Historia

Lenin y Trotsky, durante la revolucion bolchevique de 1917

Por Alberto Alonso

Estamos a 96 años de la grandiosa revolución socialista rusa, acontecimiento sin el cual no se puede explicar la posterior evolución del siglo XX, y que también inauguró la época de las revoluciones socialistas, caracterizada por la decadencia definitiva del capitalismo como sistema económico y social.

Las revoluciones de 1905 y de febrero de 1917

El movimiento revolucionario que se dio entre enero y noviembre de 1905 fue un ensayo general de lo que acontecería en 1917. El acontecimiento más importante fue el surgimiento de los soviets o consejos obreros como organismos de un nuevo poder alternativo al de la nobleza y la burguesía. Su estructura se constituía de abajo hacia arriba, iniciando con comités de representantes elegidos por una colectividad (obreros de una fábrica, soldados de un regimiento, etc.) que se reunían y tomaban decisiones. Estos soviets se reunían en un Soviet Central que elegía un Comité Ejecutivo.

La participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial agudizó las condiciones conflictivas que conducirían al derrocamiento del régimen zarista en febrero de 1917. El zarismo entró en la guerra careciendo de armamento moderno, de medios de transporte, de eficaces cuadros de mando, de tácticas adecuadas, de una red logística, etc. Lo único que poseía era millones de hombres, campesinos en su mayoría, que fueron lanzados al frente careciendo de armas y víveres. Rusia no era más que un títere de los aliados occidentales en la guerra imperialista. Por ello los soldados carecían de una motivación por la cual luchar. Esto, y la carencia de todo lo esencial hizo que el ejército ruso no tardara en desplomarse y desmoralizarse, rompiendo la disciplina y con miles de deserciones.

La guerra desorganizó la economía y agudizó el hambre. Quienes se bañaban en dinero vendiendo suministros al ejército eran la burguesía y la nobleza. Las huelgas no tardaron en generalizarse. El 23 de febrero (8 de marzo en el calendario gregoriano occidental) de 1917 estalló una masiva huelga de obreras textiles, surgida desde las propias bases. Durante los siguientes cinco días el movimiento huelguístico fue creciendo en intensidad, sumando fábrica tras fábrica, regimiento tras regimiento y ocupando las calles en desafío a la represión zarista. La escuadra del Báltico se sublevó y los marinos fusilaron a los oficiales. Se declaró la huelga general y surgieron de nuevo los soviets, con los partidos menchevique, socialrevolucionario y bolchevique, que habían sido tomados por sorpresa por los acontecimientos, a la cabeza. La burguesía, los generales y la nobleza aconsejaron al zar la abdicación.

El verdadero poder quedó en manos del Soviet de Petrogrado, único organismo al que reconocían y obedecían los obreros y soldados. Pero los dirigentes del Soviet eran en su mayoría mencheviques y socialrevolucionarios, cuya idea era que aún no había llegado el momento de la revolución obrera y socialista, sino que la dirección la debía tomar la burguesía bajo un régimen democrático parlamentario, que debía desarrollar el capitalismo y en un futuro lejano se vería qué pasaba con la revolución proletaria. Por esta razón el Soviet entregó el poder en manos de la Duma (especie de parlamento), cuyos miembros pertenecientes a los partidos liberales burgueses, asustados por la movilización obrera y totalmente confundidos, no tuvieron más remedio que recibir la brasa que les caía inesperadamente del cielo.

El gobierno provisional

De la Duma surgió el gobierno provisional, compuesto mayoritariamente por liberales (del partido Cadete) y algunos socialrevolucionarios de derecha (entre otros Kerensky). Los soviets habían tomado sus propias medidas democráticas liberando presos políticos, organizando el abastecimiento de alimentos, legalizando sindicatos y partidos, sin esperar decretos del gobierno. Éste, por su parte, se limitaba a ratificar la política de las masas encuadradas en los Soviets. Los dirigentes bolcheviques dentro de Rusia (Kamanev y Stalin) dieron su apoyo a este gobierno provisional, rechazando la posibilidad de exigir un gobierno de la clase obrera.

