Por Carolina Gómez-Montoya

Esta es la segunda entrevista que le hago a Enrique Vila-Matas y ahora, que tengo la oportunidad de alejarme de aquellos episodios y de verlos con una mirada en retrospectiva, me doy cuenta que ocurre algo curioso y a la vez contradictorio: mientras más intento descubrir y dar una estructura al mundo literario de Vila-Matas, menos sé de él y de su obra. Es cada vez más ilegible y más resbaladizo, como un pez escapando con una pirueta imprevista, y es que en Vila-Matas la letra esconde siempre el misterio de su borradura.

Desde su primera novela, La asesina ilustrada, publicada en 1977, hasta la reciente Dublinesca (2010), Vila-Matas ha sido mundialmente reconocido como uno de los escritores más enigmáticos y más contemporáneos de nuestro tiempo. No haré una lista de los galardones, creo que a estas alturas sobran, pero tal vez sí venga al caso señalar que su obra es una literatura de literaturas, un diálogo insaciable y continuo con otras tradiciones literarias, y que pone en tela de juicio el concepto mismo de lo que constituye una tradición. De modo que no debe sorprender el hallazgo fortuito en el estante de alguna librería del curioso ensayo titulado “No soy Auster”, en donde Vila-Matas se acerca al escritor norteamericano, Paul Auster –de manera levinasiana– y sostiene que su diferencia con él es sólo la verdad de su soledad acompañada.

Se le ha llamado el escritor español más argentino, el más mexicano y el más portugués del mundo. En realidad, Vila-Matas es heredero de una buena parte de la literatura occidental del siglo XX, y en ese sentido sus obras poseen, por los riesgos que toman y por las preguntas que posan, una cualidad de literatura de fines de siglo, una literatura en el intersticio de un antes y un después. Y su letra, un permanente recordarnos que la escritura está en constante movimiento y todo límite o todo edificio, no es sino el vano deseo de dar lógica y sentido a lo que suele escaparse por vía de la inventiva y de la audacia.

En una charla informal, el escritor barcelonés me asegura que mi utopía de estructurarlo es inútil, y, como he leído todos sus libros, debería abandonar mi proyecto y reinventarlo. No se lo dije, pero cuando intentaba ponerme en contacto con él, me advirtieron que se trataba de un escritor huraño y con fama de inaccesible. Muy al contrario, en cuestión de un par de días recibí su correo electrónico y acordamos encontrarnos en Nueva York para la celebración de los 40 años de Anagrama. Lo entrevisté en la sala de conferencias del Roger Smith y la conversación tomó muy pronto su propio rumbo. Hablamos de la rebeldía, tema que me interesaba como arte poética en su obra, y al que Vila-Matas respondió diciendo que escribir supuso desde el principio, hacer lo contrario de lo que se esperaba de él, es decir terminar la carrera de derecho y seguir los pasos del padre.

Le pregunté por sus autores favoritos, por aquellos nombres que pueblan la biblioteca de su educación sentimental. Inmediatamente surgió el nombre de un poeta como Luis Cernuda, un favorito de la juventud, ya que la poesía del 27 tuvo una fuerte influencia sobre su generación; también nombró a escritores como Julio Cortázar, Jorge Luis Borges y Sergio Pitol que se hicieron asequibles por aquellos años de la dictadura, a través de las ediciones de Seix Barral.

La conversación nos llevó a París y a esa otra parte de su educación literaria; me interesaba la presencia de Maurice Blanchot a lo largo de sus novelas. Vila-Matas me decía que lo leyó con entusiasmo porque compartía con el escritor francés varias ideas en común, le interesaba en especial El libro por venir, publicado por primera vez en 1959. De pronto, con ese tono socarrón e irónico que lo caracteriza, me dijo que ya Blanchot había aparecido demasiado y que tal vez sería hora de dejarlo a un lado.

Finalmente, y tras haber pasado por Macedonio Fernández, Witold Gombrowicz, Héctor Libertella y otros “raros” de la literatura argentina, le pregunté por el lector. Vila-Matas ya ha tratado el tema del “lector activo” en un artículo para El País, en donde refuerza su postura de tener para el lector las mismas exigencias que se suelen tener ante un escritor. Y es que esos mismos riesgos que Vila-Matas toma en cada libro que escribe, son riesgos para con el lector, un lector exigente y del que se exige.

Dos meses después del encuentro neoyorkino, acordamos un segundo encuentro, esta vez en Barcelona. Me parecía fundamental que el encuentro se produjera al otro lado del Atlántico, en ese puerto tan familiar para él y tan enigmático para mí. La conversación a continuación gira alrededor del tema de la escritura, de los espacios en los que la escritura se produce, de los viajes y del exilio literario y, finalmente, de la presencia del Quijote en sus novelas.

CGM: La primera pregunta que te quería hacer tiene que ver con París no se acaba nunca. En esta novela hay un hombre que quiere hacerse un escritor, un escritor “maldito”, y recibe de Marguerite Duras unas instrucciones para escribir una novela. Estos trece puntos están anotados en una hoja y le producen pánico al escritor, y este pánico, que muy bien podría ser un efecto para silenciarlo termina generando un efecto positivo. ¿Por qué las instrucciones y por qué es precisamente Marguerite Duras quien se las entrega?

EVM: No sé si cuando lo escribí pensaba lo que te voy a decir ahora, pero digamos que cada cosa, cada palabra, tiene una primera ocasión, porque siempre hay una primera vez en todo. Yo quería remontarme a la etapa exacta de la máxima inferioridad literaria, que quizá no corresponde con la edad que tenía en el libro, quizá no era yo tan ingenuo a esa edad, literariamente, para intentar explicar cómo uno empieza a descubrir lo que está detrás de algo que parece tan sencillo al principio, como es escribir un libro, o empezar a escribir directamente. Siempre lo que ocurre, lo que pasa es que la gente ya no se acuerda, pero para todos los escritores ha habido un día, y no sólo los escritores sino los periodistas críticos, literarios, universitarios, en que se han enfrentado, por ejemplo, con la palabra “estructura”, a propósito de un edificio arquitectónico, o bien a propósito de un edificio novelesco. Quería rememorar cómo llegué a descubrir toda esta estructura de la escritura.

CGM: Siguiendo con esta idea de la escritura y de eso que tu llamaste un “edificio”, la siguiente pregunta tiene que ver con el espacio de la escritura. En varios de tus libros hablas por ejemplo, del castillo desde donde escribe Montaigne o la buhardilla donde escribe el joven de París no se acaba nunca y quería preguntarte qué relación hay entre esos espacios de la escritura y la escritura que se genera ahí.

