Por Leonardo Ixim

Egipto es la mayor economía del mundo árabe, pero es un país agobiado por la miseria y la desigualdad. De igual manera, pese ser un país musulmán, tiene una gran tradición laica. Por esa razón buena parte de la población cuestiona la imposición de un estado teocrático que, aunque con ropaje moderado como pretendían el ex presidente Mohamed Morsi, la Hermandad Musulmana y su expresión electoral el Partido Justicia y Libertad, implicaba agudizar leyes que coartan las libertades de las mujeres, minorías religiosas como la rama ortodoxa-copta del cristianismo o la rama islámica chii, no practicantes o ateos o un rígido código moral de comportamiento.

 

El gobierno de Morsi, producto de las elecciones de 2012 y que tuvo el apoyo de amplios sectores del país, defraudó las esperanzas de la población, ya que continuó con el programa neoliberal, descargando la crisis en las espaladas de los trabajadores. Más de un 60 % de la población vive en pobreza y la mitad en pobreza extrema, los salarios van para abajo y la inflación es ascendente. Además, continuó con medidas tales como recorte a las ayudas sociales y privatización de ciertos servicios públicos. En ese sentido las huelgas obreras desde diciembre de 2012 habían aumentado considerablemente.

Movimientos desde abajo y reacomodos arriba

Nuevamente son plaza Tahir en el Cairo y los centros industriales como Alejandría, Puerto Said, entre otros, los que se movilizaron en contra de la imposiciones de Morsi y su programa neoliberal y teocrático al servicio de una fracción de la burguesía auspiciada por las monarquías del Golfo Pérsico. Morsi pretendió imponer una constitución islámica que fue aprobada con un 60 % de los votantes, provenientes del Alto Egipto, la zona rural donde el islamismo y los grupos salafistas ejercen una dictadura cultural retrógrada, pero que apenas contó con la participación de un 34 % del electorado y fue derrotada en las principales ciudades. Esta constitución fue elaborada por la cámara alta del parlamento conformada sin ningún tipo de elección popular y en un acuerdo entre el ejército y la Hermandad Musulmana.

Pero las movilizaciones que se registraron desde junio no son más que la radicalización de las movilizaciones en los últimos meses, logrando juntar 20 millones de firmas para exigir la renuncia de Morsi y congregar el 30 de junio en distintas partes del país, a 17 millones de seres humanos, considerada la mayor movilización en la historia de la humanidad.

En este movimiento sobresale Tamrrud, conformado por jóvenes procedentes de sectores medios, que vanguardiza estas movilizaciones y puso un ultimátum al gobierno de Morsi para que renunciara. Estas movilizaciones también contaron con la participación de sindicatos movidos desde las bases que se movilizaron en los principales centros industriales.

Sin duda el proletariado egipcio y la juventud han adquirido una experiencia a partir de la concentración en plazas y la conformación de organismos de poder popular que han logrado derrocar una dictadura, un gobierno civil con tintes autoritarios y obligado al ejército a cambiar de táctica para enfriar la lucha de clases.

Ejemplo de eso es la presión hacia el ejército que dejó solo Mubarak, sustituido por una junta militar de gobierno. Nuevamente las masas obligaron a la junta a realizar elecciones que fueron ganadas por los islamistas, pues además de ser el partido más organizado tenían la imagen de ser un sector revolucionario. Sin embargo, durante el breve gobierno de Morsi ante el descontento de la población el ejército reprimió al pueblo y se mantuvieron los tribunales militares que pueden juzgar a civiles por crímenes políticos.

Estados Unidos y su aliado Israel, ven con cautela esta lucha de poder en Egipto. Este ejército, a pesar de haber tenido un interregno nacionalista en su intento de crear una burguesía patriótica durante el gobierno del general Gamel Abdel al Nasser, tras su muerte y la asunción de Anuar Al Saddat, se volvió un títere de EU en la región, complotando para destruir el movimiento independentista palestino en los acuerdos Camp Davis en 1978, donde Egipto reconoció a Israel.

El giro a la derecha y la bancarrota del supuesto socialismo árabe, paradójicamente impulsado por sectores de la burguesía, engendró gobiernos corruptos como el del depuesto Mubarak.

En ese sentido el ejército, en tanto casta burocrática con tradición bonapartista, es columna vertebral del Estado y de la economía. Egipto tiene un sector empresarial militar fuerte, que se muestra como salvador de la nación. Le retiró el apoyo a Mubarak, pactó con la Hermandad Musulmana, reprimió si fue necesario y les quitó el apoyo a los tiranos de turno.

