Por Orson Mojica

La crisis venezolana tiene larga data, y por ello mucha gente se ha acostumbrado a esa realidad que no parece cambiar, perdiendo el interés por lo que ocurre en Venezuela y el famoso experimento del “socialismo del siglo XXI”, basado en los petrodólares del capitalismo.

Crisis económica y sanciones internacionales

Desde agosto del 2017, la administración Trump ordenó sanciones que impiden a Venezuela refinanciar su abultada deuda externa. Posteriormente, Canadá y la Unión Europea, aumentaron la asfixia financiera sobre Caracas, agravando la crisis económica y financiera. Incluso, hubo de parte de los imperialismos, sanciones especificas contra Nicolás Maduro y algunos de sus ministros, como la congelación de activos personales.

Este bloqueo financiero no pretende derrocar al gobierno chavista sino presionar al Ejercito para que de un golpe de Estado o encuentre una salida negociada con la oposición, que cree las condiciones para el establecimiento de un gobierno de transición.

Alejandro Werner, economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI) para el Hemisferio Occidental, analizando la crisis en Venezuela, expresó que "Se trata de una de las principales crisis que hemos visto en la historia de la economía moderna. Si uno ve los colapsos económicos que han ocurrido en los últimos 50 años, el colapso actual de Venezuela se encuentra entre los primeros 15 (…) en cinco años, la economía venezolana se contrajo alrededor de 45% (…) el gran problema para la economía venezolana es la caída en la producción de crudo que hemos visto en los últimos 18 meses, que ha sido espectacular. Ha caído en 50% en un período muy corto". (AFP, 24/05/2018)

La hiperinflación acumulada de Venezuela es del 13.000%. Esto ha aumento los niveles de pobreza. Según las principales universidades venezolanas, la pobreza alcanzó 30,2% y la pobreza extrema 51,5% en 2016, pero el gobierno las ubica en 18,3% y 4,4% respectivamente.

A la caída de los precios internacionales del petróleo (en el último periodo de produjo un aumento relativo de los precios internacionales del petróleo), ahora habría que agregar este nuevo elemento: la drástica caída de la producción del principal producto de exportación.

Una oleada de protestas populares

El deterioro de la situación económica, producto del descenso prolongado de los precios del petróleo, provocó una oleada de violentas protestas populares en 2014, 2016 y 2017, que el gobierno de Nicolás Maduro llamó despectivamente “guarimbas”.

Los partidos derechistas de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) han intentado aparecer como la conducción de estas protestas populares, cuando en realidad las protestas han estallado espontáneamente y en muchos casos los activistas de derecha llegan solo a la hora de la fotografía. Es un craso error considerar que se trata de masas derechistas. Las masas populares, incluidos sectores de clase media tradicionalmente antichavistas, salen a pelear a las calles contra la crisis económica que les reduce los salarios y los niveles de vida, contra un gobierno que aplica medidas capitalistas en nombre del “socialismo”.  

Al gobierno de Maduro le interesa esta confusión ideológica, creando la falsa visión de un enfrentamiento entre derecha e izquierda, cuando en realidad se trata de protestas contra las políticas económicas del gobierno, que utiliza las escasas divisas, no para alimentar a la población más pobres, sino para mantener funcionando las empresas de la nueva “boliburguesía”.

Las protestas de 2017 dejaron un saldo de más de 120 muertos, centenares de heridos y más de cinco mil opositores detenidos.

Una vez más fracasan el diálogo y las negociaciones

En febrero del 2018 se suspendieron las negociaciones iniciadas en República Dominicana, las que habían creado la expectativa de una solución negociada que permitiría la participación de la oposición burguesa en las elecciones presidenciales del 2018.

Mientras el gobierno de Nicolás Maduro maniobraba, haciendo creer que era posible encontrar la famosa salida negociada, dio una puñalada certera al adelantar las elecciones presidenciales para el mes de mayo del 2018, aprovechando la crisis y la división entre los partidos de la MUD. La prolongada lucha de la oposición burguesa contra el chavismo ha provocado a la larga el surgimiento de divisiones, sobre todo después del golpe recibido con las elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente, que implicó la disolución en los hechos de la Asamblea Nacional, donde estaban atrincherados los partidos de derecha.

Pero la principal debilidad de los partidos de la MUD residía en el hecho que desde su control absoluto sobre la Asamblea Nacional no lograron solucionar los problemas económicos que afligen a la población. En realidad, estos problemas no tienen solución porque Venezuela depende absolutamente de los precios del petróleo, y el modelo chavista lo que hizo fue aprovecharse de los altos precios del petróleo en el periodo anterior, para repartir una parte de la renta petrolera entre la población más pobre, dejando intacta esa economía altamente dependiente de las fluctuaciones del precio del petróleo a nivel internacional.

Las maniobras del chavismo

En la defensa del poder, el chavismo ha realizado maniobras de todo tipo. La primera, la más importante, es que las elecciones han dejado de reflejar la voluntad popular. Ya no estamos ante las elecciones transparentes realizadas cuando Hugo Chávez vivía, durante el boom de los precios del petróleo, lo que le permitía tener los recursos necesarios para ganar limpiamente las elecciones, obteniendo una sólida mayoría.

