Medio Oriente


Por Ashley Smith

Gilbert Achcar es profesor de Estudios sobre el Desarrollo y Relaciones Internacionales en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (School of Oriental and African Studies, SOAS) de la Universidad de Londres. Es autor de numerosos libros. Ashley Smith le ha entrevistado sobre una de las cuestiones candentes planteadas por la primavera árabe: el enfoque de la izquierda con respecto al fundamentalismo islámico.

Uno de los fenómenos más importantes que se han producido en Oriente Medio en las últimas tres décadas es el ascenso de lo que los comentaristas suelen denominar indistintamente islam político, islamismo y fundamentalismo islámico. ¿Por qué piensas que es mejor referirse a esta corriente política con el nombre de fundamentalismo islámico, y cuáles son sus características?

El término que uno emplea para denominar un fenómeno tiene que ver, por supuesto, con la evaluación y el juicio político que hace del mismo, y cada término tiene implicaciones diferentes. Veamos uno de los términos que acabas de mencionar: el islam político. ¿Por qué nadie emplea esta designación para instituciones y corrientes políticamente activas en el seno del cristianismo, el judaísmo o el hinduismo y no habla, por ejemplo, de “cristianismo político”? Hablar de “islam político” plantea el problema de definir qué es el islam “no político”; en otras palabras, ¿cuándo comienza el islam a ser “político” y cuándo deja de serlo? ¿Por qué calificar a los hermanos musulmanes de Egipto de “islam político” y no, digamos, al gran imán de Al Azhar, que ocupa un alto cargo político? Si reflexionamos seriamente, veremos que esta etiqueta no tiene mucho sentido.

Otro término que se emplea a menudo, y que puede parecer más preciso, es el de “islamismo”. Se aplica a movimientos políticos que consideran que el islam es su ideología y su programa fundamental, de ahí el “ismo”. Quienes empezaron a utilizar este término –fue en Francia en la década de 1980– pretendían evitar el concepto de “fundamentalismo islámico” porque consideraban que este último encerraba una carga política. Sin embargo, al hacerlo –cualquiera que fuera su intención, si bien ya estaban advertidos por algunos, como el profesor marxista de estudios islámicos, Maxime Rodinson– olvidaron el hecho de que era un término que había sido utilizado para referirse al propio islam. Si buscas en el diccionario, verás que islamismo se ha empleado como sinónimo de islam por lo menos hasta hace unos decenios.

En efecto, “islamismo” se mezcla con el islam como religión en la mente de la mayoría de las personas que oyen el término. Y dado que “islamismo” se convirtió casi en sinónimo de terrorismo –de nuevo, independientemente de las intenciones de algunos de los que emplearon el término–, llevó a la gente a confundir terrorismo con el islam como tal. Está claro que esto es muy peligroso, pues alimenta un fanatismo islamófobo que ya está muy extendido, máxime cuando “islamismo” reduce el fenómeno a una característica exclusiva del islam, entre todas las religiones.

Estas son las razones por las que no utilizo los dos términos citados. Prefiero hablar de “fundamentalismo islámico”, un término que tiene una doble ventaja. La más importante es que la noción de fundamentalismo se aplica a todas las religiones y se puede formular una definición genérica del término que abarque todos los fundamentalismos religiosos. Todos ellos tienen rasgos comunes: antes que nada, la adhesión a interpretaciones literales y dogmáticas de las escrituras religiosas y a un proyecto político de imposición de estos puntos de vista a la sociedad por medio del Estado. Así, la noción de fundamentalismo es útil para aclarar la distinción entre fundamentalismo islámico e islam como religión, ya que la gente suele hacer la misma distinción entre otras religiones y sus variantes fundamentalistas. Nadie confunde el fundamentalismo protestante con el protestantismo, por ejemplo. Quienes usan el término “islamismo” alegan a menudo que el término “fundamentalismo” pertenece a la historia del protestantismo; en realidad, a mi modo de ver es un argumento a favor de utilizarlo.

La segunda ventaja del término “fundamentalismo islámico” es que la noción de fundamentalismo ayuda a afinar la distinción entre las diferentes corrientes y grupos que otorgan al islam un lugar central en su identidad ideológica. Es más restrictivo que términos como “islam político” o “islamismo”, que suelen juntar movimientos muy distintos en la misma categoría. Mira el partido gobernante de Turquía, el AKP, por ejemplo. Suele incluirse en las categorías de “islam político” e “islamismo”, junto con el régimen iraní, y esto es un error garrafal que el término “fundamentalismo islámico” evita. El AKP no es un partido fundamentalista; no propugna la implantación de la ley religiosa islámica, la sharía, en Turquía. Es más bien un partido musulmán conservador, de derechas, similar a partidos cristianos conservadores o de derechas en Europa, y no ha dejado de serlo pese a su reciente deriva autoritaria.

