Por Carlos M. Licona

Realizar una revolución educativa en el país significa despojarse del áurea de redentor y convocar a los principales actores de la educación nacional para establecer las bases sólidas sobre las que se pretende sentar los pilares de una educación liberadora del pensamiento y, a la vez, constructora de una sociedad competitiva y autosuficiente.

Obviamente, los principales sectores que han hundido la educación en el país son los políticos, la oligarquía y una empresa privada parasitaria. Si bien es cierto que las autoridades actuales han anunciado el día jueves 24 de marzo  el emprender el camino para iniciar una revolución, nadie debe desconocer que en los últimos 12 años de dictadura del “juanorlandismo” con su Partido Nacional, tanto la Universidad Nacional Autónoma de Honduras como la Universidad Pedagógica Nacional “Francisco Morazán” fueron cómplices asolapados del régimen, en igual o peor nivel se ubican las universidades privadas. Todas estas universidades públicas y privadas, se dedicaron a perseguir políticamente a quienes condenaban la dictadura y de una u otra forma tuvieron incidencia o participaron en la elaboración de la nefasta Ley Fundamental de Educación, que tanto daño le ha ocasionado al magisterio y a la calidad educativa.

Los organismos internacionales como UNICEF y USAID, también tienen cuota de responsabilidad al haber impulsado y financiado políticas educativas cuyo propósito principal fue opacar al magisterio a consecuencia del rol desempeñado  en las luchas contra el neoliberalismo desde el 2002.

La situación actual de la Educación

El daño ocasionado a la educación por el tristemente célebre Marlon Escoto y las políticas impuestas por el Partido Nacional, es profundo y trágico. Para implementar dichas políticas fueron comparsas los dirigentes y diputados del Partido Liberal que a todo le decían amén al narco dictador de Juan Orlando Hernández.

Al atraso educativo en el nivel de los educandos, se le dio un tiro de gracia con el alejamiento de los centros educativos como consecuencia del COVID-19, situación que hasta ahora, no le encuentran una solución salomónica para beneficio de los estudiantes. El asunto es; retornar a las clases presenciales con medidas de bioseguridad donde no se ponga en riesgo la salud de estudiantes y docentes, o, seguir por mucho más tiempo en una educación virtual que deja mucho que desear en la educación pública.

Las competencias mínimas requeridas para que un educando apruebe al año lectivo siguiente han retrocedido ostensiblemente, obligado el Estado para mantener una estadística que satisfaga a los cooperantes externos no ha importado la forma en que se apruebe el grado respectivo, solo importa el porcentaje de aprobación y retención escolar.

Las dirigencias del magisterio también tienen responsabilidad en este laberinto de enredos en educación, interesados únicamente en mantener cuotas de poder y de beneficio, en los “feudos” en que convirtieron los colegios magisteriales, en el caso de que hayan dicho que les interesa la calidad de la educación pública, solo es del diente al labio, porque en los hechos solo se preocupan por mantenerse como rémoras en las finanzas engrosadas por las cotizaciones de los afiliados.

Para salvar nuestra educación si se requiere de una revolución educativa, no obstante, ¿quiénes serán los que construyan los pilares fundamentales de esta revolución? ¿Serán los mismos que se confabularon con la dictadura para destruir al magisterio?

Los docentes: el pilar fundamental para una revolución

Es un error terrible dejar que las universidades, políticos, dirigencias magisteriales, iglesia, empresa privada y organismos internacionales sean los únicos que participen en la elaboración de una política “revolucionaria educativa”, son los docentes quienes tienen toda la facultad para aportar innovaciones e ideas revolucionarias, son las personas más indicadas que conocen el contexto educativo y la realidad socioeconómica de los hogares hondureños.

Si se involucra a los docentes para plantear propuestas, también se les genera conciencia para contribuir de mejor forma a la educación que debe ofrecerse a la juventud hondureña. Es de aplaudir el anuncio del joven Secretario de Educación Daniel Esponda de trabajar para construir un proyecto revolucionario, sin embargo, existe incredulidad en las instituciones o personajes que estarían participando en el mismo, como también existe mucha incertidumbre en resolver la forma actual de impartir las clases.

Los docentes deben ser el pilar principal a tomar en cuenta para una revolución educativa.

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