EVM: Yo creo que está relacionado, posiblemente de forma inconsciente, con el tipo de escritura-narración que yo hago, que el Profesor Gonzalo Sobejano ha calificado de “narrativa pensamental”, junto con la de Javier Marías. Entonces, esta narrativa pensamental, o lo que parecería ensayo narrado o narrativa pensada, sucede siempre en habitaciones mentales. Y cuando yo llego al sitio donde Montaigne escribió los Ensayos, en realidad, lo que admiro, lo que adoro de esa habitación es su cerebro, es decir lo que no pudo ver. Los lugares de encierro. Y en este sentido me llamó la atención un texto que está en un primer libro de Paul Auster, el de las habitaciones, el de los lugares de los escritores, como la habitación de Emily Dickinson. Ella no sale en su vida y escribe sus grandes poemas sin haber visto nada, salvo lo que ella pensara. Yo creo que es una fascinación por el Viaje alrededor de mi habitación de Maestre o de Viaje en torno de mi cráneo de Karinthy. Son espacios cerrados en realidad. Es decir que por ahí hay una posición muy clara entre interior y exterior. Y por ejemplo, he escrito en detalle sobre un libro que es de un peruano Enrique Prochazka, se llama Casa, que es un arquitecto que pierde la memoria a causa de un golpe, y se descubre en una casa diseñada por él, pero que él no recuerda porque no recuerda nada de sí mismo. Y él empieza a estudiar la casa, que la casa es muy rara por su diseño moderno, para descubrir quién era él antes. Y ese estudio, para mí, era como si estudiara su propia mente, porque había que volver a empezar por descubrir quién era.

CGM: Siempre el viaje aparece en tus novelas, como un viaje sin retorno. O por lo menos un viaje que en lugar de ser en un sentido horizontal, parece producirse en un sentido vertical, hacia esto que tú llamas el “abismo”. ¿Cómo pensar el exilio desde ahí? ¿Cómo pensar, por ejemplo, el momento en que el personaje de París no se acaba nunca, se encuentra con un grupo de exiliados españoles en París, y le da pánico ese estado de exilio, en el que él también está envuelto?

EVM: Si pero tenía esa sensación de exilio, porque la fiesta viaja conmigo. O sea encuentro que hay una fiesta muy buena, si yo aquel día estoy festivo. Vamos a lo mejor la fiesta es fabulosa y sin embargo, si yo estoy triste o de malhumor, la fiesta no va conmigo, entonces para mí no hay fiesta. O sea que la fiesta, como la tristeza, viaja conmigo, está en el lugar donde estoy. Entonces, soy del sitio de donde estoy. Y por eso mi concepto de nacionalidad que es bastante especial, porque soy del lugar en que me encuentro. Por eso cuando fui a Argentina me dijeron que era el escritor español más argentino de todos; esto lo habían dicho en Portugal y luego lo dijeron también en México. Entonces qué ocurre, que por ejemplo cuando llegué a la Argentina, yo me incorporé inmediatamente a la literatura argentina, es decir yo no era español, no venía de una tradición muy concreta, y me incorporé al lugar en el que me encuentro, en el que estoy; puedo pasar a ser de allí y no tengo muchas fronteras mentales.

CGM: Pero esa tradición a la que tú te incorporas es una tradición muy particular. Copi, el argentino de París; Gombrowicz, quien viaja a la Argentina por una cuestión del azar y termina quedándose veinticuatro años; Borges…

EVM: En el libro de París no se acaba nunca, me inscribo a la tradición literaria del exilio del Café de Flore, es decir de los escritores, una tradición que empieza con Rubén Darío en este mismo café. En cambio no me ligo tanto al exilio político, en parte por motivos que cuento en el libro, porque me horrorizó no el exilio político sino la clase de cosas que decían, las búsquedas que vivían, provocadas sobre todo por la droga, al tener que ganarse la vida este tipo de exiliados en concreto, alrededor del café de la plaza de Saint Michel, pues se daban o al vino o a la heroína directamente. Entonces el espanto no me vino del exilio político, que además había estado aquí detenido por la policía, por motivos políticos, es decir que había tenido un pequeño pasado de compromiso político en el año 70, o sea que vivía en el mundo de lo político pero me horrorizaba la forma de vida que es otro asunto.

CGM: Algunos de los temas que aparecen en tus novelas como el silencio, la duda ante las posibilidades del lenguaje, la literatura como renovación o como quiebre con lo anterior, parecen ser también problemáticas durante toda la literatura del siglo XX y me atrevo a decir, que hasta la del presente siglo. Pero, ¿hasta qué punto estos planteos tienen lugar en tus novelas? Y en ese sentido, ¿considerarías que tus novelas están proponiendo salidas o giros para una escritura fuera de ese silencio, fuera de la imposibilidad del lenguaje para decir?

EVM. Sí, yo creo que hay una tendencia a decir, más que a no decir, pero eso no se puede controlar. En general son planteamientos negativos y quizá, radicalmente negativos inicialmente, pero que van hacia un camino de estilo de la felicidad. De alguna forma van por un lado, en el que tratan de decir, aunque ese tratar de decir, por ejemplo, encuentre que no hay nada que decir, que eso también sería una forma vedada. Hay quien lo dice de una forma tan pesimista que se suicida o deja de escribir, y hay quien sigue diciéndolo y sigue permitiendo que en realidad no hay nada qué decir y se pueden decir cosas pero dentro de trescientos años carecerán de sentido todas las que se dicen ahora. Porque se va cambiando de óptica y de manera de pensar, y nada es fijo ni inamovible, y por lo tanto, lo único que hago es ser como un intérprete de jazz, un saxofonista, un artista solitario que va tratando de buscar su propio estilo, que es un estilo de la soledad y va contando que no hay nada que explicar, pero que reflexiona entorno al silencio y a la negatividad, quizá para poder decir algo.

En parte esto no lo digo yo, sino que más bien, es un poco lo que han comentado algunos lectores a través del tiempo que, digamos, fundamentalmente es más optimista lo que se plantea ahí con un afán de negatividad más que de destrucción.

CGM: Sí, porque la escritura es la praxis de vida, no es ese planteamiento de Blanchot que parece ser mucho más radical o negativo.

EVM: Es más bien una búsqueda de algo que va por un camino y va siguiendo; y que se cierra puertas para poder leerlo más difícil en el siguiente libro. No se sabe a dónde va, ni siquiera de dónde viene. Es más bien un conjunto de búsquedas que representan un estilo, un estilo en movimiento siempre constante.

CGM: En ese sentido, ¿tú verías una continuidad entre tus novelas, una especie de cadena que las une a todas?

EVM: Sí, porque no veo lo contrario, no veo que sea un absoluto discontinuo. Sí que hay varias líneas de lo que se va juntando, y el mismo libro que he terminado ahora, recupera líneas de tres libros anteriores, concretamente de El mal de Montano, de Doctor Pasavento y de El viaje vertical. Y no se parece a ninguno de estos tres libros, pero apunta a hallazgos de estos tres, que yo creo que si fuera el primer libro que leyera alguien que no conoce mi obra, pues posiblemente que le puede impresionar porque está concentrado cada vez más a lo que he venido haciendo.

CGM: ¿Y si lo lee alguien que ya conoce tu obra?

EVM: Dirá que es una variante más de mis libros, de mis búsquedas, pero como no lo ha leído nadie todavía, salvo dos personas, no sé lo que dirán. Lo han leído dos personas y les ha gustado mucho.

CGM: Hablemos ahora de la presencia de Cervantes en una novela como El mal de Montano. Y la sensación que tengo es como si ese Siglo de Oro siguiera causando estragos, ¿no? El Quijote sigue siendo esa gran novela, ese gran ejemplo. Pero ¿cómo lees la literatura española después del Quijote? No necesariamente haciendo una lectura totalmente histórica, pero ¿dónde pondrías tus novelas en relación a esa primera novela que es el Quijote?