La política del gobierno provisional de respetar los compromisos tomados por el zarismo con los aliados, continuando la participación de Rusia en la guerra, hizo que fuera bien visto por las potencias imperialistas. Pero ello provocó manifestaciones y disturbios populares que llevaron al gobierno a una crisis; se dio una recomposición y se constituyó un gobierno de coalición entre cadetes, socialrevolucionarios y mencheviques, donde los dos últimos tenían amplia mayoría. Alejandro Kerensky fue elegido ministro de guerra.

Lenin regresa del exilio

Lenin, indiscutible líder de los bolcheviques, se encontraba en el extranjero, y al percatarse de la situación inició una intensa batalla al interior del partido para cambiar la política. El 3 de abril regresó a Rusia con otros dirigentes atravesando el territorio alemán en un tren especial. Publicó su punto de vista en diversos artículos, afirmando que era imposible parar la guerra sin vencer antes al capitalismo, por lo que hay que pasar “de la primera etapa de la revolución, que entregó el poder a la burguesía, a su segunda etapa, que ha de poner el poder en manos del proletariado”. Los bolcheviques se ganarán a las masas “explicando pacientemente” su política “no queremos que las masas nos crean sin más garantía que nuestra palabra. No somos charlatanes, queremos que sea la experiencia la que consiga que las masas salgan de su error”. La misión de los bolcheviques es estimular la iniciativa de las masas. De estas iniciativas habrá de surgir la experiencia que dará a los Bolcheviques la mayoría en los soviets, entonces habrá llegado el momento en que los soviets podrán tomar el poder y establecer el socialismo.

Los planteamientos de Lenin provocaron un terremoto político dentro del Partido Bolchevique. En la conferencia del partido del 24 de abril prevalecieron las tesis de Lenin, aunque cuatro de los miembros de la dirección eran contrarios a ellas. Lenin dirigió su mirada al grupo de Trotsky (Mezhrayontsy), quien había llegado a Petrogrado en mayo y ya formaba parte del Soviet. En este momento ambos coincidieron en cuanto al carácter de la futura revolución y el tipo de partido que la dirigiría. Trotsky fue invitado a entrar en la dirección bolchevique y se realizó un congreso de fusión de las dos organizaciones, que sumaban 170,000 militantes.

La crisis de julio

En julio, bajo presión de los aliados, el gobierno llevó a cabo una ofensiva militar que terminó en un fracaso. Los cadetes aprovecharon para dimitir del gobierno, asumiendo Kerensky como primer ministro. El nuevo gobierno quedó compuesto por socialrevolucionarios y mencheviques. Al intentar el gobierno trasladar los destacamentos de Petrogrado al frente, los soldados y los obreros se sublevaron de inmediato, tomando las calles y exigiendo la destitución del gobierno, todo el poder a los Soviets, la nacionalización de la tierra y la industria, el fin de la guerra, etc.

Los bolcheviques, sabiendo que aún no era el momento de la insurrección, pues faltaba el apoyo incondicional del campo, trataron de contener la movilización. Pero viendo que era imposible frenar el ímpetu de las masas, se pusieron al frente del movimiento. Después de tres semanas y media de agitación la situación volvió a la normalidad, pero el gobierno vio la oportunidad de deshacerse de los bolcheviques, acusándolos de ser espías de los alemanes. Se inició una ola de represión que cerró la prensa bolchevique, Trotsky y Kamanev fueron apresados y otros líderes, incluyendo a Lenin tuvieron que pasar a la clandestinidad.

