Por Horacio Villegas

Escuchamos este jueves 10 de noviembre las declaraciones sobre la reelección de parte de un funcionario-político del gobierno de turno; el tipo espetó algo sumamente peligroso: «Si la oposición saca 10 mil personas a las calles, nosotros sacaremos un millón». Esto es un anuncio claro: es el llamado a la intolerancia y al enfrentamiento de un bando con otro. Son estas unas viles declaraciones, sólo un político como estos, con ánimo desesperado y sed de encuentros violentos estilo fracciones armadas siglo XIX, podría dar rienda a propaganda semejante, y reabrir un trágico episodio de nuestra historia como lo fue la Guerra Civil de 1924.

Es condenable que los nacionalistas rememoren y utilicen la retórica de sus abuelos caudillos; después de todo ellos hunden sus raíces en el amargo proyecto de la confrontación y el continuismo. El escenario no puede ser más claro: mientras la inútil clase política hondureña nos lleva hacia la afrenta civil y al casi espectro de una fatal dictadura, nosotros los hondureños, los que engrosamos las filas de los que exigen la condena para los corruptos del país, los que creemos en el ferviente resultado de las luchas sociales y los que resentimos la desigualdad a diario, tenemos que aferrarnos al resguardo de la constitución.

Esto significa no acudir al semblante pasivo y despreocupado ante los hechos; más bien tenemos que asistir a las asiduas movilizaciones que se convoquen, propiciar el paro laboral si es posible por cortos momentos, demostrar nuestro disgusto en objetos alusivos a la repulsión por esta traicionera maniobra de los nacionalistas ─quizá pancartas, banderas, camisetas, etcétera─. En suma, tenemos la gran tarea de defender este terruño de cualquier pretensión que nos regrese a los fatídicos momentos de nuestro pasado ─la dictadura cariísta de los 16 años─, y es necesario tomar acciones concretas en este momento, como la desobediencia civil y la organización en cada espacio para sumar fuerza en las protestas.