EVM: Por un lado en El mal de Montano llegué al Quijote no porque quisiera hacer una novela cervantina, sino porque no tuve más remedio. Había inventado el monólogo de un loco, que era Montano, y cuando encontré a Tongoy, que es el chileno, el hombre más feo del mundo, me di cuenta que en realidad era un hallazgo importantísimo porque pensé que me servía de contrapeso, ya que todo un libro no se sostenía con el monólogo de un loco que se cree que es la literatura. Se puede hacer, pero era un poco arriesgado desde el punto de vista de una novela con pretensiones comerciales, dar una novela sobre un loco que cree que es la literatura, sin más explicaciones. Bueno, te decía que a este contrapeso de Sancho Panza, o sea de Tongoy, llegué por intuición, luego me di cuenta que esto ya lo había hecho Cervantes, fue así, un hallazgo.

Por otra parte, acaba de decir Francisco Porrúa, que es el editor de Cien años de Soledad y de Rayuela, que vive en Barcelona, aparte de que dijo que yo era uno de los autores más interesantes y actuales de los que conoce, cosa que me encantó viniendo de este editor, dijo que le gustaba en parte porque era un autor cervantino que no se daba en España. Se daba más por ejemplo, en la propia Argentina, de la que es él. Porque en España después de Cervantes, viaja el Quijote a Inglaterra con Tristam Shandy, a Francia con Diderot, viaja por Europa pero no tiene una continuidad en España. Es así, es una paradoja, es el país del Quijote, pero que no ha habido esta tradición de la invención, un tratamiento fantástico que tiene el Quijote, todo esto no se ha dado aquí. En ese sentido entronco con el Quijote por dos cosas, sin duda, por imaginación y por humor. Parecen cosas muy sencillas pero no se dan tanto en la literatura española, sobre todo la segunda, el humor no es tan frecuente, sobre todo en la literatura castellana.

Gonzalo Torrente Ballester habla de que la literatura castellana es incapaz de ser humorística porque le falta el mar, y que si la tiene el Quijote es porque Cervantes es de segundo apellido Saavedra, que es de origen gallego, o sea que es de Galicia y la literatura levantina, costera, sí que es humorística, tiene ironía, como la mediterránea, pero jamás la de Castilla. En este sentido, mi literatura, ha sido reconocido, es imaginativa y tiene humor e ironía, las cualidades que la entroncan con la tradición cervantina. Que parece todo muy sencillo, pero no se da tanto en España.

CGM. Entonces para ti la literatura que se había producido desde digamos, el siglo XVIII hasta finales del siglo XIX, sería una literatura más realista, de tono serio o insulsa.

EVM. Casi no existe en la historia de la literatura universal además. Tampoco forma parte de mi tradición más directa porque es castellana, y no forma parte de mi educación sentimental tampoco, ni de mis lecturas iniciales. Entonces no me he sentido muy ligado a ella.

Es que ser barcelonés, como en mi caso, que no soy catalán, independentista, ni castellano, ni español, más bien ser barcelonés inicialmente, con todo lo que significa la cultura barcelonesa, hace que sea como un escritor colombiano o un escritor argentino. Tengo un lenguaje que es un lenguaje que no es el de Valladolid, es un lenguaje pasado por Cataluña, el castellano que tengo, con el que escribo, como le sucede a Juan Marsé o a Eduardo Mendoza, así que es un lenguaje periférico, un castellano periférico el que utilizo. Y me siento desligado de un centro que podría ser Madrid, pero que no siento que sea mi centro. No lo era en la época de París y no lo es ahora.

CGM. Estoy pensando en lo que dices de ocupar un lugar periférico, porque por ejemplo, podríamos pensar en un autor como Franz Kafka, y podríamos decir que se trata de un escritor periférico por escribir en la lengua del otro, y sin embargo, Kafka es ahora, para la literatura europea occidental, el centro.

EVM. Utiliza una lengua que no domina, que utiliza más para decir, para construir frases, no para conseguir un estilo, una grandeza de estilo literario. No se va por las ramas.

CGM. O sea que tú diferenciarías entre el lenguaje y el estilo.

EVM. Bueno, lo que llamó Marsé “la prosa del sonajero”, ¿no sé si has oído hablar de esto?

CGM. No, no lo he escuchado.

EVM. Se refería al estilo por ejemplo, de alguien de Valladolid, como Francisco Umbral o de algún escritor castellano del estilo de Umbral, que es una prosa muy vistosa, que suena muy bien, que está muy bien escrita en castellano, pero que lo que dice es una tontería. Y que simplemente hace ruido, suena bien, pues eso la prosa del sonajero. La diferencia a una prosa más directa, más barcelonesa, catalana, de los escritores en castellano aquí, que es la que utiliza el propio Marsé, en fin es un tipo de literatura menos barroca.

CGM. Para finalizar, ¿por qué es importante la propuesta de Michel de Montaigne de “conocerse a sí mismos” y qué supone esto para la conformación de la novela? Es decir, la propuesta nos obliga a replantearnos lo que es el género autobiográfico, un género además que se había entendido como un “género menor”, y que sin embargo, ahora irrumpe dentro de la novela.

EVM. La propuesta de Montaigne dice basta de adorar y de pensar en dios, vamos a pensar en nosotros, en quiénes somos. Entonces, cambia la historia del arte y del pensamiento, poniendo al hombre en un primer plano y creo que esa búsqueda de reconocimiento de nosotros mismos, en el momento en que se produce, parece muy interesante, pero conduce enseguida a una seguridad de quiénes somos y sobre cómo nos planteamos y en qué lenguaje hablamos. Ese lenguaje surge para expresar lo que tenemos, lo que pensamos, pero las mismas palabras nos impiden decir lo que hemos pensado. Esas palabras, ¿quién las inventó? Entonces, en este autoanálisis de quiénes somos, desde el comienzo ya hay este problema, que conduce hasta Fernando Pessoa que es una personalidad esquizofrénica, porque tiene muchas personalidades, que además tiene el Doctor Pasavento, que es muchas figuras, porque no somos una figura compacta, a lo largo del día somos muchas personas, tenemos estados de humor distintos. Por lo tanto, ¿cómo pensar que somos una sola persona, compacta e idéntica?

En cuanto a la autobiografía, se ha dicho que he hablado de autobiografía, pero es que hay muchos tipos. Es decir, hay autores españoles que hacen autobiografía, Javier Cercas es autobiográfico, Javier Marías lo es, yo lo soy, pero por ejemplo en mi caso, yo hago autobiografía inventada y creo que Javier Marías también. Es decir que la autobiografía son muchas cosas. En mi caso, me valgo de mis experiencias para aparecer como una persona narrando algo que se me ha ocurrido y lo transformo. No intento decir quién soy, sino al contrario, creo personajes a través de mí, como tantos novelistas que se inventan personajes. En todo caso no me siento muy autobiográfico. Quizá la historia de mi estilo, mis motivos que he hecho, se podría construir una autobiografía a través de lo que he escrito. Entonces sería paralela a mi vida y se vería que mi vida, está relacionada con eso, como es lógico, pero no se parece mucho.

CGM. Bueno pero es que la autobiografía comparte muchas cosas con la novela, son las aventuras de un yo, con sus salidas y sus regresos.

