Historia


Por Juan P. Castel

(...) El viejo régimen sintió que el suelo se movía bajo sus pies. El creciente fermento revolucionario en el frente combinado con las oleadas de huelgas en las ciudades engendró un sentimiento de pánico en la clase dirigente. Según palabras del Secretario de Estado, Hintze, ' hay que prevenir una agitación desde abajo por medio de una revolución desde arriba.'

Karl Liebknecht habla a la multitud durante la revolución de Noviembre

Hace 96 años acribillaron a los consejos obreros en Alemania

La revuelta en Alemania comenzaría como lo predecían los bolcheviques, con el alzamiento de los fusiles contra los amos del hambre mejor organizada del planeta; la aristocracia germana y la oficialidad prusiana sentirían por vez primera, desde la ahogada en sangre revolución de marzo de 1848 como se desvanecían sus privilegios y como la lucha de clases destruía el orden inamovible del Káiser y sus sicarios.

Los Marinos de Kiel, son los de Kronstadt

Para noviembre de 1918 ya era claro para el alto mando militar alemán, que el desgaste, la subversión, la agitación socialista y la fraternización con el enemigo en todos los frentes quebrarían al ejército del Káiser; era solo cuestión de tiempo para que sucediera una desbandada general en todos los frentes, ya 1918 se saldaba con 4000 deserciones. Los casos de desacato a la jerarquía militar, así como los de soldados que eran reprendidos con propaganda roja entre las filas, habían redoblado los consejos de guerra y los fusilamientos sumarios contra la tropa de tierra y de mar a manos de la oficialidad, cada día más odiada.

El síntoma más grave de esta descomposición se dio en Kaiserliche Marine, donde los marineros acuartelados en el puerto de Kiel que desde antes de la guerra imperialista ya congeniaban con el pensamiento socialista y anarquista, decidieron no cumplir las órdenes del Comando Supremo (Marineleitung), que se proponía usar toda la flota del norte para infligir un golpe de honor importante a la Royal Navy inglesa a costa de la vida de 80,000 marineros y así poder presionar a los aliados a convenir en un armisticio general. Esta acción de los generales del Estado Mayor, Ludendorff y Hindenburg desembarazó definitivamente a los marineros del patriotismo por el cual se habían desangrado y mutilado durante los cuatro años precedentes para defender las riquezas de una nación que no les pertenecía, pero si con la que cargaban los costos más altos.

Los marineros, como en Kronstadt y Sebastopol, se apresuraron a desarmar y arrestar a la oficialidad que amenazó con duros castigos; acto seguido al ajuste de cuentas, los marineros se apresuraron a elegir representantes y a erigir el arma de poder dual, los consejos de soldados, que eran un contagio de las noticias que venían de la Rusia sovietizada y que sobrepasarían al cortafuego de la censura de la recién proclamada república de Weimar y que ésta heredaría del orden prusiano imperial.

"Esa noche vi a los marineros amotinados entrar en Bremen en largas caravanas. Las banderas rojas ondeaban, y las ametralladoras estaban montadas sobre los camiones. Por millares la gente llenaba las calles. A menudo los camiones se detenían y los marineros cantaban y rugían para que les dejaran paso libre...”

Jan Valtin, miembro de la Liga Espartaquista de la Juventud, relata lo que ocurrió en su autobiografía

La noche quedó atrás.

El 3 de noviembre la revolución había comenzado con el motín naval en Kiel. 40.000 marineros y estibadores surgieron a través de las calles y un consejo de trabajadores y marineros asumió el control de la ciudad. El 4 de noviembre la revolución se extendía: las banderas rojas ondeaban en cada barco. El 6 de noviembre, consejos de marineros, soldados y trabajadores tenían ahora el poder en Hamburgo, Bremen y Lübeck. El 7 y 8 de noviembre Dresde, Leipzig, Chemnitz, Magdeburgo, Brunswick, Frankfurt, Colonia, Stuttgart, Nuremberg y Munich les siguieron. No fue hasta el 9 de noviembre cuando se estableció el Consejo de soldados y obreros en la capital, Berlín, anterior centro de la revolución ¡En el Cuartel General del Ejército!

Como en Rusia, la burguesía y la nobleza se apresuraron a reformar todo en apariencia desde arriba para evitar un colapso general del régimen y quitarle aire a las aspiraciones revolucionarias del pueblo alemán, que para la época contaba con más de 20 millones de obreros concentrados en un puñado de ciudades industrializadas, cuyo centros eran Berlín, Múnich, Bremen y Hamburgo. Así fue como llegó el primo del recién abdicado Kaiser, el Príncipe Max von Baden, a la cabeza de una república parlamentaria que también había sabido instrumentalizar a los social patriotas del caído en la desgracia Partido Socialdemócrata Alemana (SPD), entre ellos estaba Philipp Scheidemann, Gustav Noske y Friedrich Ebert que jugarían su papel infame en la historia al lado del explotador.

La Socialdemocracia el enemigo dentro de nuestro movimiento

El enemigo, marchando, siempre, a la cabeza.

Pero la cabeza del enemigo donde está,

Marchando a la cabeza.

Pero la cabeza del enemigo donde está,

Marchando a la cabeza.

Pero esa niebla, pero esa confusión,

Que el aire tormentoso,

La socialdemocracia es

Un monstruo sin cabeza.