No cabe duda de que la propia categoría de “fundamentalismo islámico” es bastante amplia, como todas las categorías ideológicas que abarcan una amplia gama de movimientos (pensemos en el marxismo o el comunismo, por ejemplo). Aunque el núcleo programático de un “Estado islámico” basado en la sharía es más o menos común a todos los grupos englobados en la categoría de “fundamentalismo islámico”, estos grupos aplican diferentes estrategias y tácticas. Así, existen fundamentalistas “moderados” que preconizan una estrategia gradualista consistente en realizar su programa primero en la sociedad y después en el Estado, mientras que otros recurren al terrorismo o la implementación del Estado por la fuerza, como es el caso del llamado Estado Islámico (EI), también denominado ISIS. Sin embargo, todos tienen en común un proyecto fundamentalista dogmático y reaccionario.

¿Cuáles son las raíces del fundamentalismo islámico en Oriente Medio? ¿Cómo y por qué surgió como fuerza política?

El fundamentalismo islámico, en la forma de un movimiento político organizado de la era moderna, nació a finales de la década de 1920 con la creación de la Hermandad Musulmana en Egipto. Esta fue, en efecto, la primera organización política moderna que se dotó de un programa fundamentalista islámico. Y también fue por esa época que la teorización del Estado islámico, la doctrina básica del fundamentalismo islámico, adquirió su forma moderna, igualmente en Egipto. Claro que hubo corrientes fundamentalistas con anterioridad y diversas clases de sectas puritanas en la historia del islam, como en otras religiones monoteístas, pero los hermanos musulmanes fueron los pioneros de una corriente del fundamentalismo islámico adaptado a la sociedad contemporánea en forma de movimiento político.

Esta corriente surgió a raíz de una serie de acontecimientos. El primero fue la proclamación de la república y la abolición del califato en Turquía unos pocos años después de la primera guerra mundial. La instauración por Mustafá Kemal de una república laica en Turquía fue un golpe moral para quienes rechazaban la separación entre el islam y el Estado. Esto sucedió al mismo tiempo que la fundación del reino saudí en la península arábiga, un Estado basado en una premisa fundamentalista islámica, aunque de carácter arcaico-tribal.

En segundo lugar, Egipto era un país en el que estaba madurando una situación revolucionaria debido a la acumulación de una serie de problemas explosivos: problemas sociales, una pobreza terrible en el campo, una monarquía corrupta, dirigentes despreciados u odiados por el pueblo y la dominación colonial británica. Sin embargo, la izquierda egipcia era débil y el movimiento obrero había sucumbido a la represión en la década de 1920. De modo que había una conjunción de factores que favorecieron el surgimiento del fundamentalismo islámico como movimiento político que capitalizó el descontento popular.

Desde el punto de vista del materialismo histórico, el fundamentalismo islámico es una asombrosa ilustración de lo que Marx y Engels identificaron en su Manifiesto Comunista como una de las orientaciones ideológicas de las clases medias tradicionales. Un sector de la pequeña burguesía tradicional, los artesanos y el campesinado medio y pequeño sufren los efectos devastadores del capitalismo, que se desarrolla a sus expensas y los fuerza a pasar de su condición de pequeños productores o comerciantes a la de trabajadores asalariados obligados a vender su fuerza de trabajo para ganarse el sustento.

Un sector de estas clases mínimamente acaudaladas se opone al desarrollo capitalista pretendiendo “hacer girar hacia atrás la rueda de la historia”, según la famosa expresión de Marx y Engels; una formulación excelente, por cierto, que destaca el carácter reaccionario de estos sectores. Y que encaja perfectamente en el caso del fundamentalismo islámico, en el sentido de que esta corriente nace de una revuelta contra las consecuencias del desarrollo capitalista, impulsado por la dominación extrajera, pero lo hace desde una perspectiva reaccionaria que pretende retornar a una mítica edad de oro islámica de hace trece siglos. Y esto es lo que tienen en común todos los grupos fundamentalistas islámicos, desde los hermanos musulmanes como movimiento de masas, al menos en su versión original egipcia, hasta los grupos terroristas, entre los que el más extremista es el terrible Estado Islámico (EI). Todos ellos comparten el deseo de reinstaurar de alguna manera la forma de gobierno y las normas sociales que existían en la época temprana del islam. En el caso del EI, creen que ya lo están haciendo con su llamado Estado Islámico.