EVM. Estaba pensando que a mí se me conoce más no leyéndome, si se me quiere conocer. Porque a veces quienes no me conocen, escriben, piensan y miran como un tópico que en mí se mezcla la vida con la literatura. Y entonces yo muchas veces no lo desmiento, porque es verdad que soy una persona literaria, y que me gusta contar cosas que me han pasado ligadas con la vida real pero son literarias. Pero todo esto es un tópico que se ha creado.

Por Joel del Río

(La Habana, 1963), crítico de cine   y periodista de la Escuela Internacional de Cine y Televisión y del Centro de Información Cinematográfica del ICAIC. Compilador, con Teresa Díaz, del libro El arte nunca duerme (2006) y coautor, con María Caridad Cumaná, de Latitudes del margen (2008). Miembro de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica.

No es fácil ser joven en Cuba ni en ninguna otra parte del mundo. Y mucho menos aparece alfombrado de pétalos el camino de quienes pretendan dedicarse profesionalmente al cine, o al audiovisual en general, a pesar del movimiento de formación autodidacta –que se concentra en torno a la realización de videos musicales televisivos–, y también a la existencia de la Facultad de Medios de Comunicación del Instituto Superior de Arte, y la Escuela Internacional de Cine y Televisión, de San Antonio de los Baños. Por estas vías se favorece, desde hace un par de décadas, que ingresen a los medios jóvenes cineastas, productores, guionistas, fotógrafos, editores y sonidistas. Sin embargo, comenzar esta caracterización, que se pretende sumaria, sobre el cine joven en Cuba insistiendo en los muchos inconvenientes que afrontan los de menor edad, escaso aval y casi total inexperiencia, pudiera parecer un gesto paternalista y hasta demagógico. ¿Acaso hubo tiempos mejores para quienes intentaron hacer cine de calidad en un país carente de tradiciones que sustenten una producción fílmica y de medios económicos para cimentarla? ¿Serán mucho más favorables las condiciones para quienes pretenden iniciarse en estos menesteres en países subdesarrollados y tercermundistas, donde el cine y otras artes permanecen en el estatus de «lujo cultural» accesible sobre todo a las élites? Todo esto de las oportunidades mayores para quienes tengan el bolsillo más lleno suena a teque, a «trova», pero no encuentro mejor manera de enunciar la verdad que escribirla de la manera más sencilla y directa posible. En teoría, los jóvenes cubanos con vocación por el audiovisual, disponen de superiores posibilidades de acceso, y las vías de entrada a los medios se ensanchan cada vez más con la posibilidad democratizadora que inauguran la nuevas tecnologías. Dicho de otro modo: todo el que disponga de cámara de video y que al menos le presten una computadora para editar las imágenes y manipularlas, puede componer una obra. Las calidades, la relevancia y la trascendencia son otra cosa.

Todo ello ha provocado una suerte de explosión dinamizadora que, según algunos expertos, ha puesto en crisis al ICAIC como productora líder del audiovisual, y de acuerdo con el criterio de otros, constituye uno de los recursos más renovadores y auténticos con que está contando ahora mismo el Instituto para garantizar su persistencia.1

Pero con todo el avance de las relaciones entre el ICAIC y los jóvenes, independientes y no, todavía suele imperar el prejuicio paternalista, compartido por otras instituciones culturales, y por la mayor parte del público y de los críticos. El paternalismo manifiesta un matiz, encubiertamente desdeñoso, de suspicacia y menosprecio, mientras que también actúa, más visiblemente, la complacencia que se niega a desmarcarse de la corrección política, porque «hay que garantizar el relevo y abrirle paso a la renovación». Nadie puede decidir cuál de las actitudes será asertiva, progresista e idónea, pero lo cierto es que, en privado, se desestima el amateurismo, la improvisación y la ineficacia de estas obras, a veces signadas por el hálito «escolar» y la elementalidad o la torpeza más descorazonadoras, y en público, se baten palmas ante cada nueva incursión de creadores con menos de treinta y cinco años, y cierto estatus de prestigio, que presenten virtudes suficientes como para concentrarse en ellas y olvidar los defectos. Así, releer las pocas críticas que suelen dedicarse a la obra de los jóvenes significa asistir a las maromas del cronista (y lo sé por experiencia ocasional) en la defensa a ultranza de los jóvenes creadores, porque al fin y al cabo, les costó tanto sacrificio realizar un corto, un documental y mucho más un largometraje de ficción, porque tan ingentes resultaron los muros de incomprensión e inercia, que el crítico responsable se alinea con la exaltación de las virtudes y adopta el silencio, o la complicidad perdonavidas, ante el descuido y la superficialidad, la torpeza expositiva, o la ignorancia que desconoce su propia magnitud, los cuatro principales «males» que aquejan a muchas de las obras que se presentan año tras año en las Muestras de Nuevos Realizadores. Y entonces el crítico, o los jurados de estos filmes emergentes, nos sorprendemos aplicando raseros doble y triple: se trata de obras rudimentarias pero atrevidas, confusas aunque espontáneas, interesantes-y-con-muchos-peros... Y cuando aparece una valoración muy positiva, incluso apologética, de una obra realizada por un joven, suele ocurrir que los argumentos del crítico dependen muy poco de las virtudes artísticas, y la celebración subraya los valores de la tríada criticismo-provocación-polémica, de modo que se deriva la legitimidad y los valores en virtud de la apuesta mayor por debates sociológicos más propios del periodismo y de los medios de comunicación.

Y mientras son asimilados a medias, y tratados con desdén sospechoso o paternalismo, los jóvenes creadores se quejan del desinterés del ICAIC (más allá del grupo de los happy few ya reconocidos), lamentan la insuficiencia de las Muestras de Nuevos Realizadores para dar a conocer sus obras con toda la amplitud que ellos quisieran, atacan plenos de ira la inercia y altanería de la televisión, cuyos espacios suelen restringirse a la gente del feudo… y así salta a la vista que muy pocos de ellos, si acaso alguno, está conforme con la modalidad independiente y el cine alternativo a los circuitos legitimadores. Inoculta ha quedado la avidez de la mayoría por penetrar en los predios del cine industrial, y de verse representados en los más populares espacios de la televisión, porque el denuesto juvenil de las instituciones concluye en el momento en punto en que estas les confieren algún encargo de mediana importancia, un medio para viajar, y exhibir o comercializar su obra en una escala ligeramente mayor a la que antes habían alcanzado.

