¡Es la lucha de clases, imbécil!

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El Socialista No 633, Bogotá, Colombia.

La negativa permanente del Presidente a decir con claridad si aspira o no a una segunda reelección tiene a toda la burocracia política del país preguntándose ¿Qué es lo que quiere Uribe? La respuesta es relativamente sencilla: Todo, Uribe lo quiere todo: el monopolio de los grandes negocios (y negociados) para él y sus amigos nacionales y extranjeros, el poder, la fama, el reconocimiento incondicional y la adoración de sus áulicos reaccionarios de la burguesía y la clase media, el eterno respaldo del imperialismo, la impunidad para sus socios políticos enlodados de narcotráfico y paramilitarismo, la liquidación física de las organizaciones guerrilleras (y de paso del conjunto de la izquierda y la oposición), el sometimiento y la obediencia -sin derecho a forma alguna de protesta- de los obreros y los pobres a sus planes económicos, sociales y políticos, y más y más… El problema es si puede tenerlo de manera indefinida.

Uribe: el pequeño Napoleón

 

Por una particular combinación de circunstancias políticas, económicas y sociales la burguesía colombiana y el imperialismo se vieron obligados a poner sus intereses al cuidado de un pequeño Bonaparte ambicioso, soberbio, reaccionario, vengativo y capaz de todo, para quien cualquier método vale, siempre que le permita conseguir sus objetivos. El problema radica en que ahora el Presidente no se quiere, o no se puede ir, y ninguno se atreve a cuestionar seriamente su hegemonía, porque todos se saben incapaces de defender los intereses comunes tal como lo hace Uribe. El propio Uribe, que ha empezado a sentir la presión de franjas del imperialismo para que ceda la silla, no sabe muy bien como conciliar su insaciable ambición personal, que lo impulsa a estimular la segunda reelección, con la ambición colectiva de la cola de explotadores y carniceros que tiene detrás.

El comportamiento aparentemente errático del Presidente no es producto de un juego caprichoso. Es tan compleja la situación política, económica y social nacional e internacional que ni Uribe ha podido definir exactamente qué hacer; por eso da declaraciones ambiguas y manda señales de múltiple lectura que desconciertan hasta a Doña Lina, su mujer.

 

La corte de Uribe

Para que un gobierno como el de Álvaro Uribe se mantenga fuerte es indispensable el apoyo del imperialismo y de franjas fundamentales de la burguesía nacional. Los más fervientes partidarios de su tercer mandato son las transnacionales imperialistas y los grandes burgueses nacionales que saquean los recursos naturales y el trabajo de los asalariados. En la segunda fila de los uribistas a ultranza se alinean hordas de parásitos oportunistas, burócratas, políticos de carrera, traficantes, terratenientes, militares y paramilitares que sintetizan lo peor de la sociedad que representa el actual Presidente. Y detrás de todos ellos cierra filas la clase media urbana acomodada, base política del gobierno y el régimen.

Los multimillonarios necesitan a Uribe para que les garantice el monopolio de los grandes negocios y el control sobre la clase obrera. La pequeña burguesía lo quiere perpetuar en el poder porque es su forma de sentirse segura, así esa seguridad no sea más que ideología condensada.

A todo bonaparte le llega su waterloo

La lucha de clases de los últimos doscientos años ha demostrado que ningún bonaparte es eterno. La propia burguesía, que se encarga de sostenerlos mientras le son útiles, no vacila en sustituirlos cuando ya no le sirven a sus intereses. Al mismo Napoleón lo sacó de circulación la burguesía europea, que se había valido de él para derrotar a las monarquías absolutas, destruyendo su ejército de mercenarios en la batalla de Waterloo en 1815.