¿Qué relación guarda el fundamentalismo islámico con el imperialismo? ¿Se opone al mismo o está confabulado con él?

Ambas cosas, diría yo, y esto no es contradictorio. La tropa del fundamentalismo islámico está formada por personas que reaccionan ante las consecuencias del capitalismo, de la dominación imperialista y de las guerras imperialistas. Pero responden a estas de un modo reaccionario. Frente al capitalismo y al imperialismo podrían optar por emprender una lucha progresista, encaminada a sustituir el capitalismo salvaje por una sociedad igualitaria socialmente justa, o bien creer que la solución pasa por reinstaurar una forma de gobierno que resulta completamente anacrónica en los tiempos que corren, abrazando por tanto una perspectiva muy reaccionaria.

Y puesto que es una respuesta reaccionaria a los problemas que hemos mencionado, ha acabado siendo utilizada históricamente por toda clase de fuerzas reaccionarias, incluido el propio imperialismo. Desde que se fundó su movimiento, los hermanos musulmanes han establecido un vínculo estrecho con el Estado que era y sigue siendo de lejos el más reaccionario, antidemocrático y misógino que hay en el mundo, el reino de Arabia Saudí. Este vínculo lo establecieron en virtud de la afinidad entre su propia perspectiva y lo que suele denominarse el wahabismo, que es la ideología de la fuerza tribal que fundó el reino saudí.

Los hermanos musulmanes colaboraron estrechamente con el reino saudí desde su creación hasta 1990, cuando Irak invadió Kuwait y provocó la primera guerra de EE UU contra Irak. Hasta entonces, la Hermandad Musulmana fue un gran aliado del reino saudí y del propio EE UU, el patrón de los saudíes. Ambos la utilizaron en la lucha contra el nacionalismo de izquierda, en particular contra Gamal Abdel Nasser en Egipto (1952-1970), pero también contra el movimiento comunista y la influencia de la Unión Soviética en países de mayoría musulmana. Esta alianza impura de EE UU, Arabia Saudí y los movimientos fundamentalistas islámicos era reaccionaria hasta la médula.

Los saudíes rompieron con la Hermandad porque esta última no secundó al reino en su apoyo al ataque de EE UU contra Irak en 1991. Esto se debió, por un lado, a que a los hermanos musulmanes les resultaba muy difícil, desde el punto de vista ideológico, aprobar una intervención occidental contra un país musulmán desde el territorio que alberga los lugares sagrados del islam. Por otro lado, tenían que tomar en cuenta el hecho de que sus bases se oponían firmemente a aquella agresión, al igual que la gran mayoría de la opinión pública de los países árabes.

Así, la mayoría de secciones regionales de la Hermandad Musulmana condenaron el despliegue y el ataque de EE UU, lo que hizo que el reino saudí rompiera con ella. Por eso se puso a buscar y encontró a otro patrocinador: el emirato de Catar, que desde entonces es su principal patrocinador. Después de haber sido financiada durante décadas por los saudíes, ahora la financia el emirato de Catar. Y Catar, por supuesto, es otro íntimo aliado de EE UU en la región, un país que alberga cuarteles avanzados del Mando Central militar de EE UU (CENTCOM) y la plataforma más importante de las guerras aéreas de EE UU desde Afganistán hasta Siria.

Cuando los hermanos musulmanes ejercieron el poder en Egipto durante la presidencia de su miembro Mohamed Morsi, se ganaron los elogios de Washington. Su historial es más que evidente. Otras ramas más “radicales” del fundamentalismo islámico también han colaborado en el pasado con EE UU. La historia de Al Qaeda es conocida: se originó al sumarse a la guerrilla apoyada por EE UU, Arabia Saudí y Pakistán para luchar contra la ocupación soviética de Afganistán, antes de convertirse en feroces enemigos de EE UU y de la familia real saudí después de 1990, por un motivo similar al que provocó la ruptura de la Hermandad con el reino.

¿Ha cambiado el carácter de clase del fundamentalismo islámico con este cambio de patrocinador estatal? ¿Sigue siendo una expresión de la pequeña burguesía o se ha “aburguesado”?