El 30 de junio fue el día clave; Tamrrud y la población en las plazas habían dado el ultimátum de renuncia a Morsi. Un papel clave que abonó el cuartelazo castrense lo jugó el Frente de Salvación Nacional, una alianza de partidos burgueses laicos y nasseristas; pero a su vez, al igual que en 2011, las simpatías de miembros de la tropa con la rebelión, obligaron a los jefes a estos rápidos movimientos.

Apareció en la palestra el mariscal Abdel Fatah al Sisi, el nuevo hombre fuerte y comandante del Consejo Superior de las Fuerzas Armadas. El ejército, lavándose la cara, impuso al civil Adly Mansor, presidente hasta ese momento de la Corte de Constitucionalidad, ahora nuevo presidente de la república.

Una semana después del golpe de estado, Mansor presentó al nuevo gabinete, conformado por tecnócratas de tendencia neoliberal y nombró como primer ministro a Hazem El-Beblawi y como ministro de relaciones exteriores a Mohamed El-Baradei miembros del FSN, este último ex director de la Organismo Internacional para Energía Atómica, institución clave del control global imperialista, hombre de confianza de la llamada comunidad internacional. Al Sisi además se presenta con el visto bueno del patriarca copto Teodoro II y del imán de la principal mezquita sunni Alomed al Tayed.

El nuevo gobierno invitó al HM a participar en un gabinete de coalición pero a la vez hay una persecución contra sus principales líderes; estos se negaron y en los últimos días ha habido fuertes enfrentamientos con saldo de varios muertos y el peligro a que sectores extremistas llamen junto a grupos salafistas como Al Nurd y otros, a una guerra civil y se repitan los horrores de Argelia o Afganistán.

¿Hacia dónde va Egipto?

Este golpe es de carácter preventivo, pese a las impresiones recortadas de buena parte de la izquierda reformista y chavista, no es un golpe fascistoide y hoy por hoy no se plantea un enfrentamiento con la mayoría de la población, que busca un régimen democrático. Pero la democracia no existe en abstracto y ni el ejército, ni el FSN y menos la HM representan los intereses del proletariado y demás sectores populares, ni pueden solucionar las demandas de libertad para jóvenes y mujeres, minorías religiosas y no practicantes.

El movimiento Tamrrud que significa rebeldía, es un movimiento democrático radical, carece de una orientación revolucionaria en el sentido de trascendencia del orden neocolonial, para sus demandas concretas. El Partido Comunista es una fuerza que, aunque gravita en el mundo sindical, se caracteriza, como cualquier partido neoestalinista tal como lo hizo en tiempo del panarabismo, por neutralizar las luchas que sobrepasen las demandas concretas, con la visión obtusa de buscar aliados progresistas en la burguesía. Por otro lado existen grupos pequeños de izquierda revolucionaria que tanto a nivel sindical como estudiantil tienen cierta influencia pero reducida todavía.

Es fundamental que las masas organizadas en las plazas no bajen la guardia. Las expresiones de nacionalismo, con banderas egipcias, son un traje cómodo para el ejército y sectores burgueses incómodos con el islamismo. Pero para la mayoría de la población genera un sentimiento nacional de rechazo contra el expansionismo religioso de la Umma, lo cual es progresivo. Sin embargo este nacionalismo es usado por la burguesía para detener a radicalización de las luchas del proletariado, lo cual se vuelve reaccionario.

En sentido los partidos revolucionarios, Tamrrud, sindicatos de base, organizaciones estudiantiles, colectivos feministas, etc., deben articular desde las plazas un programa de lucha que tendrá como eje la convocatoria de una asamblea constituyente, pues el nuevo gobierno planea tan solo reformar la actual constitución y mantener la Sharia como fuente inspirativa del entramado legal. Asamblea que tenga como tarea socializar los principales medios de producción, respetar las más absolutas libertades en el plano sindical, religioso, político e ideológico, en contra de la opresión a las mujeres, por mejores salarios y que se repartan las tierras con proyectos para combatir la desertificación, etc.

Es fundamental, tal como ha sido hasta ahora, la participación de los sindicatos que han jugado un papel clave con huelgas y paros desde la caída de Mubarak, pues son los obreros con sus métodos de lucha los que logran trastocar la economía y junto a la juventud y el pueblo en general en las plazas implementar el poder revolucionario.