Por Sergio Del Águila, corresponsal de agencias

San Salvador 30 de julio de 1975. El otro de la escena en la masacre del 30 de julio, era yo, un joven que había despertado tempranamente a las ideas y a la conciencia social, inspirado en esos tremendos muchachos del Movimiento 13 de Noviembre, las Fuerzas Armadas Rebeldes y los líderes del Partido Guatemalteco del Trabajo, cuyos mejores hijos eran encarcelados y torturados por esbirros de las dictaduras cívico militares desde el golpe de Estado contra Jacobo Arbenz de 1954.

Los salvadoreños traían su proceso avanzado en la organización para la lucha de masas, de la cual Guatemala no era ajena, pues diversas expresiones de la clase trabajadora y su estamento, siempre mantuvieron relaciones fraternas inspiradas en el internacionalismo entre sindicatos, en particular incidía la organización marxista que en El Salvador era de vanguardia local y centroamericana.

El día que llegamos a la sanguinaria masacre de estudiantes de 1975, ya habían transcurridos invaluables experiencias; los partidos Comunista Salvadoreño (PCS) y Guatemalteco del Trabajo (PGT) habían sufrido escisiones a partir de la polémica de si la lucha armada o no, era la vía para la toma del poder. También como en Guatemala, en El Salvador ya habían surgido grupos audaces que permitieron a finales de los setentas, pensar en una  especie dirección revolucionaria unificada y que con sus propias características y entornos, los llevó a los años ochentas a conformar tanto la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) y Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN); ninguno asaltó el cielo y como bien había advertido en 1974,  Shafick Handal secretario general del PCS, “si vamos a la guerra popular revolucionaria, también tendremos que negociar la paz”.

El asunto es que, durante el primer lustro de los setentas, en El Salvador se tejían condiciones “objetivas y subjetivas” para emancipar al pueblo. Con el surgimiento de organizaciones armadas más decididas a cambiar el sistema. Al momento de ir a la marcha del 30 de julio contra la dictadura del coronel Arturo Armando Molina, la represión empezó a agudizarse; había expresiones militares que soñaban con aniquilar todo lo que oliera a movimiento popular organizado. La Fuerza Armada Salvadoreña, como la Guardia Nacional y la creciente formación de escuadrones de la muerte por parte de empresarios, auguraban un baño de sangre para ese sufrido pueblo.

Venía el baño de sangre

La reprensión era inminente, el régimen de Molina, se nos venía encima, mientras que las condiciones prerevolucionarias crecían. El 30 de julio allí estuvimos y sobrevivimos, eternas gracias  a quienes nos salvaron de la sanguinaria Guardia Nacional. Carlos Hernández, un compañero joven estudiante de Artes, y decenas de mártires vivirán por siempre en la memoria de estos patriotas que soñaron y sueñan con que habrá justicia, democracia y desarrollo para nuestro pueblos.

En lo personal se me enchina la piel al recordarme que ese maldito Guardia Nacional nos apuntó y disparó sobre nosotros los muchachos. El megáfono era la única arma que yo llevaba, desesperados corrimos al parqueo del Instituto Salvadoreño del Seguro Social, donde hubo que resguardarse.

Éramos quinciañeros, agrupados en la Asociación de Estudiantes de Secundaria, (AES) frente de la lucha pública influenciada para bien por la Juventud Comunista Salvadoreña (JCS), que junto a la gloriosa Asociación General de Estudiantes Universitarios (AGEUS) convocamos y encabezamos, esa marcha contra la dictadura militar. Un compañero nos advirtió que la Guardia Nacional vendría sobre nosotros, porque el ministro de Defensa en ese entonces, general Carlos Romero, había movilizado un día antes un regimiento de caballería de la temida Guardia Nacional, dispuesta a sofocar cualquier brote de descontento, política que se mantuvo hasta finales de los setentas.

Recuerdo que valientes enfermeras nos protegieron en la farmacia, en ese momento  frente a las instalaciones  del ISSS. Sin embargo, vino la masacre, al finalizar el horror conocimos testimonios de cómo fueron degollados por escuadroneros decenas que quedaron mal heridos de los fusiles M-1, con lo que nos dispararon. En ese momento calculamos que más de 100 estudiantes perdieron la vida y sus cuerpos fueron tirados al mar.

Esa marcha y la represión fue un parteaguas en la historia de la lucha de masas de la clase obrera salvadoreña. Meses antes como en Guatemala, empezaba a despuntar un basto plan antidemocrático y antipopular que descabezó el movimiento popular, Guatemala pagó el costo más alto que aun hoy día no ha podido hacer crecer nuevas generaciones de verdaderos revolucionarios.

Gloria a nuestros mártires. La lucha sigue, hasta la victoria siempre.