El revés fue temporal, y las acusaciones se desvanecieron rápidamente. Inició una oleada de ocupación de fincas. Los cadetes volvieron al gobierno exigiendo medidas drásticas que impusieran el orden. Luego del fracaso de una Conferencia Nacional convocada para conseguir “un armisticio entre el capital y el trabajo”, la burguesía, la nobleza, el Estado Mayor y los aliados organizaron un golpe de estado, a cargo del general Kornilov. Éste se dirigió a Petrogrado con tropas cosacas leales, y el gobierno entró en crisis; cadetes y mencheviques dejaron solo a Kerensky, quien trató de negociar con Kornilov.

En este momento los bolcheviques salieron de la clandestinidad y organizaron la defensa de Petrogrado. Los líderes detenidos fueron liberados. Trotsky volvió a la presidencia del Soviet y se formó el Comité Militar Revolucionario, un órgano del Soviet que juntaba las tropas regulares con la recién creada Guardia Roja, que estaba compuesta por grupos de obreros armados. Los obreros organizados y armados lograron detener a Kornilov antes de llegar a la capital. El 3 de septiembre Kornilov se entregó al gobierno. Los bolcheviques salieron fortalecidos de esta victoria.

El 13 de septiembre Lenin envió dos cartas al Comité Central del Partido Bolchevique planteando que las condiciones para la toma del poder ya habían madurado, puesto que los bolcheviques tenían una mayoría cómoda en los soviets. Aún así, la mayoría del CC, con Kamanev y Zinoviev al frente se oponía a la insurrección, y Trotsky la condicionó a esperar el Congreso de los Soviets que se reuniría a finales de octubre. Lenin, disfrazado y afeitado, llegó el 10 de octubre a Petrogrado y logró convencer al CC, 10 votos contra dos, de la necesidad de la insurrección, cuyos preparativos iniciaron de inmediato.

La insurrección de octubre

La crisis y la paralización del gobierno era tal que la insurrección no se preparó en secreto. Todo el mundo sabía que se preparaba el derrocamiento de Kerensky. El Comité Militar Revolucionario organizó todos los detalles. Entre sus fuerzas contaba con la Guardia Roja, los marinos y la flota del Báltico, la guarnición de la ciudad y los obreros, unos 10,000 hombres. Como el 25 de octubre se reunía el Congreso de los Soviets, la insurrección se fijó para la noche del 24. Esa noche se detuvo a toda la oficialidad que no reconociera la autoridad del Comité Militar Revolucionario, se ocuparon las imprentas, los puentes, los edificios oficiales, se establecieron controles en las principales avenidas, se tomó el control del teléfono y el telégrafo. Petrogrado quedó en manos de los soldados y obreros revolucionarios al mando del Soviet. Todo ocurrió en 13 horas. A las 10 de la mañana del 25 todo había concluido.

El último reducto del gobierno fue el Palacio de Invierno, que se rindió en la madrugada del 26 de octubre. El gobierno provisional fue detenido y Kerensky huyó. Entre el 28 de octubre y el 2 de noviembre se ocupó Moscú. En dos o tres semanas la insurrección se extendió a prácticamente toda la Rusia europea.

El 25 de octubre el Congreso de los Soviets eligió un gobierno revolucionario compuesto mayoritariamente de bolcheviques y socialrevolucionarios de izquierda. Lenin fue elegido presidente. Se decretó la paz, cesando toda actividad ofensiva en todos los frentes y proponiendo la inmediata negociación del alto al fuego. Trotsky, nuevo ministro de asuntos exteriores, fue el encargado de las negociaciones con Alemania, firmándose la paz el 3 de marzo de 1918. Se decretó la confiscación de los latifundios y la entrega de las tierras a los Soviets de campesinos, el control obrero de la industria y la nacionalización de la banca. Se reconocieron los derechos de las nacionalidades, incluyendo el derecho a la autodeterminación y la libertad para separarse.

La estrategia y táctica bolchevique que condujeron a la toma del poder en octubre de 1917 constituyen una obra maestra de la política revolucionaria, de la cual todos los marxistas revolucionarios tenemos lecciones valiosísimas que aprender.