Medio Oriente


Por Nicolás Le Brun

El ejército de ocupación sionista hizo gala una vez mas de su brutalidad criminal al masacrar centenas de gazatíes que se dirigieron hacia la frontera para protestar contra el traslado de la embajada yanqui a la ciudad de Jerusalén. Este gesto de la administración Trump, es algo más que simbólico, representa una avanzada más de este gobierno para restablecer una posición de fuerza en esta área marcada por una escalada de conflictos. Estos mismos son el reflejo de las pugnas interimperialistas y de procesos revolucionarios que, en diferentes grados se desarrollan en la región.

Trump busca marcar el paso y toma la iniciativa

Desde la campaña electoral, el entonces candidato Trump anunciaba la mano con la que se iba a mover su administración. Lejos de las posiciones “consensuadas” de su predecesor, la nueva administración buscaría restablecer una relación de fuerzas más favorable para los yanquis.

Durante las dos administraciones de Obama, las relaciones con el gobierno israelí fueron tirantes. La derecha que representa el gobierno de Netanyahu había ya manifestado su descontento con el gobierno de Obama, al no sentirse suficientemente respaldado con respecto a la política de colonización de los territorios ocupados y en el caso de las intervenciones sionistas en la banda de Gaza que provocaron también centenas de muertos en el campo civil gazatí. No por ende, como lo enunciábamos en artículos anteriores, el flujo de dinero del gobierno estadounidense, no ha cesado de fluir. El cordón umbilical del Estado de Israel es bien la transferencia de millones de dólares anuales. En este sentido, la transferencia de la ayuda militar al Estado hebreo es de alrededor de 3,8 millardos de dólares anuales. Esta suma aprobada por la administración Obama garantiza este monto por una duración de diez años. El objetivo de este enorme financiamiento, es que Israel defienda los intereses imperialistas en el área. Por mas fricciones con el gobierno anterior, este flujo de dinero no dejó de llegar y por el contrario, importantes ajustes se hicieron para que aumentara, dada la importancia estratégica que juega Israel.

Hace un año, en su primer desplazamiento fuera de los Estados Unidos, Trump fue de visita a otro de los mejores aliados que tienen en la región. Esta vez, la visita correspondió a la monarquía wahabita de Arabia Saudita. Este aliado de los yanquis está llevando a cabo una intervención militar en Yemen para combatir una milicia chiita pro-iraní, Ansarolá. Esta intervención cuenta con el apoyo de los yanquis que ven una manera de contrarrestar el peso de Irán en la zona. El acuerdo de venta de armas entre los Estados Unidos y el país anfitrión fue la cereza sobre el pastel. Cerca de 300 millones de dólares en la próxima década serán transados. En esta misma época, los Estados Unidos bombardeaban una base aérea, lo que enviaba una señal fuerte de apoyo a la monarquía saudita.

Sin embargo, el asunto no se detenía ahí. Los yanquis tenían ya en la mira el acuerdo nuclear iraní, el cual fue el motivo de cierto enfriamiento de relaciones entre los Estados Unidos, Israel y los aliados del Golfo Pérsico como el reino wahabita.

Este acuerdo firmado en Viena en 2015 entre el gobierno iraní, la Unión Europea y el G5+ 1, los miembros del consejo de seguridad de la ONU y Alemania. A este grupo se une Rusia. Este acuerdo le ofrecía a Irán un levantamiento de las sanciones económicas que aquejaban al país desde casi una década. Los países de la UE se precipitaron para lograr acuerdos comerciales con los cuales sus empresas obtuvieron jugosos contratos en diferentes dominios. Este levantamiento de sanciones fue avalado el año pasado por la agencia de control nuclear.

Pero de forma intempestiva, por medio de un Tweet, el presidente Trump anunciaba que pensaba retirarse del acuerdo nuclear iraní.  Este anuncio hizo que las potencias de la UE, empezando por el presidente francés Emmanuel Macron se precipitaran hacia Washington para tratar de dorarle la píldora a Trump. Luego de una estadía digna de la portada de revistas de moda, el presidente francés regresó con una sola constatación: el de ser un socio secundario en el concierto internacional. Después de Macron, la canciller alemana, Ángela Merkel hizo lo propio con el mismo resultado. Varios días después, el presidente Trump anunciaba que los Estados Unidos se retiraban del acuerdo nuclear de 2015. Esta medida que pone en peligro los acuerdos comerciales con los países de la UE, pero también representan un peligro para las inversiones chinas en el contexto internacional, han dejado declaraciones que expresan la amplitud del conflicto inter imperialista. El presidente del Consejo Europeo, el polaco Donald Tusk, declaraba, el 16 de mayo de 2018: ”viendo las últimas decisiones del presidente Trump, se podría pensar que con amigos así, para que enemigos”  En la misma longitud de onda, el presidente del gobierno europeo, Jean-Claude Juncker declaraba en el mismo sentido que “ Washington no quiere cooperar con el resto del mundo…estamos en un estado donde debemos remplazar a los Estados Unidos  que, como actor internacional, ha perdido su vigor y que a largo plazo perderán su influencia”