Antes que nada, el fundamentalismo islámico no se limita a un único movimiento. Constituye un amplio espectro de fuerzas y grupos, como ya he señalado, que va desde los Hermanos Musulmanes hasta los fanáticos totalitarios como el EI, pasando por los yihadistas. Incluso si nos circunscribimos a la Hermandad Musulmana, no debemos olvidar que se trata de una organización regional y global cuyas estrategias y tácticas varían de un lugar a otro. Sin embargo, si nos centramos exclusivamente en Egipto, está claro que se ha producido un “aburguesamiento” de la Hermandad egipcia. Cuando Nasser los reprimió, muchos de sus miembros y dirigentes acabaron en el exilio en Arabia Saudí, donde varios de ellos se convirtieron en hombres de negocios y sacaron provecho del boom del petróleo de la década de 1970. La relación con el Estado saudí y el capital del Golfo desempeñó un papel importante en el desarrollo en Egipto de una capa de lo que los turcos llaman “burguesía devota”, un sector que desempeña un papel cada vez más importante en el seno de la Hermandad.

Mientras que esta fracción capitalista adquirió una importancia notable en el seno de la Hermandad, el grueso de sus bases, de su tropa, sigue reclutándose en las filas de la pequeña burguesía y las capas más pobres de la sociedad. Esto no debería extrañar a nadie. Mira el caso de Donald Trump en EE UU. Es el portaestandarte de la política reaccionaria, pero sus seguidores no son precisamente accionistas de Microsoft. La derecha capitalista, especialmente sus sectores más reaccionarios, siempre busca reunir una masa de seguidores en otras clases, en particular entre los sectores resentidos de las clases medias y del proletariado.

Dicho esto, el cambio de composición de clase de la dirección de la Hermandad no ha alterado básicamente su programa. Para empezar, nunca han sido anticapitalistas, más allá de expresiones muy generales sobre la equidad social que se escucha incluso de los partidos más conservadores. Salvo en el caso de los grupos que se adhieren abiertamente al crudo darwinismo social, hasta los partidos políticos más conservadores utilizan una retórica compasiva. Recordemos el “conservadurismo compasivo” de George W. Bush. Lo mismo ocurre con la Hermandad. Hablarán de ocuparse de los pobres para decir que el islam aporta la solución y que la caridad islámica aliviará la pobreza. Todo esto encaja perfectamente en una perspectiva neoliberal que apoya la privatización de la asistencia social y su delegación en sociedades de beneficencia privadas.

No es extraño, por tanto, que cuando los hermanos musulmanes accedieron al poder en Túnez y Egipto, mantuvieran la misma política económica de los regímenes anteriores. Aprobaron los dictados del Fondo Monetario Internacional (FMI) e hicieron todo lo posible por complacer a la clase capitalista, incluidos los amiguetes capitalistas del antiguo régimen. Los fundamentalistas islámicos no se opusieron al orden neoliberal que ha hundido en la miseria a Oriente Medio.

¿Por qué se ha convertido el fundamentalismo islámico en una corriente política dominante en Oriente Medio? Esto es sorprendente dada la rica historia de nacionalismo secular y organización comunista en la región.

Esta es una cuestión muy importante. Actualmente prevalece una visión impresionista debido a las continuas informaciones de los medios de comunicación sobre diversas ramas del fundamentalismo islámico en Oriente Medio. Esto ha creado la impresión de que la religión, en general, y el fundamentalismo islámico, en particular, siempre han dominado el escenario político en la región. Pero esto no es cierto. Un país como Egipto, la cuna de la Hermandad Musulmana, es un ejemplo ilustrativo. Allí, la Hermandad logró crecer y experimentar un avance espectacular en la década de 1940, creando una fuerza con cientos de miles de seguidores. Uno de los motivos principales de su avance fue el hecho de que la izquierda fuera relativamente débil y estuviera fragmentada en este país. Esto contrastaba con otros países de la región, donde en aquel entonces los nacionalistas laicos de izquierda y los comunistas eran bastante fuertes, y la Hermandad, por consiguiente, mucho más débil. En Siria e Irak, el partido laico nacionalista Baas estaba desarrollándose en competencia con un movimiento comunista masivo.

Esto comenzó a cambiar en Egipto con el golpe militar de 1952. Nasser y su grupo de oficiales y suboficiales tumbaron la cúpula del ejército y la monarquía y proclamaron la república. Desde el punto de vista político, el grupo era variopinto. Con el tiempo se inclinaron hacia la izquierda, impulsando reformas nacionalistas y sociales. Aprobaron una reforma agraria, redistribuyendo las propiedades de los grandes terratenientes. También nacionalizaron propiedades extranjeras, siendo el acto más espectacular la nacionalización del Canal de Suez en 1956, que dio lugar a la agresión combinada de Gran Bretaña, Francia e Israel contra Egipto. La nacionalización de empresas extranjeras vino seguida de la nacionalización de empresas privadas egipcias y la proclamación del “socialismo” en 1961.

