joven por parte de la policía, lograron que el proyecto de reelección se retire temporalmente.

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