El waterloo de Uribe todavía se demora un poco, pero las condiciones que llevan allá están empezando a confluir: la bonanza especulativa de la sobreexplotación neoliberal, liderada por el imperialismo yanqui, convulsiona en medio del más estruendoso crac financiero en ochenta años golpeando la economía colombiana; la derrota de la ultraderecha republicana en las elecciones de noviembre en los Estados Unidos es una probabilidad que crece; el aislamiento regional de Uribe no cede a pesar de sus esfuerzos por liderar a las alas más reaccionarias de la burguesía latinoamericana; el bloque uribista, hasta hace unos meses aparentemente inexpugnable, empieza a mostrar fisuras importantes; está surgiendo alrededor del Partido Liberal, aunque tímida y cobardemente, una oposición burguesa en la que se están juntando todos los desplazados del gobierno y de los grandes negocios; la crisis de la parapolítica se niega a dejarse encauzar por canales controlables; y, lo más importante, la lucha directa de la clase obrera y los trabajadores, pasando por encima de las vacilaciones y las traiciones de sus dirigentes, está volviendo a la escena política, y lo está haciendo con fuerza.

Lentamente empezamos a caminar hacia ese estado de cosas que Lenin describía como una situación en la que los de arriba ya no pueden gobernar como antes y los de abajo se niegan a seguir soportando las condiciones de existencia precedentes. Es una situación que apenas se vislumbra, que no marcha al ritmo frenético que quisieran los pequeñoburgueses desesperados, pero que niega el escepticismo, igualmente pequeñoburgués pero desesperanzado, de quienes creyeron que con Uribe y Bush estábamos cayendo en el agujero negro del fascismo secular del que la clase obrera no podría salir en décadas.

Problemas con el vecindario

Desde hace varias semanas que los burgueses nacionales no concilian el sueño. La tormenta que asuela los mercados financieros y las bolsas de las principales economías imperialistas amenaza con llevárseles una parte significativa de la riqueza acumulada a base de sobreexplotación y represión.

La crisis de la economía imperialista puede significar restricciones en la financiación, reducción en los ingresos por exportaciones, recortes en los planes militares contrainsurgentes, caída de las remesas enviadas por los inmigrantes a sus familias y contagio del frágil y dependiente mercado financiero nacional y recesión en la actividad industrial y comercial. Las consecuencias directas ya las empezamos a vivir: la inflación llegó a 7.57% en los últimos doce meses; el fantasma del desempleo abierto ha vuelto a rondar el 12% de la población económicamente activa; las crisis de la salud y la educación públicas van en aumento; las familias obreras tienen cada vez más dificultades para cubrir las necesidades de la canasta básica familiar; y lo que ya es un reflejo directo de la crisis financiera internacional los fondos privados de pensiones acaban de anunciar la pérdida de cincuenta y cinco mil millones de pesos que estaban invertidos en instituciones yanquis declaradas en quiebra.

La persistencia de la crisis va a aumentar la resistencia obrera y popular y la lucha encarnizada entre los propios burgueses, que hundirá a unos en la quiebra mientras que otros concentrarán más la riqueza social. A estos escenarios poco deseables ha querido responder Uribe apoyándose en la burguesía de los Estados Unidos a donde viajó en busca de aprobación bipartidista para el Tratado de Libre Comercio, mercado para las exportaciones y plata para los planes militares contrainsurgentes. De esta gira regresó sin nada concreto pues, con la crisis económica estallándoles en la cara, los parlamentarios yanquis no estaban para preocuparse por los “problemitas” de una semicolonia con un gobierno arrodillado hasta la vergüenza.

A las amenazas de la crisis económica Uribe debe sumar los problemas políticos y diplomáticos que tiene con los vecinos y que no dan muestras de solución. Expresiones de que en lo internacional las cosas no mejoran son las maniobras militares conjuntas de las armadas venezolana y rusa, su papel –el de Uribe– de una discreción casi insignificante en la cumbre suramericana citada por Michel Bachelet para buscar una salida a la crisis boliviana y la reciente declaración de Rafael Correa minimizando la inasistencia del Presidente colombiano a la cumbre de países andinos.

¡Es la lucha de clases, imbécil!

La crisis de la parapolítica sigue castigando fuertemente al conjunto de las instituciones del Estado burgués colombiano. En las últimas semanas unas han sido de cal y otras de arena: la Fiscalía absolvió a Mario Uribe, primo del Presidente, de los cargos por parapolítica, pero tuvo que llevar a la cárcel al hermano del Ministro Valencia Cossio; el Consejo Superior de la Judicatura intentó desligar al Ministro de Trabajo del escándalo de la yidispolítica, pero pagó su servilismo al gobierno con una crisis de proporciones con la Corte Suprema de Justicia; y para rematar la faena, la Audiencia Internacional por la Verdad, reunida en París a comienzos de octubre, solicitó la destitución de cinco diplomáticos de Uribe, encabezados por Sabas Pretelt y Luis Camilo Osorio.

