Por Maximiliano Cavalera
Como hemos sostenido en varias ocasiones, Centroamérica es una nación que fue balcanizada por sus propias burguesías, incapaces de crear un Estado que articulase a toda una nación. No es fortuito que los procesos políticos que se desarrollan en un país se expandan con rapidez a otro.
Por esta razón, el triunfo de la revolución que lideró el sandinismo en julio de 1979 fortaleció en gran medida la revolución que se venía gestando en el Salvador. Este país se encontraba en una guerra civil entre la guerrilla, los grupos obreros, campesinos contra los grupos paramilitares liderados por el General Carlos Humberto Romero. Ante la inminente revolución y la preocupación del imperialismo, un sector del ejército dio un golpe de Estado preventivo para impedir que las masas tomaran el poder en sus manos.
Entre el fascismo y la revolución
El golpe de Estado de octubre de 1979 en el Salvador cortó con un dominio político de 17 años del Partido de Conciliación Nacional (PCN) y su último presidente fue el general Romero, que llegó al poder en 1977. En este período, y producto de la oleada revolucionaria que arrastraba a Centroamérica, se fueron gestando grandes movilizaciones de las masas obreras y campesinas que ocupando las calles, se enfrentaban en combates contra el ejército salvadoreño. Las organizaciones guerrilleras avanzaban en el campo y la ciudad cada vez con mayor fortaleza, al grado tal, que estaban derrotando a Organización Democrática Nacionalista (ORDEN) que era una organización paramilitar creada en la década de los sesentas con el objetivo de liquidar a las organizaciones de izquierda.
Esta disyuntiva y la radicalización de las masas trabajadoras se podía sintetizar en: “Como componente de esta situación revolucionaria, el curso ascendente del movimiento obrero ha llevado a los sindicatos a jugar, en cierta medida, un papel de organismos embrionarios de poder, inclusive antes de la caída de Romero. Las huelgas se caracterizan por los métodos más radicales: la toma de instalaciones, de rehenes y de la autodefensa armada. La lucha tiene un peso eminentemente obrero, en un país con relativo desarrollo capitalista y urbano. Hoy las formas organizativas se han empezado a extender hasta la creación de los comités populares.” (Declaración del Comité Paritario por la Reorganización (reconstrucción) de la Cuarta Internacional Febrero de 1980)
El golpe preventivo
La dinámica de las masas preocupaba terriblemente a la burguesía salvadoreña y al mismo imperialismo, a tal grado que el tema de la violación de los derechos humanos sería discutido en una asamblea general de la OEA. Es así que un sector del ejército tomó el control del Estado el 15 de Octubre de 1979: “Las guarniciones militares de San Miguel, Sonsonate, San Vicente y otras del interior del país se rebelaron contra el régimen que había sometido el país (4,5 millones de habitantes y 21.000 kilómetros cuadrados) a una situación represiva que amenazaba con desembocar en una guerra civil. La situación de violencia e intentos de insurrección de la izquierda revolucionaria recordaban mucho a la de Nicaragua antes del asalto final de los sandinistas al poder.” (El País 16/10/1979)
Como podemos ver el imperialismo, la burguesía y el ejército habían tomado una experiencia valiosa para sus intereses. Es decir, la experiencia del derrocamiento de los Somoza, en el que el último gobernante de esa dictadura se resistió a abandonar el poder, aún presionado por el imperialismo, hasta que la insurrección se hizo inevitable.
Este era el verdadero motivo del golpe de Estado, y no la supuesta lucha contra la corrupción, la represión y la desigualdad social. Objetivamente la burguesía se dio cuenta de que si la dinámica de las masas seguía confrontándose con el gobierno del general Romero, la revolución era inevitable.
La Junta Militar
Según algunos medios de comunicación el golpe de Estado se dio en medio de una profunda calma: “Una emisora salvadoreña señaló que un total de catorce guarniciones participaron en el golpe. La fuente subrayó que los oficiales rebeldes capturaron a jefes y subjefes de las guarniciones por la mañana. Acto seguido establecieron retenes en las salidas de las ciudades e impidieron el servicio de transporte público. La emisora puntualizó, finalmente, que las actividades comerciales y bancarias se desarrollaron normalmente durante el día, pese a los intensos rumores sobre el golpe de Estado.” (El País 25/10/1979). Inmediatamente después del golpe Estado la junta militar fue integrada por el coronel Adolfo Arnaldo Majano que estudió en centros militares de Estados Unidos, el coronel Jaime Abdul Gutiérrez y algunos civiles como Román Mayorga Quiroz, José Simeón Cañas (quien era de los jesuitas), Mario Antonio Andino Gómez, representante de la burguesía y Guillermo Manuel Ungo, del Movimiento Nacional Revolucionario (MNR).