La radicalización a la izquierda de estos nacionalistas –con la destacada figura de Nasser en el centro de este proceso– hizo que ganaran una enorme popularidad, no solo en Egipto, sino en el conjunto de la región y más allá, en todo el tercer mundo. Esto se debió a sus reformas sociales y su oposición al imperialismo y al sionismo, una actitud que respondía a las aspiraciones de las masas. Bastante pronto, tras un breve periodo de cooperación, chocaron con los hermanos musulmanes y los reprimieron antes de embarcarse en su proceso de radicalización. Desde entonces, los hermanos musulmanes se convirtieron en los peores enemigos de los nacionalistas. Y los saudíes, de común acuerdo con Washington, los utilizaron como arma contra Nasser.

A raíz de la radicalización y la creciente influencia del nasserismo, la Hermandad quedó completamente marginada en Egipto. Había sido objeto de una feroz represión, sin duda, pero la represión por sí sola no consigue nunca marginar a un movimiento que mantiene un fuerte atractivo ante las masas. El caso es que los hermanos perdieron su atractivo. No tenían soluciones que ofrecer a los problemas sociales reales de las masas, mientras que los nacionalistas sí abordaban estas cuestiones, al menos en parte. En este periodo, la mayoría de las personas en Egipto y en toda la región ya solo vieron a los hermanos musulmanes como agentes de los saudíes y de la CIA.

La situación comenzó a cambiar a finales de la década de 1960, con la crisis del nacionalismo laico. El momento clave fue la victoria de Israel en 1967 sobre el Egipto nasserista y la Siria baasista. Al igual que en Egipto, esta última había experimentado una radicalización nacionalista de izquierda, encabezada por un grupo que Asad –el padre del actual carnicero de Siria– derrocaría podo después. Con la derrota de 1967, seguida en 1970 del aplastamiento de las guerrillas palestinas en Jordania, la muerte de Nasser y el derrocamiento del ala izquierda del partido Baas, el nacionalismo radical árabe sufrió un fuerte revés que abrió las puertas al retorno de la Hermandad Musulmana.

El sucesor de Nasser, Anuar el Sadat, emprendió un rumbo de desnasserización en Egipto, revirtiendo todas las políticas progresistas del periodo anterior, tanto en el ámbito agrícola o industrial como en el terreno antiimperialista o antisionista. Al embarcarse en este proyecto regresivo, soltó de la cárcel a los hermanos musulmanes y permitió que volvieran los que se encontraban en el exilio. Lo hizo porque los necesitaba como aliados en su proyecto reaccionario en Egipto. Los hermanos cumplieron su tarea de buena gana, convirtiéndose en la fuerza de choque de la ofensiva ideológica de Sadat en su ataque contra la izquierda. Sadat les permitió reconstruir su organización para convertirla en un movimiento de masas, a condición de que no le disputaran el poder. Mantuvieron esta relación con el sucesor de Sadat, Hosni Mubarak.

En un contexto de debilidad organizativa de la izquierda, cuyo sector más visible también mantenía una relación ambigua con el régimen, la Hermandad llenó un vacío, atrayendo a sectores descontentos de la población. Con los fondos aportados por los nuevos capitalistas en sus filas y su patrocinador saudí, lograron un crecimiento espectacular. Sin embargo, con la recuperación de su poder empezaron a surgir ambiciones de desempeñar un mayor papel político que lo que les permitía el régimen. Esto generó tensiones que dieron pie, ocasionalmente, a medidas represivas por parte del régimen, pero una y otra vez fueron liberados de la cárcel al cabo de periodos relativamente cortos. En ningún momento sufrieron una represión tan dura como la que tuvieron que soportar bajo Nasser. Mubarak jamás trató de aplastarlos ni de prohibir del todo su movimiento. Fueron tolerados porque eran útiles al régimen y solo eran reprimidos cuando el régimen pensaba que se estaban extralimitando.

Por tanto, en 2011 no surgieron de la nada. Eran una fuerza muy importante en Egipto, incluso en el terreno electoral. En 2005 lograron el 20 % de los escaños en el parlamento. Mubarak utilizó este ascenso controlado para advertir al gobierno de George W. Bush, que le estaba presionando para que procediera a cierto grado de liberalización política. Ante la ausencia de fuerzas significativas a la izquierda o entre los liberales, capaces de desafiar al régimen o capitalizar el descontento popular, el fundamentalismo islámico se hallaba en una posición óptima para capturar ese potencial.

