Por Sebastián Chavarría Domínguez

Libro publicado en la edición No 11 de la Revista 1857 (Septiembre-Diciembre 2011)

CAPITULO.- I.- El retorno al gobierno: la ruptura del statu quo

Después de tres fallidos intentos (1990-1996-2001), Daniel Ortega conquistó por segunda ocasión la Presidencia de Nicaragua con el 38% de los votos válidos, culminando un largo periodo de 16 años de influenciar al gobierno “desde abajo”.

A diferencia de 1979, cuando el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) encabezó la lucha popular y la insurrección contra la dictadura somocista, desarrollando la movilización revolucionaria  de las masas populares, en esta ocasión estamos ante un triunfo electoral en el marco de las instituciones de una frágil democracia burguesa que el mismo FSLN ayudó a construir después de 1990. Con muchas contradicciones internas, y manipulando a un sector de las masas populares, el FSLN ha sido objetivamente el principal impulsor de la reconstrucción del Estado burgués nicaragüense en los últimos 30 años.

1.- La burguesía sandinista

En 1979 el FSLN era una organización nacionalista pequeño burguesa, antiimperialista, que apelaba a las masas en su lucha contra los agentes criollos del imperialismo yanqui. Sin embargo, en el transcurso de la guerra civil, se podía apreciar nítidamente el fenómeno del fortalecimiento de una nueva burguesía ligada al sandinismo,  producto de una decisión consciente de la Dirección Nacional del FSLN de incentivar a los "empresarios patrióticos".

En el período de transición (Febrero-abril de 1990) los bienes más valiosos expropiados al somocismo y sus allegados, fueron privatizados a favor muchos comandantes y cuadros sandinistas, a través de leyes y decretos de última hora. Se produjo un salto de calidad en la naturaleza social de la alta dirección del FSLN. En un tiempo muy corto los antiguos guerrilleros se transformaron en nuevos y poderosos ricos, sobre todo en el sector agropecuario. Nació una nueva clase capitalista emergente, aunque las bases sociales del sandinismo continuaron siendo plebeyas o populares.

La burguesía sandinista ha desarrollado características muy particulares. Ha defendido violentamente sus propiedades contra cualquier intento de devolución de sus bienes a los antiguos propietarios. Para garantizarse un entorno social de defensa de sus propiedades, tuvo que repartir tierras y asignar lotes urbanos a miles desposeídos, que fueron durante mucho tiempo el escudo de protección del candente e irresoluto problema de la propiedad. Cuando sus intereses económicos corrían peligro, no vacilaba en apoyarse en la movilización de masas y pronunciar encendidos discursos revolucionarios a favor de los pobres. Nunca aplicaba una sola política, sino que desarrollaba y ensayaba varias posibles variantes al mismo tiempo. Para sobrevivir se vio obligada a desplegar la astucia, ya que muchos de sus enemigos ansiaban eliminarla físicamente.

La fortuna de la burguesía sandinista no es producto de un auge económico en la producción, como ocurrió en la época somocista, sino de la decadencia y barbarie heredados de la derrota de la revolución. Sus bienes fueron arrancados a otros propietarios mediante la insurrección, la guerra civil y las confiscaciones. Su ascenso social implicó el aniquilamiento de la burguesía somocista. Tiene un fuerte resabio nacionalista y es relativamente independiente, lo que le ha permitido desarrollar una capacidad de maniobras y maquiavelismo político un tanto inusual en la política nicaragüense, caracterizada por regímenes totalitarios o dictatoriales. Aprendieron a pronunciar sus primeros discursos en las manifestaciones callejeras y no en el parlamento. Cuando se ven obligados a negociar y a realizar concesiones, dan fuertes golpes sobre la mesa y amenazan de muerte al adversario.

A pesar de su origen plebeyo y mafioso, siempre aspiraron a que se les reconociera como una burguesía tradicional, de saco y corbata. Maniobrando con mucha habilidad, la burguesía sandinista logró superar con creces la derrota electoral de 1990, reteniendo los instrumentos claves del poder, como el Ejército y la Policía, siendo la más importante minoría dentro de la Asamblea Nacional, con capacidad de veto sobre cualquier intento de reforma constitucional. Después de muchas astutas maniobras, logró mantener el control total sobre el Consejo Supremo Electoral (CSE) y la Corte Suprema de Justicia, estableciendo un nuevo statu quo del poder. Sin mostrar el menor rubor, realizó cualquier tipo de pactos y componendas, con otros sectores de la burguesía, como ocurrió con Antonio Lacayo y el Grupo Pellas en el periodo 1990-1996, y posteriormente con los gobiernos de Arnoldo Alemán (1997-2001) y Enrique Bolaños Gayer (2001-2006) 

Tres décadas no pasaron en vano, sobre todo cuando la alta dirigencia sandinista ha estado administrando total o parcialmente las instituciones del Estado que reconstruyó después de 1979. Este proceso produjo profundos cambios políticos y sociales dentro del sandinismo.

El FSLN ya no es una dirección nacionalista pequeño burguesa, permeable a la presión de sus bases, sino una dirección burguesa cada vez menos nacionalista, cada vez más abiertamente capitalista, con un indiscutible líder político: Daniel Ortega Saavedra.


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