En Cuba se registra una dinámica similar –salvando las distancias considerables– a la que ha existido entre el Festival de Sundance (que ha intentado mantenerse fiel a la independencia artística, el riesgo, la renovación y el compromiso social) y las grandes productoras de Hollywood. Valga aclarar, por si resultara necesario para alguien, que la Isla carece de equivalentes de Steven Soderbergh, Quentin Tarantino o Spike Lee, descubiertos clamorosamente mediante el Sundance Film Festival, y el ICAIC dista años luz de ofrecer las ventajas económicas y tentaciones ofrecidas por la llamada Meca del Cine. No obstante, al igual que en Estados Unidos, algunos de nuestros otrora jóvenes e indocumentados cineastas han verificado el paso al mainstream con películas «industriales», de género, con actores y actrices muy conocidos y temas comúnmente aceptados por el público mayoritario. Así, Jorge Luis Sánchez transitó del hiperrealismo crítico (El fanguito, Un pedazo de mí) al academicismo musical y biográfico de El Benny; Juan Carlos Cremata Malberti dirigió dos películas tan arriesgadas y experimentales como Oscuros rinocerontes enjaulados (muy a la moda) o La Época, El Encanto y Fin de Siglo, pero ha preferido los giros de la comedia más o menos esperpéntica (Nada, Viva Cuba) y la adaptación de piezas teatrales (El premio flaco, Chamaco); la impronta alternativa y vanguardista de Arturo Sotto impresionó a muchos en tiempos de Talco para lo negro y Pon tu pensamiento en mí, pero la iconoclasia de otrora apenas se asoma en La noche de los inocentes o Bretón es un bebé; Humberto Padrón abandonó el minimalismo altamente significante de Video de familia para derivar a la visión macro, coral y ambiciosa en Frutas en el café... ¿Será que los jóvenes de otrora ya no lo son tanto, y la madurez los viene compulsando a pagar el diezmo, exigidos por cierta tranquila conformidad? ¿Debemos pedirle a nuestros realizadores que conserven toda la vida la impronta juvenil que antes los animó cuando la mayor parte de sus homólogos en la nueva ola francesa, el free cinema británico o el cine alemán de la nueva subjetividad también transaron con la artesanía más o menos correcta, compulsados por una dinámica productiva que, de alguna manera, delimita al mínimo las palpitaciones de lo novedoso y lo heterodoxo?

Entre los pocos cineastas jóvenes, no quiero decir únicos, que sostienen su poética o camino estético originario, vale mencionar a cuatro: Miguel Coyula se consagró como cineasta adicto a la renovación formal en Cucarachas rojas, El tenedor plástico, Clase Z Tropical e intenta continuar, fuera de Cuba, su plan de cine experimental y reflexivo mediante Memorias del desarrollo; Esteban Insausti también ha conservado incontaminada su poética desde Más de lo mismo (2000) hasta «Luz roja», el tercer cuento de Tres veces dos (2003), pasando por Las manos y el ángel o Existen y, presumiblemente, por la nueva Larga distancia (2009); Jorge Molina, el autor de Molina’s Culpa en 1992 y de Molina´s Test en 2001, continúa sus enardecidas elucubraciones sobre el erotismo y la condición humana, a contrapelo de múltiples acusaciones y reticencias institucionales de todo tipo; y Pavel Giroud, quien mantiene inoculto, desde Rrring… y Todo por ella, hasta La edad de la pesetaOmerta (2008) su deseo de realizar un cine genérico y muy narrativo, correcto gramaticalmente e inspirado en el retro y en el cine negro norteamericano. (2005) y

Como se aprecia en lo que hemos esbozado hasta ahora, el cine joven cubano proviene de la notable diversidad de poéticas, estilos e intenciones, hasta el extremo de que puede resultar improcedente, o forzado, agrupar con similar etiqueta obras absolutamente disímiles y heterogéneas. En una cinematografía permeada por el culto a sus divinidades tutelares (Titón, Humberto, Santiago y Manuel Octavio), el joven cine cubano se caracteriza por la ausencia de líderes incuestionables que representen el espíritu colectivo. Tampoco disponen de manifiestos fundacionales ni mucho menos de estéticas similares o estrategias de producción afines. Algunos de ellos respetan al ICAIC y su fabulosa heredad de imágenes, mientras que otros, aunque no lo declaren a viva voz por razones de obvia conveniencia, consideran nulas, por vetustas e impracticables, las propuestas pasadas y presentes de la principal institución productora de cine en Cuba. Solo los iguala su voluntad indeclinable de hacer cine, o video, o televisión, a toda costa, y contar sus historias, exhibir su mundo y sus ideas. No importa si se trata de un videoclip, un spot promocional o a un documental demasiado comprometido con la propaganda ideológica, el asunto es hacer algo, mantenerse en la brecha, entrenar las habilidades adquiridas, dialogar con sus contemporáneos mediante un lenguaje que si bien dista, casi siempre, del riesgo formal o conceptual, sí alcanza nítida especificidad en cuanto a la propensión comunicativa, el hedonismo, el desencanto y la vuelta al género, inherentes a la mayor parte del cine que se realiza hoy en el mundo.

También es bastante común entre los más jóvenes cineastas, el empacho con los filmes de Wong Kar Wai, Michael Haneke y los hermanos Coen, mientras recusan o desestiman los paradigmas cubanos. Entre tal variedad de influencias y el empleo gozoso de las nuevas tecnologías, como un niño que disfrutara de juguetes nuevos, tiene lugar el más delirante eclecticismo, alimentado por la extrema variedad de estilos, poéticas, alcances y propósitos. Pero la voluntad de eclecticismo y pastiche también domina en la producción con sello ICAIC. Atravesamos un período de transición a nuevas formas de producción y relaciones económicas, que condicionan obligatoriamente la metamorfosis de los ideales y paradigmas. Tanto los productores vinculados a la institución como los independientes, intentan adaptarse con rapidez a emergencias que sobrevienen sin consultar nuestra habilidad para sortearlas. Así llegó, sobre todo en la segunda mitad de los años noventa, esta avanzada de gente joven, autodidacta, proveniente de las escuelas de cine, que necesitan encontrar un lugar en nuestro contexto y marcar su territorio. En este sentido, han resultado de extraordinaria importancia las Muestras de Nuevos Realizadores,2 el espacio legitimador más relevante con que cuenta la gente joven interesada en dejar una huella audiovisual, en legar al futuro el rastro en imágenes y sonido de su existencia, ya sea en las cada vez más raras producciones en celuloide de 35 mm, o en modestos spots, teleplays, videoclips, cortometrajes en video listos para ser colocados en Youtube. Porque el cine ya no es lo que antes solía ser, impecable espectáculo en pantalla ancha, y la Muestra fue la primera señal que nos ha permitido reconocerlo a cabalidad. El cine es ahora solo una parte de la producción industrial y de las industrias del entretenimiento, y esta estructura apenas resulta afectada por el hecho de que en Cuba sigamos discutiendo si los proyectos de los jóvenes deben ser acatados o no por un ICAIC que carece, por razones obvias, de la dinámica productiva inherente a una industria cultural propiamente dicha. En pocas palabras, que la oposición a ultranza entre el cine que fabrica el ICAIC y el que se hace fuera de la «industria», como no sea en términos temáticos, resulta improcedente, pues cada vez se parecen más el dentro y el fuera.

La indiscutible atomización de opiniones, estéticas y propósitos se encuentran lo mismo en el interior del Instituto que en sus márgenes, y sería injusto culpar en exclusiva a quienes producen al margen del ICAIC por carecer de un alto sentido de pertenencia respecto a un movimiento estético o credo generacional. Si bien se extraña entre los jóvenes la sintonía conceptual que animaba, por ejemplo, la filmografías de Santiago Álvarez, Nicolasito Guillén Landrián, Sara Gómez y Oscar Valdés, tampoco puede negárseles que, a su modo, intentan atrapar el espíritu de esta muy distinta época. Ellos comparten, eso sí, espacios de realización, edades y angustias creativas, pero muy pocos, si acaso alguno, aspira a culminar la obra de arte total, única, renovadora y transgresora, porque tal obsesión proviene de la concepción idealista sobre el creador romántico pregonada en el siglo xix y el vanguardismo del xx. Demasiadas decepciones, caudillismos inoperantes, demagogias y totalitarismos ha padecido el ideal del artista iluminado y junto al pueblo, para que sigamos midiendo la eficacia y eficiencia de una generación de creadores con los mismos arbitrios que hace treinta o cuarenta años. Habrá que buscar la singularidad de los nuevos, tal vez, en el tratamiento de temas raciales, sexuales, clasistas, ideológicos, existenciales y artísticos desde una óptica bastante desacostumbrada, por insolente y expedita.