Sin embargo, la historia demuestra que cuando existe una corriente progresista que goza de cierta credibilidad, es posible contrarrestar efectivamente el fundamentalismo. La debilidad de la izquierda es inversamente proporcional a la fuerza del fundamentalismo islámico. Entre estas dos corrientes el juego es de suma cero, a diferencia de la relación de la izquierda con la teología de la liberación en América Latina. Allí, la teología de la liberación, que representa una interpretación progresista del cristianismo, es una componente importante de la izquierda, con la que comparte, en muchos lugares, las mismas organizaciones, como fue el caso del Partido de los Trabajadores de Brasil en sus buenos tiempos de radicalidad. En Oriente Medio, la izquierda se enfrenta al fundamentalismo islámico como uno de los dos polos principales de la política reaccionaria, siendo el otro polo el constituido por los regímenes.

De este modo, la revuelta árabe se topó, ya en 2011, con dos fuerzas de la contrarrevolución en vez de la tradicional oposición binaria de revolución y contrarrevolución, es decir, con una configuración triangular en que un proceso revolucionario tuvo que enfrentarse a dos polos contrarrevolucionarios. Las fuerzas progresistas, que expresaban las aspiraciones del levantamiento, fueron necesarias para ponerlo en marcha y organizarlo en sus primeros pasos, pero pronto chocaron con los regímenes, por un lado, y con las oposiciones fundamentalistas islámicas, por otro, ambos opuestos a las aspiraciones de la ola revolucionaria y, en algunos países de la región, confabulados directamente para frustrar su radicalización.

El caso de Egipto vuelve a ser un ejemplo ilustrativo de la colaboración de los hermanos musulmanes con el ejército en 2011, el primer año de la revuelta. Esto abrió de hecho un espacio para el campo progresista. La elección presidencial de 2012 mostró el ascenso del polo progresista con el candidato nasserista, Hamdeen Sabahi, logrando –para sorpresa de todo el mundo– más votos que nadie en El Cairo y Alejandría y un 20 % de los votos a escala nacional. Se acercó en número de votos a los dos candidatos ganadores de la primera vuelta, el de los militares y el de los hermanos musulmanes, Mohamed Morsi.

Por desgracia, sin embargo, Sabahi cayó en la trampa de apoyar el golpe militar contra Morsi en 2013. En vez de oponerse coherentemente a ambos bandos contrarrevolucionarios, se echó del lado de uno de ellos: después de aliarse con los hermanos musulmanes en 2011, pactó con los militares en 2013. Solo cuando se mantuvo equidistante entre ambos, en 2012, consiguió un avance importante. La izquierda debe extraer de esta experiencia una lección crucial si quiere convertirse en una fuerza creíble y dirigir una nueva revuelta hacia la victoria. Ha de construir una alternativa tanto al régimen como a los fundamentalistas islámicos. Si no lo hace, y puesto que la política, al igual que la naturaleza, aborrece el vacío, la Hermandad Musulmana podría retornar y reconstruirse como la principal oposición al régimen, o peor aún, podríamos asistir al surgimiento de ramas más violentas del fundamentalismo islámico.

Me parece que vale la pena desarrollar esto un poco más. ¿Cómo debería posicionarse la izquierda en relación con las fuerzas fundamentalistas islámicas que luchan contra el imperialismo o el sionismo? Por ejemplo, ¿cómo debería relacionarse la izquierda con Hamás y Hezbolá?

La izquierda ha desarrollado una rica tradición, en la que deberíamos inspirarnos para enfocar esta cuestión. Esta tradición consiste en apoyar las luchas justas contra el colonialismo y el imperialismo independientemente de quién las impulsa, sin que esto suponga un apoyo acrítico a quienes están librando estas luchas. Por ejemplo, cuando la Italia fascista invadió Etiopía en 1935, lo razonable era que todos los antiimperialistas se opusieran a la invasión, pese a que Etiopía estaba gobernada por un régimen sumamente reaccionario desde el punto de vista de la izquierda. La oposición a la invasión italiana no suponía un apoyo acrítico al emperador etíope.

