Por Orlando Morales

La aparatosa derrota de la oposición en el proceso electoral que está concluyendo.

Acaba de concluir un proceso electoral viciado y lleno de irregularidades de principio a fin culminando, mediante un fraude descarado,  en la creación de las bases para la instauración de una nueva dictadura en Nicaragua.

Por más que se quiera intentar encontrarle el lado amable a la participación de las fuerzas  opositoras en la contienda electoral, uno no puede dejar de ver que la oposición recibió una contundente y aparatosa derrota. Indudablemente que el fraude fue el factor fundamental para semejante derrota. Pero ello no minimiza, ni afecta para nada, lo desastroso de la situación. Ortega se impuso por las malas, pero se impuso, ante una oposición que muy poco pudo hacer para enfrentarlo y que está pagando, y nos está haciendo pagar, caro su incapacidad.

La oposición y los principales partidos que participaron en el proceso electoral a la fecha no han realizado ningún balance serio (la alianza PLI no ha sacado siquiera un comunicado) y lo más seguro es que no lo hagan, pues sus métodos y formas de enfrentarse a Ortega demostraron hasta la saciedad su inutilidad. La dirigencia de la alianza PLI basó toda su estrategia en una esperanza: que una montaña de votos acudiera, como el chapulín colorado, a defenderlos del más que bullicioso fraude anunciado y orquestado por el FSLN y sus compinches. El PLC, por su parte, esperaba que la buena voluntad de Ortega (asignándoles mediante el fraude una  regular cantidad de diputados) le permitiera sobrevivir como una fuerza importante para que el pacto siguiera funcionando. El ALN y el APRE, posiblemente, adquirieron algunos recursos extras por participar y facilitar al FSLN los fiscales que les correspondían para la implementación del fraude.

En esencia la llamada “oposición” le hizo el juego a Ortega, unos de manera consciente y otros de manera inconsciente, pues todos ellos sin excepción actuaron en la línea de facilitar el fraude y de pasada legitimar a fondo el proceso electoral amañado.

Los que actuaron de manera consciente están debidamente señalados por el pueblo como colaboracionista del fraude. Sin embargo no hay que perder de vista el que la dirigencia de la alianza PLI,  aunque posiblemente de manera inconsciente, también contribuyó a la realización del fraude y al contundente triunfo de Ortega. Todos estábamos más que avisados que se fraguaba un fraude. Este  era evidente aun para los más escépticos. De ahí que uno tenga que hacerse de manera obligatoria las siguientes preguntas ¿que hizo la dirigencia de la alianza PLI para evitarlo? ¿que dispositivos organizativos y políticos se implementaron en el proceso electoral para enfrentar el fraude? Es más que obvio que ninguno. La dirigencia de la alianza, a través de su candidato a vicepresidente declamaban, con un optimismo medio zonzo, que una montaña de votos impediría cualquier intento de fraude.

No decían como esa montaña de votos iba a impedir el fraude, simplemente lo afirmaban como una declaración de fe en la que  había que creer y punto. Mientras tanto, en la acera de enfrente Ortega no hacía declaraciones de fe, como todo político astuto actuaba en consonancia a sus propósitos: árbitro parcializado,  padrón electoral inflado y falso,  boleta única para preñar fácilmente las urnas, compra del tendido electoral, trabas a los fiscales de la alianza PLI,  cedulación parcializada, ensayo mecanismo represivos, etc., etc.

Mientras los dirigentes de la alianza PLI instaron a votar como corderitos a sus simpatizantes y llamaban de manera abstracta a la defensa del voto, sin dar indicaciones u orientaciones precisas sobre cómo defenderlo, el FSLN controlaba, casi de manera absoluta, las JRV (actualmente se  habla de un 80%), tenía a su disposición el aparato policial y armó y estructuró fuerzas de choque para enfrentar y aplastar los brotes de resistencia, que, como ellos suponían acertadamente por la incapacidad de la dirigencia opositora, serían esporádicos y dispersos.

El resultado: un gigantesco fraude que nos restregaron cínicamente en nuestras caras y que le garantiza el poder omnímodo en todos los poderes del Estado al dictador Ortega. La oposición pasa a ser conformada por un famélico cuerpo de políticos, sin norte y sin perspectiva, dirigidos, en su mayoría, por un atemorizado y extremadamente vulnerable Montealegre que corre el peligro que lo desaforen y lo envíen a la cárcel por supuestos actos de corrupción con los CESNIC.

La crisis del político tradicional.

El problema de la aparatosa derrota a la oposición nicaragüense de parte de Ortega, es sobre todo la manifestación de la incapacidad del “político tradicional nicaragüense” para enfrentar una propuesta dictatorial que tiene de base una organización política con estructuras (FSLN y sus CDC), recursos económicos (recursos piñateados, cooperación venezolana y recursos del Estado) y la fidelidad de un sector del pueblo nicaragüense (el famoso voto duro del 35%).

La dirigencia de la alianza PLI, al igual que la dirigencia de las otras fuerzas políticas que participaron en las elecciones, está compuesta fundamentalmente  de “políticos tradicionales”. Este tipo de políticos, desde 1990 a la fecha, como buen parásito que es, se ha adherido al sistema político de nuestro país enfermándolo y llevándolo a los niveles actuales de degradación.