En el contexto de la crisis económica, las elecciones han perdido su transparencia. Diferentes partidos denuncian maniobras, atemorizamientos, cambios abruptos en el padrón electoral, etc. En periodo de crisis, los mecanismos de la democracia burguesa ya no son suficientes para convencer a la mayoría y sostenerse en el poder.  Antes de impulsar profundos cambios económicos que permitieran la participación activa de los trabajadores y conquistar la mayoría de las masas populares, el chavismo optó por manipular los procesos electorales y con ellos influir en los resultados finales.

Para muestra un botón. Para enero de 2016, estaban registrado ante el Consejo Nacional de Elecciones (CNE) alrededor de 59 partidos políticos nacionales, para las elecciones del 2018 solo quedaban 17, de los cuales 12 son considerados satélites del Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV). La reducción de la cantidad de partidos es un reflejo directo de la crisis económica y de las maniobras gubernamentales por disolver el pluralismo de la época de Hugo Chávez.

Por si existen dudas, otro botón. A finales de enero del 2018, el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), absolutamente controlado por el chavismo, utilizando el pretexto de la doble militancia, prohibió que la MUD se inscribiera como una alianza multipartidaria en las próximas elecciones. Evidentemente, el objetivo central era evitar la unidad de la oposición burguesa. Esta unidad fue lo que les permitió en 2015 ganar la mayoría absoluta de diputados de la Asamblea Nacional.

Al prohibir la inscripción de la MUD, el chavismo estaba forzando a los partidos de derecha a tomar el camino de la separación, o de abstenerse. Los dos caminos eran mortales, porque pese a la grave crisis económica el chavismo sigue teniendo un importante caudal electoral, si analizamos a cada partido por separado. Al final, la MUD, contra su voluntad, solo le quedo el camino de la abstención, como ocurrió en las elecciones parlamentarias del año 2005. Pero ahora la situación era sumamente grave porque se trataba del intento de relección de Maduro, quien quedaba con la vía libre, sin una oposición capaz de disputarle el poder.

Reelección anunciada, opacada por la altísima abstención

Bajo esas condiciones, la reelección de Nicolás Maduro estaba garantizada. Un mes antes de las elecciones, la encuestadora Meganálisis había pronosticado que la no inscripción de la MUD provocaría que el 67.5% del electorado no participara en las elecciones del 20 de mayo del 2018. Una alta abstención parecida a las elecciones municipales realizada en diciembre del año 2017 (de 19.504, 106 votantes inscritos, solo participaron 9.139,564 votantes, es decir, se abstuvieron 10 millones de votantes). Esta abstención no es otra cosa que un masivo rechazo pasivo al gobierno de Maduro.

Para el año 2018, el padrón electoral de Venezuela contaba con 20.526,978 votantes inscritos, pero según las cifras oficiales solamente votaron 9.383,329 personas, con una tasa de abstención del 54%, la más alta en la historia contemporánea de Venezuela (la participación fue penas del 46%).

Nicolás Maduro fue reelecto con 6.245,862 votos, que representan el 67.84 % de los votos válidos, pero que en relación al padrón electoral se reduce al 30,4%. En relación al conjunto de la sociedad venezolana, de aquellos que tienen capacidad de decidir, Nicolás Maduro obtuvo apenas el 30,4%. Y eso si aceptamos como reales y fidedignos los resultados, en unas elecciones donde no hubo fiscales de los principales partidos opositores.

Los resultados oficiales del CNE reflejan un fenómeno que ya se apreciaba: el chavismo dejo de ser mayoría en Venezuela, agrupa apenas el 30,04% de los venezolanos, es decir, de cada tres venezolanos uno se reivindica chavista, los otros dos no lo son.

¿Del bonapartismo a la dictadura?

Bajos los gobiernos de Hugo Chávez (1999-2013), el régimen político en Venezuela era un bonapartismo sui generis, el gobierno se apoyaba en el movimiento de masas para renegociar las cuotas de ganancia de la renta petrolera. Este era el origen material del enfrentamiento entre Chávez y el imperialismo.

La muerte de Chávez coincidió con el descenso de los precios del petróleo y el inicio de la crisis económica, lo que provocó una transformación del régimen, que pasó a convertirse, bajo el primer gobierno de Nicolás Maduro (2013-2018), en un bonapartismo que pierde apoyo de masas y, por lo tanto, adquiere una naturaleza reaccionaria.

Bajo este segundo gobierno de Nicolás Maduro (2018), están sentadas las bases para un régimen dictatorial, cuya principal base de apoyo es el Ejercito (cada vez más fracturado), y por el hecho evidente que el pueblo venezolano ha perdido la capacidad de decidir libremente la formación de su gobierno, actualmente solamente un tercio de la población le apoya y por el hecho en que todo el periodo anterior se caracterizó por un recorte constante de las libertades democráticas.

Bajo semejante crisis económica, asediado por el imperialismo a nivel internacional, por un lado, con un creciente descontento social a nivel interno, por el otro, sin recursos económicos para consolidar la base social tradicional del chavismo, el segundo gobierno de Maduro solo puede sostenerse en el poder mediante un régimen dictatorial, colgándose de un clavo incandescente.

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