El cine joven cubano mantiene su carácter oxigenante, novedad de enfoque y cierta raigal inconformidad. He ahí su honra y su premio. Los principales problemas están muy lejos de la falta de apoyo institucional o del casi inexistente a las pantallas, entiéndase Cubavisión y el cine Yara. Las manquedades provienen de la falta de información y aprendizaje respecto a lo que hicieron sus correligionarios cubanos, franceses, norteamericanos o rusos, cuando eran jóvenes, antes de madurar y consagrarse o acomodarse a los caminos andados. Son demasiados los realizadores cubanos que incurren en la ridiculez de tratar de descubrir el color del Capitolio –y ojalá esa fuera la peor de las ridiculeces– e intentan contar historias sin disponer de la menor formación intelectual para hacerlo, y desconocen la narratología y la semiótica, la teoría de género y, en los casos más graves, ignoran el más elemental how to de la tecnología que están empleando. Una cámara en la mano y una idea en la cabeza le bastaba a los del cinema novo brasileño, a la nueva ola francesa, al milagro cinematográfico checo de los años sesenta, pero a los jóvenes cineastas cubanos no suele alcanzarles con ello. ¿Será que han colocado sus expectativas y paradigmas de realización en otro tipo de cine, de historias, de estilos?

Y por otra parte, quienes se sientan compulsados (ya sean los críticos, los públicos o las instituciones) a descubrir a toda costa en la obra de estos jóvenes la ruptura estética y la renovación del lenguaje cinematográfico, es preciso que arriben a la comprensión y el reconocimiento de que, a nivel mundial, los últimos vestigios de auténticas rupturas e indiscutible renovación del lenguaje se verificaron entre las décadas de los años sesenta y setenta. Luego, domina el reciclaje, la transtextualidad, la cita, la mezcla, el pastiche y la conformidad con un espectro muy amplio, pero nada nuevo, de códigos expresivos. Si en cada academia donde se enseña a hacer cine en el mundo se pregona que existe un número limitado de maneras de articular los lenguajes audiovisuales en términos de guión, edición, fotografía, o sonido, si cuando se revisan las listas de las mejores películas de todos los tiempos se percibe que la verdadera innovación se detuvo en los años setenta del siglo xx, entonces ¿por qué exigirle a estos jóvenes que reinventen las maneras de contar una historia o de ponerla en escena? ¿Por qué juzgar sus obras desde los cánones del cine de autor que ha regido en el ICAIC desde su instauración, luego de que tantas veces se postula en foros teóricos del mundo entero la muerte del autor, el fin de la historia, la indetenible atomización y lateralidad posmoderna? La novedad del cine joven cubano, las rupturas con lo ya acostumbrado, si estuvieran en algún lugar, habría que buscarlas en la aparición de ciertos temas casi inéditos en nuestro contexto, en el tratamiento desideologizado de los contenidos tradicionales, en una manera otra de comprender la identidad nacional, las costumbres, las relaciones sociales y las funciones del cine. Tres veces dos, Personal Belongings, Los dioses rotos y Mañana, por solo mencionar cuatro largometrajes casi todos escritos y dirigidos por cineastas jóvenes, aspiran a una comunicación tan polisémica con el espectador –lejos de la obstinación egotista de los autores– que se desmarcan casi por completo de cualquier torremarfilismo o contemplación del ombligo, pues aspiran evidentemente a comunicarle al espectador una historia sobre problemas que lo atañen, e intentan ganar el apoyo de un público masivo a partir, sobre todo, de estrategias genéricas y del diseño de personajes sacudidos por conflictos filiales o amorosos, más allá de la clase social, la participación en la política, la ideología, la historia o la épica nacionales.

A pesar de todas sus incongruencias y conflictos3 el cine joven en Cuba deberá insertarse de manera paulatina y calculada en el ICAIC, en la televisión o en otras productoras. Tal es la única garantía de que el audiovisual cubano alcance la necesaria renovación de sus huestes, posible solo cuando se incorpore y naturalice la agitación creativa apreciable entre creadores provenientes de lo que suele considerarse margen y periferia (el videoclip, los telecentros, las productoras independientes, las escuelas de cine, los autodidactas y aficionados). Mientras esta asimilación despaciosa y prudente tiene lugar, año tras año, ocurre el bautismo, la iniciación audiovisual en las Muestras de Nuevos Realizadores o fuera de ellas. Con el deseable perfeccionamiento de los programas de enseñanza, y de la educación audiovisual, es posible que los debutantes quieran escuchar y aprender el legado de sus antecesores, porque solo así se arriba a los placenteros traumas que implica la madurez de pensamiento. A fuerza de diálogo, rigor intelectual y voluntad de mejoría, también se propicia el necesario ensanchamiento estético, se domina el oficio, se crean cinematografías nacionales y se alimenta, por supuesto, ese fermento sutil que llamamos identidad nacional. En manos de los jóvenes está la tarea, por decirlo en los términos más oficialistas y esquemáticos que imaginarse pueda.

Un aparte con las Muestras

Para caracterizar al audiovisual generado en la Isla, ya sea documental o ficción, durante los primeros años del siglo xxi, casi una década ya, es imprescindible hacer referencia a cuatro eventos: el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano,4 la Muestra de Nuevos Realizadores, el Festival Internacional Santiago Álvarez in Memoriam, y el Festival Internacional de Cine Pobre, en Gibara. De ellos, intentaré acercarme a los corros de la Muestra, pues viene a ser la más certera autopista del ICAIC para acercarse a los nuevos talentos. Fue concebida, principalmente, para estimular el conocimiento y la reflexión alrededor de la obra audiovisual de los jóvenes, pero también ha potenciado, en la práctica, el diálogo entre consagrados y noveles, rindió homenaje a los clásicos e imprescindibles,5 pero su mayor aporte consistió en transformarse en vitrina de la contemporaneidad vista por los jóvenes. En este sentido, destaca la reanimación del documental, bastante estancado en los predios de la producción institucional.

No quiere decir que los documentales remarcados por cada Muestra solucionen, de golpe y porrazo, las dificultades inherentes al género en Cuba,6 pero sí han evidenciado algo así como un retorno del compromiso con las aristas más problemáticas de la realidad nacional. Los títulos documentales que mencionamos en la selección que acompaña a este texto, se dedican a instrumentar con agudeza la intervención social del creador, ya sea con la propuesta de socializar el conocimiento sobre un tema de incumbencia colectiva, o desde el propósito de favorecer la turbulencia y la polémica en torno a ese mismo tema. Seleccioné estos títulos, y no otros, porque en ellos se refuerza la sensación del espectador de estar asistiendo a los hechos mostrados tal como ocurrieron, sin embellecimiento ni artificio de ninguna índole. Y cuando se orientan al espectáculo, eligen la opción de dejarse llevar por la dimensión emotiva del relato, sin renunciar a la profundidad y el rigor en la exposición del punto de vista singular y genuino. Los títulos mencionados emplean la mayor baza de triunfo de un documental: problematizar el entorno, complejizar la existencia, plantar un espejo revelador ante lo que es poco conocido y terminar revelando circunstancias muchas veces dolorosas, discutibles, ásperas, invariablemente situadas más allá de la mera propaganda o de la divulgación concebida para apaciguar la digestión de los conformistas.

