Por Olmedo Beluche
 
Un mes de duro asedio militar por parte de las fuerzas de la OTAN, desde el aire, y de los llamados “rebeldes” del CNT, por tierra, y pese a la tremenda mortandad, la ciudad de Sirte se niega a caer. ¿Por qué? ¿Cómo explicar tan tenaz resistencia? Como ya se sabe: “la guerra es la prolongación de la política por otros medios”. Así que, respecto a Sirte, y otras localidades que aún no caen en manos del CNT, nos deben una explicación racional, política y sociológica, quienes han defendido la tesis de que en Libia estamos ante una revolución popular democrática, en la que la agresión de la OTAN es un hecho marginal. ¿Estamos ante un arraigado masoquismo de un pueblo que adora la dictadura de Kadafi?
 
Hay algo que no funciona en los argumentos de quienes, desde el marxismo revolucionario, celebraron como si fuera una revolución la caída de Trípoli en manos del CNT. Por más que uno escudriñaba en los noticieros de la CNN y Al Jazira buscando las masas insurrectas en las calles de la capital Libia, no se encontraba nada o casi nada. Algunas imágenes de unos cuantos autos pasando por encima de una foto de Kadafi, debidamente escoltados por los “rebeldes” armados. Mucha destrucción de edificios públicos pero de las masas, nada. O lo que se llama revolución, ya no tiene el mismo significado que tuvo en los siglo XIX y XX, o están un poco equivocados los que han optado por el simplismo para interpretar la guerra de Libia.
 
Más gente hubo en enero de 1990 en Panamá, cuando en medio de la invasión y ocupación yanqui, el general Noriega se asiló en la Nunciatura y, para amedrentarlo obligándolo a entregarse, las tropas yanquis y sus colaboradores convocaron una multitud de gente (entre 10 y 20 mil personas) en las afueras de la embajada del Vaticano, amenazándolo con dejar que la masa entrara y lo linchara. Entre la gente afuera, la tortura sicológica del “army”, la traición de su lugarteniente y el trabajo interno del nuncio, que le quitó la única pistola que cargaba para que no se suicidara (acto no permitido por la moral católica), Manuel Antonio se quebró y se entregó. Nadie en la izquierda panameña llamó a eso “liberación” o “revolución”, sino invasión y agresión imperialista.
 
El cuento de Noriega viene a colación porque los regímenes corruptos y dictatoriales, ante un proceso verdaderamente revolucionario o ante una agresión militar imparable, suelen derrumbarse moralmente como pasó en Panamá en 1989 con las Fuerzas de Defensa, salvo honrosas excepciones. Lo contrario de la resistencia hasta el martirio o sacrificio supremo, que es lo que está pasando en Sirte. Evidentemente en Libia, los sectores más corruptos del régimen hace tiempo se pasaron al bando del CNT y gozan ahora del apoyo conveniente de la OTAN y los “demócratas” europeos. Pero la resistencia en Sirte es otra cosa, se parece a lo de Faluya en Irak, donde se peleó casa por casa hasta el último combatiente.
 
En vez de la explicación simplista, que pretende que lo sucedido en Libia es igual que lo de Egipto y Túnez, más bien parece que estamos ante un hecho complejo, convenientemente manipulado por los medios de comunicación al servicio del gran capital. Pudiendo haber en sus inicios legítimas protestas democráticas de algunos sectores sociales en Libia, contagiados por los acontecimientos en los países vecinos, reprimidas por el régimen de Kadafi, aunque hay dudas (también legítimas) sobre la magnitud de la represión, que algunos aducen que fue exagerada para justificar la intromisión de la OTAN y la resolución de la ONU, se pasó rápidamente a un proceso militar de intervención imperialista contra una nación oprimida. Para hacer más compleja la situación, la intervención de la OTAN se apoyó en divisiones tribales y nacionales históricas entre la región de la Cirenaica y la de Tripolitania. 
 