Este mismo planteamiento es el que deberíamos aplicar hoy. Hamás o Hezbolá han estado implicadas, efectivamente, en luchas contra la ocupación y la agresión israelí. Apoyamos esta lucha sea quien sea quien la libre. Pero Hamás no es el único grupo que lucha contra Israel; hay otras organizaciones en Palestina. Así que hemos de discernir, dentro de esta gama de grupos antisionistas, cuáles son más próximos a nuestra perspectiva política. Y lo mismo cabe decir con respecto a Líbano.

Tanto en Palestina como en Líbano, el juego de suma cero entre la izquierda y estas fuerzas es un hecho. Hamás consiguió crecer a expensas de la izquierda palestina. En la época de la primera intifada, en 1988, la izquierda era la fuerza dirigente en los territorios ocupados en 1967. Sin embargo, por desgracia sus grupos acabaron aprobando directa o indirectamente la capitulación de Yaser Arafat ante EE UU e Israel. Y esto fue un desastre para su influencia política, abriendo la puerta a Hamás. Recordemos que Hamás fue fundada por la rama palestina de los hermanos musulmanes, que hasta entonces había sido favorecida por el ocupante israelí como antídoto contra la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

Lo mismo cabe decir de Hezbolá en Líbano. Apareció tras la invasión israelí de Líbano en 1982, pero no fue quien inició la resistencia a dicha invasión. En realidad, fueron el Partido Comunista y fuerzas nacionalistas de izquierda quienes lo hicieron, amparados en una tradición de lucha contra las sucesivas invasiones israelíes del sur de Líbano. Hezbolá se construyó a expensas de estas fuerzas, en particular del Partido Comunista. Este tenía gran influencia en las regiones de mayoría chií y por tanto era considerado un importante competidor de Hezbolá, que era una secta chií. Hezbolá fue tan lejos que asesinó a destacadas figuras chiíes del Partido Comunista. Pese a convertirse en la fuerza dominante en una lucha justa –la lucha contra la ocupación israelí–, no es en modo alguno una fuerza progresista. Ha llegado a ser lo que es reprimiendo y descabezando a fuerzas progresistas que libraban la misma lucha. No obstante, era correcto apoyar la resistencia libanesa, pese a que pasó a estar completamente dominada por Hezbolá. Esto no es lo mismo que apoyar a Hezbolá en general, incondicional y acríticamente.

La política interior de Hezbolá en Líbano, tanto en el terreno económico como en el social o cultural, no es en modo alguno progresista. El Partido de Dios (es lo que significa Hezbolá en árabe) se acomodó muy bien en la reconstrucción liberal de Líbano. Tampoco debemos olvidar que depende estrechamente del régimen iraní, que es todo menos progresista. Ahora bien, si EE UU o Israel lanzaran un ataque contra Irán, nosotros no dudaríamos en apoyar a este país. Esto no significa que no consideremos que el régimen iraní es reaccionario, represivo, capitalista, y por tanto un enemigo de la causa social por la que luchamos. Es muy importante entender esto, porque en los últimos años Irán y Hezbolá han acudido en ayuda del régimen contrarrevolucionario de Siria. Le han prestado tropas de choque decisivas que se han sumado a la masacre contra el movimiento popular democrático. Esto demuestra su profundo carácter reaccionario. Para el régimen iraní, esto es perfectamente coherente con la represión del movimiento democrático en el propio país en 2009.

¿Qué postura debería adoptar actualmente la izquierda con respecto a los Hermanos Musulmanes en Egipto? Algunos la califican de fuerza reformista, con la que la izquierda puede formar un frente único. ¿Qué piensas de esto? Y ¿qué alternativa propones a este planteamiento?

Bueno, permíteme que especifique las actitudes de algunos sectores de izquierda en Egipto más que marcarles una línea desde la distancia. Hay sectores de izquierda que mantienen una postura que me parece correcta: oponerse a la toma del poder por los militares y condenar la brutal represión contra la Hermandad Musulmana, sin prestar ningún apoyo político a esta última.

Caracterizar la Hermandad de “reformista” induce a confusión, por decirlo suavemente. Si no se matiza, esta etiqueta pude implicar que se considera la Hermandad como una organización similar a las alas reformistas del movimiento obrero, lo que sería sumamente engañoso. Claro que se podría decir que la Hermandad es “reformista” (o “moderada”) en comparación con los yihadistas “radicales” y terroristas como Al Qaeda y el EI, pero esto entraría dentro del espectro de la ideología fundamentalista islámica reaccionaria.