Todos los documentales y los cortometrajes de ficción que aparecen citados al final de este trabajo, han sido realizados por gente muy joven, muy pocos de ellos afiliados al ICAIC en el momento en que los realizaron. Algunos eran egresados o estudiantes del ISA o la EICTV, trabajadores del ICRT en sus dependencias nacionales o provinciales, y de ningún modo asevero que se trate de obras perfectas ni magistrales, pero nadie podrá negarles la capacidad para desbordar los límites impuestos tanto por los valores del didactismo y la conformidad, como por la tendencia a la provocación fortuita. Predomina la honestidad, la sincera inquietud y el rigor en el tratamiento del tema, tres elementos suficientes para garantizar que el documental cubano ha comenzado su despegue. A lo largo de casi una década signada por la existencia de la Muestra, se ha venido constatando el reforzamiento del espíritu empírico o indagatorio de los nuevos cineastas, mientras progresa el contragolpe al comercialismo evasivo mediante obras fundadas en el retrato fiel de la vida real, de muy disímiles estaturas estéticas, pues la máxima aspiración viene a ser el descubrimiento de los engranajes funcionales de la realidad cubana, a través de imágenes sólidas, incontestables y vigentes.

La Muestra –es decir el propio ICAIC en plan de reconocer lo que existe fuera de sus nóminas– registró no solo el auge del género documental, sino también el valor de cortos y largometrajes de ficción singulares, frescos, desprejuiciados y, en muy raras ocasiones, vanguardistas. Así, por ejemplo, dos películas de amplia proyección internacional, ambas dirigidas por egresados de la Escuela de San Antonio de los Baños, Viva Cuba y Personal Belongings, vuelven sobre el tema de la emigración7 desde el punto de vista menos político o ideológico y más sentimental, en tanto se relataba la posible separación de un niño y una niña que son amigos (en Viva Cuba), y la ruptura amorosa entre una muchacha que ha decidido permanecer en Cuba y su enamorado, resuelto a emigrar (Personal Belongings). Video de familia había probado, con notable eficacia dramática, a circunscribir la circunstancia de la emigración y el exilio en una trama más firmemente enraizada en el análisis de las tensiones íntimas de la familia cubana que en el diferendo político, histórico y épico entre quienes partieron y los que decidieron permanecer aquí. En una cuerda temática similar, De generación cuestiona, con laudable arresto, algunas de las leyes migratorias cubanas, y lleva al paroxismo el método del documental de entrevistas, para tratar de demostrar su tesis, sin que nadie desafine en el concierto de voces elegidas. Viva Cuba, Personal Belongings, Video de familia y De generación, aparte de sus muy diversos propósitos, géneros, logros y calados, comprueban la hipótesis de que el cine joven dista de ofrecer rupturas formales o de presentar propuestas estéticas innovadoras, transformadoras; pero manifiesta, en cambio, la presencia incuestionable de una mirada otra sobre los grandes temas que atraviesan los mejores filmes del ICAIC, amén de nuevos puntos de vista marcados por una sensibilidad epocal que presupone inherentes la desilusión antiutópica y el individualismo más o menos concupiscente, la recreación en otredades raciales o sexuales y en modos de vida, o de pensamiento, que se desmarcan de las agendas institucionales o eluden los verticales dictados de ciertos estamentos políticos o culturales.

Mientras trataba de concluir este texto, Cremata estrenó El premio flaco y preparaba Chamaco (entre casi una decena de proyectos). Este ha sido un cine de resistencia, en alguna medida contracultural, más de continuidad formal que de ruptura (hay que ser francamente ignorante, o muy mal intencionado, para presentar la producción del ICAIC como un conjunto de convencionalismos informadores de monolíticos cánones que los jóvenes deberían irrespetar o despedazar), muchas veces desenfadado y opuesto al trascendentalismo, con frecuencia aferrado a la gravedad y el pesimismo, pero siempre dispuesto a encender un fósforo en el apagón y poner un susurro en la sordera. Suficiente para inaugurar la luz y rasgar el silencio.

Caracterización de algunas de las obras inprescindibles del cine joven

• Pobreza material, gente olvidada, ruralidad: El fanguito (1990, Jorge Luis Sánchez); Cuatro hermanas (1997, Rigoberto Jiménez); La chivichana (2000, Waldo Ramírez); Caidije… la extensa realidad (2000, Gustavo Pérez) La maldita circunstancia (2002, Eduardo Eimil); De Moler (2004, Alejandro Ramírez); De buzos, leones y tanqueros (2005, Daniel Vera); La cuchufleta (2006, Luis Ángel Guevara); Invierno (2006, Roberto Renán); Las camas solas (2006, Sandra Gómez); PatriaBuscándote Havana (2007, Alina Rodríguez); Bretón es un bebé (2008, Arturo Sotto). (2007, Susana Barriga);

• Niños y jóvenes ante el problema de la emigración: La ola (1995, Enrique Álvarez); Video de familia (2001, Humberto Padrón); Habana abierta (2003, Jorge Perugorría y Arturo Sotto); Na-na (2004, Patricia Ramos); La edad de la peseta (2005, Pavel Giroud); Viva Cuba (2005, Juan Carlos Cremata); De generación (2007, Aram Vidal); Personal Belongings (2007, Alejandro Brugués); Tierra roja (2007, Heidi Hassán); Extravío (2008, Daniellis Hernández); The Illusion (2009, Susana Barriga).

• Presiones ejercidas por la historia (y la cotidianidad) sobre el individuo: Ah, la primavera (1991, Manuel Rodríguez); Amor vertical (1997, Arturo Sotto); Dos hermanos (2002, Tamara Morales); Nada (2003, Juan Carlos Cremata); La maldita circunstancia (2003, Eduardo Eimil); Fuera de ligaCuca y el pollo (2005, Carlos Lechuga); Brainstorm (2008, Eduardo del Llano). (2003-2008, Ian Padrón);

• Homenajes antiacadémicos a protagonistas de la cultura: Dónde está Casal (1990) y Las sombras corrosivas de Fidelio Ponce aún (2000), de Jorge Luis Sánchez; Sara Gómez Homenaje (1990, Ricardo Acosta); Luis Carbonell, después de tanto tiempo (2001, Ian Padrón); No me voy a defender (2001) y Documentos personales (2004), de Ismael Perdomo; Café con leche (2003) y Seres extravagantesMemorias de Lucía (2003, Carlos Barba); El Benny (2006, Jorge Luis Sánchez); Rara avis: el caso Mañach (2009, Rolando Rosabal). (2005), de Manuel Zayas;

• Erotismo, diversidad sexual y políticas de género: Te llamarás Inocencia (1988, Teresa Ordoqui); Molina´s Test (2001, Jorge Molina); Mírame, mi amor (2002, Marilyn Solaya); Luz roja (2003, Esteban Insausti); Habana libre (2005, Eliécer Pérez); Mata que Dios perdona (2006, Ismael Perdomo); El patio de mi casa (2007, Patricia Ramos).