Aunque en la región oriental de Cirenaica la insurrección tuviera carácter de masas, al principio,  lo cierto es que el inicio de los bombardeos de la OTAN fortaleció al régimen de Kadafi y le restó respaldo (o al menos entusiasmo) a la insurrección, estando a punto de derrotar a los rebeldes. El CNT sólo pudo cambiar la correlación de fuerzas después de meses de bombardeos sistemáticos de la OTAN que pulverizaron al ejército libio y su artillería. Es evidente que, guste o no, la derrota militar de Kadafi no ha sido fruto de una revolución popular, sino de una intervención militar extranjera.
 
La resistencia en Sirte no se parece en nada a los estertores de un ejército represor acorralado por su pueblo, sino, por el contrario, a la resistencia heroica de un pueblo contra una agresión extranjera. Y como tal debiera ser apoyada y rodeada de la solidaridad internacional. Pero la crisis política, ideológica y moral que arrastra la izquierda, incluido el trotskismo, desde hace 20 años, ha llegado a tal punto de degeneración que se han perdido referencias elementales, como el principio defendido a sangre y fuego en el siglo XX de la autodeterminación de los pueblos y la lucha contra el imperialismo. Principios que se defendieron ante las agresiones imperialistas a Panamá, Irak y Afganistán, pero ahora se han transformado en complicidad no tan silenciosa en la agresión de la OTAN contra Libia.
 
Así como en Panamá siempre sostuvimos, desde el PST, que si había algo que cobrarle al general Noriega, era un asunto que sólo competía al pueblo panameño, y a nadie más, y menos que menos al imperialismo yanqui; en el mismo sentido, el eje de una política revolucionaria sobre Libia tenía que combatir la agresión militar de la OTAN en primero, segundo y tercer términos, para que soberanamente el pueblo libio ajustara cuentas con Kadafi, si esa era la situación. Pero un sector de la izquierda mundial ha justificado la agresión imperialista basándose en argumentos falazmente instrumentalizados (como muestran los crímenes cometidos por los “rebeldes” en Trípoli), y otro sector dizque apoyando una “revolución democrática” denuncia a la OTAN de manera tangencial, como si fuera un hecho menor.
 
El precedente es funesto y seguramente será utilizado en las guerras del futuro. ¿Qué pasaría si apoyándose en una insurrección de sectores de la derecha del Estado Zulia, en Venezuela, Estados Unidos decide decretar una “zona de exclusión aérea” y lanzar ataques aéreos sistemáticos? ¿Qué pasaría si apoyados por una supuesta “insurrección” de la derecha boliviana apoyada en santa Cruz contra el presidente  Evo Morales? ¿Podría pasar lo mismo en Ecuador apoyándose la derecha y el imperialismo en las rivalidades históricas entre Guayaquil y Quito? ¿Política ficción? ¿De qué lado combatiría la izquierda que hoy le capitula al imperialismo en Libia? ¿Sobre qué principios construiremos la política de la izquierda en el siglo XXI?
 
 No faltará un avezado escolástico que abra la Biblia y recite el salmo donde Nahuel Moreno repudió la “teoría de los campos”, para decir que no estaríamos del lado de ninguno de los dos bandos porque ambos son “burgueses”. Pero la “teoría de los campos”, uno supuestamente progresista y el otro reaccionario, fue rechazada por Moreno porque conducía a la izquierda a capitularle al reformismo socialdemócrata, que siempre se presenta como dirigente del “campo progresista”, siendo en realidad un agente del régimen burgués. En política es correcto, como sugería Moreno, defender la independencia del partido revolucionario frente a los supuestos “progresistas”.   Pero otra cosa es la guerra, porque en ella siempre hay dos bandos militares y no hay espacio para sutilezas políticas, a favor o en contra de quién. No se puede estar en el medio.
 
Nos parece que, para no repetir errores garrafales, como el acontecido en Libia, la izquierda mundial debe retomar como un elemento esencial de su política el combate al imperialismo y la defensa del principio de la autodeterminación de los pueblos. Lo cual no implica, como pretenden los simplistas, el apoyo a las violaciones de los derechos humanos cometidas por regímenes nacionalistas burgueses (cosa que nuca se hizo con Noriega, ni Hussein, etc.). Pero lo que sí implica es no permitir que el imperialismo norteamericano y europeo utilicen el disfraz de los derechos humanos y la democracia para justificar sus agresiones militares y el saqueo económico de los países oprimidos.
 
Panamá, 6 de octubre de 2011.