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Los socialistas centroamericanos ante la guerra civil en Libia

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La crisis del sistema capitalista ha tenido repercusiones directas en el norte de África, provocando esta oleada de revoluciones democráticas que conmueven al mundo. Durante mucho tiempo las dictaduras y regímenes totalitarios árabes, aprovechando los altos precios del petróleo, repartieron migajas entre las masas pobres, adormeciéndolas con un discurso nacionalista, a pesar que las transnacionales del petróleo saqueaban sus países, logrando cierta estabilidad política.

Ese statu quo ha llegado a su fin. Primero fue Túnez, después Egipto y ahora le toca el turno a Libia, un país que por décadas fue presentado como un ejemplo de “tercera vía”. La “revolución verde! de Kadafi ha cerrado su ciclo, pero de manera sangrienta. En 1969 el coronel Kadafi encabezó un golpe de Estado que instauró un gobierno que nacionalizó el petróleo, el principal recurso natural de Libia. Pero la revolución nacionalista terminó instaurando un régimen de partido único, de naturaleza totalitaria.

En el plano internacional, en el transcurso del tiempo, Libia se convirtió, con altibajos, en el principal aliado y abastecedor de petróleo del imperialismo europeo. En el pasado Kadafi mantuvo fuertes roces con el imperialismo norteamericano, especialmente bajo la administración de Ronald Reagan. Durante 15 años Libia estuvo sancionada por la ONU, después del atentado terrorista contra el vuelo de la compañía norteamericana Pan American, en la localidad inglesa de Lockerbie.

Sin embargo, después de los ataques del 11 de Septiembre del 2001 y de la invasión a Irak en 2003, Kadafi renunció a su programa nuclear, pagó una indemnización multimillonaria a las familiares de las víctimas de Lockerbie, y en términos generales normalizó sus relaciones con el imperialismo norteamericano. Parecía que Kadafi y su familia morirían en el poder.

Pero la oleada revolucionaria que sacude al norte de Arica ha estremecido los cimientos de la dictadura de Kadafi. Ahora, el igual que ocurrió en Egipto, el imperialismo europeo y norteamericano lloran lágrimas de cocodrilo, denuncian hipócritamente las masacres, anuncian sanciones simbólicas desde la ONU, que no son efectivas, esperando el desarrollo de los acontecimientos.

Las informaciones provenientes de Libia son muy fragmentadas y a veces contradictorias. Al parecer, el ejército se ha dividido después de la sangrienta represión contra las ciudades sublevadas contra Kadafi. A diferencia de Túnez y Egipto, donde las movilizaciones de masas eran el factor predominante, en Libia pasamos rápidamente a una situación de insurrección popular y de guerra civil. Y cuando esto ocurre, sabiendo que el sector del ejército que apoya a Kadafi puede tener cierta ventaja militar, los socialistas centroamericanos tenemos que tomar partido, no podemos permanecer neutrales ante un acontecimiento tan decisivo. La izquierda y los trabajadores de Centroamérica y del mundo tenemos el deber de apoyar militarmente al bando de la insurrección popular que lucha, contra el régimen totalitario personificado en Kadafi.

Existen defensores del régimen de Kadafi, como Fidel Castro y Daniel Ortega que argumentan que estamos ante una vil conspiración del imperialismo norteamericano y europeo contra Libia. Efectivamente, no podemos descartar que la generalización y radicalización de la guerra civil obliguen al imperialismo norteamericano y europeo a intervenir militarmente, como lo hicieron durante la guerra civil libanesa en 1982.

No obstante, los revolucionarios definimos nuestra política, no en base a los temores del futuro,  sino sobre los hechos realmente existentes, y lo que está ocurriendo hoy en Libia es una insurrección popular que necesita triunfar derrotando militarmente al ejército de Kadafi, para garantizar el triunfo de la revolución democrática. Si la intervención imperialista llegara a producirse, algo que no se puede descartar, no vacilaremos en llamar a la unidad de la nación Libia contra las tropas extranjeras, pero esta situación no se está dando por el momento. Más bien existe una complacencia con el sangriento régimen de Kadaki y una negativa del Estados Unidos y la Unión Europea a reconocer a los rebeldes como una fuerza beligerante.

Nuestro consejo, desde la distancia, es el mismo que en Túnez y Egipto: luchar por el derrocamiento de la dictadura de Kadaki, por el triunfo de la revolución democrática, por reconquistar la independencia política de la nación Libia, por un gobierno de los trabajadores libios que convoque a una Asamblea Nacional Constituyente, y por el desarrollo la lucha antiimperialista y anticapitalista en el norte de África.