En otro escenario, la guerra civil en Siria ha redefinido el escenario político militar en los últimos dos años. Los acuerdos Múnich el marco de la conferencia mundial de seguridad, le dio un espaldarazo al régimen genocida de El Asad y cimentó la intervención militar rusa en el conflicto. Este acuerdo sobre entendía que las milicias ligadas a Irán como el Hezbollah y las guardias de la revolución, combatientes directamente venidos desde Irán. Por otro lado, las fuerzas armadas yanquis se instalaban en el norte de Siria para “equilibrar” la relación de fuerzas, mientras los aliados turcos de la OTAN se disponían a hacer una limpieza en sus fronteras para erradicar las milicias kurdas. En todo esto, el gran perdedor fue el movimiento revolucionario sirio que fue ahogado en sangre por el Estado Islámico, el régimen sirio y sus aliados y las tropas gringas y de la UE.

Una vez “estabilizada” la región, los Estados Unidos y su aliado sionista deciden pasar a la ofensiva. El traslado de la embajada yanqui, seguido de dos países lacayos como Guatemala y Paraguay, es la punta del iceberg.

El traslado de la embajada: ¿una locura de Trump?

Lejos del análisis de la fenomenología de la personalidad del presidente estadounidense, lo cierto es que detrás de él se mueven los halcones que, en las administraciones republicanas de los Bush, padre e hijo, marcaron la ruta de la política internacional. Una política que refleja en endurecimiento del rol de la principal potencia del planeta, en momentos que otras potencias surgen como nuevas amenazas a esta hegemonía. El nombramiento de Michael Pompeo, representante del ala más dura de la burguesía republicana yanqui, es un reflejo de esta orientación.

El traslado de la embajada entra en este contexto, no es un hecho aislado, a pesar que también busca ganar las simpatías de un electorado ultra conservador evangélico, firme aliado y actor fundamental de la victoria de Trump. Las elecciones al senado de medio periodo en los Estados Unidos se acercan (en el mes de noviembre) y con esta medida, el gobierno yanqui asegura sus fichas en varios frentes.

En todo este contexto, las movilizaciones del pueblo palestino para conmemorar esta fatídica fecha, la creación del Estado de Israel, lo que representa la Nakba (tragedia) y la expulsión por las milicias sionistas de millones de palestinos hacia países vecinos, donde posteriormente fueron reprimidos, oprimidos y de nuevo masacrados por los gobiernos colaboracionistas de Jordania y Líbano.

Esta gran movilización ha hecho desencadenado a través del mundo una ola de solidaridad con la población palestina y sobre todo con los que se encuentran en la franja de Gaza, la mayor prisión a cielo abierto del planeta, víctima de un bloqueo por parte del Estado sionista con la complicidad del gobierno lacayo de Egipto.  El periódico israelí Ha’Aretz en su edición del 15 de mayo evoca que “la posibilidad de una tercera Intifada está más cerca que nunca”

¿Una solución a dos Estados?

Luego de los Acuerdos de Oslo en 1993, donde la dirección de Al Fatah de Yasser Arafat pactó con el gobierno de los Estados Unidos y con el Estado de Israel la creación de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en los territorios ocupados, el retroceso programático de las diferentes corrientes que combaten política y militarmente al sionismo no ha cesado. Los mismos dirigentes islamistas de Hamas han dado marcha atrás en su programa y proponen la existencia de un Estado palestino de acuerdo a las fronteras de 1967 con Jerusalén como capital.

Para los socialistas revolucionarios, el reconocimiento del Estado de Israel es una claudicación total a las aspiraciones del pueblo palestino y a los objetivos de la revolución socialista para el área.

Las dirigencias burguesas religiosas musulmanas han aprovechado para impulsar el confesionalismo en sus territorios y enfrentar en este nivel a las masas. La implantación de la sharia hace el mismo efecto que las leyes racistas y confesionales que rigen el estado sionista.  Sin embargo, el combate de estas direcciones al estado sionista es progresiva pero carente de un elemento fundamental; la independencia de clase de las masas palestinas y la creación de estructuras democráticas para impulsar la movilización.

Dentro de este contexto, nuestra consigna sigue siendo la de construir una Palestina Laica y democrática que garantice el regreso a los millones de refugiados palestinos que viven en campos en países vecinos en primer lugar. Un Estado laico que garantice los derechos democráticos fundamentales a todos sus habitantes sin tener en cuenta de su credo.