• Desencanto, pesimismo, antiutopía:
Y todavía el sueño (2000, Humberto Padrón); Habaneceres (2003, Luis Leonel León); Utopía (2004), Flash Foward (2005) y Gozar, comer, partir (2007), de Arturo Infante; Zona de silencio (2007, Karel Ducasse); Oda a la piña (2009, Laimir Fano).

• Experimentalismo y baja narratividad: Oscuros rinocerontes enjaulados (1992) y La Época, El Encanto y Fin de Siglo (1999), de Juan Carlos Cremata Malberti; Talco para lo negro (1992, Arturo Sotto); Clase Z Tropical (2000), El tenedor plástico (2001) y Cucarachas rojas (2003), de Miguel Coyula; Freddy o el sueño de Noel (2003, Waldo Ramírez); Las manos y el ángel (2002) y Existen (2006), de Esteban Insausti.

• Jóvenes marginales, aburridos o en el borde: Un pedazo de mí (1989, Jorge Luis Sánchez), MotosEn vena (2002, Terence Piard); Todo por ella (2002, Pavel Giroud); Hay que saltar del lecho (2002, Patricia Pérez); Fractal (2005, Marcos Díaz, Kayra Gómez y Marcel Hechavarría); Stand-by (2006, Carlos Machado); Mañana (2006, Alejandro Moya); Reconstruyendo al héroe (2007, Javier Castro). (2001, Ian Padrón);

• La ancianidad que juzga o recuerda: Todas iban a ser reinas (2006, Gustavo Pérez); Otoño (2001, Patricia Pérez); Rostros de tres siglos (2002, Alejandro Ramírez); Lila (2003, Lester Hamlet); Últimos gaiteros en La Habana (2004, Ernesto Daranas y Natasha Vázquez); Model Town (2007, Laimir Fano).

• Violencia doméstica y social: La bestia (2007, Hilda Vega), El grito (2007, Milena Almira); A la hora de la sopa (2008, Gretel Medina); Tacones cercanos (2009, Jessica Rodríguez).

1 No debiéramos perder de vista que durante sus primeros veinte años, el ICAIC se pertrechó de talento joven: alrededor de treinta años tenían Julio García-Espinosa, Tomás Gutiérrez Alea, Manuel Octavio Gómez, Humberto Solás y Sara Gómez, cuando realizaron largometrajes de ficción inscritos en la historia del cine nacional.

2 La primera de las Muestras tuvo lugar entre el 31 de octubre y el 3 de noviembre de 2001 y la más reciente, octava edición, del 24 de febrero al 1ro. de marzo de 2009. En la primera, los realizadores más destacados mostraban poéticas tan dispares como las que cultivaron Miguel Coyula (Clase Z Tropical), Gustavo Pérez (Caidije... La extensa realidad), Juan Carlos Cremata (La época, El encanto y Fin de siglo), Esteban Insausti (Más de lo mismo), Leandro Martínez (¿Me extrañaste mi amor?),(Motos), Pavel Giroud (Todo por ella) y Aarón Vega (Se parece a la felicidad). Ian Padrón

3 Nadie puede garantizar que la existencia de las escuelas de cine, el estímulo a los debutantes y la democratización de las nuevas tecnologías, sean suficientes para garantizar la insurgencia de nuevos talentos, pero por lo menos son tres puertas por donde puede entrar el necesario relevo. Entre otras razones, existe una corriente considerable de emigración al extranjero (sobre todo a España u otros países de Iberoamérica y Europa) entre los ya numerosos egresados. La fuga de talentos y la incapacidad productiva de las instituciones para insertar profesionalmente a esos jóvenes, ha derivado en el lamentable desaprovechamiento de toda esta cantera.

4 El incontestable arribo de una nueva generación de creadores a las filas del ICAIC, fue confirmado nuevamente en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, cuando ocurrió una suerte de festín para este cine joven, todavía irreconocible por algunos. En la edición de 2006, el premio a la Mejor Ópera Prima fue para El Benny, de Jorge Luis Sánchez, quien por su dedicada contribución al cine joven cubano ha sido en varias ocasiones presidente de la Muestra; La edad de la peseta, que representaba el debut en el largometraje de ficción no solo del director Pavel Giroud sino también del guionista Arturo Infante y del fotógrafo Luis Najmías, fue elegida la película con mejor fotografía y dirección de arte; se alzó triunfador Arturo Infante con el premio al mejor cortometraje por Gozar, comer, partir (Infante había ganado celebridad instantánea luego de la presentación de Utopía, en la tercera Muestra); mientras que el premio al mejor filme experimental fue para Existen, de Esteban Insausti, otro de los directores jóvenes fuertemente vinculados a las Muestras mediante sus cortometrajes Más de lo mismo, Las manos y el ángel y «Luz roja» (último cuento de Tres veces dos).

5 Entre los homenajeados por las Muestras están Nicolás Guillén Landrián, Sara Gómez, Jorge Herrera, Miguel Benavides, Julio García-Espinosa, Manuel Octavio Gómez, Tomás Gutiérrez Alea, Constante «Rapi» Diego, Oscar Valdés y Santiago Álvarez.

6 Entre los principales problemas del documental institucional en Cuba pueden apuntarse el exceso de apología y exégesis, la confusión de los realizadores respecto al reportaje televisivo de ocasión, la violación del punto de vista y de los principios dramatúrgicos elementales, exceso de didactismo y de convenciones, y el uso pedestre y poco creativo del archivo o de la entrevista.

7 Desde mucho antes, el cine cubano había incursionado en esta temática, sobre todo luego de 55 hermanos y Lejanía, de Jesús Díaz, así como Mujer transparente, Miel para Oshún y la propia Video de familia.

 

Por André Breton, Leon Trotsky y Diego Rivera

Puede afirmarse sin exageración, que nunca como hoy nuestra civilización ha estado amenazada por tantos peligros. Los vándalos, usando sus medios bárbaros, es decir, extremadamente precarios, destruyeron la antigua civilización en un sector de Europa. En la actualidad, toda la civilización mundial, en la unidad de su destino histórico, es la que se tambalea bajo la amenaza de fuerzas reaccionarias armadas con toda la técnica moderna. No aludimos tan sólo a la guerra que se avecina. Ya hoy, en tiempos de paz, la situación de la ciencia y el arte se ha vuelto intolerable.

Leer más…Manifiesto por un arte revolucionario independiente

 

Por Gabriel Galeano

No dejó de llamarme la atención, que el ciclo de conferencias de la VI Bienal de Artes Visuales del Istmo Centroamericano –BAVIC- haya girado en torno al arte en su dimensión ética, no se cual era la intención, no me queda claro si las conferencias se realizaron con el objetivo de polemizar con la obra de Guillermo Vargas -Habacuc- “Eres lo que lees”, o con el propósito de dilucidar la relación de la ética con el arte, por lo menos en el primer ciclo de conferencias las discusiones giraron alrededor de lo primero. Sin embargo, no deja de inquietarme las diversas problemáticas que se plantean a partir de establecer una relación entre ética y arte.

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