Claudio Lolli en su canción: La socialdemocracia

La quita columna dentro del movimiento revolucionario fue la dirigencia oportunista de SPD, que emulaban al partido Social Revolucionario y Menchevique, que en Rusia le había aportado los cuadros técnicos respetados entre las masas al gobierno de la burguesía y del Partido Kadete, para contrarrestar el auge del estallido revolucionario. Las acciones contrarrevolucionarias de Noske quedaron claramente reveladas cuando fue enviado a Kiel para acabar con la rebelión naval. No era secreto el apoyo imperecedero de Ebert a la monarquía. Estos nuevos líderes del SPD claramente veían que su papel era hacer todo lo que estuviera en su poder para detener la revolución. Sus escandalosas acciones no fueron el producto de la ingenuidad, sino de la traición consciente.

La cabeza del gobierno, el Príncipe Max von Baden se acercó a Ebert y le preguntó: “Si yo logro persuadir al Kaiser, ¿Le tengo a usted a mi lado en la batalla contra la revolución social?” Ebert contestó: “Si el Kaiser no abdica, entonces la revolución social es inevitable. No la quiero - de hecho la odio como el pecado.”

Para diciembre la revolución arde como un fogón impredecible, las argucias de los traidores al socialismo se hacen más frecuentes, el miedo imperante es que estalle en Berlín como en Petrogrado la revolución social, que arrase al régimen completo, engullendo de una vez por todas a los Nobles, Junkers y capitalistas germanos que han sido los que hundieron al pueblo más avanzado y tecnificado del mundo, en el hambre, la miseria y la muerte; esto aterroriza al príncipe Max von Baden: “La revolución está a punto de ganar. No podemos aplastarla pero quizá la podamos estrangular... si Ebert se presenta como el líder del pueblo, entonces tendremos una República; si es Liebknecht, entonces bolchevismo. Pero si el abdicado Kaiser nombra a Ebert como Canciller del Reich, entonces hay aún un poco de esperanza para la monarquía. Quizás será posible desviar las energías revolucionarias por los canales legales de una campaña electoral".

La derrota del izquierdismo

Dentro de todas estas luchas por el control del estallido social, la contrarrevolución cerró filas alrededor del nuevo gobierno tratando de restablecer el orden en todo aquel lugar donde el poder dual emanado de los Consejos de Obreros y Soldados se interponía a la republica burguesa de Weimar. La izquierda revolucionaria no sentía menos disensiones con respecto al curso y el método que debía llevar a la consolidación de este poder dual y al establecimiento de la dictadura proletaria en un país que a diferencia de Rusia contaba el un proletariado número, avanzado y tecnificado, pero que aun sostenía una lealtad ciega a su partido de clase, al SPD, que era el partido de los perros de caza de la burguesía y la nobleza germana.

Dentro de los Consejos empezó a haber grandes divisiones entre todas las corrientes de la izquierda revolucionaria y estas no estuvieron lejos de infectar a los jefes más clarificados de la clase obrera alemana. Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht representaron en ese momento las dudas que corrían en grandes sectores de las masas que sostenían la lucha y el poder de los Consejos. Por un lado los que defendían que la revuelta ya estaba madura y debía evolucionar naturalmente a una insurrección que salvara la revolución y estableciera el poder completo que de hecho ya poseían los Consejos; y por el otro la corriente que sostenía que las condiciones aun eran adversas pero que las masas se iban a lanzar en cualquier momento y derivado de cualquier agravio a una lucha encarnizada pero sin preparación contra el enemigo.

Aquí encontramos a los dos jefes, a Rosa, la flor martillada del socialismo defendiendo la posición que aún no se podía saltar a la revolución calle por calle, plaza a plaza, pero que de iniciar a pesar de las adversidades la Liga de los Espartaquistas y el núcleo fundacional del Partido Comunista Alemán (KPD) debía tomar parte y ponerse al frente, para ganar la confianza de los sectores que titubeaban al enemigo de clase y a los traidores del SPD. Por el otro lado Karl Liebknecht estaba de acuerdo en casi todas las posiciones de Rosa, pero ambos dudaban en lo que se refería a que los Espartaquistas debían construir las condiciones, creían erróneamente que las masas debían evolucionar y desengañarse solas, sin intervención de la vanguardia.

Como ya había sido manifiesto por los dos jefes de la clase obrera alemana, la angustia le ganó a la preparación y el 1ero de enero de 1919 las y los obreros, los soldados y los marinos más conscientes se entregaron a la lucha, preparados técnicamente mal e inferiores en poder de fuego con respecto a las fuerzas leales al régimen. La alborada de enero se trasformó en unos días en la ya conocida “Semana Sangrienta”, los obreros se encontraron aislados y los bolcheviques viendo impávidos como se masacraba el primer intento de una revolución socialista en la capital de un país industrializado. Atados de pies y manos por los 14 ejércitos imperialistas que sostenían al ejercito blanco de voluntarios, acudieron emisarios bolcheviques como el polaco Karl Radek a presenciar el estrangulamiento del que tanto hablaba Ebert; el asesinato de Rosa Luxemburgo y de Karl Liebknecht el 15 de enero, saldaría el primer auge de la revoluciona alemana como una gran derrota para el proletariado más avanzado cuyo partido de clase, fundado por el padre de Liebknecht en presencia de Engels y Marx, terminó jugando el papel de paladín salvador del orden burgués.

*Título con el cual León Trotsky el 18 de Enero de 1919 denunciaría el infame asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht a manos del gobierno socialtraidor de Ebert. Texto transcrito a partir de un ejemplar del Bulletin Communiste.