De ahí que sea conveniente caracterizar al político tradicional nicaragüense protagonista y promotor de un régimen político enfermo que se ha mostrado incapaz de sacar a Nicaragua de la calamitosa situación económica y social de la que es objeto y que nos ubica como el segundo país más pobre de América Latina.

El político tradicional se mete a la arena política para mejorar su situación económica. Incapaz de desarrollarse en el ámbito empresarial, por las limitaciones del país y las suyas propias, hace de la política su empresa. La manera en que escalará posiciones políticas para llegar a ser un diputado, un alcalde, un ministro, o cualquier otra posición que le genere una rentabilidad económica considerable, será lamiéndole las botas al caudillo de turno (que a la postre también es en lo esencial un político tradicional). Generalmente no sabe nada del país, ni de sus problemas fundamentales, le basta con creer que es un demócrata y que lucha por la democracia, ante alguien que quiere destruirla. La lealtad al caudillo se mantiene mientras sea rentable, si por alguna razón el caudillo entra en una crisis que pone en peligro su ventajosa situación económica encontrará la justificación “política” para abandonar el barco o, en algunos casos, lo más sinceros, argumentarán que la “calle está dura”. 

El político tradicional solo interviene en dos campos: él que le otorga su puesto (diputado, alcalde, consejal, etc.) y él que le otorga el caudillo en los grandes eventos partidarios o en las elecciones. Al margen de estas situaciones no sabe que hacer con la política, por ello son políticos desestructurados que generalmente no representan a nadie (posiblemente ni a su familia). De ahí que los partidos cuya dirigencia está compuesta por políticos tradicionales (es decir la casi totalidad de partidos nicaragüenses) carezcan de estructuras y sean partidos electoreros, es decir, que se activan solamente cuando hay elecciones.

El político tradicional quiere que otros le hagan el trabajo, cuando éste entraña riesgos y por ello siempre está lleno de esperanzas.

Tales como la esperanza el que  la montaña de votos iba a derrotar el fraude, la esperanza de que los países democráticos castiguen a sus enemigos, la esperanza de que la inversión extranjera y la cooperación internacional saquen al país de la miseria, la esperanza en lo divino o cualquier tipo de esperanza con la que pueden evadir el compromiso y la responsabilidad de ponerse al frente de los grandes desafíos que la situación nicaragüense depara.

A decir verdad, no todo ha sido malo en este fraudulento proceso  electoral. Las irresponsabilidades de Ortega le han hecho el favor a la nación nicaragüense de poner al desnudo a estos enclenques y parlanchines políticos tradicionales y, casi (porque algunos se salvaron), mandarlos al “basurero de la historia”.

Urge una nueva alternativa política en Nicaragua.

El fraude puso de manifiesto la incapacidad de las alternativas políticas opositoras, donde predomina el político tradicional nicaragüense, de detener las pretensiones dictatoriales de Ortega. Por el contrario, este tipo de alternativas le han hecho innumerables favores a Ortega y se los seguirán haciendo mientras existan y son responsables de la calamitosa situación que vive el país.

Como dijimos anteriormente el fraude puso al desnudo a estos parlanchines y, actualmente, su influencia ha entrado en crisis.

Se pueden observar algunas manifestaciones de esta crisis como el caso de varias organizaciones juveniles que, cansados de tanta inoperancia, oportunismo y demagogia están buscando nuevas alternativas, en algunos casos, hasta construyendo sus propias alternativas.

Otra manifestación de la crisis de estos partidos es que muchas ONG´s han pasado a reemplazarlos en muchas de sus responsabilidades y roles. El que, actualmente, permanezcan agazapados a pesar que disponen del beneplácito de los medios de comunicación orteguistas y otros.

El país está demandando una nueva alternativa política que sea la antinomia de las alternativas opositoras actuales. Por tanto, esta alternativa debe reunir, entre otras, las siguientes características:

En primer lugar debe contar con una propuesta para la nación nicaragüense que vaya mucho más allá del cliché de la defensa de la democracia.

Debe considerar que los problemas que nos aquejan no los van a venir a solucionar terceros y que nos compete a nosotros enfrentarlos y resolverlos.

Esta alternativa política debe tener capacidad para utilizar todas las formas de lucha que sean necesarias en aras de alcanzar sus fines y objetivos, priorizando siempre la participación y movilización popular.

Debe contar con estructuras  locales, sectoriales y nacionales, cuyo accionar vaya más allá de una breve participación en las justas electorales. Estas estructuras deben estar siempre activadas en la perspectiva de intervenir en la problemática sectorial, local y nacional.

En su funcionamiento interno, esta alternativa política, debe ser "escuela de democracia" promoviendo el debate entre sus integrantes sobre la problemática nacional, local, sectorial e internacional y las propuestas para su solución.

Los “cuadros” de esta alternativa política deben contar con una formación política integral, es decir, deben contar con los conocimientos y habilidades necesarios para encarar los problemas de conducción política de la manera más efectiva posible teniendo en cuenta siempre los intereses fundamentales de la nación nicaragüense.

En fin, se deber construir una nueva Alternativa Política que dignifique la actividad política en nuestro país que ha sido terriblemente pervertida por la clase política actual.

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