La junta disolvió el congreso de diputados y la Corte Suprema de Justicia estableciendo el Estado de Sitio. Para frenar el asenso de las masas intentaron tener una política hacia los problemas más sentidos por las masas trabajadoras y campesinas; se intentó dar la percepción de que era una junta cívico militar que resolvería los problemas de tierra, desigualdad social, promulgar una amnistía general para liberar a los presos políticos, otorgar libertad de organizaciones tanto gremiales como políticas, la nacionalización de la banca, el control inflacionario y otros. Además, se planteó como objetivo: “Entre las nuevas medidas destaca además la desarticulación del grupo parapolicial de extrema derecha ORDEN, al que se vinculaba al presidente derrocado y que protagonizó episodios de represión contra las fuerzas de oposición salvadoreña dentro y fuera del país.” (El País 17/10/1979)
En relación al movimiento de masas, la mayoría de las organizaciones le claudicaron al golpe militar. El que en aquel entonces se denominaba el Foro Popular que era un espacio donde se encontraban organizaciones que estaban en pie de lucha. Entre ellas la Federación Nacional de Trabajadores Salvadoreños (FENASTRAS), la central más importante de El Salvador por aquel entonces, el Partido Demócrata Cristiano, el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR), las Ligas Populares 28 de Febrero (LP-28) y hay que hacer una mención especial al Partido Comunista Salvadoreño (PCS), que apoyó el golpe de estado a través de su brazo político llamado Unión Democrática Nacionalista (UDN). Este papel del PC demostraría una vez más, ser nefasto para los movimientos revolucionarios, sobre todo cuando las masas, a pesar de ser engañadas por su dirigencia, instintivamente se ponen a la cabeza de la lucha de clases: “Esta aguda polarización condujo a la crisis total de la junta cívico-militar, reflejada en disolución de su gabinete a principios de este año.
A pesar del apoyo del Partido Comunista Salvadoreño al golpe de estado, la burguesía no logró establecer un gobierno aunque fuese poco estable. El intento por contener la movilización de las masas con la participación de la Democracia Cristiana, del MNR y del PC en la Junta, fue un fracaso, frente a la radicalización del movimiento de masas y a la extremada polarización entre las clases. El PC, así como el MNR, optó por retirarse del gobierno. Hoy la junta cívico-militar solo cuenta con la DC sometida inclusive a importantes contradicciones internas.” (Ídem). En esos momentos una política consecuente debía pasar por la movilización permanente de los trabajadores y campesinos para preparar la caída de la junta militar: “La tarea inmediata y urgente de la clase obrera y las masas salvadoreñas es preparar las condiciones para que las luchas confluyan hacia una gran huelga general insurreccional que voltee a la Junta Cívico Militar.” (Ídem.)
Continuaron las movilizaciones
El descontento popular continuó, las masas, a pesar de las promesas de la Junta Militar continuaron movilizándose, a pesar del papel entreguista de la dirigencia del PC salvadoreño. A tal grado, que se estableció una Coordinadora Nacional que fue constituida por las organizaciones más importantes que estaban dando la lucha en las calles (BPR, FAPU, UDN, LP-28). Las constantes movilizaciones, los ataques a guarniciones del ejército y la presión de las masas llevaron al colapso de la primera Junta Militar, la cual se cimentaba en el poder más por la pasividad del PC y otras organizaciones populares que confiaban en la Junta, y creían que los problemas sociales se pueden resolver en el marco de la colaboración entre las clases sociales que son antagónicas. En cierto sentido, podemos decir, que las condiciones estaban maduras para la revolución en el Salvador, pero la falta de dirección dejó vivir a una Junta Militar que estaba dividida y tambaleante.
El 22 de enero se realizó una marcha en la que participaron alrededor de 200 mil personas; esta marcha fue reprimida fuertemente por la segunda Junta Militar. En adelante la Junta Militar logrará sobrevivir hasta 1982, año en que se realizan elecciones y la tercera Junta Militar es sustituida por un gobierno “civil”. Así fue como la revolución salvadoreña estuvo a punto de alumbrar, pero fue abortada por el papel entreguista del PC salvadoreño, y por qué no decirlo, el papel pasivo del Frente Sandinista de Liberación Nacional, que miró los toros desde la barrera y dejó a la revolución salvadoreña a su suerte, sin imaginar que en El Salvador se jugaba el futuro de la revolución centroamericana y de la misma revolución sandinista.