Sería un gran error y sumamente engañoso decir que la Hermandad es “reformista” sin más, dando a entender que es reformista de la misma manera que algunas corrientes progresistas no revolucionarias, ya sean estalinistas, socialdemócratas o nacionalistas de izquierda, corrientes que creen que pueden alcanzar el socialismo sin desmantelar el Estado burgués. La Hermandad Musulmana ultraneoliberal solo es “reformista” en la implementación de su programa fundamentalista islámico, pero de ninguna manera en un sentido socialdemócrata. Es una fuerza ultrarreaccionaria en materia de política social. No obstante, esto no significa ni mucho menos que haya que aplaudir su represión a manos de regímenes que son igual de reaccionarios. La izquierda debería ser siempre la que lucha de modo más consistente por las libertades democráticas.

¿Qué lecciones debería sacar la izquierda del papel de las fuerzas fundamentalistas islámicas en la primavera árabe en su conjunto?

Lo que he dicho con respecto a Egipto puede extenderse al conjunto de la revuelta árabe. La izquierda ha de adoptar una actitud correcta de oposición a ambos polos contrarrevolucionarios, representados por los regímenes, de un lado, y por las fuerzas fundamentalistas islámicas, de otro, y esforzarse por crear un tercer polo, opuesto igualmente a ambos en su perspectiva estratégica. Claro que tácticamente, la izquierda puede “golpear conjuntamente” con uno contra el otro –el más peligroso del momento–, siempre que siga “caminando por separado” con su propio programa, desafiando a ambos polos reaccionarios. Desde el punto de vista estratégico, la izquierda debería librar su combate en ambos frentes. En lugar de este planteamiento, por desgracia, hemos visto cómo fuerzas progresistas se alineaban con los fundamentalistas islámicos contra los regímenes –como ocurrió en las primeras etapas de la revuelta en muchos países, o todavía ocurre en el caso de Siria–, mientras que otros sectores de la izquierda se alineaban con los regímenes existentes contra los fundamentalistas islámicos.

Y mientras podemos encontrar en la primera categoría a algunos individuos que califican erróneamente a los hermanos musulmanes de “reformistas” (lo cierto es que esta caracterización es tan descabellada que hay muy poca gente que la sostenga), la mayoría de los grupos de la segunda categoría califican erróneamente a los hermanos musulmanes de “fascistas”, lo cual es igual de descabellado. La analogía con el fascismo pasa por alto importantes diferencias entre las dos corrientes y solo se fija en algunos aspectos organizativos que son comunes a partidos muy diferentes, basados en la movilización de masas y el adoctrinamiento, incluida la tradición estalinista. A diferencia del fascismo histórico, la Hermandad Musulmana no surgió en países imperialistas en respuesta al movimiento obrero cuando este puso en jaque al capitalismo, y con el fin de encarnar una versión más dura del imperialismo.

Así que tenemos estos dos tipos de planteamiento simétricamente opuestos. También hay fuerzas de izquierda que han cambiado de uno a otro. Por ejemplo, el partido nasserista egipcio, dirigido por Sabahi, pasó de aliarse con los Hermanos Musulmanes en 2011, hasta el punto de participar en su coalición electoral como socio minoritario, a aliarse con el ejército en 2013, sumándose al coro que cantó las loas al mariscal de campo Abdelfatah al Sisi. Esta actitud política es desastrosa si se quiere construir una alternativa progresista en la región. Es crucial que los progresistas afirmen un tercer polo revolucionario, opuesto por igual a los dos polos contrarrevolucionarios que ahora dominan la escena, si desean en algún momento dado volver a abanderar las aspiraciones que inspiraron la primavera árabe en 2011.

A falta de esto, seguiremos asistiendo al desastre en curso con un escenario regional arrollado por el choque entre los dos polos contrarrevolucionarios. La mejor situación a corto plazo es la de la coalición entre los dos polos reaccionarios, como ha ocurrido en Túnez, donde el equivalente local a los Hermanos Musulmanes se integró en una coalición de gobierno con las fuerzas del antiguo régimen, o en Marruecos, donde el rey ha incorporado al equivalente local al gobierno. Washington y sus aliados europeos están impulsando activamente este tipo de acuerdos en casi todos los países de la región: la reconciliación entre los dos polos contrarrevolucionarios encaja muy bien dentro de su perspectiva, desde luego. Sin embargo, esta reconciliación también será beneficiosa desde un punto de vista progresista, pues obligará a las fuerzas progresistas a oponerse a ambos polos contrarrevolucionarios y propiciará su aparición como la alternativa a los dos. En cualquier caso, el futuro de la izquierda en Oriente Medio depende de que adopte esta orientación.

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