Hasta el momento Uribe había sorteado con relativa facilidad el pantano de la parapolítica, por la ausencia de grandes luchas directas de los trabajadores y por la falta de decisión de las direcciones sindicales y políticas de izquierda y oposición. El Partido Liberal y el Polo Democrático Alternativo han apostado todos sus activos políticos a la denuncia parlamentaria jugando al “desgaste político” que lleve a la renuncia del gobierno; pero los gobiernos, y menos los gobiernos con rasgos fascistas, no se desgastan discutiendo con ellos, se desgastan combatiéndolos con la movilización; los gobiernos no renuncian, hay que tumbarlos.

Pero la ausencia de lucha directa de los trabajadores también está llegando a su fin. El paro de los trabajadores de la rama judicial y la huelga de los corteros de caña del occidente del país son los primeros síntomas de que los explotados han decidido entrar en escena. Estos dos sectores son indicativos del ánimo de lucha que empieza a embargar al conjunto de los asalariados; representan todas sus franjas y reclaman desde condiciones básicas de trabajo hasta reajustes salariales ganados y retenidos por años.

Veinte años de sobreexplotación neoliberal empiezan a ser respondidos con la movilización directa y muestran el camino más eficaz para enfrentar al autoritarismo del bonaparte Uribe. Ni los trabajadores de la rama judicial ni los cañeros se han doblegado a sus “órdenes” ni a sus maniobras. Las movilizaciones reaccionarias de los abogados y los empleados de cuello blanco de los ingenios azucareros, las celadas que el Presidente le ha querido tender a los trabajadores llamándolos a discutir los paros en sus consejos comunales de bolsillo y las amenazas de ilegalización de los movimientos han sido enfrentadas con la unidad alrededor de los conflictos; la prepotencia del poder estatal ha sido respondida con la fuerza real de la movilización.

Ese es el camino que se está mostrando como el único capaz de derrotar al régimen bonapartista de Uribe, evitar su reelección y abrir de nuevo la perspectiva de la lucha por la construcción de una sociedad sin explotadores ni explotados, de la sociedad socialista presidida por un gobierno de los trabajadores y el pueblo.

Ante el desconcierto de Uribe, poco acostumbrado a que alguien se oponga a sus deseos y sus designios, y haciendo honor a la actitud decidida de los trabajadores judiciales y azucareros, tenemos que decirle: ¡Es la lucha de clases, imbécil!

G.M.

Las ratas empiezan a saltar por la borda

Algunos de los políticos burgueses que unos meses atrás cerraban filas incondicionalmente detrás del Presidente han empezado a desmarcarse. Hasta el Partido Conservador ha anunciado que quiere lanzar precandidato propio en las elecciones internas del uribismo.

La fisura más importante la está abriendo Germán Vargas Lleras, jefe de Cambio Radical, que ha calificado como inútiles los proyectos para reformar los sistemas político y judicial. “Todo va en dirección a la reelección presidencial… en 2010 y con la puerta abierta para el 2014”, dijo. En la primera semana de octubre, Vargas Lleras se trenzó en una batalla verbal con el vicepresidente Santos que acusó a Cambio Radical de tener un “voraz apetito burocrático” en relación con la Cámara de Comercio de Bogotá de cuya junta directiva hace parte el hermano de Vargas. Cambio Radical amenazó con salirse de la concertación de la reforma a la Justicia, el Ministro del Interior desautorizó al Vicepresidente, los pupilos de Vargas Lleras retornaron a la mesa de discusión, el presidente Uribe terció a favor de Francisco Santos, y vuelta a la bronca.

Los golpes que lanzó Vargas Lleras no se deben menospreciar porque pueden ser los primeros síntomas del surgimiento de alas burguesas e imperialistas que consideran que Uribe debe dar un paso al costado. El Presidente no se quiere ir pero no es conveniente que se quede indefinidamente, menos ahora que pareciera estar de salida la administración republicana yanqui.